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Nado

Me ha gustado mucho Nado, al menos en lo que a gastronomía se refiere. Es un restaurante de base muy gallega y marina, que practica una cocina tradicional y burguesa con guiños a la modernidad. Los de la cocina me han gustado. Los otros no porque el restaurante es un enorme tubo con la cocina en la entrada, lo que obliga no solo a atravesarla completa sino a estar cerca de ella en todo momento, cosa que no siempre está mal pero que tampoco está bien si los humos y los olores se expanden.

Para sortear la estrechez de la bóveda, hay una enorme mesa larga a la que se sientan los comensales. Muy bien resuelta y con separaciones razonables pero mesa corrida al fin. Alguna incomodidades pero buena comida.

Empiezan el servicio con un rico y profundo consomé de gallo celta con fideos tostados y siguen con panes de masa madre de trigo y maíz, este muy bueno y esponjoso. El trigueño también, salvo que está tan soso que tira un poco para atrás.

Me han encantado por su originalidad, sabor y refinamiento las fabas de Lourenzá “sin almejas” o ¿no es refinado hacer desaparecer el molusco en favor de una exquisita crema de almejas? Según ellos las almejas pueden ser demasiados chiclosas y así condensan su sabor sin ese “problema”. Refinados que son ellos. Y para intensificar sabores, alga codium, que sabe a percebe. Muy rico y además sumamente original.

Las alcachofas baby en salsa verde con berberechos de Noia al vapor son muy delicadas y tanto con almejas como com estos deliciosos y finos berberechos, una mezcla perfecta que me encanta de mar y mundo verde.

Como pescado, hemos elegido un gran salmonete. Y lo es por dos razones. La primera por la calidad de la pieza y la segunda por la elaboración simple y sabia: se hace primero a la brasa y después se acaba al carbón. Los toques a madera son deliciosos y lo intensifican unos soberbios pimientos al carbón sobre el jugo de las cabezas de los salmonetes tostadas. De esas estupendas veces que no se sabe que es mejor si lo principal o lo supuestamente accesorio. Lo bueno es que no hay que elegir y tan así era que hasta me olvidé de hacerles foto.

Y para acabar lo saldo, un platazo: gallo celta con un estupendo repollo guisado con jengibre vinagre y limón. El gallo, muy tierno, tiene solo año y medio y se acompaña con una estupenda salsa elaborada a base de huesos y carcasas que parece una golosa demi glace.

Peores los postres, aunque el flan de nata es muy bueno. Sin embargo, la milhojas tiene un hojaldre bastante basto y se rellena de merengue, lo que me gusta bastante menos. Tampoco la crema de limón aporta gran cosa a este clásico que, mejor, no tocar.

Y hasta aquí lo que me gustó porque sigo sin entender estas pequeñas tiranías de los chefs -los últimos dictadores- que se empeñan en obligarnos a comer todo lo que quieren y en el orden que quieren -menú degustación-, como ellos desean -dedos, cucharas, boca, sin cubiertos de pescado- o con gustos muy propios, como en este caso con el café de filtro. Menos mal que sé al menos de un par de sitios que empezaron con esta esnobada y acabaron con la Nespresso de rigor.

Pero en fin, cosas pequeñas porque el sitio es más que notable y se come muy bien. Una cocina muy gallega pero muy pensada y renovada, algo que tiene mucho más mérito cuando parece que no se hace gran cosa y así no se inquieta a los más ortodoxos.

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