Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Urrechu y la tranquilidad 

Aunque no es el tipo de restaurante que me apasiona, comprendo la existencia de lugares como Urrechu Velázquez. Son fáciles, inteligibles y muy apreciados por un gran público de ricos poco sofisticados. No exigen esfuerzo (DiverXo), ni preparación (Ramón Freixa) ni refinamiento alguno (Coque) ya que, por no tener, ni menú degustación tienen. También carecen de técnicas audaces, ingredientes desconocidos o mezclas arriesgadas. 

Eso sí, el producto es bueno, el servicio eficaz y despretencioso (palabra que tomo prestada del portugués) y la decoración bella y elegante, si bien los añadidos de Urrechu no ayudan nada. Me explico,  el local era una elegante obra de uno de nuestros grandes interioristas, Alfons Tost y se llamaba The Hall. Ya les hable de él, pinchen en el nombre y verán. Fracasado aquel proyecto fue a parar a este cocinero ya famoso en Pozuelo (nunca fui, queda muy lejos…) y, en vez de dejarlo como estaba, lo ha personalizado con sillones mucho más grandes que las mesitas de entonces y con algunas tapicerías dignas de «The design horror show». Pero era tan bonito que más o menos sigue siéndolo, así que no miren demasiado los detalles.

Lo demás es bastante aceptable, una carta variada con toques exóticos (ensalada de quinoa o arroz con curry), raciones enormes, vinos excelentes y a muy buen precio, camareros amables y eficaces y profusión de señoras rubias, lo que indica que esto es España y más concretamente, el barrio de Salamanca.

La mencionada ensalada de quinoa es agradable, aunque mejoraría bastante con menos vinagre. Se alegra -y mucho- con pequeños daditos de cangrejo de río y chicharrones y se endulza -demasiado- con una hoja muy carnosa, como cortada de un tiesto, que nadie ha sabido decirme que era.

El txangurro es realmente bueno con sus puntos justos de calor e intensidad, justos porque este plato denso y potente enseguida se sube de sabor o se va de calor. Se lo recomiendo.

El bacalao ajoarriero con kokotxas y pilpil es tan excelente como incomprensible. Para mi gusto, incomparablemente mejor el ajoarriero, realmente notable, aunque bueno el pilpil. Lo que no se entiende es la mezcla de ambas recetas en el mismo plato. Yo que Urrechu las separaría y tendría ¡dos por el esfuerzo de uno!

La vaca con maduración de 30 días también es una gran opción porque en su sencillez tiene una gran calidad y un excelente punto. La maduración tampoco es excesiva lo que hay que encomiar porque ahora hay que tener cuidado. Como exageremos en esto de la maduración acabaremos comiendo carnes semipodridas.

La tarta de manzana es bastante buena y divertido que le rallen manzana cruda por encima. Sin embargo lo realmente sobresaliente es un maravilloso y cremosísimo helado de vainilla que es el verdadero protagonista del postre y no sé si de la comida toda.

Para acabar, tarta de queso fresco con galleta agradable y demasiado fría, tanto que parecía semihelada. Pero es fácil de mejorar: sírvanla del tiempo por favor. O al menos, no tan fría. ¡O se le irá la mitad del sabor!

Urrechu no pasará a la historia de la innovación ni tampoco de la sofisticación, pero sí a la de las cocinas clásicas y burguesas sin complicaciones. Así que si son de los que les gusta llamar al pan pan y al vino vino, este es su sitio…

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Restaurantes

Extremo Mediterráneo

¿Qué es mejor, ser guap@ o atractiv@? Se podría decir, parafraseando Wilde, que mejor atractiv@ que guap@ aunque preferible bonit@ que mal@. Creo que en los restaurantes mucho más y en estas páginas le hemos dado muchas vueltas a eso de la belleza en la cocina, disciplina en la que la gastrobelleza debería ser una de las primeras asignaturas.

En general -no recuerdo casos que prueben lo contrario- los grandes restaurantes siempre han sido hermosos o, cuando menos, moderadamente bellos. El déficit se encontraba en los más populares, como si ahí nada de esto importara, ni la estética en el ambiente ni tampoco en la presentación de los platos. El descuido y la fealdad deben venir de lejos, porque es comentario constante en los libros de los viajeros franceses, ingleses o alemanes, no ya del siglo XIX, sino incluso en los de los más lejanos, los del XVII.

Afortunadamente, las cosas parecen ir cambiando. Desde hace algún tiempo hay un mayor cuidado estético hasta en los más humildes locales, lo que no quiere decir que eso les lleve por los caminos del buen gusto, ya que algunos hay que, aunque muy pensados, son francamente horrorosos. Hace años que Barcelona era envidiada por muchos madrileños que notábamos elegancia allí y tosquedad en la capital.

Hace algunos años, porque en esta frenética ebullición de la restauración madrileña, donde sólo desde el verano han abierto decenas de restaurantes, lo bello resulta esencial, a veces por encima incluso de la comida. Ya no creen los propietarios que su buen gusto debe imponerse y la mayoría tienen incluso el acierto de ponerse en manos de profesionales. Tan erróneo era lo contrario como que un decorador cocinillas fuera chef de su propio restaurante.

IMG_6167.JPG

A este bonito grupo pertenecen Caray y The Hall, de los que ya hemos hablado, Nest, Beker 6, el Café Colón y, sobre todo, Creme de la Creme. Beker 6 es todo blanco y azul marino, una bella y muy inglesa combinación. Posee alguna incongruencia, como un comedorcito con sillas y lámparas de mimbre que desentonan del resto, pero el resultado general es elegante, agradable y convencional. La gama de colores y las texturas se han cuidado hasta en las vajillas, lo cual es de agradecer.

La comida es prácticamente igual a la de todos estos recién llegados (lo que ellos llaman mediterránea) en los que no suelen faltar el villagodio, el salmorejo, las verduras a la plancha y la cecina. Este no es una excepción, pero hay algo que le salva y es el guiño al Extremo Mediterráneo o sea, el que discurre por Grecia, Chipre, Líbano, etc. Los platos armenios son agradables y le dan un sello distinto. Unas simples alcachofas rellenas de cebollitas glaseadas resultan excelentes y muy diferentes de todas las que se sirven en Madrid, ciudad felizmente alcachofera.

IMG_6173.JPG

El ragú de setas es más que correcto y mezcla bastantes variedades en un buen salteado.

IMG_6170.JPG

El villagodio se hace con una carne muy madurada y tierna, llena de sabor. Facilita la hipertensión, porque abusan de la sal, pero eso tiene fácil arreglo. Además, las patatas fritas (especiales para suflé, nos informan) son caseras y están crujientes y convenientemente desgrasadas.

IMG_6175.JPG

IMG_6176.JPG

Sin embargo, el plato más notable, por su originalidad, es la perdiz a la moda de Chipre y que llega al comensal envuelta en un manto de arcilla que debe romperse. Después, es preparada y servida adecuadamente. Está macerada en hierbabuena y la original cocción mantiene todos los jugos.

No probé muchos postres pero es de destacar una tarta Tatin que añade a la manzana algunos gajos de pera, ganando con la mezcla. Para terminar, una original escultura de cristal cuyos huecos se llenan con los empalagosísimos dulces de ese Mediterráneo oriental, todos bañados en miel y desbordantes de pistachos y otros frutos secos.

IMG_6180.JPG

Un precio razonable y una amable y entusiasta jefa de sala medio armenia hacen lo demás, aunque haya aún mucho por hacer, como rodar al servicio para que gane en soltura y naturalidad.

IMG_6186.JPG

Estándar
Buenvivir, Diseño, Gastronomía, Restaurantes

El dulce encanto de la burguesía

IMG_0836.JPG

Benjamín Calles es un buen empresario de restaurantes algo seco con la clientela. Cuando aparece por sus restaurantes, solo saluda a sus amigos, especialmente si son famosos. Ellos dirán que es tímido, pero esa clase de timidez es intolerable después de la edad del pavo, salvo en aquellos en que esa pulsión del alma -la del paco digo- se cronifica. Y no son pocos. Es como cuando aquellas chicas antiguas justifican –relamiéndose de placer- la fealdad de alguna amiga, diciendo que es muy buena.

Dicho esto, debemos poner en el haber del Señor Calles la creación en el 98 de NoDo y, unos años más tarde, la de Pandelujo, ambos un remanso de buen gusto, ejemplo para la restauración madrileña, rebosante de tascas y pletórica de tugurios. Si en algo se diferenciaban ambos restaurantes era en una decoración exquisita, lo mismo que sucede con su última creación, The Hall, toda una belleza erigida sobre las ruinas de aquel desaparecido NoDo.

IMG_0793.JPG

La elegancia de los locales era -y es- tanta que la cocina siempre queda algo desdibujada y eso que al principio contó con Alberto Chicote, estrella de la televisión, inquisidor implacable de los demás, creador de un único plato (el tataki de atún con ajoblanco, una ocurrencia simpática) y mucho mejor como presentador y crítico, que como cocinero.

También hay que decir en favor de Calles que siempre ha practicado una muy saludable contención en los precios, por lo que será bueno no olvidar a partir de ahora que hablamos de uno de los lugares más elegantes y cuidados de Madrid, donde es más fácil comer por 40€ que por 50 y donde la comida, y todo lo demás, es como esa encantadora burguesía contra la que tan injustamente arremetía Buñuel (El discreto encanto de la burguesía, Belle de Jour, etc).

IMG_0796.JPG

The Hall está lleno de damas y caballeros bien vestidos, pertenecientes todos a ese grupo social que gusta de ver y ser visto, que abomina de la estridencia y el gasto excesivo, que adora las croquetas y los guisotes y que, a pesar de ciertas pretensiones de cosmopolitismo, ama los best sellers, piensa que Murakami (el escritor, no el pintor) es un genio, se solaza con películas de amor y lujo, llama a los triunfadores nuevos ricos y tiene verdaderos vahídos al menor contacto con la vanguardia o la transgresión.

IMG_0797.JPG

Pues así es The Hall, un bellísimo lugar, como la estética de la gran burguesía, y donde ni hay riesgo, ni posibilidad de confusión. El espacio construido por Alfons Tost, un gran esteta catalán de quien no conozco otras obras, mezcla maderas, mármoles, tejidos nobles y colores tan arriesgados como delicados, entre los que destacan el rosa y el verde, ambos tamizados por una iluminación envolvente y aterciopelada, sencillamente perfecta. Por las mañanas la luz la ponen un hermoso jardín interior que enciende los rosas y los grandes plátanos de la calle que reviven los beig. Las enormes servilletas y los aleteantes manteles son de una blancura inmaculada y de un lino excelente, tan cuidados ambos que se guardan en armaritos de madera y mármol sostenidos por una barrita, para que no se arruguen ni se plieguen.

IMG_0794.JPG

Es una pena, pero a tan altas cotas han llegado la decoración y el ambiente que la cocina parece ser lo de menos, aunque la corrección impere. Los productos son de gran calidad y por eso destacan las entradas más sencillas, como la cecina de León o las anchoas.

IMG_0798.JPG

También resulta agradable el hummus con semillas de calabaza. Lo que ya no se entiende es que se sirva acompañado de unos buñuelos supuestamente de calabaza y miel de caña pero que son en realidad de fritanga y miel de caña, porque la calabaza brilla por su ausencia. No tiene el más mínimo sentido añadir a la fortaleza del garbanzo y al aceite con el que se elabora esta densa crema la empalagosa grasa de un buñuelo. La tradición ha depurado algunos platos a lo largo de siglos. Por eso, no es casual que este se sirva con pita, el mas insípido y ligero de los panes. Se puede innovar, pero mejor desde la sensatez y aprovechando lo que que funciona desde hace centenares de años.

IMG_0800.JPG

Las ensaladas son en su mayoría tan sabrosas como tradicionales (César, queso de cabra, hojas verdes…) y servidas en generosísimas raciones, característica constante en todos los platos. Entre los segundos, el tajine naufraga completamente aunque me gusta mucho que se cocine con un excelente pollito coquelet. El problema es que una salsa demasiado espesa anula completamente el sabor del pollo y ello de un modo monótono y carente de marroquinidad. Faltan las especias, especialmente el comino y sobre todo, los limones, sean en salmuera o confitados, justo el toque que, con las aceitunas, hace de este plato –así llamado por el recipiente en que se cocina- uno de los mejores de la cocina marroquí, por cierto, una de las grandes del mundo. Un sequísimo cuscús de almendras como acompañamiento aporta más bien poco.

IMG_0804.JPG

IMG_0803.JPG

Menos mal que muchos otros segundos se realzan con unas buenas patatas suflé, acierto que debemos agradecer a este restaurante porque ese delicioso y refinado modo de prepararlas, como rellenándolas de aire igual que los suspiros, estaba desapareciendo. En Madrid ya solo se disfrutaban en mesas prohibitivas por su precio como las de Horcher y Zalacaín, maravillosas en ambos lugares, o en Rubaiyat pero estas no están casi nunca a la altura, cosa extraña porque se trata de un buen restaurante con excelentes carnes.

IMG_0802.JPG

Esas patatas acompañan a platos como el jarrete de lechal, una buena recreación de un clásico en la que el empleo de tan tierno corderito es un éxito, o al Villagodio, que unas veces es mejor que otras pero que casi siempre llega poco caliente, una cuestión tan fastidiosa como sencilla de resolver.

IMG_0801.JPG

Hay pescados agradables como el pez mantequilla con soja y el famoso y ya mencionado tataki de atún con ajoblanco que colocan acertadamente en un apartado de clásicos, lo que deberían hacer también con los excelentes buñuelos de chocolate amargo, una receta que confunde a los más dulceros pero a la que el amargor del cacao le da el justo punto porque, de lo contrario, la fritura lo devoraría todo y eso que esta es finísima y llega perfectamente desgrasada.

IMG_0805.JPG

La tarta Tatin tiene unos gajos de manzana gigantescos por lo que raramente quedan bien cocidos, el crumble de manzana es sabroso y la tarta de limón repleta de un sustancioso merengue es quizá, con los buñuelos, el plato más logrado.

IMG_0806.JPG

IMG_0807.JPG

Llegados a este punto y ya que yo soy siempre más bien duro, se preguntarán si vale la pena visitar The Hall y naturalmente digo que sí porque el servicio -capitaneado por la experimentada María José Monterrubio– es excelente, el lugar bellísimo, los cócteles sobresalientes, el ambiente encantador y la relación calidad precio de las mejores de Madrid.

Y es que The Hall es como la burguesía. Podremos criticarla, algunos incluso querer exterminarla pero, pese a sus defectos, está llena de encanto, rezuma discreción y a casi todos nos gusta, porque es al mundo mortal lo que el sosiego a un soleado domingo campestre.

IMG_0795.JPG

Estándar