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Doble almuerzo en La Salita y Lienzo

Siempre me ha encantado Gin Mare, una ginebra llena de aromas a hierbas silvestres y de sabores mediterráneos, pero desde que me invitó a Valencia para probar cócteles inéditos acompañando las refinadas y elegantes cocinas de Begoña Rodrigo en La Salita y de María José Martínez en Lienzo, aún me gusta más, porque he aprendido (y gozado) mucho de esta elegante y cuidada ginebra.

Al bajar del tren, una histórica DKW customizada para la marca, toda blanca y azul, nos esperaba para llevarnos a esos dos templos de la gastronomía valenciana, ambos regentados por mujeres, unas de las pocas chefs en activo y qué pena que no haya más porque ellas aportan a la gastronomía un punto de vista sensible, tradicional y técnico a la vez, y muy aferrado a sus raíces.

Begoña tiene todo eso, pero además una fuerza imparable y un discurso elaborado. Sus aperitivos empiezan con un cóctel inédito de Gin Mare que resalta sus notas de romero y tomillo con clarificado de hierbas, uva blanca y alcaparrón encurtido.

Lo sólido comienza con una intensa sardina con helado de coliflor, deliciosa centolla con raíces encurtidas y una cobertura de gazpacho convertido en merengue, unas muy marinas verduras crudas con fondo de algas y percebes, esponjosa coliflor encurtida y calamar, una remolacha que se trata como mojama con tartar vegetal y una estupenda caprese que es crema de pesto y berenjena ahumada. Todo es muy bonito y con saborea marcados.

Llegados a la mesa desde el bello jardín, nos sorprende con la bella tiara, un fresco tartar de tomate animado con migas de bacalao, bonito y mojama con una vegetal base de berenjenas y verduras encurtidas.

Después, otro estupendo coctel, sour de Gin Mare con chirivía, remolacha con cardamomo y ruiiabrbo para acompañará a sarandonga, obviamente un arroz (que son dos tipos, uno crujiente y chispeante) con bacalao en espuma, coliflor y alga nori, una mezcla sabrosa, sorprendente y envolvente,

cualidades de las que también participa todo un platazo de tradición renovada, Albufera pura: alli pebre con su anguila como protagonista y el resto de los ingredientes en emulsión, además de esferas de alubias blancas y un poco de salmuera. Ya así era una gran receta, pero los añadidos de un blanquet de anguila y piñones y un buñuelo de espuma de huevos fritos y apinabo lo hacen excepcional.

La falsa pasta de chirivia con duxelle de setas, quinoa frita, salsa de verduras fermentados y queso patamulo es otro hallazgo porque parece una carbonara vegetal, untuosa y crujiente. Exquisita

En la segunda parte de la excursión por Valencia, María José nos recibe en Lienzo con un estupendo cóctel preparado por su marido y sumiller que es puro verano mediterráneo, o sea inspiración gazpacho, a base de agua de tomate y aceituna. Con base de Bloody Mary lleva algo de miel (una de Madrid menos dulce) y la aportación de un rico tomate fermentado.

Acompaña a la perfección a un falso lomo de orza servido, en homenaje a la antigüedad, en un original plato/ánfora. Y es falso porque se hace con presa y se remata con muchos matices de hoja de higuera. Para mojar, manteca de cerdo, pan quemado y unos palitos de maíz con polen. Siempre las abejas porque María José es experta en mieles y adicta al mundo abejil.

Los calamares en su tinta son un gran plato, oculto bajo un bello encaje de tinta, al que el alga kombu y un gran caldo dashi llenan de sabor intensificado.

La lubina se marina en miel y sal y se acompaña de “foie de lubina”, espinacas y hasta una original sobrasada de lubina en la línea de las grandes creaciones de Ángel León.

Acaba este suculento “medio menú” con un tierno y potente cordero a baja temperatura con ñoquis de boniato morado, limón negro y una perfecta y original demi glas.

El último cóctel es homenaje al llamado en Valencia café del tiempo y el mejor Espresso Martini que he probado. Incorpora una base de limón infusionado en miel y hasta unas gotas de Tabasco. ¡Espectacular!

Muy a la altura de un precioso y estupendo postre de miel, claro, homenaje a la miel urbana. Unas mini colmenas de tomillo y limón, varias mieles, cera y nata conun estupendo helado de leche vaca fresca y lima kefir. Además, unas cuantas mieles extraordinarias y la lección magistral de M. Jose sobre un mundo tan desconocido como fascinante.

Un grandioso día de primavera en el que una ginebra hace de mecenas de dos artesanas muy diferentes a las que une el tesón, la creatividad, la técnica y esa mirada tan femenina que une el mundo de los sueños a la realidad más terrestre, la magia de la mente con la sabiduría de las raíces.

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Saddle

Me gusta juzgar a los restaurantes por el conjunto ya que el placer gastronómico es tan amplío que nunca puede obviar aspectos tan básicos como la decoración, el servicio o el amor a los detalles. Por eso, considero a Saddle el mejor clásico de alta cocina de Madrid y de bastantes sitios más. Otros pueden destacar en algún aspecto, pero el conjunto de este -aunque la banal decoración siga siendo el punto flaco- es magnífico y completo, empezando por la elegante y contenida cocina de Adolfo Santos y siguiendo por el exquisito servicio que ha perdido las rigideces del principio, asentándose en un refinamiento suave y más amigable.

Y como son los detalles los que encumbran en una ciudad cuajada de buenos sitios, empiezo por ese espléndido servicio del pan y la mantequilla que se sirve con una gran ceremonia que acentúa su enorme calidad.

Los mismos aperitivos (croqueta y tartaleta de guiso de cordero y queso) son siempre magníficos y bien pensados. Dan muy bien el paso a grandes pequeños platos de la casa como su gran versión de la popular gallina en pepitoria, aquí un suculento guiso de pollo, espuma de azafrán y crema de almendras. Sabe igual pero es mucho más poderoso y excitante.

Nos han ofrecido un plato nuevo y espléndido de quisquillas de Motril. Empeño difícil porque ¿cómo mejorarlas? Pues con un supremo escabeche de zanahorias con vinagreta de huevas con la cantidad justa de espléndido vinagre que, con su acidez, no anula el resto de los sabores (como suele ser habitual).

Seguimos con un ya clásico del restaurante: una delicada anguila ahumada con pencas de acelga y una soberbia y muy francoespañola velouté ibérica de palo cortado que me recuerda las grandes creaciones de Juan Lu Fernández.

Las pequeñas y tiernas alcachofas se engalanan con crema de piñones y una estupenda picaña madurada 3 meses. Un gran plato vegetal animado por esa soberbia cecina y sus toques ahumados y elegantes.

Como pescado, una gran elección motivada por el estupendo guiso de caracoles con migas crujientes que acompaña a un bacalao en un impecable pil pil de hierbas. Fue verlos en la carta y no dudarlo. Tan buenas resultan ambas cosas que son más bien dos platos en uno.

Las mollejas a la jardinera tienen un potente sabor que contradice su ternura y la salsa nos devuelve a los modos galos de la alta cocina decimonónica con su fuerza de alcaparras y estragón.

No se puede pasar por Saddle sin caer en la tentación quesera porque su mesa de quesos es esplendorosa. Apetecen todos pero ni siquiera yo puedo permitírmelo, salvo riesgo de muerte súbita. Hay desde grandes y viejos Comte, hasta sorprendente Gorgonzola dulce pasando por azules poderosos, picante Stilton e impresionantes españoles de norte y sur (cabrales, payoyo, camembesos…)

Y como colofón dulce, más clasicismo y elegancia y con estos mimbres que otra cosa que un esponjoso y dorado (nubes en el paladar) suflé al Grand Marnier con helado de naranja terminado sabiamente ante el comensal. Simplemente espectacular.

En un sitio normal ya habríamos terminado pero aquí (y por eso lo pongo) el café (y las infusiones) bellamente presentado, las mignardises y el apabullante carro de destilados completan una comida siempre memorable.

Pero si no encuentran ahí lo que buscan, los cócteles son estupendos y la carta de vinos, impresionante. Un sitio más que completo. Por cierto, no hay elegancia sin esfuerzo: yo exigiría chaqueta. Hay que “enseñar al que no sabe” y si en el resto de Europa se hace, no veo por qué aquí tenemos que ser campeones de la informalidad.

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Ugo Chan

La conjura de los Muñoz. Recordarán que hace poco Dabiz Muñoz intentó matarme (de placer también…) con una comida en StreetXO. Pues bien, no habiéndolo conseguido, merced a mi insaciable apetito y resistente estómago, ahora lo ha vuelto a pretender, el otro Muñoz, gran chef y hombre carismático, Hugo en Ugo Chan.

Tampoco lo ha conseguido, pero la ración de placer ha sido mayúsculo. Esto es mucho más que un japonés y esa cocina solo un pretexto para andar por el mundo entero, de los callos a la madrileña a Robuchon parando en Berasategui y Horcher.

Le pedí algo ligero y corto y salimos sin clientes y casi sin personal, como en una borrachera de serie B. Vean: empieza con una miniberenjena con relleno de berenjena de Almagro y una arrebatadora piel de pollo asada y frita con algo de limón. Mucha cocina desde el mismo principio.

Eso era tan pequeño (no sencillo), como opulento es un excelente sashimi de salmonete con sishimi togarashi y una bilbaína fría de picante justo, escoltada por una almeja Bulhao Pato japonés y una delicada ostra con cítricos.

Algo fresco y excitante que da paso a un señor guiso: lenteja caviar con un maravilloso curry japonés, picante y lleno de sabores, y las carnes prietas de una torcaz. Además, una espuma de coco que refresca y redondea una súper receta. Pero hay más, en hoja de sisho, las patas en un gran escabeche de torcaz con cilantro.

Después otro gran bocado: bikini de piel de salmonete -extra crujiente- rellena de su tartar, aliñado con una buena meuniere (con alcaparras y polvo de gambas) que nos lleva a la alta cocina francesa de siempre.

Hemos probado algunos platos inéditos o casi y este era uno de ellos: erizo, espárragos y colmenillas al wok con mantequilla noisette, una mezcla audaz de cosas estupendas que juntas no he acabado de apreciar.

Todo lo contrario que una versión espléndida de la ensalada caprese con tofu y queso talegio, albahaca gelée y tomate de muchas formas: asado, en gelatina, en polvo y el cherry asado y deshidratado. Un gran plato lleno de técnicas, talento y buena mano.

Sorprendente y lleno de elegancia es el tributo a Robuchon (tartar de toro, gelatina de anguila con suave crema de coliflor y caviar) y lleno de ironía el gallego perdido en Cádiz (chicharrón con manteca colorá y percebe, con las dosis justas de manteca y de pimienta sansho, cosas ambas que se apoderan del resto de los sabores si no se equilibran tanto como aquí)

Sigue el despliegue de originalidad y erudición con el homenaje al paté de campaña de Horcher que aquí, reconvertido, es de relleno de gyoza y con la tradicional salsa Cumberland. Eso sí que es fusión y conocimiento.

El perrechico en tempura con huancaina y queso es otra gran idea, aunque esta seta es demasiado delicada para rebozarla. Acompaña un fantástico y fresco licuado de lechuga con un gran pico de gallo de aceitunas verdes.

Y para más adaptación y alarde, vongole a base de esparraguines en tempura, en vez de pasta, y una suprema concha fina con aire cítrico, sustituyendo a la almeja.

Rico, rico, pero nada como la idea más mestiza de las gyozas de callos a la madrileña con garbanzo frito, un masa que parece creada para rellenarla así. Un chute de sabor y suavidad (la envoltura, no los callos).

Llegados al capítulo de los niguiris, Hugo empieza fuerte con el de gamba roja y la cabeza a la brasa (demostración que se puede mejorar la gamba con un arroz de punto perfecto) y sigue con lubina en grasa de ibérico y yuzu kosho, untuoso y muy sabroso, toro a la llama con soja, wasabi y azúcar moreno, tan goloso, de huevo de codorniz con migas japonesas (porque son de crujiente panko) y Berasategui, con foie flambeado, anguila y compota manzana ahumada. Todos soberbios, tanto que no sabría cuál elegir.

Era, teóricamente, una cena ligera según mi pedido. Sin embargo, no me hacían ni caso (menos mal…) y después vino el temaki de mollejas, un monumental guiso en plan kebab con menta, yogur y picantes deliciosos. Y que mollejitas diminutas y crujientes…

La codorniz estaba un poco cruda para mi gusto pero ya se sabe que desde que se empezó a hacer todo poco, se decidió que eso valía hasta para una becada… Por lo demás está muy buena, hecha en kamado con colmenillas al wok y salsas shitake y teriyaki casera.

Complejidad y brillantez hasta el final, porque también participa de esas características la albóndiga de picanha madurada (35 días) en caldo de sepia y coronada de lo mismo.

Dos buenos postres, la refrescante versión del lemon pie hecha con el más potente yuzu, consiguiendo tres buenas texturas. La potencia llega con el pan y chocolate con aceite, con bizcocho aéreo de whisky japonés, praliné de avellanas y toques de picante y amontillado (el de ese estupendo acabado que le dan en Castillo de Canena).

Aunque ahora cualquier español parezca japonés de toda la vida, creo que vienen muy bien estas maneras de reinterpretar aquella cocina desde nuestra tradición. No es tan raro. La tempura es un rebozado portugués. Por lo demás, no es solo la genialidad de Hugo. Aquí hay también un soberbio equipo, una relajante decoración, una carta de vinos apabullante y un servicio excelente. Simplemente, un grandísimo restaurante.

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