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Desde 1911

Desde 1911 es mucho más que una marisquería. Es un restaurante de alta cocina en el que mariscos y pescados son protagonistas. Antes de Estimar, no había en España restaurantes de este tipo, al modo de Le Bernardin en Nueva York. Todo era cocido, frito o a la brasa y la cocina no pasaba de una merluza a la gallega o unos chipirones en su tinta. Rafa Zafra, con cuerpo de taberna y alma refinada, lo cambió todo con sus beurre blancs de caviar, el escabeche de zanahoria, el pilpil de colágeno y demás. 

Desde 1911 completó la tarea con un servicio exquisito, desnudas y lujosas instalaciones y un cúmulo de detalles de servicio de alta escuela, a cargo de Abel Valverde quien, en cada visita, sorprende con nuevos y exquisitos pormenores. 

Hay tres menús con tres, cuatro o cinco entrantes, a elegir, de una carta que cambia con el mercado. Y como fijos, un gran pescado, enormes mesas de quesos, postres de un gran carro y un sin fin de pequeños dulces. 

Siempre se empieza con aceite y palitos de pan negro, junto el salmón que más me gusta, el de Pescadería Coruñesas -propietarios del local-, magistralmente cortado ante nosotros. 

El aperitivo del día, callos de bacalao con boletus, resaltan por una sabrosa y equilibrada salsa verde. 

Abel nos ha puesto uno de los platos fuera de carta y que ya aprovecha la primera trufa blanca: un gran consomé con tropezones de gamba realzado por la trufa y con grandes acompañantes: deliciosa parmentier de patata, cremosa y muy mantecosa, y un demasiado denso brioche de caviar

El pez limón lo hacen en tres preparaciones que sirven primorosamente: en sashimi, con gran salsa ponzu y el gran acierto del ají amarillo, en niguiris con soja blanca, y en un buen tartar con aromas de miso

El cangrejo real de Noruega se muestra vivo cuando presentan los manjares del día. Para no alterar su delicado sabor lo hacen ensalada Waldorf, con la justa cantidad de manzana, nueces y mostaza, y la untuosidad vegetal del aguacate

El magnífico carabinero es simplemente a la brasa y la sepieta, tierna y sedosa, a la parrilla con consomé de calamar y unos esparraguiines que son una joya. También un buñuelo de tinta con guiso de oreja muy rico, mas poco ligero.  

En plena sala, preparan su versión de la bullabesa con langosta, quisquillas y salmonete, a la que añaden un gran caldo de cangrejos y galeras -hecha en la prensa- y el toque único y ahumado del mezcal flambeado. 

Hay un magnífico arroz de cocochas y rabito de cerdo cuya intensa base se hace con este, consiguiendo un magnífico mar y montaña. 

Han decidido sabiamente alternar los habituales pescados enteros para dos con grandes piezas que se trocean. Hoy era un maraviloso mero -quizá mi pescado favorito- de Cádiz de 22 kg. A la brasa y con un pilpil de vino, sidra y su colágeno es un verdadero manjar. Con las mini verduras de su finca, el resultado es perfecto.

Hace mucho que no hay tabla de quesos sino tres grandes mesas. Escuchar la descripción y dejarse llevar es un verdadero placer que no deja llegar a los postres. 

Sin embargo hay que esforzarse porque están entre los mejores de Madrid. Y, entre los postes, el babá al ron es muy esponjoso y de punto perfecto y el suflé de chocolate, un clásico único. Como llenarse la boca con una nube de chocolate.

Hemos probado además una rica rueda de yogur frío y crujiente con higos y una gran sinfonía de fresitas (en sorbete, troceadas, en crema, etc) que también llevaba frambuesas. No es lo mismo pero no desentonan.

Se acaba con una noria de entremeses de principios del XX convertida en surtido de petit fours. Es un colofón a la altura. 

Para muchos el mejor restaurante de Madrid. No diría tanto pero sí el más sobresaliente de pescado y mariscos, los cuales visten de detalles incomparables y sirven con un servicio excelente. Un imprescindible. 

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Ramón Freixa Atelier

Que un gran cocinero, en plena madurez técnica y creativa, inicie un nuevo proyecto siempre es una gran noticia. Pero si ese cocinero es alguien tan importante y consagrado como Ramón Freixa y la iniciativa una macro empresa, la cosa se convierte en acontecimiento. 

Y es que Ramón no se ha conformado con poner un restaurante sino dos, ambos espléndidos, en la Milla de Oro madrileña y radicalmente distintos. En la planta alta, la versión clásica y elegante del Tradición -que ya he contado- y al fondo de la baja, escondido como un misteriosa cripta, el creativo y vanguardista. 

Tras recorrer un pasillo de espejos y abrir una puerta eclesial, nos espera una barra cuadrangular, abierta por un lado a la cocina. Siendo así, el espectáculo está asegurado por unos cocineros atentos y concentrados, cuyos movimientos precisos son un placer añadido. 

Ramón se podría haber copiado a sí mismo y repetirse, porque eso hacen muchos dos y hasta tres estrellas, pero ha preferido cambiarlo todo para que nada cambie, porque todo es diferente, salvo que su estilo mediterráneo cosmopolita, atemperado por lo madrileño, sigue siendo el mismo.   

Igual que su genial aperitivo fetiche, el homenaje al puerto de Santa María, un cucurucho comestible (de obulato) con gambas de cristal y salsa brava, andalucismo puro llevado al Olimpo.  Lo acompaña de unos vascos chipirones con estupendo coulant en su tinta, fresco cupcake de lechugas con yema de codorniz y el madileñismo de un tierno buñuelo de callos de bacalao. De norte a sur en unos pocos bocados. 

Y además el gazpacho de Ramón que es una versión colorista y más sólida (es un sorbete) que tiene hasta delicadas esferificaciones de frambuesa

La lujuria (y la gula) es una ostra con caviar y el toque helado y refinado de “shots” helados (con nitrógeno líquido) de dorado champán. Si además, lo sirven con un Dom Perignon de 2015 los pecados capitales son muchos más. 

Uno de los platos estrella de cada año y que me hacía repetir visita al restaurante, para no perdérmelo, es el estudio del tomate. El de 2025 es estupendo y crujiente milhojas de tomate e higo con una sorprendente vichysoise de sardina que combina maravillosamente el sabor de esta con el del puerro

Aunque para sorpresa la de las espardeñas a la no carbonara, con el pepino de mar en lugar de pasta, una yema de pato y el resto en espuma. Cortada así, la espardeña es además mucho más delicada.

Cigala, foie y pasta de trigo duro es un gran lomo a la brasa acompañado de una salsa intensa con toques de marisco y pato y el shock gustativo de un sabrosa ravioli de foie.

Lo que menos me ha gustado, por exceso de potencia y grasa, ha sido el atún y cerdo ibérico, porque mezcla de modo descarnado un estupendo canelón de atún con un trozo de tocinesca papada con jugo concentrado de la misma. Seré muy mío, pero tantas grasas me superan. Menos mal que un excepcional sake lo suaviza enormemente.

Vuelve la rematada brillantez con un sobresaliente mero de piel crujiente con unas alubias del Ganxet que saben a alma de judía porque son esferificaciones. Además almejas y una gran salsa (otra más del maestro salsero) de champán. La tradición de la mano de la vanguardia. Así es él, un vanguardista tradicional. O al revés…

El waygu parace de mantequilla salvo por su inetenso sabor. Ponerlo con milhojas de patata morada con trufa de verano y una golosa demi glas es una gran idea.  

Casi tanto como cocinar los quesos: magdalena de Olavidia con limón negro y levadura tostada, Idiazabal con cremoso de nueces y maravilloso helado de Savel.

Los postres empiezan sin concesiones porque arriesga con coliflor y vainilla bourbon, una mezcla delicada de cuscús de coliflor, helado de vainilla y hojas de col caramelizada.

Una gran idea es hacer paté en croute pero de manzana y apio, una especie de sofisticado Tatin con manzana hecha compota con enzimas (ni idea), espumosa chantilly de apionabo y un magistral helado de Calvados. 

La secuencia del chocolate tiene de todo y resulta un soberbio postre de cacao: mucílago, manteca de cacao, chocolate, manjarí, 64 % 

Y solo menciono las maravillosas mignardises porque me estoy desbordando: albaricoquedátil, osquilla de anís choux-churro y bombones de chocolate de origen en una caja mágica. 

Con gran servicio, maravilosos vinos de una gran sumiller y simplemente… él, va raudo a las dos estrellas. ¡De golpe!

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Fifty Seconds

Felizmente nunca fui al Fifty Seconds de Martin Berasategui, así que no tengo que compararlo con el nuevo de Rui Silvestre, que me ha encantado. 

Lo conocí en una cena de mi querido y admirado Rui Paula, el día antes de la gala Michelin Portugal y a él debo (también) este descubrimiento.

Había probado alguno de sus platos, pero adentrarse en los placeres de su menú más largo (14) es todo un viaje. De Portugal al mundo entero. Porque Rui es muy atlántico y portugués, pero Portugal sería minúsculo -como España– si renunciara a todo ese universo que descubrió y que no solo era de exotismo, comercio, arte y cultura. También fue el de tantos sabores y productos que ambos países cambiaron, para siempre, el modo de comer de cuatro continentes (el quinto estaba casi vacío). 

Ambos hicieron la primera globalización. En Rui hay mucho pueblo portugués, pero hay también especias y hierbas de Asia (de la India a Tailandia y Singapur), picantes y condimentos americanos y africanos (de México a Mozambique), frutas y ahumados del norte de Europa, toda la riqueza de ese microcosmos luso español del Algarve y el Alentejo, Andalucía y Extremadura, y mucho más. 

Parece el Aleph de Borges que en un pequeño punto albergaba el mundo entero. 

55 segundos de ascensor panorámico separan la tierra de su cielo de mar y sabores. 

Envueltos en impresionantes vistas, empezamos con una bloody oyster que es como una fresca ensalada de algas, acompañada de un sorbete de Bloody Mary y otro sin alcohol con algo de tónica, que se bebe. 

La ostra era frescura para prepararnos ya para sabores y colores de crustáceos. Una sopa tai perfumada con citronella  prepara para una crujiente tartaleta de bogavante con potente harissa y un esférico de tomate que endulza y refresca. El impresionante y multisabor buey de mar se envuelve en gelatina de cítricos y se llena de sabor con sisho y merengue de dashi

Después de Asia marroquinizada, llega México con una serviola ahumada y curada que es una flor de rábano y pepino en excelente contraste. Pero lo mejor, una picante y perfecta salsa de jalapeños aligerados con agua de pepino. 

El atún es un juego de aromas y texturas: en una bola, entre esfera y gelatina, con sopa y tuétano del atún, más salinidad de caviar y la alegría del wasabi fresco. Un crujiente corte de tartar de atún y caviar y una barbacoa de atún en crudo (coge los aromas pero no se cocina). 

Mezclar dulces de gamba y erizo con dulzor de cebolla parece obvio, pero hay que pensarlo. Y es gran idea: cebolla crujiente con erizo y caviar, tartar de gambas y erizo con emulsión de cebolla. Y entre bocado y bocado, caldo de cebolla caramelizada. Un plato asombroso, delicado y de equilibrio perfecto. 

Carabinero con sorpresas es uno que lleva palomitas de arroz, ajo negro y limón caviar en cada pedazo. Para unificar una gran salsa: curry. Un sabor que continúa en la cabeza, como mousse mezclado con los interiores. Hay una cabeza africana que esconde un gran pan al vapor para mojar. 

Un gran rodaballo se mezcla con hinojo en variadas formas (a la brasa, en ensalada y con yuzu) y una elegante salsa de mantequilla. Grandes sabores vegetales que potencian el del pescado.

Todos los aromas envuelven al pulpo, tierno, crujiente. Los de un jugo cítrico con cominos, cilantro y manzana dentro de un panipuri. Y en un bello plato, que da pena estropear, una especie de lienzo, formado por flores frescas y una sabrosa salsa verde de raita y otra naranja de masala. Y por si fuera poco, para mojar, la delicia de un brioche relleno de cilantro y ajo. Un plato, varios, en realidad, que son un compendio de la cocina de Rui: aromas, sabores, colores y un gran producto principal casi intocado. 

Solo un plato de carne, pero magnífico, un sabroso cordero, que parece entrecote. Una salsa maravillosa de alcachofas estofadas con ras al hanout y el frescor amargo de estas en delicioso pastel. También para esta salsa, algo excepcional, un perfecto brioche de mantequilla, que da gusto verlo, porque es brillante, tierno y digno de la mejor pastelería de París

Me encanta que usen el primer postre algo tan delicioso y poco habitual en el sur de Europa como el ruibarbo. Lo mezcla con una delicada gelatina de cítricos y los toques amargos, ácidos y picantes de la naranja, el pomelo y el jengibre. Un postre muy refrescante, perfecto tras todo lo anterior. 

Arándanos y chocolate es una gran combinación, pero aún mejor es la del cacao con la vainilla o con avellanas o haba tonka. Y todo eso está en el precioso plato de chocolate que también da pena comer. Al menos, hay que mirarlo un poco antes de devorarlo.

A la manera de Alain Ducasse, acaba con una mezcla de pequeños dulces con fruta fresca que, como el allegro fínale en una sinfonía, pone un broche brillante a ese menú refinado y viajero, que desde el principio nos hace soñar. 

Las vistas son asombrosas el servicio muy preciso y los vinos de un auténtico sabio del mundo líquido. Desde el maravilloso Champange les Comtes, impresionantemente, aromático y potente, hasta un majestuoso Oporto de 50 años, pasando por un escaso y gran tinto de 2015, Quinta de Monte D’Oiro

Estando a tan gran altura, y más cerca de las estrellas del que el resto de restaurantes que conozco, no le debería faltar mucho para tener dos.

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Cebo

Me contaron en Perú que, como ellos no son buenos en fútbol, la mejor manera de que un niño convirtiera sus sueños en realidad, era dedicarse a la cocina, disciplina en la que son una potencia mundial. No digo yo que en España sea la única, pero es cierto que se ha convertido en una de las más bellas y eficaces. 

Pensar que dos jóvenes, muy jóvenes, de un pueblo perdido, al que muchos hemos peregrinado por ellos, llamado Casas Ibáñez, se puedan convertir con menos de 30 años en estrellas de la cocina y ser reclamados todas partes, es indudablemente un sueño, pero no una casualidad. Porque tanto Javi Sanz como Juan Sauquillo son dos jóvenes creativos, esforzados, preparados y tremendamente trabajadores. 

Mi última visita Cebo, su restaurante madrileño del Hotel Urban -el único que con el Ritz, ha apostado por la gran cocina- así lo ha demostrado en un almuerzo memorable en el que me he comido todo su menú más largo, llamado temporada.

Empieza con tres estupendos aperitivos de anchoa en el bar: la raspa frita y con un poco de polvo de tomate, otras, al modo tradicional y saladas, magníficamente por ellos y las últimas en un bocado delicioso a base de lechuga de mar y paté de los interiores.

Como se enorgullecen de mejorar con sus cocinados productos extraordinarios, nos los muestran en cuatro cajas camino a la mesa: una de vegetales y otras tantas de mariscos, pescados y carnes. 

Pero aún nos espera una parada con sorpresa. Y trufas. Las últimas de la temporada que ponen a infusionar con un denso y magnífico consomé de ibéricos. Y mientas se hace, degustamos un magnífico crujiente de piel de pollo con mantequilla de setas y trufa cubierto de esta laminada. 

Al llegar a la mesa también hay un producto rey, como antes la trufa o la anchoa, y ahora le toca al cerdo, pero no a cualquiera sino al mejor del mundo, el de Joselito: un cerdito de patata crujiente con steak tartare y queso de oveja, su multipremiada y magnífica croqueta de jamón con una loncha de copa y leche fresca de oveja y un rico chicharrón al limón. 

El tomate embotado es un impresionante plato vegetal. Embotan el tomate como antiguamente, unos meses antes y después lo pasifican y caramelizan. Le ponen un velo lácteo, brotes tiernos y un poco de aceite de chile. Al lado, un gran Bloody Mary de agua de tomate y palo cortado con toque picante y un espléndido pan al vapor y después frito

 Las navajas de buceo son puro mar. El agua de la cocción se hace gelatina y el alga codiun escarcha helada. El toque untuoso lo pone el gazpachuelo y el cítrico un poco de cáscara de mano de Buda. 

El camarón se viste con zanahorias encurtidas y en escabeche de muchos ácidos. Los corales de una concha fina con algo de camarón y el contraste estupendo y delicioso del consomé de pollo. 

El esturión lo ahúman en la casa y lo adornan con cosas infalibles como un buen caviar y una estupenda beurre blanc. Como original “tostada” la piel del esturión hecha crujiente

Los guisantes son tan pequeños y deliciosos que no se sabe si gustan más que la estupenda cococha de merluza, ambos a la brasa. Y para armonizarlo todo, una cremosa salsa verde. Tan bueno que no esperaba emocionarme con una “simple” tartaleta de espinacas rellena de crujientes y dulces guisantes crudos y con el golpe ácido del kéfir

Una delicia. Los calamares se hacen tallarines congelándolos y rompiéndoles las fibras. Los suavizan con una base de yemas y los llenan de sabor con una densa salsa de rancio ibérico. Otra gran mezcla llena de ideas y buena cocina que aún se complementa con un no muy bonito -pero muy rico- velo de calamar pintado con tinta y grasa de jamón. 

La receta de las angulas es memorable por su salsa, otra vez… Se acarician en la brasa con un poco de ajo y se enfrentan a un grandioso pilpil de pieles de bacalao y pollo asado. 

Hay también en este festín gambas rojas de Palamos bañadas en alga kombu y que se acaban delante de nosotros en grasa de orza, lo que les da un toque inesperado a carnes antiguas y recias. 

Acaba el mundo marino con un estupendo virrey, poco hecho para mi gusto. Tiene un intenso gusto porque lo han dejado reposar y en ese proceso hasta la piel se seca y acharola. 

En Cañitas Mayte tienen algunos de los mejores arroces que se pueden probar y quizá por eso, aquí no renuncian a servir uno como prólogo de las carnes: es mantecado con mantequilla de oveja y cocinado con falda y mollejas de cabrito. La coliflor y la col ponen la parte verde, más bien blanca, pero ya me entienden. 

El pato caneton, tierno y suave, se cocina en su propia grasa y mantequilla. Se aprovecha todo en el picadillo y en la salsa golosa, pero lo mejor es el relleno -con los interiores- de una espectacular colmenilla

Los postres están muy ricos pero bajan el nivel. Es la desgracia de la cocina española, un país sin gran repostería. Aún así, ricas las fresas en varias texturas con crema de yogur y vainilla y el denso cacao con crema de chufa y barquillo. Pero hay más y están muy bien las mignardises entre las que estaca un buen borracho con almendras garrapiñadas y en ganache

Me encantan estos chefs y este es su mejor restaurante. Ellos están volcados en Oba pero eso es ese neo primitivismo (el de Rousseau, el pintor, ¿se acuerdan?) y vuelta al origen que se ha practicado cíclicamente pero que es una moda que siempre pasa. Porque la evolución y la gran cocina es lo que permanente. Como en Cebo… 

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La Mar Madrid

Gastón Acurio es un titán de la cocina mundial y uno de los cocineros que más admiro, ejemplo claro de que nada es por casualidad. Formado en Madrid y París (Cordon Bleu) revolucionó la cocina peruana, fundando en mítico Astrid y Gastón -durante años el mejor restaurante del continente- y no solo la enseñó al mundo, sino que, gracias a él antes que nadie, todas las miradas se volvieron a los fogones hispanoamericanos. Él solito, empezó el boom culinario latinoamericano. 

Entre sus muchas marcas, La Mar, presente en todo el mundo, es una cevichería popular en las formas y de altos vuelos en su esencia, porque ningún detalle se descuida, desde un buen servicio comandado por muchos elegantes jefes de sala, a un magnífico y muy conocido sumiller (con cientos de vinos), pasando por una bella decoración. 

La carta es enorme y todo apetece pero no pedir cebiche (con B, en peruano), sería un crimen.  El criollo es de suave bonito, aromática y picante (poco) salsa de ají amarillo y crujientes tortas de choclo (maíz). 

Combina muy bien con otra dulce obligación, un tiradito, este el sureño, con estupendos chips de plátano, pedacitos de aguacate mantecoso, esa gloria nacional y picosita del rocoto (otro ají que, por cierto, es chile o guindilla según la zona) peruano y una quinua frita espléndida en sus toques ahumados. 

La causa limeña es casi más típica y recuerda algo a nuestra ensaladilla rusa, más en esta presentación rectangular. Deliciosa papa con pollo, huevo, aguacate y un poco de mahonesa

Sin embargo, no había probado los mejillones sudados. Me han encantado porque se bañan una una salsa de ají amarillo muy muy cremosa. 

Los pescados pueden ser sudados (con salsa de ají), con salsa Nikkei o a la brasa y como este parece el más barroco, ha sido el elegido: era rodaballo a la meuniere peruana que es también salsa de ocopa, patatas empanadas y un buen toque de hoja de plátano

Buenos postres también, en especial un tres leches con merengues (italiano cremoso y crujiente francés) y helado de manjar (dulce de leche) que es casero, como todos los demás. Igual que el de lúcuma que da frescura a una estupenda mousse de chocolate negro peruano, amarga y profunda, coronada con crujiente quinoa caramelizada

Supongo que ya queda claro mi amor por esta cocina, porque en ese gran continente lleno de arte y color, hay dos grandes gastronomías que trascienden lo local para hacerse universales: la mexicana y la peruana. Pero, para mí, es aún más grande esta porque la personalidad de la mexicana es más íntima y local, mientras que la peruana está trufada de japonesa (nikkei), china (chifa) e hispano europea, sin olvidar las milenarias tradiciones precolombinas. O sea, todo un mundo condensado en peruanismo puro. 

Y ese mundo lo organizó, modernizó y lo enseñó al mundo Gastón, cuando los nuevas cocinas de la región aún empezaban a despuntar. Que buena cosa tenerlo tan cerca.

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Soy Kitchen

Me encanta Soy Kitchen, seguramente el mejor chino de Madrid por su audacia, creatividad y buenos productos. Unas veces parece un español achinado y otras un chino españolizado. La mayoría, un gran chino a secas, porque el chef domina las varias cocinas de este inmenso país. 

Como hacía tiempo que no venía, Julio me había pensado un menú pero la carta es tan apetecible, que se me han antojado muchas cosas y este ha sido el espléndido resultado. 

Primer acierto: empezar por los estupendos mejillones al wok al estilo de Hong Kong. Se hacen con cebolla pochada y jengibre pero lo que les da los sabores únicos y punzantes son el chile rojo y una envolvente y suave emulsión de wasabi.

El tuétano de ternera es una exuberancia animal, pero también muy vegetal, gracias a un despliegue de hinojo, calabaza y coliflor. Con pimienta de Sichuan se hornea todo y la potente crema se sirve con emulsión de berenjena china ahumada y esponjosos mantou, los deliciosos panecillos fermentados y fritos. 

Hay variados dim sum, todos muy buenos, pero el imprescindible es el xiaolong bao relleno de cerdo, gambas, crema carabinero y lemon grass. La particularidad de este bocado es la delicadeza de su masa y que explota en la boca porque el relleno está sumergido en un aromático y muy sabroso caldo. Único problema: abrasa paladares ansiosos, como si de un castigo de Pedro Botero se tratara. 

Solo me gusta el pato pequinés con la piel crujiente en el crepe y ahora todos ponen carne. Si se quiere así, no hay mejor manera de hacerlo que este pato azulón cocinado durante diez horas a baja temperatura con cominos, pimienta de Sichuan, guindilla y soja ahumada. Y en vez de salsa Hoisin, reducción de los jugos del pato con verduras. Después, se desmigaja la tierna y especiada carne y ya todo igual hasta conseguir unos rollitos aromáticos, suculentos y únicos. Para acompañar un estupendo arroz frito de langostinos y pluma ibérica. 

Ricos postres como cremoso de chocolate y crema de wasabi (que podía ir sin este porque sabe poco y queda feo) y un muy fresco cremoso de coco y sorbete de maracuyá, que mezcla textura y temperatura.

Me encanta también Baoli y le gana con creces eh decoración, pero, si nos ceñimos a cocina y servicio, este Soy Kitchen sigue siendo mi preferido.

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Sa Pedrera des Pujol

El mejor restaurante de Menorca, y admito opiniones en contrario, es Sa Pedrera des Pujol, abarrotado de libros y muy buenos vinos y con su cocina clásica y sabrosa; puramente menorquina, pero inoculada de universalidad. Por supuesto, un servicio esmerado en el que profesionalidad y simpatía se dan la mano. Fouché y Talleyrand, según Chateaubriand, pero a la inversa.

Y además, por 50€, porque en invierno hay menú obligatorio (4 entradas, 4 principales y 4 postres a elegir) por tan estupendo precio. Así que, como decía mi abuela, “miel sobre hojuelas”.

El chef nos ha sacado -yo creo que esto era solo para nosotros-, después de sus clásicos aperitivos, un delicado tartar de gambas con punzante ajoverde de piparras y una gustosa pannacotta de anchoas con olivada y migas, tres cosas que casan muy bien pero con texturas inesperadas. 

La crema de champiñón con huevo poché y trufa es un plato de sienpre, que nunca pasa, porque es perfecto. Resulta cremoso y suave y mezcla sabores de bosque y granja.

De la carta, suculentos canelones (punto impecable) de bacalao y setas, con aterciopelada bechamel y la gracia del jugo de pimientos asados que le daban gran sabor. 

Me he equivocado con los rollitos de perdiz con col y hoisin de ciruelas porque pensé que la col era a lo que el chef llamaba rollito, vamos que era un rollo de col, pero no. Todo, relleno y salsa, estaba buenísimo pero con pasta wanton para el rollito me ha gustado menos. Cosas mías. 

Tienen también la inteligencia de hacer arroces para uno y el de alcachofas y pulpo es impresionante. Por el punto del arroz, lo tierno del pulpo y unas alcachofas deliciosas. Todo junto y bien aderezado en un arroz espléndido. 

Muy rico el enorme confit de pato a las cuatro especias, con su piel dorada y crujiente y una estupenda compota de membrillo. Me gusta más que los clásicos frutos rojos y está menos vista. 

En un país de postres mediocres, es una maravilla encontrase con el biscuit glace con toffee salado y garrapiñados. Junta muy bien dulce y salado, blandos y crujientes, helado y salsa de caramelo. Mucho y todo bueno. 

Aunque nada como el hojaldre caramelizado y sublime de una pantxineta rellena de crema de café al Kahlua y chocolate caliente. Ya no podía y me he dejado alguna cosa, pero del hojaldre… ni una miguita. 

Les resumo: no se lo pierdan. Me lo agradecerán y además verán en el camino, el bello y civilizado campo menorquín.

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Chispa Bistró

Lo mejor de ir a un buen restaurante cuando ya está consolidado, es que no hay sorpresas. Lo malo es que poco les puedo descubrir que no se haya dicho. Menos mal que yo siempre hablo de mi experiencia personal y en ese momento y ello, es absolutamente personal e intransferible. 

Por diversos avatares, he tardado en ir a Chispa Bistró y eso me la pasado. Ningún riesgo en un restaurante en el que reina la armonía y la calidad: entre la sala y la cocina, entre los vinos y la decoración y entre los buenos productos y las excelentes técnicas (curados, fermentados, encurtidos, ahumados…), todas presididas por la brasa, aunque de modo radicalmente diferente. Es  el leve espíritu que sobrevuela, así que olviden cosas simplemente la parrilla. 

Aunque hay un buen menú, hemos preferido la carta y de ella cinco platos para dos (tal y como recomiendan). Así, se comienza con sabrosa agua de tomate a la brasa con aceite de chimichurri, un consomé frío y lleno de sabor gracias al braseado del tomate

Después una royal de pollo a la brasa con un rico toque picante, pero cuya textura no me ha gustado nada porque parecía cortada. Ni cuajada, ni flan, ni chawamusi

Me había preocupado un poco, pero a partir de ahí -auto spoiler-, todo fue subiendo. Y eso porque gustándome los exquisitos guisantes con liebre y cangrejo no he acabado de ver la necesidad de este. No es lo mejor para la liebre. Los lomos con royal de cangrejo estaban demasiado contrastados pero la pasta fresca casera, rellena del resto, con una enjundiosa salsa de cangrejo (aquí es más suave) me ha encantado. 

Las pequeñas alcachofas a la brasa de sarmiento con un simple -pero extraordinario- berberecho son impresionantes, pero aún lo es más una soberbia y elegante emulsión de vino blanco y caldo de berberechos. Y como las alcachofas son reto de grandes sumilleres, Ismael Álvarez, que lo es y mucho, las sirve con Contubernio, un excelente medium sanluqueño con el dulzor justo. 

El mero tiene una piel tan crujiente como nunca (la llaman torrezno marino)  y se debe a una técnica de desescamado llamada sukibiki.  La carne, madurada una semana, está muy jugosa y se moja en una salsa espumosa del pescado con almendras ahumadas. Súper receta. 

Cuando veo fabes no resisto y estas, de Luarca, con jabalí son mantecosas y llenas del sabor de un potente ragú de caza con trompetas de la muerte. Mucha profundidad en la salsa y gran ternura en la carrillera del jabalí a la brasa. Un plato muy redondo.

Casi tanto como las crujientes mollejas a la brasa con una estupenda beurre blanc. Como salazón, un pedacito de anchoa que a mí me ha resultado muy fuerte frente a la delicadeza de la carne. 

Y el final había de ser sorprendente y lo han conseguido con un postre de setas en forma de pannacotta y helado combinados con mousse de chocolate al aceite de oliva con un toque de aceituna y crujiente de frambuesa. 

Ya les advertía que nada podía añadir a lo que todo el mundo sabe, que estamos ante un gran restaurante con una cocina deliciosa muy bien elaborada que no se parece a otras y que va de lo internacional a lo local (o ¿será al revés?) con toda naturalidad y soltura.

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Ravioxo de Dabiz Muñoz

Voy a hablar sobre David Muñoz, así que prepárense para leer lugares comunes, porque todo parece estar ya dicho sobre uno de los mejores chefs del mundo. ¿Por qué? Porque su cocina es única y ha creado una nueva forma de comer. Cuando muchos me temo que por falta de ideas-, proclaman el producto y los pocos ingredientes, él es barroquismo puro y practica unas mezclas de técnicas y sabores que están siempre al borde del precipicio. Uno más y todo se vendría abajo.

Pero él consigue hacerlo y despertar nuestro paladar, avivar nuestro corazón y llenarnos de recuerdos, porque sus platos no se olvidan. No sé quién dijo que se torea como se es. Pues aún más, se cocina como se es, y él es un buen chico hecho a sí mismo a base de impulsos iconoclasta y ganas de comerse el mundo. Exuberante, desmedido, divertido, provocador, técnico, gran conocedor de muchas cocinas y absolutamente irresistible. Y así cocina. 

Ravioxo me encanta porque, teniendo lo mejor de DiverXo, es más fácil: por reservas, precios y flexibilidad (hay carta). Se articula en torno a las pastas (básicamente de Oriente, su origen) pero hay desde cócteles únicos (el negroni andaluz justifica la visita) hasta sencillo edamame complicado con jengibre frito y salsa de aji amarillo,

pasando por unos deliciosos tagliatelle (al wok en llamas) con guindilla y chili garlic casero acompañando a un impresionante carabinero.

También me encantan sus huevos fritos con morcilla, que son un dumpling de morcilla relleno de huevo de codorniz y puntillas y un bocado de oreja (crocante por fuera y melosa por dentro) con salsa agridulce.  

Suave y esponjoso es el mollete al vapor de pintada con curry rojo, una sinfonía de sabores en la boca y un contraste magnífico entre lo esponjoso de la masa y la fuerza del guiso.

Y glorioso el langostino con mayonesa caliente, opulencia pura de tierno dumpling de langostinos, potente suquet de carabineros, dulce quisquilla atemperada, aceite de chile y una portentosa tortilla de camarones que es encaje puro. 

La pizza Margarita pekinesa se hace al vapor, frita y a la brasa. Lleva panceta lacada, salsa de tomate Hoisin y queso provolone rústico. Es impresionante por sí sola, pero con trufa es ya una locura. 

La gyoza italiana sube aún más el nivel. Está rellena de pularda (con chipotle y foie) y cubierta por un crujiente chicharrón de pata suflada sin una gota de grasa. Para mojar un sabrosísimo curry andaluz de tomates y hierbabuena. 

Divide el centollo Willy Fog, en dos de los guisos que más ama: potente txangurro (escondido en un dumpling) con bearnesa tatemada al txacolí y chilli crab también al txacolí con pimentón de la Vera. Las ideas son brillantes, pero aún más lo son los sabores. 

Deja para el final, algo que parece más normal, el rape glaseado en un wok en llamas, pero lo que tiene de sencillez le sobra de técnica. Vi esta manera de hacerlo bien por fuera y jugoso por dentro en el segundo DiverXo y siempre me ha fascinado. Lo pone sobre unos estupendos noodles crujientes con cantonesa de perdiz.

Estábamos soñando con su versión del algodón de azúcar, pero lo ha sustituido por el kakigori de mango especiado con tropezones de palomitas caramelizadas y coronado de merengue tatemado y con una delicada gelatina de sudachi y pimienta.

También espléndidos los churros mexicanos con una salsa que junta chocolate con caramelo brulée, negro tostado al wok, jengibre y cacahuete. Sola también sería un gran postre. 

Ya lo han visto, una cocina única y barroca, llena de sabores, colores y sensaciones y de una creatividad única. Añádanle a eso, que hace (solo para sus restaurantes de Madrid) tres cartas enormes que cambian sin parar. Ser genial y creativo es mucho. Añadirle cantidad y exceso lo hace único.

Pero es que además, el personal es como él, muy profesional y sumamente amable. Y como todo está tan cuidado, la carta de vinos es magnífica y la sumiller aún mejor. Uno de esos sitios redondos. 

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La Bien Aparecida

Escondido en uno de nuestros restaurantes, más de batalla, se encuentra uno de los cocineros más interesantes y refinados que se pueden encontrar en Madrid. La Bien Aparecida es un sitio con vocación de facturar lo más posible -ambición muy loable- y con una carta al gusto de todo el mundo. 

Por eso, me gusta dejar José Manuel de Dios me dé lo que él quiera. Hacer eso o pedir el menú degustación, son las mejores opciones para disfrutar de esta exquisita cocina vasconavarra, con toques franceses, que practica el chef. 

Por si eso fuera poco, tiene un gusto excelente para las miniaturas y la decoración. Eso se ve en su máximo esplendor, en los postres y los aperitivos. La gilda es un bombón, crujiente por fuera y líquido por dentro, que, como los antiguos de licor, estalla en la boca, inundando el paladar de todos los sabores de este aperitivo entre ácido y picante. Hay otro bombón, pero este tierno y sedoso, de mejillones en escabeche, puro sabor. La anguila ahumada es el relleno de un barquillo que matiza su fuerte sabor. Para acabar, un ajoblanco excelente, coronado por un canapé de salmón ahumado, que contrasta perfectamente. 

En esta cocina, que tiene mucha enjundia, los guisantes estofados con meloso de merluza, se mezclan con unos buenas cocochas de merluza y a todo, se le pone el elegante toque de una espuma de champagne. 

También borda la porrusalda, pero la mejora con una cremosa brandada de bacalao

Invierno puro son las setas con trufa negra y salteadas en mantequilla ahumada que, mezclada con la yema de un huevo, forman una gran salsa. 

Me encanta que todo tenga verduras y el rodaballo meuniere, de salsa perfecta, se beneficia de la acidez y el frescor de las acederas

Siempre antes del postre, una gran originalidad, el bombón de laurel que, siendo de chocolate blanco, tiene un profundo sabor a tan popular hoja. 

No había probado el postre de membrillo, que además es precioso y sabroso, gracias a una buena crema cítrica, a la compota de manzana y al siempre seguro chocolate

No les puedo hablar de la parte más sencilla de la carta, porque siempre pido así, pero en esta versión es uno de mis clásicos favoritos de Madrid. Además, muy buenos vinos y excelente servicio

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