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La Finca (Hotel La Bobadilla)

La Finca, con la primera estrella Michelin de Granada, es uno de los restaurantes más bonitos de España, porque cuenta con el bello y campestre entorno del hotel La Bobadilla y porque además, dispone de una sobria capilla, presidida por un colosal órgano, a modo de altar y barra de preparaciones, en la que todo comienza después de una ceremoniosa bienvenida del maitre en el atrio.

Lo gracioso es que nunca fue iglesia y que, desde el mismo principio, se ideó para restaurante. Si eso son grandes cosas, la mejor es que se come realmente bien, a base de una una cuidada cocina andaluza, renovada con sensibilidad y elegancia, por el estrellado murciano Pablo González Conejero, asistido espléndidamente por Fernando Arjona.

Se empieza con dos aperitivos que son cumbres cocineriles populares andaluzas: ajili mojili, una sabrosa crema de ajo y pimiento, a la que se añaden unas quisquillas casi crudas y, en homenaje a Murcia, unas crujientes berenjenas fritas con un boquerón llamado espichá (seco y frito).

Sigue una poderosa menestra de alcachofas y pollo (en vez de carne) con mousse de morcilla de Loja y caldo de mazamorra. El aguacate sobre un finísimo crujiente es tan frágil que se rompe entre los dedos. Tiene además, almendras y uvas pasas de Montilla en perfecto equilibro.

Un buen final aperitivil con dos grandes guisos: olla de trigo almeriense, que se ennoblece con jugo de matanza y tartar de calamar en su tinta, con un toque picante que contrasta con el dulce maíz. Y un espléndido rabo de toro que combina con una rica gamba blanca curada en vinagre, todo cubierto y suavizado con un aire de miel de Loja.

A través de uno de los bellos patios del hotel, nos conducen al restaurante, donde se empieza con un muy elaborado y vistoso servicio de pan, aceite y mantequilla que se completa con un soberbio paté de jabalí.

La berza malagueña es sobresaliente (Pablo borda cualquier guiso) y sobre ella coloca una cigala rellena de guiso de crestas con crujiente de cigala y el estupendo caviar de Riofrio. Todo está bueno en este plato ambicioso, quizá en demasía, porque tiene variadas temperaturas y muchas cosas que acaban tapándose unas a otras.

El maitre tuesta ante nosotros un apetitoso pan de cruasan que acompañará al plato principal: cabezada de cerdo ibérico con olla de San Antón, otro plato potente y delicioso, con una buena cantidad de grasa que quizá mereciera algún acompañamiento más refrescante, si bien ayuda mucho el estupendo pan de cruasan.

Lo que no necesita nada, porque son espectaculares, son los quesos que trabaja y eso es muy arriesgado. Es un producto tan bueno y bien acabado que casi siempre fracasan los intentos de cocina. Aquí los realzan y engrandecen en barquillo de beso de queso e higo, crujiente panipuri de pata negra curado en manteca con pimienta y melocotón y un soberbio e inolvidable helado de bucarito azul.

Es un acierto aligerar con un postre floral a base de jazmín (en sabayon, mousse y helado, además de un aromático hielo seco aparte) con toques de azahar, chirimoya chocolate blanco y caviar cítrico.

Un estupendo postre que enlaza muy bien con unas mignardises que recrean dulces regionales: rosco de Loja, huevo volao, chocolate y pistacho de Archidona y un muy original pestiño de jamón ibérico.

Me ha gustado mucho La Finca porque, además de una de las puestas en escena más espectaculares que he visto, tiene una rica, creativa y renovada cocina andaluza, un marco único, un sumiller que entiende muy bien al cliente y un servicio tan profesional como amable.

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Doble almuerzo en La Salita y Lienzo

Siempre me ha encantado Gin Mare, una ginebra llena de aromas a hierbas silvestres y de sabores mediterráneos, pero desde que me invitó a Valencia para probar cócteles inéditos acompañando las refinadas y elegantes cocinas de Begoña Rodrigo en La Salita y de María José Martínez en Lienzo, aún me gusta más, porque he aprendido (y gozado) mucho de esta elegante y cuidada ginebra.

Al bajar del tren, una histórica DKW customizada para la marca, toda blanca y azul, nos esperaba para llevarnos a esos dos templos de la gastronomía valenciana, ambos regentados por mujeres, unas de las pocas chefs en activo y qué pena que no haya más porque ellas aportan a la gastronomía un punto de vista sensible, tradicional y técnico a la vez, y muy aferrado a sus raíces.

Begoña tiene todo eso, pero además una fuerza imparable y un discurso elaborado. Sus aperitivos empiezan con un cóctel inédito de Gin Mare que resalta sus notas de romero y tomillo con clarificado de hierbas, uva blanca y alcaparrón encurtido.

Lo sólido comienza con una intensa sardina con helado de coliflor, deliciosa centolla con raíces encurtidas y una cobertura de gazpacho convertido en merengue, unas muy marinas verduras crudas con fondo de algas y percebes, esponjosa coliflor encurtida y calamar, una remolacha que se trata como mojama con tartar vegetal y una estupenda caprese que es crema de pesto y berenjena ahumada. Todo es muy bonito y con saborea marcados.

Llegados a la mesa desde el bello jardín, nos sorprende con la bella tiara, un fresco tartar de tomate animado con migas de bacalao, bonito y mojama con una vegetal base de berenjenas y verduras encurtidas.

Después, otro estupendo coctel, sour de Gin Mare con chirivía, remolacha con cardamomo y ruiiabrbo para acompañará a sarandonga, obviamente un arroz (que son dos tipos, uno crujiente y chispeante) con bacalao en espuma, coliflor y alga nori, una mezcla sabrosa, sorprendente y envolvente,

cualidades de las que también participa todo un platazo de tradición renovada, Albufera pura: alli pebre con su anguila como protagonista y el resto de los ingredientes en emulsión, además de esferas de alubias blancas y un poco de salmuera. Ya así era una gran receta, pero los añadidos de un blanquet de anguila y piñones y un buñuelo de espuma de huevos fritos y apinabo lo hacen excepcional.

La falsa pasta de chirivia con duxelle de setas, quinoa frita, salsa de verduras fermentados y queso patamulo es otro hallazgo porque parece una carbonara vegetal, untuosa y crujiente. Exquisita

En la segunda parte de la excursión por Valencia, María José nos recibe en Lienzo con un estupendo cóctel preparado por su marido y sumiller que es puro verano mediterráneo, o sea inspiración gazpacho, a base de agua de tomate y aceituna. Con base de Bloody Mary lleva algo de miel (una de Madrid menos dulce) y la aportación de un rico tomate fermentado.

Acompaña a la perfección a un falso lomo de orza servido, en homenaje a la antigüedad, en un original plato/ánfora. Y es falso porque se hace con presa y se remata con muchos matices de hoja de higuera. Para mojar, manteca de cerdo, pan quemado y unos palitos de maíz con polen. Siempre las abejas porque María José es experta en mieles y adicta al mundo abejil.

Los calamares en su tinta son un gran plato, oculto bajo un bello encaje de tinta, al que el alga kombu y un gran caldo dashi llenan de sabor intensificado.

La lubina se marina en miel y sal y se acompaña de “foie de lubina”, espinacas y hasta una original sobrasada de lubina en la línea de las grandes creaciones de Ángel León.

Acaba este suculento “medio menú” con un tierno y potente cordero a baja temperatura con ñoquis de boniato morado, limón negro y una perfecta y original demi glas.

El último cóctel es homenaje al llamado en Valencia café del tiempo y el mejor Espresso Martini que he probado. Incorpora una base de limón infusionado en miel y hasta unas gotas de Tabasco. ¡Espectacular!

Muy a la altura de un precioso y estupendo postre de miel, claro, homenaje a la miel urbana. Unas mini colmenas de tomillo y limón, varias mieles, cera y nata conun estupendo helado de leche vaca fresca y lima kefir. Además, unas cuantas mieles extraordinarias y la lección magistral de M. Jose sobre un mundo tan desconocido como fascinante.

Un grandioso día de primavera en el que una ginebra hace de mecenas de dos artesanas muy diferentes a las que une el tesón, la creatividad, la técnica y esa mirada tan femenina que une el mundo de los sueños a la realidad más terrestre, la magia de la mente con la sabiduría de las raíces.

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Cebo by Cañitas Mayte

Tenía una cuenta pendiente con Javier Sanz y Juan Sahuquillo, los jóvenes y brillantes chefs de los que todo el mundo habla, porque no había podido ir al campo albaceteño, hogar de sus galardonados Cañitas Mayte y Oba (pronto lo resolveré) y solo había probado los aperitivos que prepararon para la gala de los Chefs Awards, impresionantes debería decir y muy por encima de los que ofrecieron sus mayores, los muy estrellados chefs que allí servían también. Algo así como lo que le pasó a Zorrilla en el entierro de Larra (puedo contarlo porque la LOGSE ha acabado con estas cosas) pero en plan festivo.

Me ha gustado mucho. Cebo es un restaurante diferente, entre el brillo de los dorados y la frialdad del hormigón, en el que me siento a gusto entre espesos manteles de hilo y frágiles y elegantes cristalerías. La cocina es justo así, solo producto y sencillez -según Javi-; clasicismo renovado, mucha técnica, refinado estilo y sabores basados en la tradición pero transformados por mucho conocimiento, según yo. El comienzo es tan rico como desconcertante porque no deja de ser pan con mantequilla y champán, eso sí, pan brioche casero de larga fermentación y mantequilla a la antigua.

Por eso hay que llegar a la mesa para descubrirse ante un homenaje a Joselito, a base de galleta crujiente rellena de steak tartar, su laureada, crujiente y sedosa croqueta de jamón. Con leche, mantequilla y crema de oveja. Además, un revitalizante caldo de costillas a la brasa.

Después, un fresco tomate de su huerta regado con agua de río y ahumado, cubierto de una crema láctea de cabra, además de verdes brotes ácidos, aceite matcha y nata fermentada, da paso a un gran plato de setas de monte, trompetas, angula de monte y níscalos con una espumosa pamnetier de patata y crema de yema. Todo ello envuelto en el delicioso y boscoso sabor del praline de piñones.

Las alcachofas se hacen simplemente con papada iberica, trufa y un caldo del cocido a la menta y los tiernos y crujientes guisantes del Maresme se mezclan con cocochas en salsa verde, que es muselina más que caldo y esos son los toques elegantes y técnicos de los que hablaba.

Se notan también en los soberbios calamares en tinta que se animan, en vez de con cebolla, con un suero de cebollino de toques ácidos.

Y vaya angulas!!!! Las sirven con una salsa de muchas pieles de bacalao y crema huevo. Una súper salsa a la que acompaña más que bien un irresistible canapé de pan brioche con anguila ahumada y caviar, una mezcla infalible.

El pescado, después de muchos buenos vegetales y algún marisco, es un soberbio mero negro de Cantábrico que maduran 7 días (después de intentarlo con 15) para intensificar el sabor y hacer más crujiente la piel. Está muy rico pero casi me gusta más la salsa de espárrago heroico y esparraguines que es un enjundioso gazpachuelo vegetal.

Antes de la carne, el rey, un soberbio carabinero que realzan con un aterciopelado sabayon de manteca de cerdo que está de muerte, aunque no mejor que un fantástico buñuelo líquido de carabinero al ajillo con tartar de carabinero en la cumbre. Todo junto, es como una oda al crustáceo en todas sus formas.

La intensa y tierna vaca se madura70 días, se envuelve en lechuga de mar, y se rueda de algas y plantas haliófilas que le dan toques marinos muy sutiles y diferentes. Por encima una clásica y golosa demi glace.

Aunque digan que es cocina sencilla y de producto, se les escapa, como agua entre los dedos, la creatividad y la técnica y eso llega a su culmen con un no postre (o quizá sí) de caviar que aplican sobre un helado de plátano de textura muy cremosa y no tan fría, porque se hace con ocoo, un artilugio coreano. Junto a él, hojaldre planchado y caramelizado. Suena muy raro pero está buenísimo de sabor y sensaciones y funciona de maravilla. En cualquier momento del menú.

La leche de oveja es más convencional pero no decae: flan líquido (o sea, natillas), almendra garrapiñada, azúcar extraído de la propia leche y escarcha de yogur y vainilla. Muy refrescante y con puntos dulces y ácidos bien equilibrados.

La galleta de cacao 80% de Belice se rellena de ganache y caramelo salado y tiene, como punto disruptivo, helado y crumble de boletus y boletus encurtidos. Rompedor y estupendamente vegetal.

Mucho trabajo en la mesa y mucho mimo en todo pero sobre todo la deliciosa paleta de técnicas y sabores de dos chefs demasiado jóvenes. Demasiado para ser tan buenos….

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