Debo el descubrimiento de Brilhante a una buena acción: responder a muchas personas con sugerencias a medida. Se las hice a un conocido mexicano y, a su vuelta, me correspondió con su descubrimiento.
Y qué buena recompensa porque me ha encantado este bello y elegante homenaje a los sofisticados cafés de la Lisboa del XIX/XX; un precioso delirio de granates, en torno a una gran barra salpicada de cómodos taburetes de cuero y algunas mesas pegadas a la pared y en los huecos de las ventanas.

Bello y también original, porque abrir un restaurante clásico en época de vanguardia, tropicalismo, fusión y asiáticos hasta la extenuación, es un ejercicio de distinción y audacia que ojalá se copie. En Madrid, por ejemplo. La carta está llena de platos con nombres bonitos y evocadores -no listas de la compra como ahora se suele- como ovos a Brilhante, foie gras Torchon o tartflette au Reblochon.


Embriagados por ellos, no nos hemos resistido el salmón Gravlax que es el clásico marinado a la escandinava (al menos, con azúcar, sal y eneldo). Aquí lo sirven sobre un esponjoso blini cubierto de nata agria y bellamente decorado.

El pithivier con foie y salsa de Madeira está rico de hojaldre y muy escaso de foie. El relleno de ave es sabroso y bastante humilde y la salsa, densa y profunda, bastante mejor.


Muy elegante la lubina, con una espumosa y ligera beurre blanc de champagne. Sin embargo me ha resultado demasiado líquido y menos cremoso, el risotto de espárragos que la acompaña.

El bife a Brilhante es un homenaje al llamado “a Marrare”, creación del cocinero napolitano de ese nombre con salsa de nata y pimienta y que, desde el café Marrare, se impuso en la cocina de la ciudad desde principios del XIX. Aquí lleva más cosas que el original (apenas nata y pimienta negra) y resulta potente y de sabores más alcohólicos y complejos. Tan bueno como las espléndidas patatas fritas con las que se sirve.

Para acabar, no he podido desoír la llamada de un soberbio suflé de chocolate y avellanas (de buen tamaño, para dos personas) con un estupendo helado de vainilla. Así se remata bellamente una buena comida con los altibajos mencionados, a los que se une un servicio algo disperso y una cocina lenta que empeora por no avisar de la tardanza de algunas cosas como el suflé, que bastaría encargar, como casi siempre, al comienzo. Pero, com todo, vale mucho la pena.
