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Belcanto

Siempre he admirado enormemente a Jose Avillez. Será porque lo conozco desde sus mismos inicios, antes de su decisivo paso por El Bulli y antes incluso de que su nombre sonara. Admiro su inventiva, su preparación y una capacidad de trabajo formidable que igual le permite llevar a la perfección un futuro tres estrellas -ya las debería tener- como este Belcanto, que construir un imperio de restaurantes más sencillos, adorados por todo el mundo. Y además, hacerlo todo bien en sus primeros cuarentas es aún más sorprendente.

No voy a Belcanto tanto como querría por lo que noto muchos cambios (hacia la madurez y la excelencia) cada vez que voy. Solo permanece un servicio magnífico y una cocina moderna, colorista, sorprendente y muy apegada a la tierra, lo que lo convierte en el verdadero rey de los chefs portugueses. De todos los tiempos. Parece exagerado, pero poco había antes de él y nada de eso ha permanecido.

Esta vez, tocaba el menú Evolución que empieza con un Dry sauquini, un rico martini de saúco con espuma de limón, un esponjoso bao de pate de hígado bacalao y huevas de trucha, de sabor explosivo y unos originales bocados de piel de pollo rellenos de tartar de calamar, sorprendentemente llenos de ambos sabores, tan disímiles.

Más clásico es el suculento y muy bien aliñado tartar de atún con flor de borraja y dulzor de salsa ponzu, al igual que su elegante y cremosa esfera de foie al oporto.

Todo es una buena preparación para un plato fantástico que reinvierta una ensalada de aceitunas y zanahoria del Algarve convertida en una exhibición de texturas con el añadido de leche piñón y granizado de altramuz: hojas en tempura, shots de aceituna, crudos, crema y esferificaciones de ambas.

Sigue un descanso de técnica -pero un chute de sabor-, con la terrina de hígado de merluza de las Azores con caviar, alga codium y una potente salsa de limón (que se hace cremosa con el colágeno de la merluza).

La segunda parte del menú empieza con los espléndidos panes de la casa, que siempre me han encantado (desde la suntuosidad del brioche de aceitunas hasta el muy portugués de maíz pasando por la esponjosa espelta o el clasicismo del blanco), aunque lo que realmente me entusiasma son esas originales mantequillas que acompañan a la más tradicional: de cenizas y de farinheira, un embutido de cerdo, harina y pimentón.

La ensalada César de bogavante es también un juego de texturas: nieve de tomate, agua de tomate, emulsión de yuzu, crujientes hojas de lechuga con salsa cesar y canelón de aguacate además de un estupendo buñuelo de aguacate en tempura que simula el hueso del aguacate. E intercalado en todo ello, el impresionante crustáceo.

Después de tanta frescura, llega la pura densidad de una yema curada y acabada a baja temperatura con una reducción de remolacha, cebolla roja, anguila ahumada, cenizas de trufa y espuma de tupinambo. Una delicia con predominio de toques ahumados.

Antes de los pescados, la exhibición de mariscos que compondrán un espléndido arroz que llega casi al final y que es una innecesaria prueba del excelso producto que maneja esta casa. Con una buena plancha bastaría por sí sola para hacerla única, pero esto es mejor.

Y si no vean, esa inmersión en el mar que es una estupenda lubina semisumergida en una levísima, pero muy sabrosa, agua de dashi y coronada de bivalvos (navajas, berberechos, almejas…) y algas, una receta muy sutil y refinada en toda su sencillez.

Aunque no sé si me quedo con el potente salmonete con un curry verde que es anaranjado porque se enriquece con un gran caldo de cabezas de carabinero. Lo mejor de un curry y, cómo no, lo mejor de un gran fondo de pescado. Para refrescar, porque los sabores son deliciosamente intensos, una rica ensalada de manzana verde.

Y con todos los mariscos de hace un opulento arroz Atlántico que lleva bogavante azul, langosta, carabinero, gambas, una original espuma de mar y una aromática emulsión de cilantro que aligeran de tanta intensidad. Además unos puntos de crema de las cabezas. Un súper arroz cremoso y lleno de sabor.

Se acaba lo salado con un gran clásico de este chef, homenaje al clásico lechón de Bairrada pero en versión mega refinada: cochinillo con salsa de pimienta y puré de cáscara de naranja Apenas la piel crujiente y una lámina de carne, en plan pato pequinés, y el perfecto contraste de la naranja. Y eso sin olvidar unas elegantes patatas suflé que saben a poco.

También es un plato de tradición refinada el tocino de cielo (muy popular en Portugal también y que no es de yemas) con leche de piñón y un inesperado granizado leche tigre con hierbas (en especial lemongrass) que sorprendentemente queda muy bien entre tanto dulzor. Una fusión luso asiática estupenda y diferente.

La tarta de ruibarbo y manzana verde con sorbete de manzana y caldo de ruibarbo es apenas una base de galleta, muy crujiente y de intenso sabor a mantequilla, con las frutas confitadas por encima. Apenas…

Y para rematar, una verdadera belleza: una flor de girasol cuyo centro es un choux relleno de yuzu, huacatay semillas de girasol. Tiene hasta una mariposa y es un colofón brillante a una comida espléndida.

Es la primera vez que el chef me invita, pero ya les había hablado muchas veces de sus excelencias. Supongo que eso me libra de sospechas. Si es así, háganme caso y no se lo pierdan. Creo que no me equivoco al decir que es el mejor del país.

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Alejandro Serrano

Ha valido la pena hacer 300km para probar la cocina de este chef, uno de los cocineros del futuro, aunque ya sea todo presente. Se llama Alejandro Serrano y en su restaurante, de igual nombre, practica una cocina marina de tierra adentro llena de sentido, elegancia, sabor y técnica.

Esto ya es mucho pero si contextualizo, es aún más porque Alejandro tiene solo 24 años y su cocina es impropia de su edad. Además, el restaurante Alejandro Serrano parece ya muy hecho a pesar de su novedad. Es elegante, con buen servicio y espléndido menaje. No conozco tanto esta región pero hay muy pocos así en la mayoría de las capitales. Porque, por si fuera poco, resulta que está escondido en Miranda de Ebro, una ciudad sin tradición gastronómica conocida. Mucho menos en alta cocina de vanguardia y, en ese erial, Alejandro brilla mucho más.

Tiene un gran menú, muy de mar, pero hecho tierra adentro por lo que pescado y mariscos se hacen montaña y campo. Empieza con unos ricos entremeses, muy vistosos, de manzana infusionada con hierbas, aceituna mimética -que estalla llenando nuestra boca de intensidad líquida de aceituna y anchoascaracola de monte -que es un crujiente con romero-.y un bocado estrella: hoja de ostra y caviar cítrico que prepara el paladar para una densa e intensa bola de mousse de anchoa y pimienta de Sichuan. Por si fuera poco, un original trío de “untables” mantequilla tradicional, caviar marino que es alga nori convertida en diminutas esferas y una densa yema marina.

A caballo entre los platos y los aperitivos, dos platitos notables. Estupendo el falso suflé de albahaca y tomate provenzal, con un gran crujiente que lo abraza, y otra esfera púrpura, esta vez de salmorejo de Miranda. Como en las dos veces que he utilizado el adjetivo, me ha parecido demasiado densa. La idea es excelente y el sabor aún mejor, pero la mousse necesita mayor ligereza, algo de aire. Menos mal que la acompaña de infusión de tomate y hierbas, un caldo frío absolutamente perfecto a la manera de los que hace el gran Freixa.

Palabras mayores son el plato de las gambas al ajillo, una versión de uno muy premiado ya. A un delicioso ravioli (con punto de cocción de puro italiano) que estalla en caldo de las cabezas, acompaña a un espléndido tartar aliñado con Bloody Mary de limón y coronado por el crujir de la cabeza frita.

También son excelentes y muy diferentes, las almejas tomilleras de Carril, porque se esconden en aire de mantequilla de tomillo, se envuelven en una estupenda y clásica beurre blanc y -para no perder el toque de la marinera española-, se sirven junto a unos pequeños ñoquis de ajo y perejil que saben a la salsa de siempre, pero el ser de patata sustituyen al pan para mojar. Absolutamente estupendas. Hacer notar que también hay aquí hierbas de monte. Como en todos los platos y, como en cada ocasión, magistralmente usadas.

Me ha gustado la merluza en adobo de txakolí de Miranda y tempura de sake porque lleva a su terreno una gran creación del aún más grande Eneko Atxa. Está tremendamente crujiente por fuera y muy jugosa por dentro. Se acompaña de una muy original y espumosa mayonesa al limón caliente y de unas patatas fritas que son láminas transparentes que parecen de cristal. También de una estupenda y diferente limonada que es kombucha de limón y hierbas hecha en casa.

No hay guiso de pescado más de tierra adentro que el bacalao con patata: y aquí es una receta casi de puré: callos al pil pil con crema de piel de patata mezclada con otra de la pulpa, ambas tostadas. Sabores populares y toques ahumados por obra de ese tostado. Los más profundos por mor de la piel.

Sigue un cambio de tercio hacia una estupenda crema de mejillones escabechados con mostaza fresca y aceite de flores otoñales que me ha recordado el gran aperitivo de José Manuel de Dios en La Bien Aparecida. Densidad, intensidad y mucho sabor.

El rape al wok escabechado es otro gran guiso de interior, esa manera antigua e inteligente de conservar el pescado (y otras cosas) que eran esos grandes escabeches. La técnica de cocinado -que me mostró hace años David Muñoz– sella perfectamente el pescado, completamente cocinado pero extraordinariamente jugoso.

Había que acabar con carne, pero aquí todo es pescado, así que qué mejor que una espléndida parpatana glaseada (homenaje a su maestro Mario Sandoval) con raíces de puerros fritos y una crema de puerros ahumados que parece el famoso puré Robuchon en versión puerros. Espléndida.

Muy bien en lo salado, llega la dura prueba de los postres, durísima en España donde suelen ser tan mediocres. Alejandro la pasa con nota llenando la mesa de rosa. Son el Daikiri carbonatado de lima y fresa, una estupenda crema que parece una nube. Muy aterciopelado y conseguido el helado de vainilla y fresas con merengue rosa, sobre todo por la presencia de un soberbio merengue italiano. Aunque quizá me quedo con una súper originalidad: las palomitas, que son una pavlova de maíz y mango perfecta técnicamente y con un merengue (seco esta vez) sensacional. Para rematar esta preciosa y rica exhibición, piruletas de fresa y menta y macarron de albahaca y frambuesa helada, unos buenos bocados con sabores a hierba y fruta.

Ya pensaba que era todo pero la compañía del café está muy bien: uma buena creme brulee con vainilla bourbon (de textura y sabor extraordinarios) y helado de vainilla, para mi algo azucarado de más (me encanta la vainilla) pero estupendo también.

Alejandro Serrano es meticuloso, esforzado, imaginativo, audaz y, como todos los grandes chefs, solo piensa en cocina. Aún se le nota la influencia de sus maestros, en especial la de Eneko Atxa y Mario Sandoval pero eso se cura con el tiempo y en este caso, tan preparado y creativo, preveo que será muy corto. No conozco a todos los jóvenes talentos pero pocos tienen tanto futuro como él. Si están cerca, no lo duden y vayan hasta Miranda. Si están más lejos, bien vale la pena el viaje.

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Cura

El hotel Ritz de Lisboa, hoy Four Seasons, es uno de los grandes y míticos hoteles del mundo. Cuando se abrió en los 50, Lisboa aún era un nido de espías y sobre todo, refugio de reyes destronados, multimillonarios del estaño o el petróleo y aristócratas no repuestos todavía de los sobresaltos de la II Guerra Mundial. Es elegante en aquel colorido y lujoso estilo cincuentero y cuenta con una colección de obras de Almada Negreiros, absolutamente única.

Acaba de ser remodelado y ha tenido el acierto de convertir una de sus salas de reuniones en un bonito restaurante, cosa que necesitaba porque solo contaba con uno, el estupendo Veranda.

Pero me ha decepcionado el nuevo Cura, no tanto por ser malo como por estar muy por debajo de las expectativas de un lugar tan lujoso y bello, como lleno de pretensiones. El restaurante es obra de Miguel Cancio Martins, el más internacional e interesante de los decoradores portugueses. Y la espléndida decoración es la nota más destacada del lugar. Bueno, también un servicio de pan maravilloso. Él menú más barato cuesta 95€.

Practica esa moda tan poco imaginativa de llamar a los platos por sus ingredientes principales y eso es un error porque, a veces, hay hierbas y condimentos tan potentes que casi nunca se percibe ninguno de los componentes anunciados. Pasa exactamente con unos ricos palitos de garbanzo, coliflor y ras al hanout (pero que a mí me han sabido demasiado a vinagre), casi igual que la tartaleta de tomate, poleo y pistachos en la que este último sabor era inexistente. Estaba muy buena porque el tomate es una esferificación escondida que explota en la boca, pero el fuerte sabor del poleo y el de una hoja que no hemos identificado se comían todo lo demás. Más sencillo y mucho más rico el último aperitivo: vaca, masa madre y cenizas, un suculento estofado de carne de vaca que rellena un buñuelo a modo de takoyaki japonés.

El siguiente plato se llama calamar, avellana, bergamota, mantequilla tostada de algas y caviar. Son unos estupendos tallarines de calamar, levemente escalfados -qué nos sirve el propio chef- y acompañados de dos salsas. La de mantequilla tostada (que es la que pone él) es espléndida y sabrosa y todos los sabores potentes, con nueva presencia de toques de vinagre. Por eso no se entiende la inclusión de un caviar cuyo sabor se pierde completamente entre los demás. No comprendo esta moda reviente de poner caviar sin ton ni son. Soy muy de clase media y me encanta, pero tampoco hay que pasarse.

Portugal es país de muy buenos panes y el chef mejora esa tradición con los suyos, uno excelente de espelta y otro que es un sutil y esponjoso bollito de leche. La broa de milho, que es el pan de maíz, lo convierte en unos palitos de queso de San Jorge de las Azores. Además buen aceite y, como es frecuente ahora, mantequilla ahumada.

El goraz es una especie de besugo de las Azores y protagonista de goraz/brécol/perejil/azafrán. El pescado es bueno y me gustó bastante la emulsión de los hígados a modo de salsa. La mezcla del brécol y varias hojas de playa, de las que nacen al borde del mar, ahora tan en boga, acompañaba muy bien. Eso sí, no noté azafrán por ninguna parte.

Quizá el plato que más me gustó fue el cerdo alentejano/nabo/naranja/anacardos/mostazas. La carne es espléndida y el punto magnífico, así como la salsa y ese toque de mostaza y naranja que anuncia el plato. Los nabos no aportan mucho con su enervante insipidez pero tampoco molestan.

Fresas, cilantro, flor de saúco, halófilas es el primer postre y resulta muy refrescante. Mezcla un buen helado con crujientes y el toque del cilantro me gusta mucho en los postres, aunque no quiero pensar lo que van a decir los muchos detractores (sobre todo españoles) de esta hierba.

La cena acaba con cacao/levístico/girasol/arábiga, una agradable mezcla de chocolate y café en la que resalta un estupendo y sorprendente helado de apio que queda espléndidamente bien como contrapeso de los otros sabores. Muy rico.

La verdad es que no está mal y el lugar, como decía, es apacible y precioso pero hay cosas raras como que las mejores mesas estuvieran vacías y las de dos (todas llenas) arracimadas junto al ventanal, así que la mayoría de nosotros estábamos a un lado, en mesas pequeñas, y el centro de la sala que ve mejor la cocina sobre la que se articula el restaurante, vacío. Tampoco es muy comprensible que solo ofrezcan champán cuando se pide, ya que no aparece en la carta. Y eso porque en ella solo hay vinos portugueses… Pues no sé. O se tiene o no se tiene.

En fin, está empezando y el chef Pedro Pena tiene madera pero, a todos ellos, aún les falta por saber qué clase de restaurante quieren ser cuando sea mayor.

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Belcanto de José Avillez

Jose Avillez es uno de los chefs más famosos de Portugal y, sin duda, el más exitoso porqie su cadena de restaurantes es enorme y su nombre una marca. Sin embargo, ha tenido el acierto de mimar su local con dos estrellas Michelin y que ya merece la tercera. A pesar de sus fórmulas más comerciales, este sigue siendo la niña de sus ojos. Se llama Belcanto y hace dos años volvió a cambiar de local (se lo conté aquí) para encontrar por fin -y justo al lado- el lujoso y elegante lugar que merecía su cocina. A pesar de la fama, sigue cocinando y estando allí siempre que puede. Por eso, he roto mis hábitos de no meterme estas comilonas por la noche. Pero era la última que estaba antes de un viaje a Dubái.

Y esa presencia de los chefs se nota. Este es en un restaurante elegante y de exquisito servicio y una cocina que mezcla técnicas de vanguardia con bases portuguesas, preparaciones y saberes tradicionales, maestría técnica, sabores potentes o sutiles, según el plato, productos excelsos (ay la despensa portuguesa, qué maravilla…) y una elegancia a raudales que compone bellísimos platos.

Y estando él, nos ha preparado un menú con platos nuevos, pero también otros de años pasados y que mantiene, cosa que no sé por qué no hacen los demás (quizá porque no tienen carta y aquí sí la hay). Por eso les pondré los años. Empezamos por el dirty sauquini ( 2020) con saúco, espuma de limonada y sal de paprica, lo que constituye una ingeniosa variación del Dry Martini. Para acompañar un pan bao delicioso con anguila ahumada, hígado de bacalao y huevas de salmón (2020), una mezcla de sabores fuertes y excelentes.

El tártaro de ostra con vientre de atún y borraja (2020) es mucho mejor que una simple ostra. Tiene muchos más sabores (el atún le queda perfecto a la ostra), un toque picante y una estupenda (y bonita) perla de manzana que es una delicioso bombón líquido que suaviza los sabores fuertes. Llega con una esfera de oro de foie gras, albaricoque y Oporto (2021) que es puro foie con unos suaves aromas de fruta que lo realzan. Y hay dos delicias más: picadillo de calamares con piel de pollo asado, crema de yema de huevo y huatacay (2021) -que es una mezcla excitante y fantástica- y tostada de carbón con sardina braseada, pimientos asados y berenjena, un original homenaje al plato primaveral (y veraniego) más clásico de Lisboa.

Ei primer plato evoca la clásica ensalada de zanahoria del Algarve (2021). Muchas texturas de zanahoria (en crema, encurtida, esferifucada, confitada) con leche de piñón (que me recuerda al ajoblanco), caviar de altramuces (helado con nitrógeno), esferificacion de aceitunas y algo de aceite. Delicioso. Un platazo moderno basado en lo más tradicional y sencillo que imaginarse pueda.

Hay un capítulo muy interesante, ya contado en posts anteriores, de panes y mantequillas, que sirven ahora. Estas son de carbón (con cenizas vegetales), farinheira (que es un embutido portugués algo parecido al chorizo) y normal de las Azores, que es mi preferida. Los panes son de aceitunas, blanco de un trigo autóctono y de maíz, que aquí se llama broa y es muy popular.

Lo sirven antes de la ensalada Cesar de bogavante (2021) que en realidad son varias porque además, lleva diversas texturas de aguacate, canelón de aguacate y bogavante, este en tempura y rematando, emulsión de trufa y yuzu, -donde no noté la trufa-, y granizado de tomate.

Venía soñando con una cosa en la que siempre ha sido especialista Avillez y que nunca ha faltado en sus cartas y es el carabinero. Ahora es uno de primavera al curry (2020), delicioso el curry pero con menos especias para no matar su sabor. La salsa además, se adorna con el jugo de las cabezas. Tiene también una ensalada de lima, gel de manzana (que da un toque frutal delicioso), espárragos y ceniza vegetal. Un plato en el que la salsa es de una riqueza y profundidad impresionantes.

El salmonete asado (2021) es un plato tan barroco como lleno de sabores. Tiene dos salsas: una de carabinero y otra llamada emulsión del mar y que sabe a pescado y a algas. Como acompañamientos, caviar, peixinhos da horta (los súper típicos aperitivos de judías verdes rebozadas que aquí hace la chulada de presentarlos con un nudo), calamares y alga codium. Un poco de puré de zanahoria y naranja, también muy del sur, aportan aún más sabores a este plato exuberante, excelente y lleno de matices.

Otra recta muy adornada es la merluza en hoja de higuera (2021) que llega ante nuestros ojos cubierta por la hoja mencionada. Cuando se descubre, aparece una estupenda tajada de merluza cocinada a baja temperatura con una salsa muy untuosa y cremosa también de merluza y que esconde cocochas, uvas, ajo y puerro. Lo más sorprendente es el acompañamiento de tostada pan de trigo con mantequilla de jamón e higo. Una mezcla muy original, algo disparatada y bastante buena.

La paloma asada es presentada antes de ser trinchada. La asan en heno y queda con un punto excelente. Está espléndida con sus toques ahumados, un poco de pak choi, una estupendas salsa de avellanas y canela y una emulsión de trufas pero me temo que tanta delicia es tan solo un pretexto para la verdadera estrella del plato, un asombroso pastel de nata reinventado y, para mi, que no soy tan goloso, hasta mejorado. La base es la misma de siempre pero el hojaldrado es especialmente bueno, sabroso y crujiente. El relleno, nada de crema pastelera, una excelsa mezcla de pichón, alcachofas y trufa. Sin duda, uno de los cénits de la cena y uno de los mejores pasteles salados que he comido nunca.

Nos disponíamos, ya sin fuerzas, ni físicas ni mentales, a tomar un postre, cuando observamos que el cuchillo es de carne, tipo navaja afiladísima y, para colmo llega -para colmo porque habría preferido algo normal para no comerlo o solo probarlo- una carne absolutamente memorable, mezcla de muchas cocinas del sur del Mediterráneo y del Algarve que es lo más mediterráneo de Portugal. Es la paleta de cordero rellena de leche (2021) una colosal mezcla de espléndido cordero lechal, cus cus libanés de gran tamaño (llamado cus cus perla) con las muy portuguesas habas con morcilla de arroz, menta y limón confitado marroquíes y un estupendo puré de habas y judías escondido por ahí. La mezcla de sabores a menta, cordero, limón, embutidos… no solo es que sea evocadora, es que resulta un regalo para los sentidos, porque los aromas son deliciosos y la vista de los colores, excitante. Un colofón espectacular.

Como primer postre, tocino de cielo y de la tierra (2021) y así se llama porque al dulce tradicional portugués a base de yemas y almendras se añaden elementos sorprendentes y nada frecuentes en un postre pero que funcionan a la perfección, como un sorbete de guisantes, muchas hierbas aromáticas -entre las que destaca el cilantro– y hasta una finísima lámina de tocino que se empasta a la perfección con el falso tocino que es el dulce así llamado. En la base y refrescando leche de piñones.

Texturas de fresa y tomate es otra de las mezclas diferentes y arriesgadas (aunque está ya más habitual) de las que le gustan al chef y ya conté de aquel extravagante (y rico) postre que hasta tenía tinta de calamar y aceite. Estas son fresas con nata en diferentes texturas y técnicas y con el buen añadido del tomate que tampoco es tan raro en postre, al menos desde que Ferrán Adria nos recordó que era una fruta. Se acaba con unas preciosas y muy sabrosas cerezas de nutella casera y con bolas de Berlín, el bollo más portugués (de masa frita y crema pastelera) y que casi los lleva a la rebelión cuando el gobierno quiso prohibir su venta en las playas.

No es barato como ningún dos estrellas Michelin – y que merecería tres- de este nivel, pero vale la pena al menos una vez, porque es comprensible y sensato, diferente y estimulante, clásico y moderno, popular y sofisticado, todo a la vez. Para gustar a vanguardistas y a comilones de toda la vida. Para mi, de lejos, el mejor de Lisboa y quizá de Portugal. En su mejor momento.

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Smoked Room

Les confieso que, aunque nunca fui un rendido fan, me gustaba mucho el Dani García de la alta cocina desde que lo conocí en sus comienzos en Ronda. También, que no aprecio demasiado las versiones comerciales y facilonas en las que anda ahora. Y les digo todo esto para que valoren, en su justa medida, lo que les voy a contar, porque me ha gustado mucho la vuelta a la elegancia de altos vuelos con su Smoked Room. Y no lo digo por el local, sumamente oscuro y con pinta de discoteca de la Europa del Este, sino por la ambición y riqueza de su cocina. Parece una barra japonesa (más dos mesas en la sala adyacente, máximo 14/16 persomas) y se articula en torno al humo (no en vano está dentro de su restaurante Leña) pero es mucho más que eso, porque se trata de una exhibición de alta cocina en la que abunda la vanguardia y el cosmopolitismo pero también lo popular y lo más ancestral o sea, fuego y brasas.

Solo tiene menú degustación y nada más que uno. Vale la pena. Empieza con un pan horneado en madera de lichi, algo ácido, al que acompaña una mezcla grasa vegetal y animal sumamente rica e interesante: crema de aguacate a la brasa y mantequilla de Normandía. Toques ahumados y untuosos.

La tartaleta de cangrejo real con nata avellanda y piparra ahumada y jengibre frito es una buena mezcla en la que sorprende esa nata cocida con matices de avellana.

La quisquilla de Motril, mantequilla noisette y pimienta ahumada, tiene también yuzu kosho -lo que le da un toque cítrico- y está bastante buena gracias a un toque picante que me encanta. Sin embargo, la base de mantequilla derretida, a mi particularmente, me resulta demasiado grasa y empalagosa.

Como si adivinara esa impresión, todo los contrario son los brillantes percebes a la brasa estilo bourguignon que, pelados y cortados, se acompañan de una mantequilla de hierbas y ramallo de mar. Las uñas y las pieles se usan para el fondo y el plato acaba siendo una sabrosa y estupenda versión de los caracoles a la bouguidnone.

El puchero de algas, caviar ahumado y hierbabuena es uno de los puntos álgidos del menú porque, para empezar, se acaba en la mesa con todo lujo de e explicaciones. El caviar es excelente y se potencia con alga combu, pero lo más sorprendente es ese caldo clásico que sabe exactamente como esos maravillosos caldos del puchero andaluces que rezuman hierbabuena. Una mezcla que funciona sorprendentemente bien.

Y delicioso resulta el néctar de tomate a la brasa, tomates cherry de navazos, grosellas y alga nori. Los navazos son huertos que se forman ahondando el arenal de una marisma, lo que da a las hortalizas sabores marinos asombrosos. Los tomates marinados son una delicia. También usa tomate cereza amarillo, además de jugo tomate ahumado y una bonita y crujiente galleta de alga kombu.

Si el plato anterior me ha recordado a alguna de las impresionantes versiones del gazpacho del chef, este excientante tomate nitro de anguila ahumada, caramelo de pimiento asado y ajoblanco malagueño me ha transportado a uno de sus platos míticos. El tomate se monta con una excelente mousse de anguila ahumada, el caramelo pimiento asado a la brasa le da un toque dulzón excelente y el ajoblanco -mi sopa fría preferida- es sencillamente colosal. Un plato redondo por sabor, sorpresa y belleza.

El dashi de tomate, moluscos y puré de aguacate ahumado, también es una magnífica idea que recrea un ceviche con el añadido del dashi. Parece simple porque solo tiene un sabroso hielo picado acevichado, buenas concha fina y berberecho y un delicado fondo de aguacate ahumado, pero conceptualmente es muy interesante. Recuerda mucho al ceviche pero las texturas son diferentes y el sabor más complejo.

No sé si será porque este crescendo era demasiado o porque este plato salió regular pero el bogavante a la brasa y salsa de pimienta verde, imitando el famoso solomillo a la pimienta verde, es lo que menos me ha gustado, a pesar de su originalidad. No sé si es por madurar el crustáceo o por hacerlo demasiado pero me ha resultado muy seco y fibroso y eso que la salsa estaba muy buena.

Quizá sea porque aguanta mejor la maduración o por estar menos hecho, pero el virrey reposado, guisantes lagrima a la brasa y sabayon de miso y Palo Cortado, está buenísimo y es un excelente plato de pescado. Madurado de 7 a 12 días, tiene gran sabor y textura pero es que además el acompañamiento de guisantes làgrima a la brasa y el suave sabayon son espléndidos.

Empiezan las carnes con la albóndiga de pato madurado, ostra asada al sarmiento y puré de apio a la brasa. Es una estupenda transición porque la ostra guillardeau nº 5 lo coloca a medio camino del mar y la tierra. Como es sabido no me gustan las ostras pero la brasa le da un toque ahumado delicioso, el apio suavidad y la intensa y profunda salsa le resta rudeza. La albóndiga es realmente rica también.

Se acaba con un estupendo y muy jugoso waygu A5 de Kagoshima, cebolla trufada con queso Comté ahumado y pan brioche. La carne está llena de infiltraciones de grasa y los acompañamientos le van muy bien salvo, para mi, el queso, porque el intenso Comté de 30 meses y la cebolla le dan un delicioso sabor, pero acrecientan las notas grasas de la carne. Lo que me ha encantado es la lechuga con vinagreta trufada y el brioche horneado al momento. Todo junto compone un bocadillo memorable.

Lo dulce comienza con un dorayaky de limón. El limón está ahumado, también en crema y hasta en polvo de limón negro, una manera muy compleja de tratar el cítrico. Algo reseco pero de espléndido sabor.

Muy original la calabaza a la brasa y mandarina, en esa línea tan moderna y española de postres que huyen tanto de lo dulce como lo de lo convencional. Los helados de calabaza y mandarina (gran mezcla) se completan con unas buenas pipas de calabaza garrapiñadas (en salado) y también aceite de calabaza. No sé si más original que bueno.

Del que no albergó una duda es de la tarta di rose y mucha vainilla, un delicioso y crujiente pastelito que participa de nuchas cosas que me encantan: brioche caramelizado, kougi aman, hojaldre, etc. porque a todo eso me ha recordado. La vainilla delicada y deliciosa.

Me ha encantado esta vuelta a la creatividad más desbordante y a la cocina de altos vuelos. Me ha gustado e interesado pero es que, además, el servicio es excelente y la carta de vinos, elaborada por un muy buen sumiller, realmente buena. Tampoco me ha parecido un precio excesivo -135€- para la calidad de los platos (contenido y continente porque son una delicia artesana) y lo exquisito de la puesta en escena así que, con esos presupuestos, ya adivinarán la conclusión: muy recomendable.

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Dspeak

De las pocas cosas buenas que está teniendo este mundo distópico del Covid es que casi todo parace un renacer. A la falta de libertad, la mente responde con un sarpullido de júbilo cuando la recuperamos un poco. Aunque sea un resquicio de la vida anterior, eso ya basta para hacernos felices. Lo mismo ocurre con la vuelta a los restaurantes, porque después del tiempo transcurrido, acudimos a ellos como si fuera por primera vez.

Y con ese espíritu he vuelto a Dspeak (antes Dspeakeasy), el estupendo bistro de Diego Guerrero, en el que el asombroso chef dos estrellas y legiones de fans, parece relajarse ya que las propuestas son más informales y, para empezar, hay carta. Y ya les digo que ha sido espléndida la comida en esta su propuesta “informal”, en la que demuestra estar más en forma que nunca y eso que no siempre las segundas líneas de los grandes están a la altura. Aquí todo es alta cocina, pero concebida con humildad.

Además de la carta, hay sugerencias del día, generalmente irresistibles. Y por eso hemos empezado por la hojaldrada y deliciosa empanada de vieira que para mayor originalidad, es redonda e individual. El relleno es clásico y delicioso con la fritada de pimientos y cebolla resaltando las vieiras, pero lo que más me ha gustado ha sido la masa fina, dorada y crujiente, menos densa que la habitual.

Siguiendo con los “panes”, es ya un clásico de la casa el impresionante bocadillo (de brioche) con carabinero. Además de varios buenos trozos del crustáceo, está relleno de una estupenda ensalada coles al modo americano, tartar de carabinero y rocoto. Es un bocado delicioso, picante y sabroso, que llena el paladar de sabores envolventes.

Que un bocadillo de carabineros sea excelente parece más fácil que hacer un súper plato agromarino con una simple y generalmente insípida coliflor. Pues aquí se consigue y resulta excitante gracias a una tierra crujiente de ajo, una aterciopelada crema de coliflor, una potente salsa de anchoas y un picantito toque de chile. Y para remate, unas excepcionales anchoas enteras. Quizá el plato más impresionante de la comida. Por su calidad innegable, pero también por lo inesperado.

Otros de los platos del día eran unas clásicas anchoas albardadas (rebozadas para la mayoría de los mortales) con ensalada pimientos. Las anchoas (boquerones para los sureños) estaban buenísimas bajo su manto amarillo y crujiente y la ensalada ennoblecería cualquier fritura y es que quien puede lo más…

También deliciosas (otro plato agromarino) las soberbias alcachofas con anguila ahumada. Repiten un poco el esquema de la coliflor en una densa y profunda salsa de anguila que da mucha consistencia al plato sin robar sabor a las alcachofas. Como remate crujiente, unas apetitosas alcaparras fritas.

Lo más cañí está representado por los torreznos con piña, achiote y mezclum. Se trata de una buena ensalada de piña condimentada con achiote y que rebaja muchos grados la grasa de los torreznos. Elegante y tradicional (salvo que nadie los pone con ensalada. Lamentablemente…)

Todo lo contrario que el creativo bacalao con salsa verde de algas, salfifi crujiente y salteado de ajetes. El bacalao se deshace lasca a lasca y es de una calidad excelente. La salsa lo acompaña muy bien con su suavidad marina y también con su bonito e intenso color. Lleva escondidos los verdes ajetes que aportan sabor vegetal. Por encima esas tiritas de crujiente salsifi que me valdrían como estupendo aperitivo con un buen vermú (que también lo tienen).

Para acabar un poco de carne en forma de un fantástico mole negro de rabo de vaca con ensalada de aguacate, chile y granada. Nunca había visto este mole. Casi siempre son de guajolote (pavo), pollo, carne, etc. pero esta perfecto con la gelatinosodad del rabo de vaca. La salsa es excelente gracias a sus mil sabores y el ajonjolí queda muy genial. En la misma línea que con los torreznos, se agradece esa fresca y bella ensalada que aligera y regresa tanta potencia.

Como me pasa con tantos y tantos grandes chefs españoles, he de reconocer que lo dulce no es lo que más me gusta de su obra. Sin embargo, hemos probado tres buenos postres. Nos ha fascinado el queso de chocolate blanco, un gran trampantojo hecho con fermentación de miso, leche y choco blanco. La corteza de licuado de pera y el sabor único. Parece una torta del Casar (o la Serena) pero es un gran postre de chocolate, lleno de creatividad y manos artesanas. Aunque sea de chocolate blanco

El flan de chocolate es clásico, cremoso y muy untuoso. Es una gloria para golosos y chocolateros y me encanta que lo mezcle con el toque crujiente, seco y salado de los anacardos.

Ya habíamos terminado pero por culpa de unos niños que lo estaban comiendo (los niños parecíamos nosotros) nos hemos lanzado en un ataque de gula a por el donut que es una bola perfecta hecha con esta masa frita -que Diego engrandece- de la que se desborda un estupendo relleno de chocolate y plátano. Una auténtica locura y lo digo yo, que no me gustan los donuts. Si se pasean por mi página de IG (@anatomiadelgusto) disfrutarán del vídeo y me entenderán aún mejor.

Qué alegría la vuelta a Dspeak. Un reencuentro con una comida excelente, una decoración luminosa y espartana que me encanta, un servicio amable, cercano y estupendo y un Diego Guerrero en su mejor expresión y a precios muy sensatos. Pronto en Dstage

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A Barra

No tengo que decir que A Barra es uno de mis restaurantes favoritos de Madrid y aún sube en el ranking si nos referimos a los de carta y corte clásico. Por cosas de la pandemia (han sido de los más reticentes en abrir) y los cambios de cocina y sala que ha sufrido el restaurante, hacía bastante que no lo visitaba, así que llegué con muchas ganas que no fueron defraudadas.

En la sala se sigue notando la maestría del anterior director, Jorge Dávila, y Alfonso Martin Delgado la comanda con elegancia y enorme profesionalidad. Valerio Carrera, uno de nuestros mejores sumilleres, sigue desplegando talento y ofreciendo vinos asombrosos, especialmente en lo que a generosos se refiere.

Y la cocina, en un gran momento. Para empezar una royal de txangurro con aire de apio nabo que tiene la textura de una crema densa llena de sabor a centollo, a la que la verdura aligera, y un rallado de alga nori que aporta más sabores marinos.

Otro aperitivo original es el choux semilíquido de bacalao al pil pil con crema de piquillos y piel de bacalao frita. La pasta choux, habitualmente dulce, aquí es salada y el relleno es delicioso en su textura semilíquida, si bien la fuerza de los piquillos le roba mucho sabor al bacalao.

Con todo, la más brillante de estas pequeñas entradas me ha parecido la corteza de ternera rellena de ternera al curry, yogur y lima. El juego de texturas es muy estimulante y la corteza de ternera es más suave y original que la de cerdo. El curry está estupendo y el yogur y la lima lo refrescan, además de remitirnos a sabores orientales.

Como primer entrante, sopa de pescado pero no una cualquiera. En el plato, unas deliciosas quisquillas semicrudas acompañadas de bizcocho de algas, de ese que se hace en el microondas y adquiere una naturaleza mucho más esponjosa. Después todo se rocía con un intensísimo caldo de pescado y marisco, absolutamente perfecto y lleno de sabor. Una exquisitez en la que todo está escondido porque solo se ven dos ingredientes.

Huevo de Mos es otro gran plato. La yema está cocinada a baja temperatura y se acompaña de una carbonara hecha con tallarines de caldo Joselito y anguila. Para intensificar el sabor, daditos de anguila ahumada y puerro braseado. Sabor intenso y componentes aterciopelados. Además, el huevo con la anguila, no falla.

Aún más suntuoso es el bogavante azul. Se cubre de lardo, lo que le aporta mucho más sabor y su grasa, jugosidad a la carne del crustáceo. Después, todo se envuelve en un aire de las cabezas y una clásica y muy francesa salsa vino de blanco. En el fondo, una sorpresa: los corales de las cabezas. Una receta que sabe a gran y lujosa cocina clásica francesa.

Solo la glotonería lo justificaba pero tenía que probar el arroz de caza y setas, casi obligatorio en esta época del año. El arroz, con un acabado que reíste al diente sin estar duro y lleno de aromas y sabores, es de una intensidad difícil de encontrar gracias a sus muchos ingredientes, entre los que sobresalen la carnes de caza (torcaz, pichón, liebre, conejo…), las setas y hasta algo de chufa, hierbas aromáticas y pimienta. Para levantar a un muerto (gastrónomo, claro).

Como el pato, de presentación y preparación impresionantes. Al frente del comensal, se trinchan las pechugas para poner el resto en una bellísima y antigua prensa de plata de la que se extraen los jugos con los que se acaba la salsa con que se rocía la carne. En el plato, un paté hecho con el cuello a baja temperatura y desmigado y unos puntos de puré de manzana. Aparte, otro hecho con picadillo de setas y los interiores. Una delicia de principio a fin porque se empieza a gozar solo con la impecable y desusada preparación a nuestra vera. Carne tierna y en su punto, guarniciones que son cada una un plato excelente y no un simple acompañamiento.

Era muy difícil acabar pero cómo resistirse a un final dulce. Y valió la pena porque la milhojas de vainilla es delicada y sutil. Lo mejor es su hojaldre crujiente y con un suave sabor a mantequilla pero no le desmerecen los punzantes sabores a lima. Otro clásico que han bordado.

A Barra está en plena forma. Desaparecido Zalacain, es la mejor opción de comida clásica y moderna a la vez porque, manteniendo la elegancia de la sala y las esencias de sienpre, no renuncia a espumas, aires, salsas ligeras y otros logros, cuando el plato así lo pide. Lejos de la pomposidad y los innecesarios excesos de Saddle y más liviano que Horcher, posee el perfecto equilibrio para gustar a los más tradicionales sin decepcionar a los que buscan algo nuevo.

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Chirón

Me ha impresionado mucho Chirón . Me había gustado mucho su menú degustación a domicilio tal y como conté aquí y tenía pendiente la visita desde hacía tiempo. Llegué renegando a Valdemoro, porque el camino es feo, la distancia desde Madrid 35km, la calle fea y el aparcamiento muy difícil, pero fue trasponer una puerta anodina y todo cambió: una sala armoniosa con buenos manteles, cristalería y menaje, un servicio elegante y profesional y una estupenda cocina que, manteniendo sabores tradicionales, los estiliza y realza con ingredientes novedosos o técnicas de vanguardia, pero siempre con sencillez y discreción.

Desde el principio me recordó a Coque y acerté de pleno, porque es negocio familiar y la cuarta generación de una familia de hosteleros, al modo de los Roca también o de los Paniego. Pero no fue solo eso, porque la influencia de Mario Sandoval es clara, no tanto en los propios platos como en esa filosofía de recrear, ennobleciéndola, la cocina tradicional madrileña, aligerando sus excesos populares, enriqueciéndola con otros productos y sofisticándola con diversas técnicas. Y, como en el caso del maestro, los resultados son estupendos.

Además del mérito de apostar por su pueblo y por lo más autóctono, tienen el buen gusto de tener carta, así que, con las sugerencias del estupendo maitre, hermano del cocinero, elaboramos un menú a nuestra medida.

Hemos empezado con el estupendo vermú de Valdemoro que, eso sí, se llama incongruentemente Zecchini (lo más autóctono que tenemos es el idioma). Me gusta mucho y aquí más, porque lo sirven con una rodaja de naranja deshidratada y una estupenda soda natural de naranja y acompañado, como debe ser, de aceitunas, pero no de cualesquiera sino rellenas con gelatina de naranja y vermú. Comprendo que solo den una por barba, pero apetecen muchas más. aunque lo mismo podría decir del chupito de crema de calabaza al curry, muy simple pero muy distinta gracias a ese toque de especias y al intenso fondo.

Resultan estupendas las croquetas pero creo que estamos abusando de ellas. Se han puesto más de moda -siempre lo estuvieron- pero no sé si en sitios con grandes platos tienen mucho sentido, salvo que sean la reina de las croquetas. Estas estaban desde luego muy buenas, eran muy ortodoxas y de estupenda bechamel.

Ya había probado el yogur de morcilla y me había encantado. Me reafirmo. Me gusta que se sirve en una terrina tradicional cerrada con su bonito papel de plata y también que parezca lo que no es, porque el yogur es en realidad una espuma de parmentier de patata -que suaviza a la crema de morcilla-, crujiente de kikos y otro toque suave en forma de manzana verde.

Ya estamos un poco fuera de época de platos tan frescos pero no hemos resistido a los tomates semisecos con sardinas ahumadas y aceitunas Kalamata. Los tomates rehidratados son pequeños y suaves y la potencia de sardina y aceitunas combinan muy bien. Se sirve sobre un muy aromático caldo de tomate bien perfumado con hierbas. Lo de las aceitunas es algo programático porque rinden culto a este producto y a su aceite del que ofrecen maravillosas y desconocidas variedades madrileñas que combinan la Arbequina con la Cornicabra o rescatan la Carrasqueña. Estupendos los ecológicos de Oleum que aprovecho para recomendarles.

Me ha gustado mucho el conejo en escabeche de algas y camarones fritos, seguramente porque me encantan los escabeches y este plato, que es estupendo, cuenta con varios. El conejo de campo se distribuye entre pedazos de pechuga y en una suerte de croquetas de los muslitos en escabeche. El otro escabeche de la suave crema de algas lo unifica todo y además le da un buen toque de mar y montaña al que los camarones solo aportan textura crujiente porqie casi no se notan entre tanto sabor potente y delicioso. Además, es un plato estéticamente muy bonito.

Era imposible que no me encantara, porque el huevo encapotado está lleno de ingredientes que están entre mis favoritos. Para empezar, un huevo poche rebozado en un panko muy fino (mejor), sobre una bechamel ibérica (a la que se añade caldo de jamón) y un intenso ragú de setas. Lleva un anillo de salsa Hoisin que endulza levemente el conjunto. Y por si fuera poco, se le ralla (y encapota) trufa blanca. Temporada alta de trufa blanca y setas. ¿Qué más se puede pedir? Impecable y clásico.

Pedir a la carta era en gran parte para no perdernos el arroz socarrat. Me encanta esta técnica moderna que consigue hacer una especie de galleta (o de rollo, como en este caso) con arroz y su socarrat, todo en uno. Ramón Freixa y David Muñoz lo bordan. Este tiene un sabor intensísimo a pescado y marisco no matizado por el alioli porque este es suave y discreto. El crujiente del socarrtat aporta una textura perfecta a un maravilloso sabor, tanto que la vieira, con su sutil dulzor, era completamente superflua e insípida. Por eso les recomendé un carabinero o una buena gamba roja, de sabores mucho más agrestes. Dejaría perfecto el plato que aún así, supone un arroz absolutamente memorable.

Tremendamente típicos en Madrid son los Soldaditos de Pavia pero ninguno tan bueno como estos que llevan sorpresa. Son los clásicos de bacalao rebozado, muy bien por cierto, pero incluyen la sorpresa, a modo de salsa, de un delicioso y perfecto guiso de callos a la madrileña pero, nueva sorpresa, de callos de bacalao. No me gustan los callos pero soy un fanático de la salsa y esta está tan untuosa y gelatinosa como la mejor, con sus puntos picante y gelatinoso. Una delicia de combinación.

Para acabar el rabo deshuesado con tuétano de Campo Real. Un gran y clásico guiso con otra gran salsa que parece una demi glace pero es un fantástico fondo del rabo con las verduritas. Y se preguntarán por ese extraño tuétano que no es otra cosa que un centro de queso de Campo Real derretido entre la carne y que da una nueva dimensión a esta. Acompañan unos vegetales crujientes entre los que me encantó una estupenda coliflor encurtida porque su toque de vinagre rompía con los grasos del guiso.

No hemos elegido el postre y la verdad es que han acertado en la fresca elección. Muy adecuada para acabar este menú. A la manera Sandoval llenan la mesa de falso humo de nitrógeno para presentarlo. Es el mojito madrileño en dos preparaciones. Entre el humo, una probeta con zumo de lima, limón, anís y espuma de hierbabuena. El anís de Chinchón, por supuesto. El postre sólido se compone de una base de crema chocolate blanco, muy densa, sobre la que se coloca un velo de gelatina que es propiamente el mojito hecho a base de azúcar moreno y anís. Y sobre ambas cosas unas crujientes bolitas de melón de Villaconejos y granizado de melón y hierbabuena. Refrescante, ligero y todo verano. Un muy buen final para un muy buen menú.

Yo ya no hago previsiones, mucho menos hoy en día y menos con los tiempos que estamos viviendo, pero todo parece indicar que Ivan Chirón dará mucho que hablar. Ha elegido un camino original (incluso en Madrid, lugar en el que pocos hacen cocina madrileña o castellano manchega), tiene talento y preparación y ya es una gran realidad. Me ha gustado mucho y por eso lo recomiendo. A pesar del paseíto… (no hagan caso, que es muy corto y rápido).

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Santerra

Hacia mucho tiempo que quería volver a Santerra. Ya lo conocí cuando Manolo de la Osa -chef del inolvidable restaurante las Rejas, en las Pedroñeras- lo abrió con el nombre de Adunia. Entonces él aún más joven Miguel Carretero era su jefe de cocina, un profesional audaz, y emprendedor también, porque cuando De la Osa abandonó, él se arriesgó y tomó las riendas cambiando al nombre actual y dándole un estilo más propio, que consiste básicamente en revisitar las recetas más tradicionales y populares de La Mancha, con el talento de un grande y la pericia de quien maneja a la perfección muchas técnicas, en especial las más vanguardistas, consiguiendo así renovar, aligerar y refinar un recetario verdaderamente popular y, en general, muy potente y más bien de supervivencia.

Su estupendo -por calidad y cantidad, ya verán…- menú Monte Bajo se ofrece por 85€ y comienza con tres estupendos aperitivos: pastel de cangrejos de río con tomate (que es un bombón, relleno de un tradicional guiso de cangrejos convertido en crema, que estalla en la boca), paté seco de media veda (un merengue seco con un intenso paté, muy tradicional, de codorniz y perdiz) y escabeche de codorniz, vieiras y zanahorias encurtidas en el que destaca el espléndido sabor a codorniz del escabeche de zanahoria, sin que el ave aparezca y aporte otra cosa que su gran sabor, en un muy curioso contraste con la vieira.

Justa fama la de la croqueta artesana de jamón ibérico de este restaurante. Textura perfecta, con un exterior muy crujiente y tostado y una bechamel delicada y con intenso sabor a jamón y caldo de cocido. El contraste entre lo recio y lo cremoso es perfecto.

El revientalobos es un poderoso guiso manchego a base ajo, pimientos, ñora, guindilla y bastantes otras cosas. Aquí se convierte en una crema coronada de piparras, que se sirve al lado de deliciosos pedacitos de perdiz de tiro sobre un agua de tomate (que refresca todo el plato) y alubia pinesa También se convierte -en el borde del plato- en una versión crujiente cubierta con sardinillas. Por elaboración y presentación es uno de los mejores ejemplos de cómo convertir algo muy muy recio y popular en delicada alta cocina.

Algo parecido le pasa al gazpachuelo de anguila ahumada, almendras amargas (en este caso nueces tiernas) y hierbas silvestres. Cuando me lo anunciaron, pensé que sería algún tipo de gazpachuelo manchego, pero no, es el clásico malagueño aunque densificado porque pasa de sopa a una espléndida cuajada de perfecta consistencia, mucho más atractiva que la versión caldo. Además, el pescado tradicional es sustituido por una anguila ahumada, que le aporta un excitante sabor, como las nueces crujires, a la cremosidad de la cuajada; y además una deliciosa sopa cremosa. Contiene muchas hierbas que lo llevan del mar al campo predominando los amargos entre sus sabores. De pamplinas, por ejemplo.

Boletus pinicola, caldo fino de gallina en pepitoria, gamba roja y vainilla tiene como base un estupendo y sabroso caldo ligero de gallina en pepitoria convertid en espuma y con un fuerte toque de vainilla. Se anima con el potente sabor de las gambas y la dulzura de los boletus. Otro mar y montaña espléndido.

La apariencia del civet de torcaz y su consomé clarificado al Armagnac es la de un plato inofensivo, porque parece un suave ravioli, pero la sorpresa está en el relleno agreste -como debe ser- de paloma. Lleva además, en el fondo, un estupendo consomé al Armagnac. Se remata con un poco de trufa y una mojama de pato hecha con el corazón del ave. Muchos sabores y muchos aromas para un espléndido bocado de caza.

Habíamos probado desde la primera vez el siguiente pescado y es normal que lo mantengan, porque es excelente y muy original, sobre todo porque ya nadie pone este pescado. Se trata de una trucha asturiana al sarmiento, crema agria e hinojo de monte. Me encanta el toque de cocina nórdica porque la crema con hinojo recuerda mucho a la de eneldo con que siempre acompañan por allí. También tiene diminutas huevas de trucha y un perfecto glaseado. La trucha es de una enorme calidad además. Un muy buen plato.

Tras la trucha, un giro inesperado porque parece que volvemos a los aperitivos con dos pequeños bocados, la ensalada de conejo con caviar que parece algo light y lujoso, hasta que se adivina (o nos lo dicen). La consistencia cremosa de la ensalada no es otra cosa que sesos de conejo. Va muy bien con el caviar y solo después se nota ese sabor fuerte y algo pegajoso del seso. La lechuga está perfecta como soporte, porque refresca y aligera mucho.

Tiene su gracia que ni en sitios tan autóctonos y manchegos se resistan a la francofilia porque a la galleta de caracoles la llaman, galette de scargots y mostaza de hierbas anisadas. Pero que la llamen como les plazca, porque es espléndida y los tres ingredientes principales se equilibran a la perfección.

Y llegan cosas muy serias, en forma de más caza: cierva de descaste asada, parfait de rape, halófilas y algas. Es un plato muy arriesgado. La tersura y el punto del ciervo son perfectos. La crema de rape también. Ya la combinación de ambas me parece un poco heavy. Bastaría con la cobertura del alga codium especialmente porque el intenso fondo del asado ya es suficiente para envolvernos. Aún así, es un experimento interesante y siempre se puede evitar la crema o alternar ambos sabores.

Y aún quedaba una estupenda sorpresa que no aparecía en el menú y que nos ofrecieron poco antes. Pura gula, porque yo ya no podía más pero, jamás, jamás, un comedor que se precie podrá despreciar una royale. Hasta hay amplia literatura sobre cómo ese plato marca a un verdadero comedor refinado. En fin, todo esto para decir que me la zampé. Y menos mal porque es de las mejores que he probado. De pato azulón y con esa concentración de sabores potentes a alcoholes, entrañas, foie, caza, trufa y a muchas horas de empeño que la caracterizan. Pero no basta con eso, ni con los ingredientes ni tampoco con el esfuerzo porque es una maravilla que define la maestría de un cocinero. Estaba tan buena que solo se me ocurrió decir que cómo estará en invierno cuando las trufas estén en sazón. Pienso volver a comprobarlo.

Y qué acierto, después de tanta intensidad, la cuajada infusionada con hojas de higuera, miel, vinagre de saúco y brevas. Ya habíamos visto lo bien que hace Miguel las cuajadas en el gazpachuelo y esta no desmerece con su delicado sabor de higos, abruptamente roto por un increíble y disruptivo toque de vinagre

En la misma línea de delicadeza y campo, polen, flores, limón y jengibre, con un estupendo helado de polen y mucha rayadura de limón además de una muy buena infusión de jengibre que aporta un leve toque picante y exótico que siempre me encanta. Muy fresco.

Y aún falta uno, este más denso, después de aclarar el paladar: pinares de la serranía baja: piñones, sopa cana y resina de pino, una sinfonía de sabores a piña y piñones con un espléndido helado de piñones fortalecido por un toque mágico e insólito, un poco de grasa de pato que no sé de donde habrá salido pero queda perfecto.

Y como cualquier grande, no hay relajación ni en el final de unas estupendas mignardises: boletus, chocolate blanco y haba tonka, dacquoise de pistacho y coco y queso manchego, grosellas y tomillo.

Me ha impresionado el nivel de Santerra. No solo por la maestría del cocinero sino también por la originalidad de sus platos y por el gran logro de hacer alta cocina moderna, plena de sabor, con las recetas más populares de su tierra, porque eso implica muchos saberes y una gran dosis de técnica. El servicio es muy profesional, el local bonito y los precios moderados. También hay un bar mucho más informal para quien lo prefiera. Por todo ello, no hay motivo para no visitar Santerra.

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Ramón Freixa 10 años

Ya son diez años con su biestrellado restaurante de Madrid y no voy a volver a repetir que Ramón Freixa es uno de los grandes cocineros de España. Su creatividad, elegancia y el meticuloso cuidado de todos los detalles son admirables. Por eso, el actual local, después de un decenio, se le ha quedado más que corto, pero eso no es culpa suya sino de los propietarios del hotel en que se halla.

Al parecer -y lo digo porque se han entretenido mirando el libro de reservas- soy uno de los clientes que más ha repetido y aún así, me parece poco, porque habría ido muchas más veces, tal es mi predilección por este lugar. No necesito pretextos por tanto, pero en esta ocasión me ha servido de coartada la feliz idea de recrear algunos de los grandes platos de estos años y digo recrear, porque Ramón ya no es el mismo -los clientes tampoco- sino alguien mucho más sabio y por eso no se conforma con imitarse a sí mismo. Los aperitivos, todos deliciosos, son los mismos de esta temporada por lo que ya se los doy por comentados otras veces. Así que vayamos directamente al grano.

Como un otoño no es tal sin setas y el chef, como buen catalán, las venera, empezamos con su maravillosa galleta de boletus con trazo de ajo y capuchino de avellanas con trufa de otoño. En realidad es mucho mejor que una galleta, porque se trata de una hojaldrada y etérea coca de ceps rellena de una sabrosa picada catalana y cubierta por una excelente y aromática trufa blanca. Aparte y para entonar, una maravillosa y aterciopelada crema, aún más otoñal: capuchino de ceps y avellanas.

Como es muy hábil con las más variadas técnicas y gran conocedor de la cocina tradicional, las patatas a la importancia que desaparecen con cigalas son un elegante juego consistente en unos bombones de patata sobre un carpaccio de cigala y todo ello regado por un intenso y perfecto consomé de marisco. Es un plato redondo, salvo que para mi, que soy un maniático de las temperaturas, el contraste de los fríos del carpaccio y los calientes del consomé me resulta algo incómodo. Pero muy llevadero.

Me acordaba perfectamente de este súper plato, todo un festival de sabores clásicos y elaboraciones vanguardistas: tortilla líquida de bacalao con tapiz de pisto y alubias de Santa Pau. Todo gira en torno a una brillante esferificacion de tortilla, -por lo que es líquida y estalla en la boca o en el plato impregnándolo todo-, que enriquece un gran guiso de callos de bacalao, morcilla y alubias. Aparte, un delicioso brioche relleno del mismo guiso y un bello y refrescante tapiz de verduras que es un elegante mosaico de gelatinas en el que destaca el punzante pimiento rojo.

Si hubiera que buscarle más características a esta cocina, las palabras mar Mediterráneo saldrían inmediatamente. El Maremoto es eso y nada más. Mar en estado puro, tanto que los agrestes sabores de navajas, berberechos, almejas y ostras no son aptos para timoratos. A mí mismo me resultan muy bestias (recuerden que no como ostras precisamente por eso). Que además estén empapelados con bizcocho de plancton marino ayuda a fortalecer ese subidón de yodo que se siente en cada bocado. Menos mal que un brillante bizcocho de alga codiun y pescadito frito resulta más suave; y delicioso con su mezcla de crema y crujiente. Una pasada.

También tenia buenos recuerdos del lenguado en hábito negro con vainas verdes y suquet de algas, una preparación que eleva a la alta cocina los crujirse de un manido pescado rebozado, en este caso con un toque de tinta. La salsa es una brillante y orientalizante mezcla de tupinambo, lemongrass y chile. Una sabia manera de reinterpretar la comida de todos los días en varios países del mundo. Reinterpretarla con cosmopolitismo y sabiduría.

Ramón había decidido no darnos carne para que pudiéramos salir andando por nuestro propio pie, pero cómo resistirse al cochinillo ibérico confitado. Está muy sabroso y el delicioso jugo, muy perfumado de tomillo y hierbas campestres, aligera enormemente la potencia grasa de esta carne, al igual que el delicioso acompañamiento de una coca de chicharrones y pimientos increíblemente crujiente.

Después de estos platos abundantes en sabores y grasas, el postre Fresh es una bendición granizada y repleta de sabores muy refrescantes: kiwi, apio, melón y cítricos. Para dar consistencia a tanta levedad un bellísimo y apetitoso suflé frío de queso de Cantagrullas en blonda de encaje que es más bien un cremoso y sabroso flan pero dejemos esa concesión a la poesía que hace Ramón.

El postre más repostero es reciente y me encanta. También puro otoño y lírica, porque se llama debajo de una hoja de helecho, el sabor del otoño que no es otro que crema de boniato, higo, calabaza, granada y castañas. Una delicia densa y ahumada. Lo que está encima, que por algo se llama debajo, es una excelente galleta que aporta un deseable crocante.

Luisa de chocolate. Pura pasión, puro amor es aún más literario, pero además es muy bonito porque se trata de un gran engaño a los sentidos, eso que en arte y, también en cocina, se llama trampantojo. Parece un cruasán, y lo es, pero no de masa, sino de chocolate con bastante leche para que tenga un adecuado y buen color. Bajo su crujiente cobertura, una densa crema de chocolate negro absolutamente adictiva.

Han pasado diez años, aunque no lo parezca, pero al menos en esto, ha sido para mejor. Ramón Freixa ha evolucionado cada día. Con tesón, imaginación y trabajo bien hecho aunque por la razón dicha, aún no ha llegado su gran momento pero, tarde o temprano llegará, porque es una de las más firmes y brillantes realidades de la cocina española o, lo que viene a ser lo mismo, dado nuestro liderazgo, mundial. Y que sea por muchos años.

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