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Nerua

Cada vez me gusta más la cocina de Josean Alija en Nerua. Tras esta última visita, me ha parecido apreciar una vuelta a la tradición de lo más puro de la cocina vasca, pero manteniendo esa clásica modernidad que le caracteriza así como su permanente obsesión por la pureza e intensidad de los sabores.

Eso se ve desde unos estupendos aperitivos (caldo de cebolla soasada, croqueta crujiente con relleno de pilpil y toques de tempura y grillo: patata y lechuga com cebolla encurtida). El caldo es magnífico y concentrado. Una delicia. El resto, también.

Las alcachofas confitadas con fondo aceituna negras y almendras son magníficas de punto no muy hecho y una mezcla estupenda de dulces y punzantes sabores. Muy ligeras pero con los tres sabores básicos muy marcados y bien complementados.

Están muy buenas pero lo que viene a continuación… Son realmente soberbios los pimientos Apurtuarte -casi caramelizados y muy suculentos- sobre una espléndida gelatina (que no llega a ser un sólido sino más bien, una salsa untuosa y translúcida muy apetitosa) de bacalao. Puro sabor.

La tortilla de bacalao -servida con sidra para aumentar los recuerdos a las sidrerías vascas- es la perfección de lo más clásico y se le añade todo el saber de estos años en forma de bacalao confitado en grandes lascas desaladas lo justo, cebolla confitada, sabayon de yema que aumenta la intensidad y cremosidad del huevo y hasta algún berberecho. Sin duda, la mejor que he probado nunca. La Capilla Sixtina de la tortilla de bacalao.

El cardo en salsa negra y erizo es todo un gran trampantojo porque parecen calamares en su tinta y a eso sabe. Pero el molusco es verdura y hasta resulta más excitante que la receta auténtica por su levedad y textura. Puro sabor y elegancia en un plato suculento al que el erizo aporta su sabor yodado y fuerte que se ensambla muy bien con la tinta.

Al foie con hongos, jugo de alcachofa y shiso, le hemos puesto el extra de trufa negra (también ofrecen un suplemento de caviar para algunos platos) y estaba sensacional porque es, como todo el mundo sabe, complemento perfecto para las setas y el foie. Que gran combinación los hongos con la trufa y que sublime jugo!!!!

El foie hasta tenía notas crujientes pero no tanto como esa merluza frita con pimientos choriceros, una perfección de fritura. Muy crocante por fuera, jugosísima por dentro. Y vaya pimientos, dulces y picantes a la vez. Otra vez ilumina plato de sidrería mejorado hasta límites increíbles sin que pierda esencia.

También la molleja de ternera tiene un acabado crujiente y el tofe de coliflor y las setas la acompañan perfectamente con toques de campo en invierno que dulcifican la fuerza mollejil.

Y ya está todo lo saldo, pero para acabar un postre superior, porque tono muchos originales y mediocres y otros clásicos y buenos. Originales y excelentes a la vez muy pocos y ambas cosas es este sorprendente y deliciosa crema de calabaza, bergamota y helado de cerveza. La crema es casi espuma y el helado lleva, además de la cerveza, un secreto toque de alcohol más fuerte que recuerda a los rones flambeados de los postres clásicos. Aparte ponen pipas de calabaza y migas de galleta (crumble que diríamos ahora) para que aporten más textura y sabor. Una gran creación.

He encontrado la cocina de Josean Alija más asentada y madura que nunca. En mis últimas visitas había tomado el camino del minimalismo gastronómico. Ya saben, esa tendencia que impone uno o dos ingredientes en preparaciones depuradas y muy técnicas a veces pero demasiado sobrias y limitadas en mi opinión.Ahora ha vuelto aparentemente a la cocina clásica tradicional y digo aparentemente porque su mucho conocimiento de la cocina de vanguardia, su obsesión por el sabor y sus variadas técnicas hacen que, sin perder su esencia, aquellos platos resulten mucho mejores.

Una comilona, una fiesta de equilibrio, clasicismo, novedad y elegancia. Y encima por 80€ el menú. Cuanto se equivoca Michelin

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StreetXO

Podría creerse que estoy mezclando medicamentos y/o bajo los efectos de los psicotrópicos si digo que a Anatomía del Gusto le apasiona un ruidoso y juvenil bar oriental como es StreetXO. Pero, si habéis ido sabréis que es un restaurante de lujo escondido en un garito muy divertido. Añadiendo que es la versión asequible de DiverXO y que por allí anda suelto el genio arrollador de Dabiz Muñoz, deduciréis que me encanta.

StreetXO es todo un festival de sabores, una p… locura -que diría él-, donde no hay nada que no sorprenda y embelese porque nadie, nadie, en el mundo, posee una cocina tan personal, cosmopolita y sabia como este maestro del placer creativo. Pero es lujo también porque el servicio desenfadado, es excelente, los cambios de los bonitos platos constantes, la cristalería y los vinos (hasta Dom Perignon hay) buenos y los cubiertos correctos. De la exagerada informalidad del principio, sólo quedan las servilletas de papel de bareto (qué le vamos a hacer). Así es la provocación davidiana.

Buenísimos y absolutamente diferentes los cócteles, así que obligatorio con ellos. Yo lo hice con uno muy loco: smoker USA, cuba libre sin coca y sin ron y que lleva Ron añejo con cola sin cola y BBQ de Bacon… Chocolates, Chipotles, Pimienta de Jamaica, Arandanos y especias. Y encima con la tapa incorporada porque tiene un bocadito de panceta al Josper que se ha de comer primero para acentuar los ahumados.

El crudo de Hamachi tiene Aliño de Maracuya y Ají Mirasol, Mojo de Hierbas andinas, Aceite de pimentón y Sichimi Japonés. Acompañado con Patatas Chip extrafinas al Balsámico y un pan para volverse loco que se moja en esa deliciosa y levemente picante salsa.

El nem De Pato y Sashimi Tibio de Gambas Blancas con agridulce de Chiles y Ali-Oli Cremoso está lleno de sabores y la preparación ante nuestros ojos es bonita y habilidosa. Las gambas están en perfecto contraste con el pato y todo conforma un plato delicioso.

El dumpling pekinés lleva Oreja Crujiente, Hoisin de Fresas, Ali-Oli y Pepinillo y no puede estar mejor porque es sabido que Dabiz Muñoz es un virtuoso de estos bocaditos chinos. La masa es muy delicada y el añadido de la oreja estupendo. No me gusta mucho esto de comer orejas de animales pero esta se hace a baja temperatura y después se fríe, consiguiendo una excitante textura.

Las croquetas de la Pedroche son una declaración de amor, pero me gustan menos porque las de pescado nunca me agradan. Sin embargo, no puedo dejar de decir que estas son crujientes y semilíquidas en su interior; además están llenas de sabores diferentes porque se hacen con Kimchi, Leche de Oveja Té Lapsang Souchoung y se rematan con Sashimi de Atún.

Seguimos con un buen saam de Panceta a la Brasa con condimento de Mejillones Escabechados, Salsa Sriracha (colosal) y Tártara. Me encanta esta mezcla de cosas en la que destaca una tiernísima, melosa y golosa panceta que se deshace en la boca. Su contraste con el mejillón escabechado no es menos sorpréndete. Pescado, carne y hortaliza. Oriente y Occidente. Todo el mundo en un plato.

Después, México, con un taco de locura: de maíz azul con pulpo gallego a la brasa, mole amarillo de chile morita y mantequilla, emulsión de tomatillo de árbol, zanahorias encurtidas y pipas de calabaza. Es imposible mezclar tantos ingredientes, que todos se noten y sobre todo, que se equilibren y potencien en lugar de arruinarse unos a otros. Y esa sabiduría de alquimista es una de las principales virtudes de este imponente y famoso chef.

También teníamos que tener nuestra buena ración de carne y esa ha llegado con la gran ensalada de solomillo que es carne madurada de vaca rubia, con mojos viajeros y ensalada de hierbas con salsa de pescado. Las salsas son Mojo Canarionikkei, mojo Thai «Tigre que llora». Me ha encantado la carne, que es suave, tierna y con sabor a brasas, pero hacer un festival de la gula con una simple ensalada de pamplinas, me parece asombroso. Y eso es lo que consigue con los mil aderezos de esa ensalada que se convierte en protagonista del plato por encima incluso de la carne.

Y para acabar lo salado -aunque sigo preguntándome cómo hemos podido- uno de los platos más famosos de este restaurante, el chili de bogavante. Y no me extraña que lo sea y esté siempre aquí, porque está cuajado de sabores y aromas que arrebatan, gracias a una Salsa de Tomates Picantes, Oloroso, Chipotle. Y para mojar (se supone que el churro, cosas de Dabiz), unos fantásticos y crujientes Churros con Tomate. Los churros están muy bien pero no son suficientes, así que acabamos con nuevos panes (bollitos tiernos y esponjosos) que permiten (casi) acabarse la maravillosa salsa.

Muy ricos los postres y en especial el Brioche de la Pedroche, puro terciopelo de mantequilla, y que ellos describen como Bollitos calientes y fundentes de Leche y Mantequilla con Crema de Vainilla Madagascar y Ras el Hanout. Y mango picado en un plato aparte para poner por encima, mezclar con todo y refrescar. La crema es tan abundante y deliciosa que se acaba a cucharadas. Impresionante y para comerse 10.

El chocolate al mole es un pedazo de postre a base de Galletas con leche, crema de fruta de la pasión, gofres y mole al chocolate negro. Las calaveras de chocolate son bonitas y espléndidas pero, desgraciadamente, no me ha sabido a mole, quizá por venir del sublime festival de moles de DiverXO.

Tanta cosa rica y a buen precio sólo podía tener un pero y es que no se admiten reservas y las colas están a la par del disfrute. Pero a veces, puede haber suerte. Y se la deseo si van porque el sitio es un imprescindible.

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Amos

Me he reconciliado (en parte) con la restauración del nuevo y espectacular Hotel Villamagna. Y ello porque el restaurante Amos de Jesús Sánchez del triestrellado Cenador de Amos, es una estupenda propuesta de espléndidos productos, sabiamente cocinados, a buen precio (para lo que es el lujo madrileño) y con eficiente servicio. Cocina de raíces marcadas, sabores profundos y acento cántabro, elevada por la elegancia, el saber y el buen gusto.

Solo la decoración me ha resultado demasiado banal para tanta enjundia, especialmente porque se trata de un espacio mucho menos bonito y lujoso que Las Brasas de Castellana, donde sin embargo, se ofrece una cocina muy popular y más de batalla. O sea, el mundo ala revés. En cualquier caso, este tiene, al menos, aires de bistró elegante y sobrio. Pero parece demasiado el comedor de desayunos del hotel.

Nuestro menú de clásicos cuesta 67€ (a elegir dos platos y un postre de la carta) y comienza com muy buenos y vistosos aperitivos: una porrusalda con pil pil y aceite de cebollino llena de matices y con el delicioso toque del pil pil. La remolacha aireada con paté de pichón juega con las espumas y los contrastes y es suave y etérea. También ofrecen aceitunas rellenas de anchoa (cómo no) rebozadas en totopos y una intensa y genial mantequilla de anchoa.

Las verduras de invierno (alcachofas, cardo y borrajas) con huevo escalfado son clasicismo y tradición en estado puro y se sumergen en una gran velouté de las mismas verduras. Un poquito de patata les da enjundia.

El perfecto de pato se coloca sobre un bizcocho de aceitunas negras y se carameliza con azúcar morena. Ya así está estupendo (aunque debería acompañarse de tostadas, brioche, etc) pero lleva además acompañamientos espléndidos: esferificavion de mango, gelatina de moscatel, tapioca, macadamia y puré de manzana. Muchos pequeños detalles que adornan, además de aportar nuevos sabores. Pormenores de gran cocinero que se agradecen.

La merluza en salsa verde es pura perfección de uno de los grandes platos del norte. Esta es aún más verde por qué se refuerza con la clorofila del perejil. Es muy tradicional y sabrosa, de sabor profundo y reconfortante, y no tiene peros, salvo el ser servida con una ramplona e incomprensible ensalada de lechuga, que nada aporta y sobre todo, banaliza tan gran plato.

Y además, la guarnición de la carne -que tomamos a continuación- es tan buena que se nota mucho más la simplomería de la lechuga. Y es que contrasta demasiado con el acompañamiento del solomillo: un gran puré de patatas, picantitos piquillos y unas dulces y tiernas cebollitas glaseadas, todo servido además en legumbrera de plata. El espléndido solomillo con salsa de queso Picon bastaría por si solo pero tiene, en el mismo plato, una ilustre compañía de cebollita con salsa de carne, zanahoria en grasa de vaca ahumada y apio. Un platazo.

Antes de servir los postres elegidos de la carta, ofrecen la posibilidad de un extra de tres quesos cántabros (Carburo, Divirín y Siete valles) y uno asturiano (Alpasto tres leches). La tabla no está mal, salvo por el precio, porque cuesta (las 8 minúsculas cuñas) 22€. O esto es muy caro o el menú demasiado barato.

Muy buenos los postres y también de raigambre clásica y popular; hay una rica quesada pasiega, con sabor suave, equilibrado y de siempre,

Pero aún más bueno, el hojaldre de crema con helado de café. Estupendo hojaldre de la estirpe de los gruesos, contundentes y recios y, al mismo tiempo, muy crujiente y sabroso. Y el helado de café, que le gusta poco, me encanta esta vez porque tiene un alma de sorbete y es puro sabor.

Elegante, sabroso, sencillo y con trazas de buen cocinero. Una versión sencilla pero llena de detalles de El Cenador de Amos. La verdad, es que lo recomiendo, sobre todo, en vista del resto. Volveré pronto. Espero…

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Villamagna y Las Brasas de Castellana

Me ha sorprendido la propuesta gastronómica del Hotel Villamagna, después de la espectacular reforma que lo ha convertido en uno de los mejores de España. Pero lo curioso es que, allí donde el Ritz ha hecho una apuesta espectacular con los muchos espacios de Quique Dacosta -y de los de ya les he hablado aquí varias veces- y el Four Seasons una más discreta pero interesante, con Dani, es justo donde ellos fallan en el Villamagna. Curioso porque los nuevos tiempos y la moda gastro han llevado a los hoteles a pujar alto en lo que a comida y bebida se refiere.

Ignoro si toda la dirección gastronómica del Villamagna es de Jesús Sànchez, el afamado chef del Cenador de Amós y espero que no sea así, porque siempre se espera más de un tres estrellas Michelin, incluso en su versión más comercial. Tampoco quiero saberlo, porque me falta por probar su restaurante top que se llama Amós, y que, siendo la estrella del hotel, espero que salve la mediocridad del resto.

Elegí para empezar, el llamado Las brasas de Castellana, porque Flor y Nata, el otro, me parecía más un informal coffee shop. Ahora no lo sé, porque ahí ponen manteles y una bonita vajilla, mientras que en Las Brasas, todo son platos ovalados como los de Castizo (me lo ha recordado en todo pero, claro, este es una taberna moderna no restaurante de hotel de lujo) y los de otras neotascas que ahora tanto proliferan. Además de los simplones óvalos, barro recién estirando, cazuelas de metal y ausencia de manteles. La carta tan popular como banal pero, eso sí, a buen precio.

Y la cocina -eso es lo peor, porque el sitio es precioso- muy muy ramplona y falta de originalidad. Se empieza con un aperitivo de pan con salsa romescu para mojar (¿que puedo decir de esto? Yo nada, saquen ustedes las primeras conclusiones). Y como hay muchas entradas de bar, pedimos varias:unas gildas que no están mal pero que no tienen nada que llame la atención, sea por originalidad o calidad excepcional de los productos.

Unas correctas patatas bravas se fríen con la piel (cosa ya bastante discutible, aunque a mí me guste) y se acompañan de una salsa densa y picante que está rica.

Hay dos tipos de calamares, fritos y a la andaluza. Pasamos un tiempo discutiendo si eran la misma cosa. Al final descubrimos por la camarera, que los que llaman fritos son guisados con alcachofas. Ni están fritos ni tienen mucha gracia, a pesar de lo rico de ambos ingredientes, que me encantan. Como todo, apreciable pero nada emocionante.

Menos mal que llegó después un estupendo huevo escalfado con patatas paja y rebozuelos, sin duda lo mejor porque lleva también una crema de queso Idiazábal que resulta deliciosa mezclada con el resto.

Me recomendaron bastante el morrillo de atún, pero el que me tocó estaba lleno de fibras y pieles interiores bastante desagradables. Menos mal que llevaba un rico pisto acompañando. Buenas verduras muy bien estofadas.

Yo no probé más que un poco de costillar de cordero, simplemente sabroso, y algo de la tortilla de bogavante. El costillar le gustó mucho al que lo tomó pero estuvimos de acuerdo en que la tortilla era… mucha tortilla y muy poco relleno.

Los postres deben estar pensados para niños (sobre todo unas copas de helado desconcertantes de galleta y chocolatinas) o para nostálgicos, como el coulant nuestro de cada día. La tarta del día, hoy tatin, felizmente muy buena y ortodoxa.

No sé, quizá sea para muy extranjeros pero si es por eso, les recomiendo más los bares del centro. Y si es para españoles, pues sólo si se pone de moda y es para zascandilear por allí porque con la rica oferta madrileña, no merece más. Una pena, porque la cocina a la vista es espléndida y llena de cocineros afanosos, las vistas al jardín sublimes y los cócteles estupendos. (por lo que es mejor irse derechos al bar).

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