«It girl«, dice la Wikipedia, «es una frase en inglés aplicable a una joven que posee la cualidad «It» («eso»), la atracción absoluta». El uso temprano del concepto de «It» en este sentido se puede ver en un cuento de Rudyard Kipling: «No es la belleza, por decirlo así, ni buena charla necesariamente. Es sólo ‘eso’.»
Tras tan elegantes antecedentes, la denominación se aplica hoy en día a las chicas guapas que van a fiestas, compran ropa y zapatos y con ellos, «marcan tendencia», o sea, mujeres hijas de la sociedad del espectáculo y la banalización que convierte la futilidad en modelo de… ¿alienación?
Siguiendo esa terminología, un restaurante It seria el lugar de las chicas It, algo bello y presuntuoso, excitante por fuera y bastante vacío por dentro, una idea que no haga pensar, un concepto que se entienda a simple vista. En esa definición caben muchos, todos los Cipriani del mundo entero, bastantes Zumas y en España, entre otros, Otto en Madrid y Opium en Barcelona. Ten con ten no serviría, sin embargo, porque su lado castizo lo aleja de cualquier sofisticación.
No obstante, todos ellos parecen ahora meros aprendices tras la llegada de la sensación de la temporada, Tatel, la última y deslumbrante obra de un verdadero creador de tendencias, este sí, recreativas. Todo lo que toca Abel Matutes hijo se convierte en oro y este restaurante no iba a ser la excepción. En pocas semanas se ha convertido en el lugar más codiciado y conseguir mesa, en un toque de distinción. Más de quinientas personas cada noche así lo atestiguan.
La decoración es suntuosa y oscura lo que lo hace más apto para las cenas -en las que además hay música en directo-, cuenta con toques de gran restaurante de otros tiempos, como el desmesurado chester burdeos y los largos delantales de los camareros, y ha disimulado con maestría sus grandes dimensiones.
Su vocación mayoritaria, mayoritaria adinerada, hace que no arriesgue un ápice en la comida que, como en el refrán de guapos y feos, no es ni buena que encante ni mala que espante. Mucho casero y popular (croquetas, arroces, gazpacho), más de lo que ahora se impone en todas partes (pulpo a la brasa, jamón recién cortado, alcachofas, salmorejo) y recetas que no sorprendan a nadie. Todo razonable y servido por un personal atento, eficaz y muy rápido.
Las entradas consisten en un buen pan acompañado de aceite, tomates maduros y ajos montaraces para que cada uno haga de ellos el uso que prefiera. Se acompañan de un paté como los que se hacían en la transición y que, como pega poco, hace añorar algún fuet o un poco de butifarra.
La ensalada de perdiz es banal pero tiene la gracia de que la lechuga es cortada en pequeños trozos en presencia del comensal.
La tortilla trufada es jugosa y añade a las tradicionales patatas un poco de crema de lo mismo y aceite de trufa blanca.
El arroz limpio de marisco tiene muchos calamares, buen sabor y en su versión para dos personas, nada más -y nada menos- que seis gambas peladas.
La tarta brutal de chocolate es, como sinceramente dicen, más que brutal un vulgaridad llena de bizcocho y crema de chocolate caliente.
Como todo lo It, Tatel es cuestión de prioridades. ¿Quiere ir a comer tan solo? No vaya. ¿Prefiere diversión, moda, comida aceptable y sin complicaciones y estar a la última? No lo dude!
Tatel Paseo de la Castellana 36/38 Madrid Tfno. +34 911 721 841