Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Elcielo, vanguardia a la colombiana

He vuelto a Bogotá y he estado otra vez en Elcielo. Como soy extranjero, desconozco los motivos por los cuales su chef es tan polémico siendo el mejor de Colombia. Cada vez que lo alabo en las redes sociales recibo multitud de comentarios educados –sí señores, también en las redes son educados los colombianos- en los que se cuestiona mi opinión. Creo yo que será porque es el único cocinero verdaderamente moderno y osado del país, el único que arriesga y mira a la vanguardia. De ahí unas críticas parecidas a las que recibió la nueva cocina española de los 80, la misma que hoy asombra al mundo y que algunos paletos calificaban de efímera ocurrencia solo apta para snobs. Claro que pensándolo bien, muchos de ellos siguen vivos y continúan sin entender nada… Los paletos digo, porque los snobs también.

Pues bien, en una Bogotá insólitamente soleada y calurosa (récord hitórico de temperatura, 22.2º) comí en Elcielo y nuevamente me gustó mucho más que ningún otro restaurante de esta ciudad, si bien el riesgo es ahora mucho menor. Temo que el cocinero haya rebajado su arrojo para no espantar a la clientela. Ahora los sabores y las técnicas son más asequibles y se ha refugiado, delicado e inteligente refugio, en la belleza de unos trampantojos que ocultan con brillantez platos mas tradicionales. Ahora, si son pacientes, lo verán.

El buñuelo líquido es un estallido de queso en la boca. Bajo una suave corteza se esconde el interior líquido y muy sabroso de una receta ya muy consolidada en la cocina actual, pero muy moderna en este entorno.

La sopa de tomate ahumada es en realidad una deliciosa infusión de tomates ahumados que, a pesar de su aspecto, es mucho más potente que una simple crema de tomate y ahí está su gracia, en eso y en su ligereza, aroma, delicadas miniaturas y en el toque ahumado, como de tomates a la brasa, que la realza.

El pan se sirve sobre una mola que es un bello tapiz popular, plagado de motivos geométricos modernísimos, realizados en brillantes colores y que llevan confeccionando las indígenas desde hace siglos por media América. Puro op art, centurias antes de cualquier modernidad. El pan es dulzón y de arracache, un tubérculo local y se acompaña de una sabrosa mantequilla avellanada y un chutney demasiado dulce para el comienzo de la comida.

El shot mistela de mora, remolacha y champagne es como una graciosa vuelta a los aperitivos. La bebida es potente y aromática y se acompaña de un complemento ideal que hasta podría introducirse en ella, una acidulada y etérea nube de limón

El cangrejo de San Andrés es un maravilloso plato solo apto para virtuosos de las manualidades y la cocina. Llega un enorme platón que es como una minúscula playa plagada de relucientes conchas y suave arena por la que se esparcen algunas vasijas de barro, restos de un tesoro escondido. Sobresaliendo de ellas, unos enormes cangrejos que son de cáscara blanda, pero no por estar mudándola sino porque en realidad es pasta, pasta de empanada que esconde un excelente y chispeante picadillo tradicional, apto para todos los públicos. La audacia está en la composición y la tradición en las texturas y los deliciosos y sencillos sabores. No me parece mal como tercera vía entre tradición aburrida e intimidante vanguardia. 

Cebada y chicharrón es otro plato tradicional o eso me pareció: pedacitos de cerdo crujiente sobre un lecho que parece pasta o quinoa y es en realidad cebada adobada con cebolla. Remata un leve y transparente crujiente de yuca que me gustó mucho.

Me sorprendió mucho más el llamado montañas de Colombia, porque toda la receta se esconde bajo una enorme hoja que parece de plátano y resulta ser otro engaño a los sentidos, una hoja de pasta de espinacas que imita perfectamente a la otra. Bajo ella, una sencilla ropa vieja que es como una de las nuestras, res deshecha en finísimas tiras. 

El primer bocado dulce –aún o es un postre- es un quebradizo y muy agradable crocante de maíz en texturas y es que este alimento básico de toda América, también del norte, tiene una cualidad naturalmente dulzona que queda muy bien para ser convertida en crema, pongo por caso.

Todo, o casi, termina con el contundente merengón Elcielo, un postre dulcísimo en la mejor tradición latinoamericana de dulzores máximos. La corona de crujiente y níveo merengue tostado oculta una untuosa crema pastelera que para mí que estaba reforzada con leche condensada. Menos mal que los toques de la gran fruta colombiana, el lulo, así como de aguardiente y polvo de mora refrescaban tan embriagador conjunto.

Como esta vez me negué a que me embadurnaran las manos de chocolate blanco –al parecer al chef Juan Manuel Barrientos esto le encantaba en su niñez y piensa que, habiéndonos gustado a todos, es bueno repetirlo en la edad adulta. Falso antes y falso ahora- nos lo cambiaron por café y nitrógeno y ciertamente ganamos con la troca porque la ceremonia del café es a Colombia lo que la del a Japón, aunque felizmente algo más breve. El café, no se alarmen, no se mezcla con el nitrógeno sino que este nos envuelve mientras paladeamos el delicioso y leve café de Colombia.

Acabamos con unos sutiles pétalos de rosa, no para comer sino para suavizar las manos, porque esconden una perfumada crema de rosas. No es mal final para nada.

Me reafirmo. Con moderación y todo, Juan Manuel Barrientos es el mejor chef de Colombia y con Leo Espinosa -que juega más a reverdecer la tradición más escondida que a modernizarla- el único cocinero verdaderamente interesante del país, así que ánimo todos a corroborarlo.

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Revolución en el cielo

 

El lampedusiano anhelo de cambiarlo todo para que todo siga igual ha perseguido al establishment del comunismo del mismo modo que al del fascismo y ello, pasando por todos los demás. No es cuestión de ideologías, sino de  poder, de detentarlo e intentar no perderlo, aunque eso suponga seguir esa máxima, tan cínica como eficaz. Por eso, solo los grandes creadores o los genuinos revolucionarios -estos solamente hasta que se instalan- persiguen que todo cambie para que nada siga igual. Hacerlo siempre es arriesgado y mucho más cuando se está completamente solo en el empeño. 

Juan Manuel Barrientos tiene poco más de treinta años y vive en un país tan turbulento y culto como Colombia. Ha transitado muchos caminos y conocido momentos difíciles. Quizá por eso tuvo la valentía de optar por la radicalidad, inspirado en la genial transgresión de Ferrán Adriá, su referente confeso. Muchos lo han hecho, pero pocos en ambiente tan hostil y desconfiado y es que él empezó a hacer vanguardia en un país que ni siquiera conoce la modernidad gastronómica. O sea, algo así como ir de sopetón de la pintura academicista de Poussin a las autoflagelaciones de Marina Abramovicsin pasar siquiera por el impresionismo. Formado con un maestro de sushi y con el inagotablemente moderno Arzak, está revolucionando la cocina colombiana y acaba de saltar a Miami, otro lugar no precisamente vanguardista. 

Su restaurante se llama Elcielo y esá instalado en un bello local cuajado de plantas e inundado por el sol, donde las creaciones se degustan bajo un cielo de cristal y sobre mullidos sillones de cuero de aire abacial, un local bello pero sorprendentemente elegante y clásico para artífice tan rompedor, tanto que a veces hace alguna tontería, pero ¿no les pasó a Picabia y Baudelaire o al mismísimo Prince? El camino de la creación está jalonado de baches y despeñaderos. 

Lo sorprendente, es que la radicalidad está en cualquier propuesta y en todas las técnicas, pero no así en los sabores que son de una sorprendente suavidad (¿insipidez?), una delicadeza algo mortecina, quizá proveniente de su amor al sushi, por que ¿qué hay menos chispeante e intenso que un pedazo de pescado crudo con arroz cocido envuelto en un alga? Por eso se descubrió la soja y el wasabi…

Descubramos esta majestuosa insipidez:

  

La lulada de vino blanco es un cóctel a base de lulo, una deliciosa fruta muy apreciada en Colombia. Sirve como aperitivo de los primeros bocados sólidos y apunta ya las características básicas de todo el menú: audacia, sabias técnicas y un inteligente y cultivado uso de toda la despensa colombiana. 

 

Llega a continuación un impresionate arbolito cuajado de nidos. Alojan amorosamente,  donuts con salsa mornay y queso paipa con zumak (¿zumaque?)unos bollitos tiernos y sumamente suaves que combinan bien con un queso leve y con esa especia mencionada que ni mis amigos colombianos conocen, pero que da una cierta alegría al plato.  

 

El gran error del almuerzo llega demasiado pronto. Quizá para poder enmendarlo después. Una bella jarra de plata martelé y una nívea servilleta anteceden a una supuesta experiencia sensorial, la chocolatoterapia, en la realidad una extravagancia algo desagradable: el camarero vierte en nuestras manos crema caliente de chocolate blanco y nos arroja un puñado de frutos rojos que debemos estrujar. Una vuelta a la infancia dicen. Será a la suya… La buena noticia es que no hay que comérselo y el engrudo queda en el plato. No se olviden señores chefs: la originalidad exagerada es ridículo.  

  

 

Menos mal que las arepas de maíz mote con sopa de ajo y leche de coco, con moscaes una receta sabrosa aunque algo insípida y la mosca una inofensiva alcaparra macerada.  

  

 

El nivel sube con el cherne con puré de arracache (un tubérculo), salsa de espinacas y queso y reducción de gambas, un plato bien elaborado, vistoso y respetuoso con el leve sabor del pescado.  

 

La siguiente audacia, al contrario que la primera, tiene mucha gracia y encanto. Antes de pasar a la carne se nos hace aspirar un aire (humo) de embriagador aroma que envuelve un  helado de panela (extracto de melaza que es un dulce muy popular en el país), cardamomo y vodka servido en un recipiente de totumo, que no es otra cosa que una fruta local. Lo que parecía una cursilada de otras épocas (sorbete entre platos) se compensa con la complejidad del mismo y la sorpresa aromática.  

  

  

El pollo con arroz de remolacha queso paipa es un plato tremendamente bonito, mucho más bello aún que sabroso, porque como todos los demás carece de garra, pero el equilibrio entre fondo y forma compensa la debilidad.  

 

Tampoco el tartar de res macerado en pimientos, cebolla y mango con arepa de maíz y vinagreta de gulupa (un tipo de maracuyá) tiene la potencia apetecida como plato fuerte, pero el macerado es espléndido y las arepas, doradas, crujientes y perfectas. Habrá que decírselo a los franceses porque parecen mejor complemento para el tartar que las patatas fritas o el pan tostado.  

 

El polo de queso costeño y bocadillo (dulce guayaba) es excelente y el queso el sabor más fuerte de la comida, lo ideal para contrarrestar el enorme dulzor de la guayaba.  

 

La oblea deconstruida reproduce, ingrediente a ingrediente, un famoso postre colombiano que mezcla obleas, crema, arequipe (dulce de leche) y fresas. 

  

El menú acaba con una experiencia tan elegante y placentera como desagradable era la del pegajoso chocolate blanco: un suave pétalo de rosa con crema de higuerilla para que envolvamos las manos en su terciopelo y con esa delicadeza y suave aroma queden por un tiempo. 

  

Barrientos empieza a tener una obra formidable que necesita la misma fuerza en los sabores que en el concepto pero con todo y con eso, es ya, tan pronto, unos de los grandes referentes de la cocina latinoamericana y, de seguir así, pronto de muchas más. Y su mérito no es doble, es al menos triple, porque no es lo mismo responder al anhelo de cambio de una sociedad ansiosa de él, como fue la burguesía gaudiniana, que pretender cambiarlo todo y para siempre en una heroica y majestuosa soledad. ¡Salve al héroe!

Elcielo                                                 Zona G, Calle 70 # 4-47                    Tfno. +571 703 55 85

   

 

Estándar