Buenvivir, Cocina, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Kirei by Kabuki a domicilio

No es ninguna novedad que me declare fan de Kabuki porque ya lo he hecho muchas veces y la última, aún está reciente. Tampoco que lo haga de Kirei, su línea más informal, que descubrí en el aeropuerto y desde entonces me lleva a buscar pretextos para comer allí. Y eso yo, que siempre he rehuido las comidas en los aeropuertos. De lo que no les había hablado aún era de su oferta a domicilio. Durante el confinamiento, Kabuki servía excepcionalmente, mientras que Kirei lo lleva haciendo bastante tiempo. Esta es la opción actual y la que he probado recientemente durante un antojo casero de japo.

La carta es variada (aunque con un solo postre. Hacen bien. La cocina japonesa no pasará por eso a la historia…) pero hemos optado por el menú “pack Kirei & Estrella”. Por 70€ lleva todo lo que les cuento a continuación y además, dos cervezas de regalo.

Tiene un rico edamame que como saben, es un aperitivo adictivo a base de vainas de soja hervidas. Se le añade un poco de sésamo negro y se descascan como guisantes. La parte seria empieza con gyozas de verdura y cerdo. Están tiernas y muy jugosas. Me gustan templadas y con la salsa tradicional japonesa (vinagre de arroz, soja y jengibre) que las acompaña.

La parte sushi se compone del aguacate hosomaki en los que los rollitos de arroz envueltos en alga nori se rellenan simplemente de aguacate y sésamo. No necesitan más porque el aguacate es graso y sabroso y el sésamo les da notas crujientes. También un riquísimo futomaki de langostinos en tempura y aguacate. Así simplemente está delicioso, blando y crujiente, pero el complemento de una espléndida mayonesa de kimchi lo llena de matices intensos.

El capítulo de los niguiris se rinde a los para mi, más interesantes: los llamados niguiris Kabuki (para diferenciarlos de los más tradicionales). Estos mantienen la ortodoxia, pero dando rienda suelta a la creatividad e incorporando ingredientes inesperados como lardo, huevos fritos de codorniz o hamburguesa de Kobe. Los del servicio a domicilio son más sencillos pero igualmente buenos: niguiri de pez mantequilla con trufa, niguiri de pescado blanco con bilbaína -que es en realidad un chip de ajo con shichimi y salsa chipotle– y niguiri de salmón careta que no es otra cosa que una pequeña trancha de salmón con un velo de careta de cerdo. Imposible decidirse por uno. Me encantan los tres.

Hay también un plato caliente, el domburi de atún, que es un tartar de atún picante macerado con shichimi (mezcla de siete especias muy utilizada en la cocina japonesa), aceite de arbequina y de sésamo; se sirve sobre arroz de sushi. Es algo picante pero sobre todo aromático e intenso. El arroz le quita potencia pero siempre se nota la fuerza del atún. Gran plato.

Aunque no está incluido en el menú, pedímos también arroz frito con verduras salteadas al wok, langostinos, bonito seco y sésamo. Ya he dicho que era un antojo, así que cómo resistir a este estupendo plato en el que el arroz queda algo crujiente y contagiado del sabor de todos los otros ingredientes. Toda una “paella japonesa” que me encanta. Eso sí, aquí se acaba porque el menú no incluye postre y hasta es mejor poner cualquier dulce europeo porque la delicadeza y grandeza de la cocina japonesa no llega a los postres con la misma excelencia.

Al contrario que otros servicios a domicilio (Cuatromanos de Roncero y Freixa, Goxo de Dabiz Muñoz, CoquetToGo de los Sandoval, etc) no cuidan nada la estética de la bolsa y las cajitas en las que llega la comida. No importa demasiado porque las tapas son transparentes y esta ya es una comida estética de por sí. En cuanto a sabor y variedad ya lo saben ustedes, por lo que yo solo añado que el servicio a domicilio cumple las expectativas. Por si no quieren, o no pueden, salir…

P. S. Por cierto, si os gustan mis preciosos manteles que no hace falta lavar son de PlaceMatFab, sitio de donde ¡me gustan todos!

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Kirei no place

Kirei, al menos este, está en un aeropuerto y más concretamente en la T4 de Madrid. Ya es clásica la definición de Marc Augé de los no lugares, espacios de paso o de flujo continuo, impersonales y no relacionables, de contornos líquidos diría yo, frente a los vitales, todos aquellos donde se desarrolla la vida y las relaciones. Y tras la autopista, nada más adecuado para definir al no lugar que un aeropuerto o una habitación de hotel. Por eso se pasa rápidamente por sus espacios y ni siquiera se come, aunque muchos se alimenten en los aeropuertos. Como yo soy más de comer que de alimentarme y como nada había de apetecible en ellos, nunca comí en un aeropuerto, a pesar de ser uno de los lugares (no lugares) que más frecuento. 

Hasta que encontré Kirei. Estaba aún en obras pero ya me atrajo su cuidada y acogedora decoración. Semanas más tarde vi sus colores cálidos, sus flores frescas y hasta su sushiman. Y claro, ya no me resistí. Igual los aeropuertos estaban humanizándose y convirtiéndose en lugares. Ya he ido muchas veces y ni el lugar ni la comida ni los precios son de aeropuerto, así que es fácil imaginar que estamos en un restaurante japonés -en amplio sentido- de una ciudad cualquiera y, para más garantía, del gran grupo Kabuki además, ese que sabiamente regenta Ricardo Sanz. 

Es más informal y menos refinado que los Kabuki. Su carta contiene algunas cosas de la casa madre (los niguiris magníficos de hamburguesa o huevo frito, los sashimi y los muchos makis y futomakis) junto a cosas más populares como brochetas, arroz frito o noodles. Todo es bueno y de bastante calidad, aunque con tan amplios horarios tengo la impresión -después de probar muchas veces- que todo depende demasiado de la suerte de quién nos toque de cocinero y deben ser numerosos, porque abre casi todo el día siete días a la semana. 

Me encantan las gyoshas y solo aquí las tienen. No en los Kabuki. Prefiero a las de verduras, las de pollo y estas son muy buenas gracias a lo fino de la oblea que las envuelve y a un brevísimo paso por la plancha. Solo por debajo pero lo bastante para equilibrar lo blando con lo crujiente. 

Mis dos futomakis preferidos son los de huitlacoche y cangrejo de cáscara blanda. Ambos comparten mucho sabor y una cualidad crujiente que les queda muy bien. Esta vez pedimos el de huitlacoche (para quien no sepa, hongo del maíz e ingrediente fetiche de la cocina mexicana) que tiene ese sabor algo mohoso de este hongo al que acompañan muy bien las huevas de pez volador que estallan deliciosamente entre los dientes. 

Los niguiri pez mantequilla y trufa y de huevo frito de codorniz son ya un clásico de lo que podríamos llamar la cocina Kabuki porque, partiendo de los más clásicos platos japoneses, Ricardo Sanz ha creado muchos otros -para mí los mejores- que mezclan la tradición nipona con ingredientes y platos de todo el mundo, aunque muy especialmente españoles. El resultado, un gran y nuevo repertorio. 

Me gusta mucho el wok de arroz frito porque está suelto y crujiente. Los granos en un punto perfecto y la combinación con pollo y gambas es tan tradicional como deliciosa. A mí me gusta tomarlo con alguna de las salsas picantes que siempre tienen disponibles. 

Nunca había probado aquí la brocheta de cordero con yogur pero es una mezcla que me encanta y que me llamó la atención en esta carta por su incongruencia y por su lejanía de lo japonés. Me gustó a medias porque la brocheta y el yogur es una gran mezcla bien ejecutada que se masacra al servirla -supongo que para japonizarla- sobre una cama de arroz blanco como el que se usa para el sushi, insípido y horrblemente pastoso. Además se aliña con unas huevas de tobiko (así les parecen distintas de las de pez volador aunque son lo mismo) que lo resecan aún más y nada le aportan. Un engrudo incomprensible. 

Menos mal que un refrescante, acidísimo y delicioso sorbete de yuzu se llevó con su helada ráfaga todo resto de sequedad y pastosidad. 

Porque tampoco me gustó mucho en daifuku de chocolate y de fresa por la misma razón, su pastosidad. Estos dulces son una especie de mochis rellenos de lo dicho. Lo que pasa es que mochis hay muchos pero no siempre tienen que tener tanta glutinosodad y ganarían siendo mucho más blandos y leves. Con todo es un postre con gracia que se come fácilmente. 


Y llegados a este punto no puedo dejar de recomendarles Kirei porque le quita a la T4, al menos en ese rincón, su carácter de no lugar. No les digo que elijan el avión para permitirse comer o cenar allí porque eso sería excesivo, pero sí que no lo duden si les coincide la salida -o la llegada, porque se puede parar antes de salir- con horas prudentes de comer o cenar. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Hoteles, Lifestyle, Restaurantes

Santceloni y el clasicismo

Todo cambia para que nada siga igual. Por muy manida que esté la máxima lampedusiana sigue valiendo para casi todo, especialmente para restaurantes modernos de vocación clásica en los que la innovación es fundamental pero las esencias de la tradición y la elegancia lo son mucho más. 

Había oído que Santceloni había sido redecorado. Como además vi una foto, me había echado a temblar. Sin embargo, cuando entré no advertí el más mínimo cambio. Solo cuando, ya sentado, recorrí todo el salón con la mirada, descubrí que la pared frontera, donde antes estaba la bodega, era ahora ventanal abierto a la cocina y que la entrada a esta y al comedor privado se había transformado en una bella cava de cristal y listones de madera, decorativa y casi a la vista. También me contaron que parte de la cocina será pronto sala de aperitivos. 

Y ahí quedan las innovaciones de uno de los más bonitos y elegantes comedores de Madrid, el que sin duda mejor representa la elegancia de siempre pero adaptada a la era de la informalidad. El servicio es perfecto sin pomposidad, la comida reconocible pero modernizada y el lujo sereno y sin ostentación alguna. Por eso convence a todos los amantes de la buena mesa sin escandalizar a los tradicionales, ni apabullar a los tímidos de espíritu. 

La creatividad de Oscar Velasco, el chef discreto, descuella desde los aperitivos entre los que destaca una buena sopa de ostras, un original mejillón con acelgas y crujientes varios. 

La primera entrada son unas judías de Ganchet con oreja de mar. Y quizá se pregunten que es esto de la oreja (yo lo hice). Pues ni más ni menos que la deliciosa espardeña aquí perfectamente combinada con unas cremosas y aterciopeladas alubias blancas. 

Sigue arroz frito con papada y caviar, un bocado que mezcla sabores y texturas que parecen antagónicos pero que casan admirablemente. 

La terrina de ternera, foie y pistacho es todo un homenaje a la alta cocina de siempre, un bocado sutil con un leve toque picante de pimienta negra. 

La ensalada de ternera con trufa negra es sencillez en estado puro. La ternera cruda realza el sabor de las trufas (que aún no estaban en sazón). Así nada de su aroma y sabor quedan ocultos. Algunas hierbas y un leve toque de aguacate aportan notas de frescor y también color. 

El bogavante, verduras y emulsión de sus corales es otra preparación tan clásica como respetuosa. El bogavante es tan suculento -y opulento- que demasiadas veces se tiende a servir solo o con algunas salsas. Las verduras, con este punto perfecto, y la suave emisión no restan un ápice al protagonismo del crustáceo pero le sirven de base, como si fueran un elegante pedestal que eleva pero no distrae. El perfumado -y poco usado en España– sabor del hinojo es un verdaero acierto. 

Ya se habrá deducido que para Oscar lo primordial es el gran producto y se niega a lucirse si es a costa del mismo. Por eso la lubina, tomate confitado, pimiento rojo, avellanas y sésamo es un pescado sobresaliente en el que todos los acompañamientos son suaves, sencillos y adecuados al leve sabor de este gran pescado y a destacar entre ellos él delicioso y azucarado sabor del tomate confitado. 

La cerceta con cebolleta es una excelente ave condimentada delicadamente y con una potente salsa que se sirve aparte. La carne, muy recia siempre, es suave y sabrosa y su punto admirable. 

Ya se sabe que la tabla de quesos de Santceloni es la mejor de España y lo digo así por temor a exagerar, ya que yo no he visto tal en el mundo, ni por calidad ni por variedad. Se trata de uno de los grandes alicientes de este restaurante que por sí solo hace merecer la visita. Los de esta vez fueron varios pero destacaré el elegante Brillat Savarin, un delicioso Epoisse y un perfecto y potente Comté de 30 meses.

Con tan buena escuela, sería una pena que la calidad descendiese en los postres pero afortunadamente no es así. Todo lo contrario. La esposa de Oscar Velasco es una grandísima repostera y eso se nota en cada detalle. Su crema de café con mousse de chocolate cocida tiene variadas texturas, temperaturas y sabores y hasta me encantó a mí que aprecio poco la mezcla de chocolate con café

Quizá la elegancia es esa virtud de pasar desapercibido pero consiguiendo a la vez que más tarde, todo el mundo te recuerde, una cualidad más del alma que del cuerpo que se resume en una palabra, equilibrio. Santceloni no apasionará a nadie inmediatamente pero tampoco escandalizará a comensal alguno, no subyugará repentinamente pero provocará animadversión. Eso sí, después de comer allí, nadie lo olvidará porque es la elegancia apacible e inmutable. 

Estándar