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Confusión mental

Otro restaurante más en torno a los 30€ (aunque a mí siempre me salen a 50. Será que tengo la mala costumbre de tomar dos platos, postre, café y vino…), que sirve casi todas las entradas en bases de pizarra, que se adorna con una decoración pensada pero anodina y que sirve pulpo, brandada, rabo de toro y tataki de atún. Menos mal que no vi carrillera, ni huevo a baja temperatura o me habría dado un síncope. Se llama Bacira y, a pesar de lo ya dicho, sus tres cocineros hacen un intento de elevar la cocina de este tipo de locales que, al parecer, son los únicos que abren en Madrid; eso sí, con una profusión angustiosa.

La decoración es baratita y el local precioso, porque se yergue sobre una esquina (la del antiguo Balear) y está repleto de ventanas. Sin embargo, los detalles decorativos, más que realzarlo lo aminoran, imponiendo una sensación general de plásticos y cachivaches. Para colmo el mantelito es de hule, cosa bastante incomprensible en la era de los individuales rígidos, limpliables y mucho más nobles.

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Los tres cocineros tienen una variada formación, tanta que en la mayoría de los restaurantes deben haber permanecido muy poco tiempo. Abarca desde los mejores (Celller de can Roca) a los más corrientes (La Maruca o Martinete) siendo la influencia de estos superior a la de los primeros.

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Empezamos nuestro almuerzo con una brandada de bacalao con albaricoques servida en vaso (cómo no), una mezcla disparatada pero ingeniosa que no funciona mal, especialmente porque el colorido es atractivo y la brandada untuosa y suave.

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El tiradito de dorada y vieiras con setas , especias chinas y un toque picante perfecto, muestra a las claras la escuela Nikkei de los tres cocineros y a pesar del exceso de sal, es más que notable.

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Todo empieza a decaer, aunque aún no tanto, con las alcachofas con virutas de foie y setas enoki (aguja de oro, su bello nombre en chino), un plato agradable pero que nada aporta.

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El verdadero problema son los segundos porque transitan por un verdadero desconcierto. El cerdo ibérico agridulce nada añade al del chino del barrio y carece por completo de interés.

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Pero peor es el pulpo ahumado con butifarra negra, una combinación que podría resultar deliciosa si ambos ingredientes se cocinaran juntos en forma de guiso, relleno o albardado, y no como acompañamiento. Para colmo, todo se cubre con una crema de patata que inunda un plato de presentación detestable y en el que el ahumado brilla… por su ausencia.

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El postre de chocolate mezcla un denso helado, una mousse, que no es espuma ni crema, sino más bien pasta, bizcochos de chocolate y dulce de leche. Los sabores son excelentes y se obtienen a base de buenos chocolates, pero todo es tan denso y áspero que resulta seco y difícil de tragar. Un plato que pide a gritos ligereza.

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El pan de especias con chocolate, helado de naranja, aceite, pimienta y sal es otro intento de originalidad donde también se abusa de la sal. No está mal, pero las mezclas no resultan demasiado armoniosas.

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Está claro que este es un restaurante en rodaje. Si tuviera que recomendarlo, lo haría con cautela y hasta puede que le dé una segunda oportunidad, pero da la sensación que opinan demasiados, que todas las ideas se ejecutan con poca reflexión y que faltan liderazgo y una idea clara de lo que se quiere hacer. Esperemos que encuentren el camino, porque el mundo es de los que arriesgan y se esfuerzan pero, la experiencia demuestra que no todo el que arriesga, gana.

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