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Kabuki verano

Es un lugar más secreto de lo que parece y en especial su recoleta terraza veraniega. Será que la fama del nuevo y espectacular Kabuki de la calle Velázquez ha hecho olvidar este primer hogar de la espléndida cocina de Ricardo Sanz. El caso es que cuando lo menciono, muchas personas me dicen no conocerlo, así que razón de más para que les cuente mi vuelta postCovid a este templo de la gastronomía japoespañola, para mi el mejor de España.

Me gusta especialmente en verano porque la Plaza del Presidente Carmona, cerca del Bernabéu, es un oasis de grandes plátanos, bastantes pinos y muchas sombras. Un entorno agradable para las terrazas y aquí las ha habido desde siempre, mucho antes de que invadieran todas las aceras de Madrid. Esta es amplia y no molesta porque ocupa un espacioso cuadrilátero entre la acera y la calzada. Desapareció misteriosamente durante el cuatrienio de Carmena y reapareció súbitamente hace un año. Afortunadamente, porque es uno de los más deliciosos lugares para una noche estival.

Ahora incluso más que antes porque han incorporado una barra en la que un elegante coctelero reinterpreta las recetas clásicas añadiendo lichis, granada, flor de saúco y muchas otras cosas. Me ha encantado el lichee Collins.

La carta ha cambiado bastante y han desaparecido las tempuras, lo que siento mucho porque me encantan esos rebozados de ida y vuelta (se los llevaron los portugueses a los japoneses y nos volvieron así). De lo demás hay de todo, mucho y muy bueno. También un excelente y largo menú degustación por 90€, lo que resulta bastante ajustado para los precios de este restaurante. Ese lo dejo para otro día y hoy les cuento mi cena.

La carta sigue dividida en clásico japonés y Kabuki, incluyéndose en este apartado todas las maravillosas fusiones de Sanz, siempre excitantes, siempre respetuosas con el original. Todo lo pedido corresponde a este capítulo. Para empezar, navajas a la plancha. Simplemente así ya están buenísimas por lo que cualquier añadido exagerado puede estropearlas. En estas ocurre lo contrario porque se bañan con una deliciosa vinagreta (con textura de mayonesa ligera) de yuzu y piparras, con un toque picante, tan original como deliciosa. Tanto que hay que acabarse la que queda en la cáscara.

Frente al tradicional sashimi (hay muchos y muy buenos) ofrecen variados usuzukuris (un corte finísimo) de toda clase de pescados y crustáceos con originales acompañamientos. Me encanta el de chicharro, un pescado humilde y sabrosísimo. La melosidad de la carne se complementa con el crujiente de unas migas manchegas convertidas en polvo y rematadas con lardo (ya saben, ese elegante tocino italiano). Una mezcla tan sencilla como apasionante. Por cierto, vale la pena que vayan fijándose en las bellas y cuidadas cerámicas en las que se sirven los platos. Son un prodigio del wabi sabi, ya saben la llamada belleza de lo imperfecto tan querida por el Zen.

Con los cambios mencionados, han aparecido las gyozas y eso no me puede poner más contento porque soy un apasionado de estas delicadas empanadillas japonesas. La masa es muy frágil, no se pasan por la sartén, siendo totalmente al vapor y el relleno de carne de cerdo y vegetales está mucho más triturado de lo habitual, lo cual es un acierto porque se nota algún pedacito crujiente pero a esa masa tan frágil le van mal los trozos grandes. Para rematar, un poco de picante y su tradicional salsa de vinagre de arroz. Una delicia.

De los cinco tartares (toro, atún, etc) mi preferido es el bol de atún picante, bien provisto de wasabi y con dos sorpresas, un huevo frito y papas canarias. Una especie de huevos rotos a la japonesa absolutamente adictiva. Se podría comer más y más de ese atún envuelto en huevo frito y guarnecido por esas patatas como no hay otras.

Hace muchos años que Ricardo Sanz se inventó unos niguiris que todo el mundo le ha copiado: huevo frito de codorniz con pasta de trufa, pez mantequilla con trufa blanca o hamburguesa de Waygu. Todos me encantan y los he probado muchas veces por lo que hoy he optado por el de sardina, uno de mis pescados favoritos y más si es ahumada, como en este caso. Además estamos en su época perfecta. Simplemente delicioso y suculento.

Para acabar, un poco de maki sushi. Hoy hemos elegido el San Francisco uramaki envuelto en salmón y relleno de langostinos a los que unas láminas de aguacate suavizan y un poco de pepino dan crujiente a la blandura de un arroz perfecto.

Como en la cocina japonesa -al igual que en la española de vanguardia- la repostería es el punto flaco, aquí se opta por una solución europea con guiños a oriente. No está mal pero tampoco estos postres son una maravilla. Se pueden evitar. Nosotros, para poder contárselo, hemos pedido la torrija. No estaba mal con sus aromas lácteos y a lima keffir pero el helado era mucho mejor, sobre todo porque ahora se usa y abusa del soplete y así se carameliza. Un poco de más por lo que sabía a… eso es, soplete… olvidable pero nada grave. Basta evitar el postre.

O mejor, eviten leer lo último, porque me encanta Kabuki. Si además le añado una terraza deliciosa, una cálida noche de verano, los estupendos cócteles y unas recetas japonesas mejoradas con inteligencia y sensibilidad, no encuentro mejor manera para volver a la “normalidad”. Y ya se lo digo: vayan antes de que acabe el verano o tendrán que esperar casi un año. Y con la que está cayendo, cualquiera sabe…

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Clos

Muchas son las cosas que me gustan de Clos. Es un restaurante clásico modernizado y hermano pequeño de Skina, en la actualidad el mejor de Marbella. Y digo pequeño porque “solo” tiene una estrella Michelin frente a las dos de aquel; también porque es más reciente. Me gusta su elegancia discreta -¿acaso hay otra?- y que prime la carta sobre el menú degustación, aunque también lo tenga. Como es de precio fijo, se ofrecen dos platos y postre, además de dos aperitivos de la casa, pero pudiendo escoger entre varias opciones de cada uno.

La carta también mantiene muchos platos aunque incluye otros más de temporada. Esto podría parecer un error, pero no lo es porque cuantas veces, en muchos restaurantes, nos acordamos de un plato que nos encantaba pero no podremos volver a repetir por causa de su loable pero también exagerada renovación. Me gusta poder repetir y me gusta poder escoger. Parecen cosas obvias pero cada vez son más excepcionales en los restaurantes de vanguardia.

Ahora el menú comienza con un consomé de pez mantequilla y crema de tomillo. Parece un café con nata pero no sorprende solo el aspecto porque, siendo el sabor a pescado, comparte la misma base, intensa y profunda, de los de carne, más infrecuente en los caldos de pescado. Mucho fondo y mucha cebolla, hasta tiene un aire a caza, al cual no es ajeno el tomillo.

Como segundo aperitivo las gambas al ajillo a su manera. Una buena gamba sobre un original merengue de ajo -que recuerda al popular pan de gambas chino- y, en vez de guindilla, algo de chile y también ito toragashi

Tenían para empezar uno mis productos favoritos y que estaba temiendo haberme perdido por culpa del confinamiento, pero se ve que están durando. Hablo de los guisantes lagrima y estaban perfectos. Tan diminutos, aromáticos y tiernos que se dejan crudos y apenas se bañan con una estupenda infusión de gazpacho (tomate básicamente) y algunas flores. ¿Para que más?

Tampoco creía que quedaran espárragos con estos calores, pero también había. En este caso se pasan levemente por la plancha, pero muy poco, y así se mantienen muy crujientes. Para añadir sabor, una intensa pero también muy vegetal crema de porrusalda que les acompaña perfectamente sin restarles un ápice de sabor.

Uno de los clásicos que siempre está es el carabinero con salsa de sus corazas. Es otra prueba de que menos es más porque el marisco es excelente y no lleva más, que una untuosa y potente salsa hecha con sus “corazas”, y bastantes cosas más, hasta conseguir una textura brillante y un sabor intenso. Además, unos puntitos de fresca crema de aguacate y la cabeza, abierta y en plato aparte. Un gran crustáceo y un buen cocinado.

La merluza de pincho con pil pil y espinacas es una suave preparación en la que la espinaca parece un crujiente abanico. Además del suave pil pil un poco de jugo de perejil. Una buena manera de respetar la finura del pescado sin dejarlo simplemente a la brasa o al horno.

También el solomillo de ternera, miel, mostaza y eucalipto participa de esa filosofía de primar un excelente producto sobre el afán de lucimiento o las complicaciones excesivas. La carne es excelente y el punto el más adecuado. Tierna, jugosa y muy sabrosa, se acompaña de una buena salsa con un punto de dulzor sobre el picante de la mostaza, que se coloca a su alrededor. Como guarnición ideal y de siempre, unas encantadoras cebollitas francesas glaseadas y setas. Ni más ni menos.

No me gustan mucho las natillas, lo reconozco, pero estás llamadas natillas madrileñas son otra cosa y me encantan. Sencillamente me parecen la mejor versión de estas que he tomado. Y ello es porque son mucho más cremosas y etéreas, gracias a una mayor presencia de lácteos y a su paso por el sifón, lo que hace de ellas una espuma densa y muy untuosa y de suave caramelizado. Y la adición de un punzante helado de fruta de la pasión les queda muy bien y equilibra tanto dulzor.

También me gusta la pera confitada con muchas otras cosas que se sirven en pequeñas porciones, para poder mezclarlo todo: helado de miel de Amaretto, estupendo mazapán y una buena tarta de queso. Mucho dulce y fruta dulcificada en un agradable postre.

Y pensé que aquí se acababa todo, pero faltaba lo mejor. Privilegios de clientes blogueros, porque gracias a Instagram ya todo el mundo sabe que me muero por un buen suflé y que me paso el tiempo lamentando que haya desaparecido de todas las cartas (como el hojaldre o el faisán, pongo por caso). Por eso alabé mucho en su día el estupendo suflé de mango de Skina, porque no había probado el de chocolate que ahora este restaurante incluye en su elegantísimo y único servicio a domicilio en Marbella (camarero, cocinero, flores, vajillas, cristalería, menú degustación y vinos por 150€ persona). Y esa fue la sorpresa que se nos anunció. Un perfecto suflé de chocolate muy negro, al estilo Ducasse y que, con el de este, está ya entre los mejores que he probado. Es intenso, dulce y amargo a la vez, perfecto de punto (qué difícil), muy esponjoso por fuera y levemente más cremoso -pero sin perder la esponjosidad- en su interior. Soberbio.

Ya les dije al principio -y se lo he ido ampliando después- por qué me gusta Clos, pero no me importa volver a decir que hay que fomentar la comida a la carta, la elegancia discreta y muchos de los mejores valores de los restaurantes clásicos, perdidos en los de vanguardia. Aquí no hay que enfrentarse a apasionantes retos intelectuales pero sí al discreto y elegante encanto de lo clásicamente armonioso.

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Coque en la nueva realidad

Había que conmemorar la instauración de esta extraña nueva realidad con una buena comida. A nadie le extrañará que escogiera Coque, mi restaurante favorito de Madrid, pero siendo eso verdad no había otro remedio. Ramón Freixa y Cebo, los dos en los que tuve que cancelar cuando empezó el confinamiento seguían cerrados y todos los dos y tres estrellas de Madrid aún no habían abierto a finales de Junio. Comprenderán pues que la decisión era muy fácil y un apoyo a los que más arriesgan y más trabajan, tanto que Coque se erige en un verdadero emporio al servicio del cliente, porque ahora abre hasta los domingos, hecho insólito en Europa donde no es posible comer ese día en ningún gran restaurante -salvo que pertenezcan a hoteles o estén en lugares remotos- y a veces, ni siquiera en sábado. He ahí la primera novedad.

El resto ya se imaginan; un termómetro sobre un dispensador de gel limpiador, camareros y cocineros con mascarilla y mucha menos gente por causa de la limitación de aforo, lo que apenas se nota en este enorme restaurante donde siempre se han enorgullecido de sus grandes mesas y mantenido un elegante distanciamiento social. Porque sigue lleno y con lista de espera. Lo demás, igual, pero mejor.

El nuevo cóctel de la casa que acompaña los aperitivos sigue siendo una deliciosa mezcla amarga en la que destacan el vermú y el tuno canario, pero que ahora se corona con una mágica pompa rellena de humo. Se sirve con el Bloody Mary de Mario Sandoval -que es un sorbete perfecto- y con una papa canaria con mojo verde que sucede a la anterior, con mojo rojo. Ambas son un azucarillo crujiente relleno de puré de patata y que ahora tiene el punzante y envolvente sabor del cilantro aplicado muy suavemente. Deliciosa.

En la espléndida bodega que parece un bosque de cuento, en el que un solo tronco soporta miles de hojas y da sombra a innumerables botellas, escancian un memorable Tío Pepe en rama -mi fino favorito- mientras se degusta un sorprendente macarron de ceviche que es crujiente y líquido a la vez y agradablemente picante, junto a unas delicadas hojas de masa crujiente que envuelven un estupendo tartar de toro bravo cortado a cuchillo y espléndidamente condimentado.

Se pasa después a la llamada sacristía, un habitáculo de la bodega protegido por una reja neogótica y que es el templo de los champanes. Allí, Laurent Perrier La Cuvée con un taco de miso con garbanzos y foie que es puro crujiente dulce con foie helado y toques de garbanzo. Junto a él, la tortilla de patatas siglo XXI de Sandoval a base de yema hidrolizadla y patatas fritas, pero ahora mejorada por un toque de chistorra en la yema.

La última parada es en la enorme cocina que un día de grandeza ideó -como todo lo demás- Jean Porsche. Antes se pasaba también a la parte del laboratorio -que aquí parece un salón renacentista y galáctico habitado por un chef vanguardista- pero el postCovid ahora lo impide. Cerveza de trigo (mucho más suave) Casimiro Mahou con espardeñas a la brasa con pil pil de ají y unas estupendas gambitas de cristal y algo muy nuevo y que estalla en la boca con sabor a primavera: buñuelo de perrechico, yuzu y siracha. Yo no he notado estos dos exóticos ingredientes, pero ni falta que le hace porque el guiso de estas elegantes y suaves setas es soberbio.

Llegados a la mesa, otros tres grandes platillos: tortilla ahumada de queso manchego, que es una recreación de la espléndida tortilla líquida de Joan Roca, aquí rellena de potente queso y leche de cabra. Un enorme juego de sabor y textura. El scone de mantequilla y caviar es delicioso porque nunca se arriesga con esos ingredientes. Prefiero un esponjoso blini pero me encantan los scones. Y para completar, técnica, riesgo y sabor, un gazpacho impresionante porque es delicada gelatina de infusión de tomate con todos los aromas del gazpacho.

Las quisquillas con sopa de chufa y curry verde son una extraordinaria sopa de verano. Es tan buenita que no necesitaría más que esa mezcla de castizas chufas con el exotismo del curry verde, pero esos elegantes tropezones que son las quisquillas mejoran un conjunto que además lleva un estupendo helado de piñones con estragón y piña verde. Esto sí que es verano en vena.

Sandoval siempre tiene un sorprendente plato de vegetales con los que juega a la perfección, así que ahora ha decidido convertirlos en carne. El steak vegetal con holandesa de tuétano es una original composición de remolacha, simulando la carne, coronada por una perfecta salsa holandesa en la que la mantequilla se sustituye por tuétano llenando todo de un intenso sabor a carne. Una gran obra esta salsa. Además, una clara, densa y sabrosa -no pegajosa como es habitual- sopa de tendones, apio y perrechicos y un tomate pasificado, o confitado, que es puro dulzor.

Y más campo hecho carne, ahora legumbres. Deliciosos garbanzos verdes -frescos, recién cogidos y de muy corta temporada- con tajín y suero de parmesano, cubiertos de tocino y llenos de sabor a queso. Para refrescar, quién lo diría, royal de foie y vermú. Quién lo diría, pero sí, porque la fina lámina de foie se cubre de una refrescante y amarga lámina de vermú.

El primer pescado es un sashimi de salmonete com cítricos a la llama, helado de escabeche y anguila ahumada y crujiente de salmonete escabechando al amontillado. Para mi que el sashimi es un buen pescado crudo tal cual, así que este me gusta más por el aporte de los cítricos y el leve cocinado del soplete. Más plato, más elaborado. El helado es sorprendente. ¡Un helado de pescado! Y encima en escabeche. Y ahumado. Para mi, el sabor es demasiado intenso y fuerte, pero resulta impresionante, aunque nada como ese maravilloso escabechado que hace con el salmonete y que ahora se refuerza con un toque de curry rojo que multiplica los sabores. También excelente la piel crujiente que recubre todo aportando textura.

Los pulpitos a la brasa con americana de nécoras y amanita es otro guiso de sabor apabullante. O mejor dicho, una salsa. Para conservar su textura, los pulpitos se pasan por la brasa y se colocan sobre una profunda salsa americana, reinventada, porque mejora aquella clasica americana con la intensidad de las nécoras y él acompañamientos de las setas.

El pato engrasado en salmis con Garam Masala sabe menos indio de lo que parece el enunciado y es un pedacito de la pechuga golosamente envuelto en una untuosa y dulce salsa. Pero lo mejor va en plato aparte y es el foie de pato en escabeche al oloroso con mango. Ya lo he dicho varias veces, es mi forma favorita de comer foie, porque la potencia de este aguanta muy bien la fuerza del escabeche, que a su vez lo refresca y aligera, circunstancia a la que no es ajena el mango. Creo sinceramente, a pesar de tantas delicias, que solo este foie justifica toda la comida.

Y eso que aún falta el plato mítico con el que todo empezó hace generaciones en un asador de Humanes, el cochinillo. Después de muchos años de pruebas y hasta una raza especial se convierte en cochinillo con su piel crujiente lacada y es que esta parece cocinada aparte. Es extraordinario y con poca grasa. Se completa con la chuleta confitada y un espléndido saam de manitas, muy meloso y suave.

He echado en falta lechuga o alguna fruta para aligerar el cochinillo, pero pronto aparecen los refrescantes postres: lichi, frambuesa y vainilla de Tahití, muy ligero y fresco y con una crema suave y poco dulce muy equilibrada. Sabe a lichi y a rosas. Bizcocho aireado de chocolate y naranja es una esponjosa y elegante versión de la Pantera Rosa, muy leve y vaporosa. Más enjundia tiene la tarta de zanahoria con helado de jengibre. No soy muy fan de esta tarta pero esta me encanta porque es menos densa que la original y el helado acaba por quitarle toda su sequedad habitual. Estupenda interpretación que supera al original. Y, para acabar, chocolate especiado y café, todo un festival de chocolate en su estilo más clásico y muy alegre de especias.

Y no sé por qué digo para acabar, porque aún faltan las mignardises que aquí son todo un festival que se sirve en un bello Tiovivo, por si algo faltaba, por si teníamos que encontrar para tanta gula golosa la sempiterna coartada de la infancia.

Coque es seguramente el mejor restaurante de Madrid. Sé que es mucho arriesgar decir esto, pero ninguno tiene un montaje semejante y un despliegue tan bello de luz, color, salones y espacios (la mejor obra de Jean Porsche). Además practica una muy alta cocina pero que es del todo comprensible y apegada a las raíces. Se puede reflexionar sobre ella pero no exige un permanente esfuerzo intelectual. Es creativo y moderno pero no polémico. El servicio tiene la elegancia y la meticulosidad de un Diego Sandoval que parace hijo de aquel Argos de tantos ojos y que todo lo veía. La bodega es la más importante de esta ciudad y no solo por sus vistosos doscientos cincuenta metros, sino por su calidad y cantidad (el restaurante cuenta con cinco sumilleres de primera categoría, además del gran jefe y tercer hermano Rafael Sandoval). Y hasta el aparcacoches es una joya. Parece una tontería pero increíblemente ninguno de los dos y tres estrellas madrileños lo tiene siquiera (aunque alguno se apaña con el portero del hotel en que están). Así que, aunque solo sea por acumulación de virtudes, ya me dirán si no es el mejor de los mejores.

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Chirón a domicilio

He de decirles que es la primera vez que pido un menú a domicilio sin conocer previamente el restaurante y eso es lo que me ha pasado con Chirón. Indudablemente es culpa mía porque se trata de un lugar del que todo el mundo habla bien y hasta ha conseguido ya su primera estrella Michelin, logro aún más valioso si tenemos en cuenta que no está demasiado a mano sino a treinta y cinco kilómetros de Madrid. Y esa es precisamente la razón por la que no he ido. Aún no tengo posibles para contratar a un chofer y conducir después de una abundante comida -no digo ya cena-, regada como merece y disfrutada sin ataduras, exige bastante planificación por mi parte para no incumplir norma alguna y así, un día por otro…

Por todo eso me pareció estupendo descubrir este menú a domicilio que me podría dar una idea inicial de esta propuesta de cocina madrileña que es, como ellos la definen, mesetaria y a la vez, cosmopolita y mestiza.

El empaquetado y la presentación son impecables y todo llega en una gran caja blanca que aloja múltiples cajitas, algunos botellines y hasta un manual de instrucciones, lo cual ya está muy bien para un menú que cuesta 65€ y es para dos personas.

Piensan hasta en el vermú y por eso se empieza con un estupendo y especiado Zecchini que, a pesar del nombre, es de Valdemoro. Lo envían con dos aceitunas gordales, una “pipeta encurtida” y dos rodajas de naranja deshidratada. Ahí es nada. Por su causa, no hemos hecho caso al orden del menú y hemos utilizado dos platos para acompañarlo, pero no se lo cuento para no influirles y les describo todo en el orden que marcan las instrucciones.

Primero un buen gazpacho con su guarnición y un encantador toque madrileño, porque aquí mucha gente le pone cominos al gazpacho. A mi no suele gustarme pero en este hay tan pocos que resultan muy agradables. La textura entre la más líquida tradicional y la más cremosa que se lleva ahora.

No sabía qué me depararía un yogur de morcilla pero es realmente bueno. Se toma templado y consiste en una base de morcilla de sangre y cebolla (sin arroz), algo dulce y muy suave, sobre la que se coloca una leve espuma de yogur que aligera la morcilla. Muy agradable, menos fuerte de lo que podía esperarse y graciosamente presentado en un tradicional tarro de yogur.

Las croquetas de jamón ibérico están impecables. Exterior dorado y crujiente y una bechamel muy líquida llena de sabor a jamón. Justo lo que hay que pedirles. Tradicionales pero muy bien equilibradas.

Palabras mayores merece la terrina caramelizada de foie, perdiz, membrillo y manzana verde que es una bella variación de la gran creación de Berasategui, pero donde en aquella había anguila aquí hay perdiz. Está excelente, desde el crujiente caramelizado al contraste de las dos frutas (la original solo lleva manzana verde) pasando por los ricos sabores del foie y la perdiz. Excelente.

Me ha encantado también la ensaladilla rusa cremosa de sardina ahumada y encurtidos. Siendo muy jugosa le añaden una capa extra de mayonesa sobre la que se colocan sardinas, encurtidos y hasta unos crujientes picos. Me gusta la ensaladilla pero la adición de sardina, en lugar de atún, me parece un gran y sencillo acierto. Los encurtidos, con su toque ácido, también.

Las mini hamburguesas de solomillo vienen casi montadas, con el queso y el pepinilo por encima. En sobre aparte, la lechuga y la cebolla y en un botecito, una excelente salsa de mostaza. Basta calentar todo un poco y acabar de montar. La carne es excepcionalmente buena y está muy jugosa. Si tienen algún pero es que son demasiado pequeñas para lo mucho que apetecen.

Las flores manchegas con crema de mango, tofe de tamarindo, cacahuetes garrapiñados y hierbas frescas son un postre estupendo, entre clásico y vanguardista, y muy divertido, porque hay que hacerlo en la mesa y para ello, hasta nos proveen de una minimanga pastelera. El resultado es muy vistoso y le deja a uno muy orgulloso de sí mismo, hasta con ínfulas de cocinero. Al frito tradicional, mucho más ligero y elegante en esta versión, se le añade la crema (la mía era de fruta de la pasión y no de mango) y la menta fresca, lo que lo aligera y refresca enormemente. Los cacahuetes dan aún más crujientes y el tofe un toque muy goloso y envolvente. Flores de sartén Chirón o cómo hacer de un sencillo dulce de pueblo, un gran postre de alta cocina. Soberbio y podéis ver el vídeo en Instagram: @anatomiadelgusto

Todo tiene mucho nivel, está muy rico y además muy bien pensado para ser servido en una casa. Hasta incluye una deliciosa y esponjosa torta de aceite de esas que abrillantan los dedos. También es divertida la presentación y el tener que acabar algunas elaboraciones, aunque reconozco que, para que todo estuviera en su punto, me he tenido que levantar demasiadas veces, cosa que no me gusta nada. Sin embargo, todo se da por bien empleado porque es un auténtico y excelente menú degustación de gran restaurante, pero en casa y mucho más barato.

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