Sobran en Madrid tascas toscas y faltan restaurantes de barrio en los que el refinamiento y el buen precio no estén reñidos, donde descubrir cosas nuevas y en los que la carta cambia con la estación, en busca siempre del más fresco y mejor producto. Lugares que abundan en Paris o en Roma y que son un regalo para los amantes del buen comer.
Así es LaKasa, un lugar donde beber desde una sidra bretona a un tinto del Duero portugués pasando por numerosos caldos elegidos con originalidad y mimo.
Acompañan a setas en escabeche con aroma a campo, zamburiñas sobre verduritas asadas o sabrosos mejillones con un perfecto punto picante. Excelentes platos de caza, en especial, la torcaz al curry, una combinación perfecta. Ahora tiene también unas intensas albóndigas de corzo y cangrejos de río, un plato original y especiado que renueva el ampurdanesa mar i muntanya con el mar y río. Lo refresca con brotes tiernos y guindillas consiguiendo un resultado moderadamente picante y altamente embriagador.
Los fines de semana son días grandes en LaKasa porque se festejan con platos especiales. Los sábados un delicioso steak tartare. La mejor carne de solomillo coartada a cuchillo mezcla sus intensos rojos con el verde de las alcaparras o los amarillos de la mostaza de Dijon. El cocinero lo hace a la vista y como debe ser, con sabores fuertes que dan vida a la carne sin apagar su sabor.
Los domingos es el día del, realmente magnífico, solomillo Wellington, un plato de la más alta cocina, tan tradicional como difícil de preparar por los diferentes puntos de carne y masa. Aquí el solomillo llega rosado y jugoso como lluvia púrpura y el hojaldre crujiente y con un dorado de atardecer campestre.
Los imprescindibles quesos llegan cada mes desde un afinador francés que borda el Brillat Savarin y el Comte, el Charolais y el Laguiole o cualquiera que se le ponga por delante.
Es una pena que la negrura del ambiente y el animal print de los estampados, coloquen a LaKasa más cerca del escondrijo de Batman o de la residencia de los Adams, que del colorido, la tranquila creatividad y la alegría de sus platos.
Pero, ya saben… nadie -ni nada- es perfecto…
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