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No Drama

Interesante el novísimo No Drama, un restaurante elegante cuyos platos se inspiran en muchas cocinas, aunque con una clara preponderancia de la peruana (tanto la clásica como la versión japonizada, la deliciosa Nikkei). No en vano el chef es discípulo del mejor cocinero peruano de todos los tiempos, Gastón Acurio. Aunque también de Gordon Ramsey, Sergi Arola y otras cuantas estrellas.

Hay dos menús y hemos probado el más largo (90€) que empieza con crocante de arroz: foie gras, gel de Hoisin y pimienta de Espelette, una rica mezcla de dulces y picantes y blandos y crujientes. Un canapé original y de sabores clásicos.

La flor de remolacha en reducción de Oporto con creme fraiche y caviar lleva también un toque de aceite de huacatay que robustece y sobre todo, embellece el conjunto. Es un gran plato pero con un ingrediente demasiado caro, el caviar, por lo que se pone poco, y eso hace que su sabor desaparezca en el buen encurtido de la remolacha. Con más cantidad (aunque habrá que subir el precio) sería un bocado perfecto, entre lo potente y lo sutil.

Más visto y muy frecuentado, pero siempre rico, es el air bag: esfera crocante velouté de carabineros y huevas de pez volador. Este se parece mucho en su concepto al que hace Dabiz Muñoz con el bogavante y que sirve en un gran elefante de plata. El que nos ocupa es envolvente y tiene un picante maravilloso, el sishimi togarasi, siete especias japonesas en una gran mezcla que da toques muy sabrosos y aromáticos al inconfundible y poderoso carabinero.

El Onsen Tamago es un huevo a baja temperatura, con un gran guiso de setas silvestres que se anima con unas sabrosas lascas de atún seco. Todo está muy bueno y el conjunto es ideal pero simplemente el espléndido y campestre guiso, ya vale por todo.

El consomé de capón y gallina con tortellini de jamón, pollo y carne además de unas gotas de cornicabra es un súper consomé, elegante, clásico y de sabor profundo. Me encanta el consomé porque parece apenas una infusión suave o un agua coloreada y sin embargo, cuando es bueno, como este, está plagado de sabores tan puros que es como si los ingredientes, carnes, huesos y vegetales, se dejaran el alma en él.

La Oda a la Zamburiña lo era hoy a la vieira: está laminada , después marinada en una rica emulsión de lima y cubierta de un pil pil de ella misma, aterciopelado y sabroso. Además una gotas de gel de ají limo que no solo decoran. Bonita y vistosa pero demasiado fría tras el consomé (que, por cierto, sigo sin entender por qué va detrás de los huevos y antes que la vieira, un orden muy caprichoso que más que aportar, resta).

El pescado se llama ventresca a secas y es un gran atún a la brasa con salsa de leche de tigre caliente y trufa negra. Tiene también un rico y delicado crujiente de yuca frita y un toque levemente picante que ne ha gustado mucho. La leche de tigre, en versión salsa caliente, es una gran idea.

La carrilleras de ternera glaseada con salsa japonesa (algas, caldo de pollo y bonito) es tan melosa y tierna que la ponen solo con cuchara. Muy ricos también el puré de apionabo, el fuerte aroma de la ralladura de naranja y el salsifí crujiente, que remata a la perfección la decoración. Un muy buen final a una parte salada ciertamente notable.

Lastima los postres, ricos pero banales y escasitos de técnica , vamos, el pan nuestro de cada día. Un refrescante sorbete de manzana y wasabi con tartar de manzana primero y después tarta de zanahoria, chantilly de mascarpone y helado yogur griego. Todo corriente, corriente, eso sin contar mi incomprensión por el gusto por una tarta tan seca y pastosa como la de zanahoria y, menos aún, el ponerla como postre.

Como esto de los postres -tan frecuente en España– les puede dejar con una impresión equivocada, así que debo aclarar que, después de toda la descripción y de algunos momentos de brillantez en el menú, apenas acaban de empezar y todo es fluido, interesante, rico y está bastante por encima de la media. Por eso, habrá que seguirlo con atención porque, da la sensación, de que a No Drama le espera un muy buen futuro por delante.

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La Bien Aparecida

Mis seguidores más castizos están de enhorabuena. Yo también. Por fin voy a un restaurante tradicional, muy tradicional, y me gusta. Se llama La Bien Aparecida y es un recién llegado a Madrid, aunque no así sus propietarios que, desde su clásico santanderino, Cañadío, abrieron sucursal en la capital hace pocos años y, dado el éxito, probaron de nuevo con La Maruca. El primero me dio pereza por variadas razones y La Maruca aún más, por su ruidoso y claustrofóbico local y, sobre todo, por la dificultad en la reserva que si ya me desanima en los grandes, me desmotiva por completo en los más sencillos. 

Pues bien, llegó el momento de conocer esta casa gracias a la excelente ubicación de su nuevo restaurante y a su atractiva y cuidada decoración. Ocupa un amplio local de la calle Jorge Juan en el que anteriormente se asentaron varios restaurantes de infausto recuerdo. El hecho de instalarse en esta calle ya es un acierto –y un riesgo- porque concentra en sus aceras la mayor oferta de restaurantes popuelegantes de Madrid (Quintín, Alkalde, La Máquina, El Paraguas, etc), todos basados en una oferta muy tradicional y la mayoría, mediocres como restaurantes y brillantes como negocios rentables. 

 Todo en La Bien Aparecida son maderas claras, luces tenues y suaves guiños al nombre de la virgen que le da nombre: unas coronas de cubiertos que parecen las de las santas patronas, unas nervaduras que recuerdan las de las bóvedas eclesiales o unas paredes estucadas que podrían ser las de una ermita. Nada hay pretencioso y todo está cuidado a base de colores suaves y mobiliario discreto. El comedor de la entrada se abre a la calle y el interior se asoma a uno de esos grandes y luminosos patios de vecinos del barrio de Salamanca.  

 La carta es atractiva y mezcla, en casi todas las entradas, productos de la huerta con carnes, pescados o mariscos. Tampoco faltan los inevitables: anchoas, croquetas, rabas, etc. Hay varios arroces y una buena y equilibrada oferta de carnes y pescados.

Me atrajeron sobre todo las entradas que primaban la mezcla mencionada y que siempre me encanta en las cocinas norteñas. Antes comenzamos con un aperitivo de la casa, un huevo relleno, que me asustó por su banalidad. Bien hecho pero demasiado simplón.  

 Por eso, la sorpresa llegó con la aparición de unas enormes, tiernas y deliciosas alcachofas, acompañadas de un sabroso puré de patatas y un suave rabo de toro que daba fuerza al plato pero sin “comerse” a la alcachofa

 Las pencas a la importancia con almejas y langostinos, siguen por esa misma estela, aunque las encontré un poco demasiado densas. Por cierto, no encontré almeja alguna sino mejillones, lo cual no engrandece el plato y le resta delicadeza. El rebozo algo basto de la penca y la espesa salsa no dejan que resalten los sabores, aunque el resultado es agradable y sabroso.  

 Los chipirones con setas y huevos de corral nos devolvieron al nivel más alto de esta cocina, basada en productos excelentes lo mismo la humilde patata de un puré, que unas excelsas setas en las que abundaba el boletus. Como en el caso de las alcachofas, la potente salsa de las setas no ofusca el tierno chipirón y la mezcla en el paladar provoca un estallido de sabores de mar y bosque. 

 En los platos fuertes nos dejamos llevar, excepto en el caso del arroz con pollo de corral guisado, lo que fue un acierto. Se trata de un guiso que recuerda los más caseros y el arroz, perfecto de punto y color, se combina con unos pollos asesinos (al parecer los pollos de Pedrés se matan entre ellos), de los que comemos a los ganadores, o sea a los más perversos, lo que quizá da una coartada incluso a los más vegetarianos. Aunque sea un criminal, el pollo tiene unas carnes tiernas y al mismo tiempo recias, y su sabor es excelente. La generosidad con la cantidad de pollo, hace que se eche en falta más arroz, pero eso son cosas de cada uno, la mía que soy mucho más arrocero que pollero o incluso, marisquero. 

 El steak tartare a nuestra manera, vuelve a bajar el nivel. Primero no sé por que lo llaman a nuestra manera cuando explican orgullosos, no entiendo por qué, que es receta de Alberto Chicote, esa gran estrella de la televisión que aún está por demostrar sus grandes dotes como cocinero. Creo que le pasa como a mí, que es mejor criticando que cocinando, claro que él al menos sabe cocinar. La gran invención de Chicote es macerar la carne en una salsa japonesa, lo que le da un cierto dulzor pero torna el plato bastante insípido, quizá perfecto para los que no gustan de la fuerza de la verdadera receta pero, claro, esto tampoco es un steak tartare

 Menos mal que pronto volví a deleitarme con un buen estofado de tiernísima vaca en cazuela al estilo bourguignon, nombre largo donde los haya. La carne está perfecta y el guiso prescinde de guarniciones excesivas y consigue una salsa de sabor poderoso y casi sin grasa. Un gran plato que sabe a invierno de los de antes, no a este veranillo eterno. 

   Ya casi era imposible seguir comiendo porque las raciones son adecuadas para dos, incluso para tres, pero hube de sacrificarme por ustedes, así que tomamos dos postres y uno más que nos regalaron por considerarlo imprescindible, cosa que ahora entiendo. Se trata de la tarta fea de hojaldre de Torrelavega que no es tarta, y por eso la deben ver fea, sino unos pedazos de excelente y perfecto hojaldre con crema y natillas que lo acompañan muy bien. Debo confesar que las natillas me gustan poco o nada, ya se llamen creme brulée,  crema catalana o delicia desestructurada de huevo y leche en forma de crema ligera texturizada. Sin embargo, estas las comí bien porque son séquito obsequioso de un hojaldre rey. 

 El arroz con leche es más arroz y menos crema y no le ponen la ya sempiterna costra de azúcar quemada. Está bueno y sabe a antiguo y a casa de pueblo. 

 El pan perdido es excelente también, tierno y con un punto crujiente. El helado de vainilla no es memorable pero el conjunto resulta suculento y deliciosamente dulce. 

 Podemos pedir un poco más a La Bien Aparecida para cuando acaben el rodaje, por ejemplo que pongan en la carta de vinos las añadas de los mismos o que ofrezcan cambio de copa cuando se abra una segunda botella y ello porque sus precios lo acercan a un restaurante caro, pero todo son pequeñas faltas que disimula un servicio atento y eficaz, bien comandado por dos excelentes jefes de sala, y que no empañan una gran experiencia de cocina tradicional a la que me ha gustado volver sin que me resultara ordinaria y descuidada.

La Bien Aparecida                                   Calle Jorge Juan, 8                                  Tfno: +34 911 593 939                          Madrid

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