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Ramón Freixa Atelier

Que un gran cocinero, en plena madurez técnica y creativa, inicie un nuevo proyecto siempre es una gran noticia. Pero si ese cocinero es alguien tan importante y consagrado como Ramón Freixa y la iniciativa una macro empresa, la cosa se convierte en acontecimiento. 

Y es que Ramón no se ha conformado con poner un restaurante sino dos, ambos espléndidos, en la Milla de Oro madrileña y radicalmente distintos. En la planta alta, la versión clásica y elegante del Tradición -que ya he contado- y al fondo de la baja, escondido como un misteriosa cripta, el creativo y vanguardista. 

Tras recorrer un pasillo de espejos y abrir una puerta eclesial, nos espera una barra cuadrangular, abierta por un lado a la cocina. Siendo así, el espectáculo está asegurado por unos cocineros atentos y concentrados, cuyos movimientos precisos son un placer añadido. 

Ramón se podría haber copiado a sí mismo y repetirse, porque eso hacen muchos dos y hasta tres estrellas, pero ha preferido cambiarlo todo para que nada cambie, porque todo es diferente, salvo que su estilo mediterráneo cosmopolita, atemperado por lo madrileño, sigue siendo el mismo.   

Igual que su genial aperitivo fetiche, el homenaje al puerto de Santa María, un cucurucho comestible (de obulato) con gambas de cristal y salsa brava, andalucismo puro llevado al Olimpo.  Lo acompaña de unos vascos chipirones con estupendo coulant en su tinta, fresco cupcake de lechugas con yema de codorniz y el madileñismo de un tierno buñuelo de callos de bacalao. De norte a sur en unos pocos bocados. 

Y además el gazpacho de Ramón que es una versión colorista y más sólida (es un sorbete) que tiene hasta delicadas esferificaciones de frambuesa

La lujuria (y la gula) es una ostra con caviar y el toque helado y refinado de “shots” helados (con nitrógeno líquido) de dorado champán. Si además, lo sirven con un Dom Perignon de 2015 los pecados capitales son muchos más. 

Uno de los platos estrella de cada año y que me hacía repetir visita al restaurante, para no perdérmelo, es el estudio del tomate. El de 2025 es estupendo y crujiente milhojas de tomate e higo con una sorprendente vichysoise de sardina que combina maravillosamente el sabor de esta con el del puerro

Aunque para sorpresa la de las espardeñas a la no carbonara, con el pepino de mar en lugar de pasta, una yema de pato y el resto en espuma. Cortada así, la espardeña es además mucho más delicada.

Cigala, foie y pasta de trigo duro es un gran lomo a la brasa acompañado de una salsa intensa con toques de marisco y pato y el shock gustativo de un sabrosa ravioli de foie.

Lo que menos me ha gustado, por exceso de potencia y grasa, ha sido el atún y cerdo ibérico, porque mezcla de modo descarnado un estupendo canelón de atún con un trozo de tocinesca papada con jugo concentrado de la misma. Seré muy mío, pero tantas grasas me superan. Menos mal que un excepcional sake lo suaviza enormemente.

Vuelve la rematada brillantez con un sobresaliente mero de piel crujiente con unas alubias del Ganxet que saben a alma de judía porque son esferificaciones. Además almejas y una gran salsa (otra más del maestro salsero) de champán. La tradición de la mano de la vanguardia. Así es él, un vanguardista tradicional. O al revés…

El waygu parace de mantequilla salvo por su inetenso sabor. Ponerlo con milhojas de patata morada con trufa de verano y una golosa demi glas es una gran idea.  

Casi tanto como cocinar los quesos: magdalena de Olavidia con limón negro y levadura tostada, Idiazabal con cremoso de nueces y maravilloso helado de Savel.

Los postres empiezan sin concesiones porque arriesga con coliflor y vainilla bourbon, una mezcla delicada de cuscús de coliflor, helado de vainilla y hojas de col caramelizada.

Una gran idea es hacer paté en croute pero de manzana y apio, una especie de sofisticado Tatin con manzana hecha compota con enzimas (ni idea), espumosa chantilly de apionabo y un magistral helado de Calvados. 

La secuencia del chocolate tiene de todo y resulta un soberbio postre de cacao: mucílago, manteca de cacao, chocolate, manjarí, 64 % 

Y solo menciono las maravillosas mignardises porque me estoy desbordando: albaricoquedátil, osquilla de anís choux-churro y bombones de chocolate de origen en una caja mágica. 

Con gran servicio, maravilosos vinos de una gran sumiller y simplemente… él, va raudo a las dos estrellas. ¡De golpe!

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Ramón Freixa Tradición

Ramón Freixa lo ha vuelto a hacer. Y aún mejor si cabe, porque hacer algo igual a muchos, pero en todo diferente y mejor, y en sitio tan efervescente como Madrid, requiere de mucho talento. Y además, oficio, ilusión, creatividad y mucha experiencia. Justo lo que le sobra. 

Afronta por primera vez, con Ramón Freixa Tradición, un proyecto absolutamente personal y se nota. En un magnífico local de la Milla de Oro madrileña, dos restaurantes en uno: un refinadísimo gastronómico, el Atelier, con menú y solo para viente (que abre esta semana y contaré en primicia) y lo que todo el mundo quiere: un elegante restaurante de toda la vida, con una amplia carta tan deliciosamente fina como mayoritaria. El Tradición.

La diferencia es que reúne tres estilos que suelen ir separados: servicio clásico de alta escuela, cuidadísima cocina y virtudes de sitio “cool”. En un mundo donde solo hay moda o calidad, el Zalacain del siglo XXI (en el ideal), pero con la energía de los sitios del Paraguas.

Apunta muy bien, pero acaba de abrir y estarán ajustando cuando vayáis, aunque a mí ya me fue muy bien en esta comida inaugural. 

Una mesa llena de aperitivos que parecía las de Rafa Zafra: matrimonio con estupendos boquerones (también en su forma anchoa) y un fragilísimo pan de cristal, croquetas crujientes y cremosas de cocido con refuerzo de gran jamón, una ensaladilla con gamba y piparra, que no se refrigera (se hace y se consume) y es aterciopelada y abundante en mahonesa y unas suaves ostras con aliño fresco de aguacate (hasta para los no fans, como yo). 

Pero además y ambos impresionantes, un fresco bogavante muy bien aliñado y con la cabeza en salpicón y un supremo oveo, un huevo que se enriquece con un delicioso tartar de gambas y caviar. 

Y antes, como no le asusta nada, su gazpacho. De D. Simón… casi mejora a los cócteles. 

Aunque sea el más madrileño de los cocineros catalanes, Ramón no se puede resistir (menos mal) a unas buenas espardeñas. Pero no de cualquier manera, sino con una lujosa y elegante beurre blanc de caviar, más buena y bronceada de lo habitual, y eso gracias a una buena reducción del vino blanco y un cuidadoso confitado de las chalotas. 

Hay mucha cocina en numerosos platos y uno de mis favoritos del chef son los (falsos) raviolis de patata rellenos de butifarra, una de esas salsas que pegan los labios como un beso largo y delicadas unas mongetes que parecen de mantequilla y terciopelo. 

Yo quería carabineros con huevos fritos y patatas pero, menos mal, el chef ha dicho que ni hablar, que era demasiada patata después de los raviolis y nos ha ofrecido unos con sobrasada. Me daba un poco de miedo porque este delicioso embutido no me gusta cocinado, porque suelta mucha grasa. Pero justamente esa circunstancia es lo que le da gracia a esta mezcla porque, ajuntarse con la cabeza, se produce una mezcla entre carne y marisco, absolutamente delicioso..

Pero vamos “in crescendo” en la alta cocina y la perfecta lubina en hojaldre (Wellington) es la mejor que he probado. Además es para dos pero da para cuatro. Es un plato muy difícil de puntos, pero en este el espléndido hojaldre está dorado, crujiente y seco y el pescado jugoso y fresco. La farsa, como la gran salsa, le dan una intensidad magnífica. Hasta ahora me acurdaba de la de Paul Bocusse pero esta no le va a la zaga aunque no se presente convertida en un espectacular pez de hojaldre

Dice el chef que cuando hay una cosa no se puede mejorar, hay adoptarla, y eso hace con la famosísima tarta de queso de Alex Cordobés, el rey, un ejemplo de elevar un producto manido a lo más alto de la fama y la calidad. Supongo que saben que hay personas que hacen horas de cola para comprarlas en su tienda. Aprovechen que aquí no hace falta hacerlas. 

El baba al ron está perfecto y se sirve con gran espectáculo de flambeado a pie de mesa. Uno de los mejores, como único es el croissant de chocolate, que en realidad es un trampantojo, perdición de cualquier goloso.

Servicio muy numeroso (y muy muy bien vestido) y varios expertos sumilleres (por eso pongo un par de vinos) rematan una gran experiencia. Si no es la sensación de la temporada, es que soy muy rarito.

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