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La bella tuerta

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La fórmula del grupo Tragaluz sería a la gastronomía lo que la llamada «airplane literature for smart people» a las letras, o sea, comida fácil que no haga pensar mucho, elaborada con productos apreciables y no totalmente carente de buen gusto, circunstancia a la que contribuyen decisivamente espacios bien pensados y sabiamente decorados. La apuesta por una clientela guapa y de alto nivel es otro de sus éxitos, si bien el más relevante de todos es el haber impuesto su estilo a la mayoría de los restaurantes que se abren en la actualidad y cuya característica más notable es que tienen todos la misma carta.

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A pesar de mis recelos con los logros de Tragaluz, no todos sus restaurantes se deben despreciar si lo que se busca es una comida sencilla y un entorno refinado. Yo mismo no desdeño, por ejemplo, Luzi Bombón el precioso –cuando le reparen los techos de moqueta- restaurante madrileño, donde me encantan las patas de cangrejo real, no tan fáciles de encontrar, y una buena variedad de cócteles. Los apreciadores también destacan sus ostras.

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El jamón es bastante bueno y las alcachofas fritas –un clásico de la casa y de la cocina catalana- son agradables.

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Como el producto es bueno y su cocina carece de alma, lo mejor es decantarse por preparaciones sencillas como el pulpo a la brasa o el chuletón, aunque los arroces con butifarra, calamares o verduras resultan sabrosos y están en su punto.

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También hay buenos –y baratos- quesos, todos ellos españoles y bien escogidos. Son una buena opción para el postre (un postre sin quesos es como una doncella hermosa pero tuerta, que decía Brillat Savarin…) al igual que los helados.

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Como se ve, todo es de calidad y sin problemas, olvidable pero agradable porque, no nos engañemos, comerse bien, bien, en este grupo, sólo en el Moo barcelonés, el que encargaron a los geniales Roca y donde se disfruta con resplandores –sólo destellos de un estrella lejana- de su magistral cocina, para muchos ¡la mejor del mundo!

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Buenvivir, Gastronomía

Un lujo a su alcance

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Puedo entender que Cataluña sea meca de la gastronomía mundial, pero no que las multitudes no se agolpen ante las puertas del barcelonés hotel Omm para poder comer en su restaurante Moo, regentado por los hermanos Roca, el mejor equipo gastronómico de España. Lo que en el Celler son precios a la altura de un tres estrellas Michelin, aquí es pura moderación y el menú de mediodía, un verdadero festín, cuesta 45€; incluye una copa de buen vino, café y agua.
Tienen hasta show cooking y los cocineros acaban los platos a la vista del cliente. El espacio es elegantemente frío y el servicio atento y profesional.
Contaré algo del menú que probé en mi última visita (abajo lo apunto entero para los más atentos) y que incluía la celeberrima tortilla de Joan Roca, esta vez de butifarra blanca y ceps, un alarde de técnica y originalidad. Se trata de una tortilla convencional pero con entrañas liquidas. Una sorpresa y una explosión de sabor y texturas. El civet de jabalí emparenta con los sabores fuertes y rotundos de la cocina ampurdanesa y con la mejor tradición clásica de la francesa. Los aperitivos fueron también excelentes.
Menos acertados la versión de la crema catalana, con exceso de pastas (galleta y bizcocho) y los panes: el de vino y pasas daba algo de miedo, así que no lo probé, el de queso y cebolla tenía demasiada del lacrimógeno bulbo y el de malta resulta algo seco.
Es curioso fallar en lo más pequeño, pero es más que disculpable y se olvida con facilidad. Lo que sorprende por su falta de tacto es la exacción coactiva a la que nos somete la propietaria, incluyendo en la cuenta una donación «voluntaria» para una ONG. Coactiva porque hay que tener muchas agallas para pedir que la retiren. Tantas como caradura para ponerla en el precio. Pero así son las originalidades Tragaluz.

MENÚ:
Aperitivos: bombón de Campari con fresa, grissini de camarón y ajo negro, brioche de cochinita, patata brava y foie con mandarina y boniato.
Gigala con coco, zanahoria y citronela.
Tortilla de butifarra y ceps.
Civet de jabalí.
Crema catalana con helado de sanguina y limón.
Pequeños dulces: gelatina de fresa y gengibre, plátano y trufa de whisky.
Agua Numen, viña Tondonia blanco 2008, Chateau Le Bocq 2004 y café.
Precio 45€, 53€ con la copa de vino tinto adicional.

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