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Raiva de Octant Douro

Nadie duda que Portugal vive un muy dulce momento, gastronómicamente hablando, tras años de calidad tradicional, pero estancamiento e inmovilismo. Los grandes restaurantes están por doquier pero, como en los grandes destinos culinarios, también los hoteles se esfuerzan por tener a los mejores. No hace falta ningún pretexto para visitar el mágico hotel Octant Douro, un cofre de cristal y pizarra enterrado en la exuberante naturaleza del Duero. Entre tanta perfección, el restaurante Raiva es uno de sus grandes alicientes.

Comandado por el chef Darcio Henrique, curtido en Paris, Shangai y Londres (en mi querido Celeste, uno de mis preferidos), el restaurante es un canto a la gastronomía del norte de Portugal y a la despensa del río, también a la de su parte española.

Rodeados de bellas vistas, hemos sido obsequiados con un delicioso menú que comienza con unas flores de pasta de remolacha rellenas de creme fraiche y coronadas de salmón ahumado y polvo de chorizo. Perfectas para el Negroni y buen acompañamiento para el espléndido pan (blanco y de milho, que es maíz), el potente aceite de la zona y una sofisticada mantequilla ahumada.

La ensalada de tomates con sorbete de lo mismo, es ácida y refrescante y por eso se complementa tan bien con un Oporto muy seco y escaso que parece de oro.

La siguiente ensalada incorpora marisco al regalarse con estupendo pulpo asado, además de patata, judías verdes y pimiento asado. Con un vino sumamente original: verde pero de uvas tintas de bodega muy antigua y con gasificación natural.

Me ha gustado mucho el pescado ofrecido en el menú degustación, una estupenda lubina asada con flor de saúco, puré de coliflor y acabado con un aromático aceite de limón, albahaca, cilantro y huevas de trucha. Nos lo ponen con un gran blanco que, para nuestro entusiasta y sabio sumiller, es como un desayuno en Paris de tanto como recuerda a un brioche repleto de mantequilla. Yo no llego a tanta poesía, pero sí a percibir que está excelente.

También se emplea a fondo con el reserva especial (solo se elabora cuando es excepcional la cosecha) de Vallegre, una viña de más 150 años y una mezcla de 80 uvas con recuerdos de tarta de chocolate y compota arándanos y vainilla. Realmente está plagado de aromas y es perfecto para un tierno lomo de cordero envuelto en polvo mostaza y hierbas, con puré de apio, rábano encurtido y guisantes. La salsa, una estupenda demi glas de los huesos, es poderosa y envolvente. Muchos sabores y muy bien combinados.

Antes del postre y tras tanta potencia, se agradece un refrescante sorbete de albahaca, la deliciosa planta tan usada en Portugal -y tan poco por nosotros (tan cerca, tan lejos)- como el cilantro. Lleva también Oporto blanco y manzana, haciéndolo muy apetitoso y aromático. Espléndida, para acabar, la tarta de chocolate (muy negro, exquisitamente amargo) y avellanas con caramelo salado y helado de vainilla, un postre tan clásico como imbatible. Aún más si se toma con una joya: Oporto de 40 años elaborado en exclusiva para ellos y envejecido en barricas de whisky, lo que le da un sabor menos dulce y un toque más alcohólico. Excepcional.

Una buena mano la de Darcio en la que se nota su mucha experiencia en cocinas clásicas y elegantes, unos productos durienses (y no solo) excepcionales, un buen servicio, una espectacular carta de vinos y unas vistas que cortan la respiración, forman un conjunto realmente excelente, fiel exponente -como todo el hotel- del nuevo lujo tranquilo.

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Enoteca 1756. Real Companhia Velha

Más que de comida este va a ser un post de decoración y ello porque no me resisto a hablarles del restaurante más cool de Oporto, el sitio a donde todo el mundo va y del que toda la ciudad habla; pero lo hacen más por el ambiente y la decoración que por la comida y eso es fundamental en el mundo de hoy, cada vez más esteticista y superficial. Y en Portugal, el factor belleza se torna aún más esencial.

Ya saben que creo que -al contrario de la opinión general- hace muy poco que ha empezado a comerse bien en este país, en el que antes no había manera de encontrar otra cosa que tradición y repetición. Sin embargo, cuando en España había ya triunfado la revolución, pero no la estética, los restaurantes de Oporto y Lisboa sorprendían por su diseño elegante e innovador y, si me apuran, más aún en Oporto que en Lisboa. Será porque en Lisboa el árbitro de la elegancia es la aristocracia, ya saben, esa clase que -salvo gloriosas excepciones, todos mis amigos…- vive aún de sangrientas glorias acontecidas hace cuatrocientos años y que desprecia el dinero y la ostentación tan solo porque están a la luna de Valencia, castillo más o castillo menos. Rige sin embargo en Oporto la industria y el empresariado, gente creativa y emprendedora que gasta porque lo gana y enseña porque lo vale.

La ciudad de Oporto es bella como un decorado policromado por un pródigo; lo es por todas partes, pero lo es sobre todo vista desde la desembocadura del Duero, un espacio acuático todo jalonado de bellos puentes hasta su serpenteante muerte en el mar. Pero para verla desde arriba y desde enfrente, hay que ir a Vila Nova da Gaia la hermana de la otra ribera y sede de todas las bodegas de vino de Oporto. En ese ribera, todos son grandes almacenes vinícolas al borde del agua y desde todos ellos se domina la más bella vista de Oporto.

La Real Companhia Velha es una de las más antiguas y renombradas bodegas y, siguiendo la estructura de esos almacenes alcohólicos, ha montado un restaurante cuya decoración y vistas cortan la respiración. Tiene de todo, techos altísimos de colosales vigas, enormes ventanales sobre la colina frontera -que parece un nacimiento en las noches claras-, narcosala para los adictos al puro, una amplia y opulenta cava de quesos, barra de sushi y la mejor bodega de Portugal junto con la de Vila Joya.

Enoteca 1756, que así se llama el restaurante, es una amalgama de cocina portuguesa, italiana, japonesa y algo de española, con el añadido de los quesos y los vinos franceses, aunque quizá debería incluir también a Cuba por la profusión de puros. O sea, todo lo que gusta ahora para componer una carta fácil y previsible, como corresponde a un bello lugar pensado para ver y ser visto.

Se puede comenzar con una enorme focaccia (participan de ese gusto tan portugués de las raciones enormes) de mortadela trufada de pan esponjoso y muy jugoso.

El antipasto es muy recomendable porque es todo de buenos vegetales y aceite de oliva con añadidos de queso.

También resultan buenos los embutidos para comenzar o compartir. Estos son portugueses aunque también podrían ser españoles, básicamente lomo, chorizo y salchichón.

Hay algunos pescados como una muy buena lubina asada sobre migas. Debo decir que las migas en Portugal no son demasiado parecidas a las nuestras, siendo estas menos crujientes y más jugosas.

Hay muchas carnes de muy diversas procedencias, algunas de gran peso como el black angus, así que para dos nos recomendaron la vaca rubia gallega o el entrecotte y este escogimos. Tiene intenso sabor y un buen punto, aunque a mi me gusta cortado más grueso.

Los quesos son muchos y excelentes, los franceses de la gran afinadora Marie Anne Cantin. Lástima que teniendo aquí una «quesera residente» además, se sirvan algo descuidadamente y nadie nos explique la tabla o el mejor orden en que comerlos. Aunque fui yo quien los elegí eso no es razón para no mimarlos un poco más.

Los postres son correctos como la tarta de requesón y helado de canela o

el milhojas -algo compacto de hojaldre- de dulce de huevos.

Vale la pena la Enoteca 1756 porque siendo, en lo gastronómico, un lugar simplemente correcto, la belleza de la decoración, las inigualables vistas de la ribeira de Oporto, llenas de luces y colores, y el refinado cuidado de los detalles hacen de la visita una ocasión memorable.

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JNCQUOI o por qué Portugal está de moda

Llevo toda mi vida yendo a Portugal. También pasé allí, trabajando y viviendo, cinco de los mejores años de mi vida. Así que entiendo perfectamente por qué Portugal está de moda. Lo que no comprendo es por qué no lo estuvo siempre, al igual que un día –cuando allí me instalé- no creía que tantos amigos cosmopolitas nunca hubieran puesto el pie en sus acogedoras tierras. Portugal es dulce y discreto, un país humilde que parece pedir perdón por existir, quizá avasallado por nuestra estruendosa vecindad. Está plagado de playas salvajes, ciudades misteriosas, brumas esponjosas, soles inmisericordes y algunos de los paisajes más bellos que quepa imaginar: el plateado Duero de riberas escalonadas, la polvareda (a poeira) luminosa (Eugenio de Andrade dixit) del Alentejo en primavera, los infinitos colores de la ribeira de Oporto o la vista de Lisboa desde el puente, seguramente la más bella del mundo y solo comparable a la de Venecia desde el mar.

Sin embargo, permanece como un país semisecreto al que muchos éxitos de esos que ayudan a crear marca (Eurocopa, Eurovisión, visitas papales o de Madonna, etc) están sacando del anonimato y a ello no es ajeno lo que muchos están llamando la revolución de la gastronomía portuguesa. ¡Por fin! y es que después de decenios en el letargo -más por culpa del conservadurismo de los portugueses que por falta de talento de sus cocineros-, la nueva generación encabezada por los Avillez, Sa Pessoa, Paula o Silva, han emprendido el camino sin retorno de la vanguardia. De todos ellos, y de algunos más, ya les he hablado, pero junto a estos proliferan también locales de moda bellos y cuidados, más mayoritarios, donde también se come bien.

El más reciente es uno de nombre impronunciable en portugués o español, pero fácil en francés: JNCQUOI. Ha sido iniciativa de Fashion Clinic, la tienda multimarca más elegante y lujosa de la modernidad –Rosa & Texeira es la del clasicismo- portuguesa y está instalado en los bellos salones de un teatro decadente en plena Avenida da Liberdade, un elegante híbrido entre Serrano y el Paseo de la Castellana, para que me entiendan. Allí Fashion Clinic ha colocado su tienda de hombre -que ha perdido mucho-, un enorme bar de tapas y cócteles del que ya les hablaré cuando vaya y el bello restaurante de amplios ventanales, enormes frescos oscurecidos por el tiempo y hasta un esmirriado dinosaurio, obra del decorador de moda en el mundo, el ubicuo Lázaro Rosa Violán. 

Tiene sus señas características de exageración, monumentalidad y elegancia. También la cuidadísima iluminación, las colosales lámparas y el ambiente cosmopolita y aséptico. Muy como todo lo suyo, pero muy bello sin duda alguna, elegancia y belleza en serie, eso sí. La otra nota cool la ponen los comensales encabezados esa noche por los jóvenes Thyssen, Borja y Blanca, que se ve que están a la última en varios países.

La carta, como cabe esperar en tales lugares, es asequible a todo los gustos, con muchos, muchos platos y todos facilones: ensaladas, arroces, carnes a la brasa, cocina internacional y un cierto toque español en el jamón, las carnes de León o la tortilla (así escrito, en español). Todo se prepara en una cocina que ocupa parte del salón y esparce algo de humo y muchos olores para todos sus rincones. Se empieza con panes, mantequilla y unas aceitunas

Los cócteles son tan originales que no me atreví con ellos, pero tienen también de los tradicionales aunque no consten en la carta. Como me encanta el cangrejo en todas sus formas lo probé en las dos que ofrecen y que viene a ser la misma, en ensalada, más desmigado, y en medallones, con la fresca y excelente lechuga a un lado. 

El ceviche es pequeño y sabroso pero nada extraordinario. Le falta maíz a la peruana o más sabores fuertes a la mexicana, así que se queda en una discreta tierra de nadie. 

El confit de pato es, por el contrario, enorme. Dos muslos sabrosos acompañados de un sencillo salteado de patatas y colmenillas. Me sorprendió porque los portugueses usan poco las setas, cosa incomprensible, siendo un gran manjar. Alguna vez las he visto de cardo, aún menos boletus pero jamás colmenillas

También es plato correcto y perfecto de especias y picante las gambas al curry rojo. Los portugueses, herencia de su pasado indio, aún muy presente en Goa, son maestros del curry y en sencillas casas de comidas típicamente portuguesas se encuentran variedades excelentes. Estaba delicioso con su arroz blanco con pasas y almendras. Mejor que con las toscas gambas que me parecieron congeladas. 

Los postres son de la famosa confitería parisina Ladureé -que tiene stand en la parte del bar-, aquella que más que por sus macarrons recordarán por las enormes colas de disciplinados japoneses que hibernan ante las puertas de la casa madre en París. De ellos escogimos una buena y vistosa tarta de queso con frambuesa, generosa de galleta quebradiza y crujiente y con un corazón de crema de fresa que no estaba mal. 

Hay otro apartado con dulces más patrios y de ahí, cómo no, nos decantamos por la gran cumbre portuguesa del pudín abade Priscos una dulcísima creación que se parece mucho al tocino de cielo pero que también tiene algo de pudín. Los grandes dulces portugueses -como tantos españoles- son conventuales y pura yema de huevo espesada con toneladas de azúcar. Este es su epítome. Más de una cucharada empalaga al más goloso, pero una es una delicia. Ellos, por supuesto, se lo comen todo y con fruición. Claro que después se preguntan por qué es el país europeo con más diabéticos. ¿Comprenden ahora lo de la dulzura de Portugal? No, no era una metáfora. 

JNCQUOI está de moda y lo estará por bastante tiempo. No reniego de estos lugares como bien saben, aunque no me apasionan, sobre todo porque se suele comer muy mal en ellos. En este no ocurre así. Por lo tanto, si no quieren complicarse la vida, además de ver y ser vistos, les autorizo a visitarlo. 

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