Hay sitios que se convierten en marca. Y marcas que evocan recuerdos de toda una ciudad. O incluso, como en este caso, de una isla entera. Es lo que ocurre con el Café Balear, la señorial Ciudadela y la bella y dulce Menorca. Pár conseguirlo, han hecho falta cincuenta años, mucho tesón y decenas de miles de estupendas comidas, que cada vez son mejores.
Para ello, tienen hasta barca propia y una de las mejores vistas de la isla, al puerto de la ciudad por un lado y, allá en lo alto, al palaciego e italianizante ayuntamiento, por el otro. Por si faltara algo, Josep Caules, el hijo de los fundadores se multiplica con eficacia amable para atender a todos los clientes.
La langosta es tan buena y famosa (y cara: 156€ kg) que, a pesar de lo mucho bueno que hay en la carta, parece una obligación y, entre sus preparaciones, la caldereta me parece imprescindible.
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Sin embargo, me encanta con patatas y huevos fritos (de la opulencia a la humildad, como Don Juan Tenorio), así que me han ofrecido la posibilidad de un mix: el cuerpo de esa manera y la cabeza de la otra. Con los huevos (he pedido uno extra) está muy rica -a pesar de que las patatas son muy mejorables-, pero en caldereta es una cumbre de la cocina isleña. Los “secretos” son un gran sofrito, un excelente caldo y un buen flambeado, componen un plato denso, intenso y con un potentísimo sabor, una obra maestra de la cocina popular.
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Pero hay mucha más cocina, desde unas estupendas croquetas de cocido con velo de ibérico y tartar de gambas (muy buena combinación)
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a un estupendo canapé crujiente (alga nori envuelta en panko) de cigala rellena de pulpo, pasando por un delicioso y enjundioso calamar relleno (de sí mismo) con cremosa salsa de calamares y almendras. Imprescindible también.
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Buenos postres, como la greixeira de brossat -que es una suculenta tarta de requesón con helado de canela– y hojaldre relleno de higos y almendra.
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Un sitio estupendo del que no hay que perderse la terraza ni dejar de navegar por la excelente y gran carta de vinos.