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Rocco

Nunca hablamos de precios pero ya va siendo hora, porque cada vez prolifera más el sitio overprice basado en una rutilante decoración, un buen ambiente -generalmente conseguido gracias a hábiles RRPP- y comida fácil basada en productos baratos, cobrada a precio de oro.

Los locales tradicionales continúan con precios moderados y a mi, sinceramente, los estrellados, -con tanto personal, esos alardes de perfección y tan poco comensal en cada turno- no me parecen nada caros. El problema está en estos llamados de moda: preciosos, punto de de encuentro del aborigen cool y el turista devoto de Netflix y por tanto, llenos de trucos para hacer gastar.

En estos, por poco que pidas te pones en 100€ por barba. Todo eso cumple el nuevo Rocco de Lisboa, aún más caro que sus modelos españoles (Numa Pompilio pongo por caso) y obra genial de un Lazaro Rosa Violan en estado de gracia. Quizá su local más bonito hasta la fecha.

Todo está muy cuidado, desde las vajillas hasta los uniformes y la comida es razonablemente buena, el servicio correcto y muy lento (creo que aquí es más culpa de la cocina) y los vinos tan suntuosos como caros (una copa de Veuve Cliquot Brut, 29€).

Y la comida, correcta pero sin mucho más. Está esupenda la melanzane de bordes crujientes y muy buen equilibrio entre berenjena, tomate y queso. La salsa de tomate -parece una tontería pero no lo es- es excelente.

El rigatoni con ragú es bastante sabroso y al dente, pero a la carne le falta potencia de sabor y la salsa se pasa de grasa, como se ve bien en la fotografía.

Muy clásico el solomillo Rossini aunque parco en foie. El puré de patatas que lo envuelve está muy bien y la salsa sale del paso con soltura. No es la mejor versión, pero es notable.

Menos mal que lo mejor llega al final. La puesta en escena del tiramisu supera en mucho a la de los que ya lo hacían ante el comensal y el resultado de mezcla de bizcochos, lícor, café, cremas y polvo de chocolate es estupendo. Quizá el mejor plato de todos, no sé si solo por el mismo o por lo atractivo e impecable de la preparación.

Vale mucho la pena conocerlo, pero siendo consciente de todo lo dicho. Los platos mencionados (entrada y postre compartidos), dos cócteles –Negroni y Margarita-, dos copas de un Pinot Grigio baratito, una de Oporto, dos cafés y una botella de agua, 85€. Con un vino de los menos caros de la carta habríamos superado los 100 compartiendo platos. Aún así, el conjunto es más que resultón y perfecto para una buena refección si no importa mucho la cuenta.

P. D. Por cierto, mucho ojo con las nuevas cuentas portuguesas: incluyen propina y si no se rechaza expresamente -lo cual es un corte- eso es lo que cobran. Y hasta puede ocurrir que, sin reparar en ello, se acabe dejando la propina de siempre además de la otra. No sé qué opinarán de esto en Europa, pero me parece otro moderno abuso…

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Omeraki

Como cualquier ciudadano, hace más de diez años que no probaba la cocina de Alberto Chicote, -tantos como lleva dedicado a la televisión- y en este su nuevo y espectacular restaurante Omeraki es como si nada hubiera pasado desde entonces. Como queriendo recuperar el tiempo “perdido” en la televisión, vuelve a las recetas de los 90, cuando estos platos eran innovadores y hasta en parte rupturistas.

Y es que en aquella época, solo fue conocido por unos pocos -aunque muchos le estén inventando un pasado de chef estrella que nunca existió-, a pesar de que trabajó en los restaurantes del momento Nodo y Pan de Lujo. Pero aquellos no eran restaurantes de cocinero, sino sitios preciosos, de moda donde, gracias a él, se comía muy bien, pero en los que quien brillaba era tan solo el propietario.

Por eso es muy de alabar que, pudiendo dormirse en los laureles de la fama y el poder televisivos, arriesgue dinero y prestigio mediático en un empeño que podría conducirle a la melancolía. Vuelta al pasado, pero con las ganas y la fuerza de un principiante. Esperemos que el presente no arrolle este encantador “deja vu”.

El local, un antiguo garaje de la parte alta del barrio de Salamanca, es espectacular y enorme, un ring de luz, que es una oda a la madera en todas sus formas. Numerosos tragaluces cenitales lo llenan de alegría.

Hay dos menús degustación y hemos optado por el más pequeño. Pensábamos que eran iguales, salvo que el grande tenía carne, pescado (que se eligen entre varias opciones) y quesos y el pequeño solo carne o pescado, a elegir. El problema (no explicado por el camarero) es que la elección no es sobre las mismas cosas, así que nos hemos perdido un bogavante con muy buena pinta. Las opciones del grande son, digámoslo así, más elegantes y refinadas. Ténganlo en cuenta.

Coinciden en todo lo demás: para empezar en un pan tostado con mantequillas de hierbabuena y limón y otra de mostaza, y una salsa de ajos preparada en mortero (molcajete mexicano) con aceite de pimiento y ajo frito, ajo negro, encurtido, asado y puré de ajo, lo que resulta un enorme esfuerzo para tan poco. Y de principal aperitivo, una extravagancia. Nunca he probado ese delirio etílico, cumbre del mal gusto que es el calimocho pero me he arriesgado con esta versión sofisticada (espuma y helado) que resulta igual de disparatada. El jamón de atún toro es siempre súper grasiento porque ya lo es de por sí, así que si se le añaden aceites….

Ya estaba muy preocupado pero aquí acabo la consternación porque el buñuelo de bacalao y mayonesa de pimiento con interior semi líquido es una maravilla de perfecta fritura, y también está bastante bueno el ravioli de humus y berenjena.

La primera entrada recuerda el plato más famoso del chef, tataki de atún con ajoblanco, pero este es uno rico y fresco de coco sobre el que se coloca un buen tartar de gambas. La tarta de mil cebollas con nata agria y base de cebada es un gran plato (que debería servirse entero para mayor vistosidad) que hace importantes los ingredientes más simples llenándolos de sabor y jugando con su dulzor. Puedo decir que me ha gustado mucho.

Directamente del Nodo de los 90 llega el tomate semiseco sobre caballa ahumada con caldo de tomate, otra mezcla de dulzor y ahumado, pescado y hortaliza, sumamente original. Entonces…

El ravioli de remolacha cuenta con un sabroso y casero guiso de ternera y un poco de pesto de salvia. Es denso y sabroso, pero no mucho más.

Los mejores platos -salvo la cebolla- llegan, y tardan mucho en llegar, con una canónica raya a la mantequilla negra con yuzu que une a un gran pescado todos los sabores de la receta clásica y que marca una de las más deliciosas formas de cocinar este pez.

También una estupenda (una y no más Santo Tomás) albóndiga trufada con núcleo de cacao y una estupenda demi glas para mojar pan.

Y de lo mejor, a lo peor. Ya sabemos que Dios no ha llamado a los españoles por el camino de la repostería pero poner hoy en día coulant y tarta fina de manzana, más que pasado es reacción. Además son para compartir (uno por cada dos y no más postre) y yo ya estoy mayor para eso. Así que optamos por un puding de tapioca caramelizado con helado de maracuja que es como un denso arroz con leche pero con tapioca

y flan que más bien es una tarta cremosa hasta con su base de galleta. En fin. Menos mal que también, como antiguamente, nos han invitado a una copa, manteniendo el alto nivel de simpatía.

El sitio es precioso, el servicio -comandado por la esposa del chef- amabilísimo y Chicote, incansable por el comedor y la cocina, aún más. Los vinos son bastante interesantes y la comida perfecta para que unos vuelvan al pasado añorado y otros se recreen en ese que, para su desgracia, nunca conocieron.

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Mola pizza

Me gustaba mucho Fokacha y me encanta todo lo que hace César Martín desde que lo conocí en su primer Lakasa, restaurante que de hecho, sigue siendo uno de mis favoritos de Madrid y al que voy mucho menos de lo que quisiera porque cierra los fines de semana. Tampoco entendía bien por qué este cambio de Fokacha a Mola pizza por lo que se me hacía urgente la visita.

Y, para mi tranquilidad, y la de todos, nada del ingenio, el buen hacer y la calidad han cambiado. Si acaso han ido hacia objetivos más asequibles e informales pero sin renunciar a lo importante: el valor y el talento.

Ya les advierto que esta comida (para dos) que les voy a contar es un auténtico disparate y una mezcla de glotonería y ansias de que este post no quedase enclenque, pero con la mitad, o incluso con menos, habríamos comido muy bien ambos porque las raciones son generosas y estos platos italianos que sirven aquí, contundentes y saciantes.

Hemos empezado con la esponjosa focaccia de aceite de oliva acompañado de una excelente mortadela, finísimamente cortada con una preciosa Berkel que adorna la sala.

Buen aperitivo para una cremosa y sabrosa burrata acompañada de una original salsa de tomate escabechado. La sirven aparte así que se puede tomar sola pero la salsa sin duda, la mejora.

La caponata, esa especie de maravilloso pisto de berenjenas siciliano, es menos caldosa que otras que abusan del sofrito de tomate y pugna entre el dulzor de este y el incierto ahumado de la berenjena.

La pizza repite la muy buena fórmula de Fokacha y. está muy crujiente y tiene el grosor justo, además de, en este caso, unas sardinas ahumadas estupendas y un gran y aromático pesto.

Para acabar (qué locura) una lasaña de bordes crocantes hecha de un casero y lento guiso de carrillera. Muy buena y sedosa gracias a una bechamel estupenda.

La panna cotta es sencillamente mi preferida, una de las pocas que me gustan de verdad, porque es mucho más nata que leche.

También muy bueno el tiramisu que además me gusta servido en vaso porque todo se recoge y saborea mucho mejor.

En fin, un estupendo lugar lleno de alicientes entre los cuales no son los menores el precio, un servicio sumamente eficaz y amable y una carta de vinos más que correcta con buenos italiano y algún francés interesante. Además de los españoles, por supuesto.

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Belcanto

Siempre he admirado enormemente a Jose Avillez. Será porque lo conozco desde sus mismos inicios, antes de su decisivo paso por El Bulli y antes incluso de que su nombre sonara. Admiro su inventiva, su preparación y una capacidad de trabajo formidable que igual le permite llevar a la perfección un futuro tres estrellas -ya las debería tener- como este Belcanto, que construir un imperio de restaurantes más sencillos, adorados por todo el mundo. Y además, hacerlo todo bien en sus primeros cuarentas es aún más sorprendente.

No voy a Belcanto tanto como querría por lo que noto muchos cambios (hacia la madurez y la excelencia) cada vez que voy. Solo permanece un servicio magnífico y una cocina moderna, colorista, sorprendente y muy apegada a la tierra, lo que lo convierte en el verdadero rey de los chefs portugueses. De todos los tiempos. Parece exagerado, pero poco había antes de él y nada de eso ha permanecido.

Esta vez, tocaba el menú Evolución que empieza con un Dry sauquini, un rico martini de saúco con espuma de limón, un esponjoso bao de pate de hígado bacalao y huevas de trucha, de sabor explosivo y unos originales bocados de piel de pollo rellenos de tartar de calamar, sorprendentemente llenos de ambos sabores, tan disímiles.

Más clásico es el suculento y muy bien aliñado tartar de atún con flor de borraja y dulzor de salsa ponzu, al igual que su elegante y cremosa esfera de foie al oporto.

Todo es una buena preparación para un plato fantástico que reinvierta una ensalada de aceitunas y zanahoria del Algarve convertida en una exhibición de texturas con el añadido de leche piñón y granizado de altramuz: hojas en tempura, shots de aceituna, crudos, crema y esferificaciones de ambas.

Sigue un descanso de técnica -pero un chute de sabor-, con la terrina de hígado de merluza de las Azores con caviar, alga codium y una potente salsa de limón (que se hace cremosa con el colágeno de la merluza).

La segunda parte del menú empieza con los espléndidos panes de la casa, que siempre me han encantado (desde la suntuosidad del brioche de aceitunas hasta el muy portugués de maíz pasando por la esponjosa espelta o el clasicismo del blanco), aunque lo que realmente me entusiasma son esas originales mantequillas que acompañan a la más tradicional: de cenizas y de farinheira, un embutido de cerdo, harina y pimentón.

La ensalada César de bogavante es también un juego de texturas: nieve de tomate, agua de tomate, emulsión de yuzu, crujientes hojas de lechuga con salsa cesar y canelón de aguacate además de un estupendo buñuelo de aguacate en tempura que simula el hueso del aguacate. E intercalado en todo ello, el impresionante crustáceo.

Después de tanta frescura, llega la pura densidad de una yema curada y acabada a baja temperatura con una reducción de remolacha, cebolla roja, anguila ahumada, cenizas de trufa y espuma de tupinambo. Una delicia con predominio de toques ahumados.

Antes de los pescados, la exhibición de mariscos que compondrán un espléndido arroz que llega casi al final y que es una innecesaria prueba del excelso producto que maneja esta casa. Con una buena plancha bastaría por sí sola para hacerla única, pero esto es mejor.

Y si no vean, esa inmersión en el mar que es una estupenda lubina semisumergida en una levísima, pero muy sabrosa, agua de dashi y coronada de bivalvos (navajas, berberechos, almejas…) y algas, una receta muy sutil y refinada en toda su sencillez.

Aunque no sé si me quedo con el potente salmonete con un curry verde que es anaranjado porque se enriquece con un gran caldo de cabezas de carabinero. Lo mejor de un curry y, cómo no, lo mejor de un gran fondo de pescado. Para refrescar, porque los sabores son deliciosamente intensos, una rica ensalada de manzana verde.

Y con todos los mariscos de hace un opulento arroz Atlántico que lleva bogavante azul, langosta, carabinero, gambas, una original espuma de mar y una aromática emulsión de cilantro que aligeran de tanta intensidad. Además unos puntos de crema de las cabezas. Un súper arroz cremoso y lleno de sabor.

Se acaba lo salado con un gran clásico de este chef, homenaje al clásico lechón de Bairrada pero en versión mega refinada: cochinillo con salsa de pimienta y puré de cáscara de naranja Apenas la piel crujiente y una lámina de carne, en plan pato pequinés, y el perfecto contraste de la naranja. Y eso sin olvidar unas elegantes patatas suflé que saben a poco.

También es un plato de tradición refinada el tocino de cielo (muy popular en Portugal también y que no es de yemas) con leche de piñón y un inesperado granizado leche tigre con hierbas (en especial lemongrass) que sorprendentemente queda muy bien entre tanto dulzor. Una fusión luso asiática estupenda y diferente.

La tarta de ruibarbo y manzana verde con sorbete de manzana y caldo de ruibarbo es apenas una base de galleta, muy crujiente y de intenso sabor a mantequilla, con las frutas confitadas por encima. Apenas…

Y para rematar, una verdadera belleza: una flor de girasol cuyo centro es un choux relleno de yuzu, huacatay semillas de girasol. Tiene hasta una mariposa y es un colofón brillante a una comida espléndida.

Es la primera vez que el chef me invita, pero ya les había hablado muchas veces de sus excelencias. Supongo que eso me libra de sospechas. Si es así, háganme caso y no se lo pierdan. Creo que no me equivoco al decir que es el mejor del país.

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