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El Serbal

Una noche de verano (casi mediado el otoño) en un lugar junto al mar y con grandes ventanales sobre la bella (Segunda) playa de El Sardinero. Alli fue mi cena en El Serbal, un restaurante elegante y excelente que tiene una estrella @mi desde hace veinte años. Y la justifica con creces.

Para empezar dos sorpresas, una enorme carta de vinos con grandes referencias a precios increíbles y un estupendo menú degustación -el que tomamos- por 66€. Empieza con unos suculentos aperitivos que llegan sobre una rama de coral dorada: un delicioso caldo de tomate con una aromática albahaca y emulsión de perejil, un tierno brioche a la plancha con un poderoso tartar de vaca Tudanca y seta Simeji y un crocante de maíz con emulsión de anchoa y queso parmesano. Se colocan con el fondo del mar y sobre un arbolito, también de áureo coral. Y así, ya estamos ganados.

El comienzo es fuerte, porque un arroz nocturno es cosa de campeones cántabros. Está muy bien de punto y delicioso con su surtido de chipirones, calamares, un estupendo gambón a la brasa y el toque maestro de una sabrosa emulsión de ajo asado.

La merluza es de una calidad excelente, jugosa y poco hecha sin pasarse, se anima con emulsión de perejil y una salsa marinera muy rica, pero que anuncian picante sin que lo sea en absoluto.

Lo mismo pasa con el kimchi de la original y estupenda presa con salsa de ostra que además, está rebozada en tinta de calamar y arroz crudo. Se ve que por aquí se atreven a muchas cosas, salvo con los sabores picantes o incisivos. La salsa del jugo de la carne es concentrada y llena de sabor.

Se acaba con la sencillez de un helado de queso con lágrimas (gelatina) de membrillo y una galleta de curry que lo llena de contrastes.

Ya saben cuánto admiro esos restaurantes estupendos, alejados del altavoz y los focos de las más grandes ciudades, en los que día tras día se practica la excelencia. Este es, claramente, un bello ejemplo de ello. Y sin haberlo meditado, me ha salido un pareado…

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Piantao

La de Piantao, restaurante argentino es una historia de éxito porque, después de triunfar con un restaurante más alejado, en los bordes del antiguo Madrid -que ahora ya ni bordes tiene- ascendió con un segundo local a una de las calles más bonitas de la ciudad, cuajada de casas con estatuas y florones, grandes portales y relucir de bronces y latones.

Frente a tanto brillo, Piantao Chamberí es oscuro y negro, elegante y muy nocturno. Está siempre lleno y animado, pero las mesas tienen buen tamaño y respetan distancias de discreción.

Pero lo mejor es que me ha gustado mucho la parrilla de Javier Bricheto que, a estupendas carnes argentinas y de otros países, añade muchas entradas y hasta postres pasados por sus ascuas, encendidas con tres fuegos y, en plan Hades, atizadas con utensilios ad hoc (no “a doc” como horrorosamente dice la página web).

Hemos empezado con una estupenda berenjena china cubierta con una delicada mayonesa de jalapeños y pipas de calabaza, una salsa punzante y bien equilibrada que anima a la verdura sin ocultar su sabor.

También con el típico provolone, afinado 60 días y aquí felizmente matizado -porque siempre me parece una sobredosis de grasa- por tomatitos de Mendoza, berros y orégano.

Mención aparte merece una espectacular morcilla de cebolla, que mucho os recomiendo- y que, con la maestría del parrillero, queda con la piel muy crujiente y un interior tierno y jugoso.

Estando en un argentino, hemos optado por las carnes de aquel país y de ellas, las recomendadas por el amable maitre, un ojo de bife de punto perfecto y sabor suave y una entraña de Black Angus, mucho más potente pero que me ha gustado menos porque, con ese tipo de fino corte, resulta mucho más hecha y seca.

Es cuestión de gustos, pero prefiero pedazos más gruesos y jugosos. Aunque para lo que no creo que haya gustos es para rendirse a los pimientos a la brasa y a unas espléndidas patatas fritas.

Mezclar la habitualmente dulcísima tarta de queso con dulce de leche me parece de entrada una locura glucósica, pero resulta que lo hacen con gran equilibrio y es diferente y de estupenda textura.

Sin embargo, me ha gustado más, por su atrevimiento parrillero, la banana asada y casi convertida en crema con reducción de cacao, almendras crujientes y crema helada de coco, buena mezcla de fríos y calientes con ese plátano sabroso de brasas como gran protagonista.

Con un buen servicio, precios razonables y más variedad y menos rigideces (aquí no imponen vinos argentinos, por ejemplo, sino que hay de otros lugares también) que el resto de los argentino/madrileños, se ha convertido en mi preferido. Un sitio para apuntar.

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Bascoat

Había oído solo dos cosas de Bascoat: que era carísimo y que se comía muy bien. En ese orden. Estoy de acuerdo con ambas y, en ese orden. De aquel resturantito de la calle Ponzano han pasado a este local de altos vuelos en una de las zonas más elegantes de Madrid y es como si se les hubiera subido a la cabeza.

Sin embargo, voy a empezar por lo bueno -que lo es mucho-, la excelente comida: después de unas desconcertantes aceitunas aliñadas con naranja, el licuado de manzana, lechuga, jengibre y aceite de cebollino es absolutamente delicioso.

La carta tiene una primera parte de pinchos vascos y solo tres entradas ( a destacar una ensalada de remolacha y tomate al insólito precio de 28€ y ahora, setas al mismo precio). Hemos optado por los pinchos que estaban deliciosos. La famosa gilda del lugar con la mahonesa de piparras escondida en el pan aireado, los delicados buñuelos de morcilla de Beasain con un chispeante mole de alubia negra de Tolosa y chocolate y las muy crujientes tartaletas de txangurro (ahora de quisquillas) con un inexplicable toque de polvo de regaliz que, después de probado y gozado, resulta ser un suculento hallazgo. Todo diminuto y por unidades. Resultado, los aperitivos para dos que ven en la foto, 57.60€.

Como el rodaballo más pequeño tenía 1.2 kg (a 110 el kg y el lenguado, sin especificar peso, 120€ ración, espero que para 2 al menos), he optado por la deliciosa merluza frita (del mismo modo que la hace Eneko Atxa en Azurmendi) con una impresionante salsa de almejas.

También he probado el cuello de cordero con queso Feta, tierno, intenso y envuelto en una intensa, espectacular y concentrada salsa.

De postre, la rica versión de la panchineta y un chocolate (espléndido) con maíz, al que le sobra una insípida crema del mismo.

Y dicho lo bueno, no voy a hablar de la fea e inhóspita decoración, ni de la ausencia de manteles o de la absurda colocación de los cubiertos (porque esto ya está “normalizado”).

Solo del servicio distante y de la directora de sala (y copropietaria), de la que todos los foodies hablan maravillas y que sólo atiende a quien conoce (como pasó conmigo cuando fui, cuando empezaban, con un clientísimo de la casa). Al resto no le hace ni caso. Eso sí, si se digna a dirigirse a alguien es de tú, tal y como hemos comprobado la única vez que se nos ha acercado para tomar los postres.

Tengo el corazón partío como Alejandro Sanz: muy bien la comida, mal todo lo demás (hasta el frío de las mesas pegadas a la pared junto a la cocina)

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Umiko

Me gustó Umiko desde la primera vez y fue por su impresionante calidad y por la osada fusión de muchas cocinas (en especial la madrileña y la española en general) con la japonesa y ya se sabe que, cansado como estoy del abuso de lo nipón en todas nuestras cocinas, es esto lo que más me gusta, aunque sólo cuando se hace, como consiguen Juan Alcaide y Pablo Alvaro Marcos, con mucha inteligencia y la mayor pericia o sea, lo que no suele ocurrir. En contraposición al agobio que produce tanto abuso de fúnebre negro por todo en local -del que ni siquiera el colorista Okuda consigue salvarnos-, su cocina es brillante, refrescante y llena de color, una bocanada de fresco y diversión frente a la ortodoxia.

Después de un rico aperitivo de crujiente de arroz, humus y salpicón de caballa, hemos elegido (y qué difícil es) una de sus porras (sí, tal cual, las que se toman de desayuno) rellana de carabinero, polvo de cochinillo, mayonesa de maracuja y fruta de la pasión (así lo dicen, aunque sea lo mismo). Como no me gustan las porras puedo decir que así alcanzan la categoría de reales. Una explosión de sabores deliciosos.

La ensalada japomediterránea con mollejas fritas es una rica combinación de brotes donde lo mejor está en unas pequeñas y delicadas mollejas fritas que ganan con el verdor.

El cangrejo de cáscara blanda a la madrileña (con guiso tradicional de cangrejos de río) con yema de huevo, cebolleta, y ajo frito tiene un perfecto toque picante que muestra desde el principio el equilibrio y la habilidad con los que tratan los sabores picantes, felizmente frecuentes en muchos platos.

Siempre hay cosas fuera de carta para no perderse y hoy, entre otras, suculentos boletus de la sierra de Madrid al curry y también con huevo a baja temperatura (mejor de lo normal, es de Cobardes y Gallinas), edamame y arroz, un excitante guiso, también de perfecto picante, y que es uno de mis mejores currys de este año.

Muy buenos los niguiris: me encanta el de buey de mar con el alga muy crujiente, huevas de arenque ahumadas y un suave y elegante toque de wasabi. Sin embargo me ha fallado el de gilda porque no la reproducía correctamente. Está excelente con su anchoa, piparra en temoura y encurtida y sardina parrocha acabada con soplete, pero no evoca a la gilda, por lo que bastaría con cambiarle el nombre.

Trabajan con Señorío de Montanera y en una cena con sus excelentes productos probé el saam de solomillo y ya no puedo pedir otra cosa. Lleva mayonesa de chile chipotle, crema agria, crema de gazpacho de tomate verde y cebolla roja confitada. Una delicia llena de sabores y matices.

No había mucho lugar para el postre pero la ligereza de la panna cotta de soja, con ralladura de hoja de limonero y una base de mermelada de naranja sanguina, nos ha permitido acabar en grande.

Además de todo lo dicho, que ya es mucho, el sitio siempre está animado pero eso no impide que se luzca un gran servicio sumamente amable. También resulta muy interesante y variada la carta de vinos con las que se luce un buen sumiller. Para los amigos del japomestizo, es imprescindible y, creo yo, para el resto también.

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