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Raiva de Octant Douro

Nadie duda que Portugal vive un muy dulce momento, gastronómicamente hablando, tras años de calidad tradicional, pero estancamiento e inmovilismo. Los grandes restaurantes están por doquier pero, como en los grandes destinos culinarios, también los hoteles se esfuerzan por tener a los mejores. No hace falta ningún pretexto para visitar el mágico hotel Octant Douro, un cofre de cristal y pizarra enterrado en la exuberante naturaleza del Duero. Entre tanta perfección, el restaurante Raiva es uno de sus grandes alicientes.

Comandado por el chef Darcio Henrique, curtido en Paris, Shangai y Londres (en mi querido Celeste, uno de mis preferidos), el restaurante es un canto a la gastronomía del norte de Portugal y a la despensa del río, también a la de su parte española.

Rodeados de bellas vistas, hemos sido obsequiados con un delicioso menú que comienza con unas flores de pasta de remolacha rellenas de creme fraiche y coronadas de salmón ahumado y polvo de chorizo. Perfectas para el Negroni y buen acompañamiento para el espléndido pan (blanco y de milho, que es maíz), el potente aceite de la zona y una sofisticada mantequilla ahumada.

La ensalada de tomates con sorbete de lo mismo, es ácida y refrescante y por eso se complementa tan bien con un Oporto muy seco y escaso que parece de oro.

La siguiente ensalada incorpora marisco al regalarse con estupendo pulpo asado, además de patata, judías verdes y pimiento asado. Con un vino sumamente original: verde pero de uvas tintas de bodega muy antigua y con gasificación natural.

Me ha gustado mucho el pescado ofrecido en el menú degustación, una estupenda lubina asada con flor de saúco, puré de coliflor y acabado con un aromático aceite de limón, albahaca, cilantro y huevas de trucha. Nos lo ponen con un gran blanco que, para nuestro entusiasta y sabio sumiller, es como un desayuno en Paris de tanto como recuerda a un brioche repleto de mantequilla. Yo no llego a tanta poesía, pero sí a percibir que está excelente.

También se emplea a fondo con el reserva especial (solo se elabora cuando es excepcional la cosecha) de Vallegre, una viña de más 150 años y una mezcla de 80 uvas con recuerdos de tarta de chocolate y compota arándanos y vainilla. Realmente está plagado de aromas y es perfecto para un tierno lomo de cordero envuelto en polvo mostaza y hierbas, con puré de apio, rábano encurtido y guisantes. La salsa, una estupenda demi glas de los huesos, es poderosa y envolvente. Muchos sabores y muy bien combinados.

Antes del postre y tras tanta potencia, se agradece un refrescante sorbete de albahaca, la deliciosa planta tan usada en Portugal -y tan poco por nosotros (tan cerca, tan lejos)- como el cilantro. Lleva también Oporto blanco y manzana, haciéndolo muy apetitoso y aromático. Espléndida, para acabar, la tarta de chocolate (muy negro, exquisitamente amargo) y avellanas con caramelo salado y helado de vainilla, un postre tan clásico como imbatible. Aún más si se toma con una joya: Oporto de 40 años elaborado en exclusiva para ellos y envejecido en barricas de whisky, lo que le da un sabor menos dulce y un toque más alcohólico. Excepcional.

Una buena mano la de Darcio en la que se nota su mucha experiencia en cocinas clásicas y elegantes, unos productos durienses (y no solo) excepcionales, un buen servicio, una espectacular carta de vinos y unas vistas que cortan la respiración, forman un conjunto realmente excelente, fiel exponente -como todo el hotel- del nuevo lujo tranquilo.

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Doble almuerzo en La Salita y Lienzo

Siempre me ha encantado Gin Mare, una ginebra llena de aromas a hierbas silvestres y de sabores mediterráneos, pero desde que me invitó a Valencia para probar cócteles inéditos acompañando las refinadas y elegantes cocinas de Begoña Rodrigo en La Salita y de María José Martínez en Lienzo, aún me gusta más, porque he aprendido (y gozado) mucho de esta elegante y cuidada ginebra.

Al bajar del tren, una histórica DKW customizada para la marca, toda blanca y azul, nos esperaba para llevarnos a esos dos templos de la gastronomía valenciana, ambos regentados por mujeres, unas de las pocas chefs en activo y qué pena que no haya más porque ellas aportan a la gastronomía un punto de vista sensible, tradicional y técnico a la vez, y muy aferrado a sus raíces.

Begoña tiene todo eso, pero además una fuerza imparable y un discurso elaborado. Sus aperitivos empiezan con un cóctel inédito de Gin Mare que resalta sus notas de romero y tomillo con clarificado de hierbas, uva blanca y alcaparrón encurtido.

Lo sólido comienza con una intensa sardina con helado de coliflor, deliciosa centolla con raíces encurtidas y una cobertura de gazpacho convertido en merengue, unas muy marinas verduras crudas con fondo de algas y percebes, esponjosa coliflor encurtida y calamar, una remolacha que se trata como mojama con tartar vegetal y una estupenda caprese que es crema de pesto y berenjena ahumada. Todo es muy bonito y con saborea marcados.

Llegados a la mesa desde el bello jardín, nos sorprende con la bella tiara, un fresco tartar de tomate animado con migas de bacalao, bonito y mojama con una vegetal base de berenjenas y verduras encurtidas.

Después, otro estupendo coctel, sour de Gin Mare con chirivía, remolacha con cardamomo y ruiiabrbo para acompañará a sarandonga, obviamente un arroz (que son dos tipos, uno crujiente y chispeante) con bacalao en espuma, coliflor y alga nori, una mezcla sabrosa, sorprendente y envolvente,

cualidades de las que también participa todo un platazo de tradición renovada, Albufera pura: alli pebre con su anguila como protagonista y el resto de los ingredientes en emulsión, además de esferas de alubias blancas y un poco de salmuera. Ya así era una gran receta, pero los añadidos de un blanquet de anguila y piñones y un buñuelo de espuma de huevos fritos y apinabo lo hacen excepcional.

La falsa pasta de chirivia con duxelle de setas, quinoa frita, salsa de verduras fermentados y queso patamulo es otro hallazgo porque parece una carbonara vegetal, untuosa y crujiente. Exquisita

En la segunda parte de la excursión por Valencia, María José nos recibe en Lienzo con un estupendo cóctel preparado por su marido y sumiller que es puro verano mediterráneo, o sea inspiración gazpacho, a base de agua de tomate y aceituna. Con base de Bloody Mary lleva algo de miel (una de Madrid menos dulce) y la aportación de un rico tomate fermentado.

Acompaña a la perfección a un falso lomo de orza servido, en homenaje a la antigüedad, en un original plato/ánfora. Y es falso porque se hace con presa y se remata con muchos matices de hoja de higuera. Para mojar, manteca de cerdo, pan quemado y unos palitos de maíz con polen. Siempre las abejas porque María José es experta en mieles y adicta al mundo abejil.

Los calamares en su tinta son un gran plato, oculto bajo un bello encaje de tinta, al que el alga kombu y un gran caldo dashi llenan de sabor intensificado.

La lubina se marina en miel y sal y se acompaña de “foie de lubina”, espinacas y hasta una original sobrasada de lubina en la línea de las grandes creaciones de Ángel León.

Acaba este suculento “medio menú” con un tierno y potente cordero a baja temperatura con ñoquis de boniato morado, limón negro y una perfecta y original demi glas.

El último cóctel es homenaje al llamado en Valencia café del tiempo y el mejor Espresso Martini que he probado. Incorpora una base de limón infusionado en miel y hasta unas gotas de Tabasco. ¡Espectacular!

Muy a la altura de un precioso y estupendo postre de miel, claro, homenaje a la miel urbana. Unas mini colmenas de tomillo y limón, varias mieles, cera y nata conun estupendo helado de leche vaca fresca y lima kefir. Además, unas cuantas mieles extraordinarias y la lección magistral de M. Jose sobre un mundo tan desconocido como fascinante.

Un grandioso día de primavera en el que una ginebra hace de mecenas de dos artesanas muy diferentes a las que une el tesón, la creatividad, la técnica y esa mirada tan femenina que une el mundo de los sueños a la realidad más terrestre, la magia de la mente con la sabiduría de las raíces.

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Saddle

Me gusta juzgar a los restaurantes por el conjunto ya que el placer gastronómico es tan amplío que nunca puede obviar aspectos tan básicos como la decoración, el servicio o el amor a los detalles. Por eso, considero a Saddle el mejor clásico de alta cocina de Madrid y de bastantes sitios más. Otros pueden destacar en algún aspecto, pero el conjunto de este -aunque la banal decoración siga siendo el punto flaco- es magnífico y completo, empezando por la elegante y contenida cocina de Adolfo Santos y siguiendo por el exquisito servicio que ha perdido las rigideces del principio, asentándose en un refinamiento suave y más amigable.

Y como son los detalles los que encumbran en una ciudad cuajada de buenos sitios, empiezo por ese espléndido servicio del pan y la mantequilla que se sirve con una gran ceremonia que acentúa su enorme calidad.

Los mismos aperitivos (croqueta y tartaleta de guiso de cordero y queso) son siempre magníficos y bien pensados. Dan muy bien el paso a grandes pequeños platos de la casa como su gran versión de la popular gallina en pepitoria, aquí un suculento guiso de pollo, espuma de azafrán y crema de almendras. Sabe igual pero es mucho más poderoso y excitante.

Nos han ofrecido un plato nuevo y espléndido de quisquillas de Motril. Empeño difícil porque ¿cómo mejorarlas? Pues con un supremo escabeche de zanahorias con vinagreta de huevas con la cantidad justa de espléndido vinagre que, con su acidez, no anula el resto de los sabores (como suele ser habitual).

Seguimos con un ya clásico del restaurante: una delicada anguila ahumada con pencas de acelga y una soberbia y muy francoespañola velouté ibérica de palo cortado que me recuerda las grandes creaciones de Juan Lu Fernández.

Las pequeñas y tiernas alcachofas se engalanan con crema de piñones y una estupenda picaña madurada 3 meses. Un gran plato vegetal animado por esa soberbia cecina y sus toques ahumados y elegantes.

Como pescado, una gran elección motivada por el estupendo guiso de caracoles con migas crujientes que acompaña a un bacalao en un impecable pil pil de hierbas. Fue verlos en la carta y no dudarlo. Tan buenas resultan ambas cosas que son más bien dos platos en uno.

Las mollejas a la jardinera tienen un potente sabor que contradice su ternura y la salsa nos devuelve a los modos galos de la alta cocina decimonónica con su fuerza de alcaparras y estragón.

No se puede pasar por Saddle sin caer en la tentación quesera porque su mesa de quesos es esplendorosa. Apetecen todos pero ni siquiera yo puedo permitírmelo, salvo riesgo de muerte súbita. Hay desde grandes y viejos Comte, hasta sorprendente Gorgonzola dulce pasando por azules poderosos, picante Stilton e impresionantes españoles de norte y sur (cabrales, payoyo, camembesos…)

Y como colofón dulce, más clasicismo y elegancia y con estos mimbres que otra cosa que un esponjoso y dorado (nubes en el paladar) suflé al Grand Marnier con helado de naranja terminado sabiamente ante el comensal. Simplemente espectacular.

En un sitio normal ya habríamos terminado pero aquí (y por eso lo pongo) el café (y las infusiones) bellamente presentado, las mignardises y el apabullante carro de destilados completan una comida siempre memorable.

Pero si no encuentran ahí lo que buscan, los cócteles son estupendos y la carta de vinos, impresionante. Un sitio más que completo. Por cierto, no hay elegancia sin esfuerzo: yo exigiría chaqueta. Hay que “enseñar al que no sabe” y si en el resto de Europa se hace, no veo por qué aquí tenemos que ser campeones de la informalidad.

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Ugo Chan

La conjura de los Muñoz. Recordarán que hace poco Dabiz Muñoz intentó matarme (de placer también…) con una comida en StreetXO. Pues bien, no habiéndolo conseguido, merced a mi insaciable apetito y resistente estómago, ahora lo ha vuelto a pretender, el otro Muñoz, gran chef y hombre carismático, Hugo en Ugo Chan.

Tampoco lo ha conseguido, pero la ración de placer ha sido mayúsculo. Esto es mucho más que un japonés y esa cocina solo un pretexto para andar por el mundo entero, de los callos a la madrileña a Robuchon parando en Berasategui y Horcher.

Le pedí algo ligero y corto y salimos sin clientes y casi sin personal, como en una borrachera de serie B. Vean: empieza con una miniberenjena con relleno de berenjena de Almagro y una arrebatadora piel de pollo asada y frita con algo de limón. Mucha cocina desde el mismo principio.

Eso era tan pequeño (no sencillo), como opulento es un excelente sashimi de salmonete con sishimi togarashi y una bilbaína fría de picante justo, escoltada por una almeja Bulhao Pato japonés y una delicada ostra con cítricos.

Algo fresco y excitante que da paso a un señor guiso: lenteja caviar con un maravilloso curry japonés, picante y lleno de sabores, y las carnes prietas de una torcaz. Además, una espuma de coco que refresca y redondea una súper receta. Pero hay más, en hoja de sisho, las patas en un gran escabeche de torcaz con cilantro.

Después otro gran bocado: bikini de piel de salmonete -extra crujiente- rellena de su tartar, aliñado con una buena meuniere (con alcaparras y polvo de gambas) que nos lleva a la alta cocina francesa de siempre.

Hemos probado algunos platos inéditos o casi y este era uno de ellos: erizo, espárragos y colmenillas al wok con mantequilla noisette, una mezcla audaz de cosas estupendas que juntas no he acabado de apreciar.

Todo lo contrario que una versión espléndida de la ensalada caprese con tofu y queso talegio, albahaca gelée y tomate de muchas formas: asado, en gelatina, en polvo y el cherry asado y deshidratado. Un gran plato lleno de técnicas, talento y buena mano.

Sorprendente y lleno de elegancia es el tributo a Robuchon (tartar de toro, gelatina de anguila con suave crema de coliflor y caviar) y lleno de ironía el gallego perdido en Cádiz (chicharrón con manteca colorá y percebe, con las dosis justas de manteca y de pimienta sansho, cosas ambas que se apoderan del resto de los sabores si no se equilibran tanto como aquí)

Sigue el despliegue de originalidad y erudición con el homenaje al paté de campaña de Horcher que aquí, reconvertido, es de relleno de gyoza y con la tradicional salsa Cumberland. Eso sí que es fusión y conocimiento.

El perrechico en tempura con huancaina y queso es otra gran idea, aunque esta seta es demasiado delicada para rebozarla. Acompaña un fantástico y fresco licuado de lechuga con un gran pico de gallo de aceitunas verdes.

Y para más adaptación y alarde, vongole a base de esparraguines en tempura, en vez de pasta, y una suprema concha fina con aire cítrico, sustituyendo a la almeja.

Rico, rico, pero nada como la idea más mestiza de las gyozas de callos a la madrileña con garbanzo frito, un masa que parece creada para rellenarla así. Un chute de sabor y suavidad (la envoltura, no los callos).

Llegados al capítulo de los niguiris, Hugo empieza fuerte con el de gamba roja y la cabeza a la brasa (demostración que se puede mejorar la gamba con un arroz de punto perfecto) y sigue con lubina en grasa de ibérico y yuzu kosho, untuoso y muy sabroso, toro a la llama con soja, wasabi y azúcar moreno, tan goloso, de huevo de codorniz con migas japonesas (porque son de crujiente panko) y Berasategui, con foie flambeado, anguila y compota manzana ahumada. Todos soberbios, tanto que no sabría cuál elegir.

Era, teóricamente, una cena ligera según mi pedido. Sin embargo, no me hacían ni caso (menos mal…) y después vino el temaki de mollejas, un monumental guiso en plan kebab con menta, yogur y picantes deliciosos. Y que mollejitas diminutas y crujientes…

La codorniz estaba un poco cruda para mi gusto pero ya se sabe que desde que se empezó a hacer todo poco, se decidió que eso valía hasta para una becada… Por lo demás está muy buena, hecha en kamado con colmenillas al wok y salsas shitake y teriyaki casera.

Complejidad y brillantez hasta el final, porque también participa de esas características la albóndiga de picanha madurada (35 días) en caldo de sepia y coronada de lo mismo.

Dos buenos postres, la refrescante versión del lemon pie hecha con el más potente yuzu, consiguiendo tres buenas texturas. La potencia llega con el pan y chocolate con aceite, con bizcocho aéreo de whisky japonés, praliné de avellanas y toques de picante y amontillado (el de ese estupendo acabado que le dan en Castillo de Canena).

Aunque ahora cualquier español parezca japonés de toda la vida, creo que vienen muy bien estas maneras de reinterpretar aquella cocina desde nuestra tradición. No es tan raro. La tempura es un rebozado portugués. Por lo demás, no es solo la genialidad de Hugo. Aquí hay también un soberbio equipo, una relajante decoración, una carta de vinos apabullante y un servicio excelente. Simplemente, un grandísimo restaurante.

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The Gallery Sketch

Lo primero que se me ocurre cuando ceno en The Gallery, el restaurante “informal” (el otro es un tres estrellas comandado por Pierre Gagnaire) de Sketch, es que cuál es la razón -siendo el nivel gastronómico tan alto en España-, por la que el ambiente, lo de moda, está siempre reñido con la calidad de la cocina. En casi todos los países se cuidan ambas cosas, pero aquí, cuando se sabe que el sitio es de postureo, rápidamente sentimos recelosas expectativas.

Pues bien, Sketch es un club londinense situado en un antiguo palacete del siglo XVII, antigua morada de un famoso arquitecto, permanentemente de moda, ansiosamente instagrameable y lleno de espacios diferentes en los que comer, bailar o beber. A veces, todo junto. Y The Gallery es su deslumbrante brasserie, un remanso de gente guapa, buena música, servicio de alta escuela y ambiente de comedia romántica.

También la cocina, empezando por el bogavante en dos preparaciones que ofrece por un lado pinza y por otro, cuerpo, entre perfumes de mango y jengibre.

Hay también un estupendo suflé de abadejo y vieiras que me ha encantado, porque ya no se encuentran -cuando hay esa suerte- más que dulces y como nubes. Este es de la estirpe más densa y tiene un profundo sabor marino. La salsa mezcla una rica beurre blanc, con algo de mostaza, espinacas y calabaza. Potente y muy rico.

Muy sorprendente es la seta Portobello -que parece una hamburguesa-, con tomate (y lechuga también,-, además de trufa -a la que no sabe), cebolla y puré de remolacha. Lo sirven, para hamburguesearlo más, con estupendas patatas fritas. Además, hemos pedido una guarnición un poco absurda, pero en estos países esto de los mac and cheese (gorgonzola) es cosa seria. Y no nos han defraudado, aunque nada como los postres que ya nos esperaban.

Para empezar, na espléndida tortilla Alaska que sale envuelta en un algodón que se disuelve con el caldo de caramelo

y para continuar, una gran tarta de queso con doble ración de galleta salada, culis de frutas, sésamo negro y una sabrosa salsa de whisky.

Creo que solo por la ambición de los platos ya se comprueba mi afirmación del comienzo. Por eso, es un sitio que gustará a los que sólo buscan ambiente, también a los amantes de la buena cocina pero, sobre todo, a los que creemos que la gastronomía es una experiencia total que ha de juntarlo todo. Y cuanto más, mejor…

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Coque

Ya he dicho algunas veces que Coque es mi restaurante preferido de Madrid, con mucha diferencia. Otros destacan por variados aspectos, pero solo Coque junta de una manera magistral, platos de gran altura y con toques de vanguardia, un servicio exquisito de alta escuela, una carta de vinos insuperable y una decoración apabullante en un espacio absolutamente único y casi mítico en Madrid.

Mario Sandoval está en un magnífico momento de vuelta a la raíces, en línea con las tendencias más actuales de ensalzamiento del producto y búsqueda de la excelencia en la tradición de lo más cercano. En este sentido, los tres hermanos hacen un trabajo encomiable de investigación y sostenibilidad en su finca de El Escorial. Todo eso, ha convertido mi última visita en una ocasión memorable.

Siguen con su espléndida tradición de hacer un recorrido por las espectaculares, salas, comenzando en el bar inglés, con un gran cóctel de la casa, acompañado de una ostra con jalapeño y un quebradizo taco de maíz con miso de garbanzos y foie. En la palaciega, bodega, rodeados de los vinos más exquisitos del mundo, una copa de Laurent Perrier, con almejas al Alvariño y zamburiñas con marinada de cítricos.

A continuación, en la llamada sacristía, venencian el fino Coque de Osborne, que es el perfecto contrapunto a un steak tartar de toro bravo envuelto en un crujiente y precioso torito, así como a una inolvidable dorada en escabeche que recuerda la niñez de Mario en el campo madrileño.

Hay dos partes más en la gran cocina, una chispeante espardeña con ají amarillo en la entrada y un rompedor torrezno con espuma de vinagre, mientras vemos el horno y nos deleitamos por anticipado con la preparación de los postres.

Después de tal festín, llegar a la mesa supone el principio del banquete: para empezar, un clásico que es, además, uno de mis grandes favoritos, la exquisita (tanto por decoración, como por sabor) flor helada de pistacho con caviar, gazpachuelo de aceitunas, espuma de pistacho y cerveza. Una mezcla de sabores, texturas y temperaturas realmente extraordinaria.

Un plato absolutamente único que da paso a otra gran creación, los guisantes lágrima encebollados, con sopa de chalota tostada y vegetales fermentados y un toque de corteza de cerdo, un canto a la modernidad desde los sabores más humildes y tradicionales.

Y sigue el festín con un delicioso plato de temporada, los espárragos templados con su propia espuma y perlas de palo cortado, además de los toques marinos de unas cortezas de bacalao.

Y del leve matiz marino, se pasa al mar en todo su esplendor con el atún de tres maneras: ventresca curada a la sal, gazpachuelo de la médula y el toro a la parrilla con mojo verde. Una asombrosa y diferente manera de comerlo en tres declinaciones muy distintas.

Espectacular, aunque no más que los mariscos que llegan a continuación: carabinero a la brasa -con el sutil matiz cárnico de una bernesa de buey-, cangrejo real con americana picante (y excitante) y el maravilloso, audaz y sencillo, erizo con salsa de callos, otro de mis favoritos de la casa.

En el capítulo de las carnes no podía faltar el mítico cochinillo de los Sandoval desde hace tres generaciones, ahora en tres versiones, la del magistral asado, la chuleta confitada a la pimienta y el guiso de la manita convertida en saam de hoja de miso.

Parecía el final, pero aún quedaba la sorpresa de mí foie preferido del mundo mundial: escabechado al amontillado, sinceramente, el que más me gusta. No sé si este es el orden más correcto pero quizá su cierto dulzor predispone para el postre.

Y muy ricos los tres: uno de almendra y estragón con aguacate y tomatillo; otro de bombón de chocolate especiado con culis de ciruela, servido sobre pétalos de flores y el espectáculo flambeado de los arándanos con leche de oveja.

Ya se lo dije en el post anterior, podremos discutir uno a uno los elementos que componen este restaurante y compararlos con otros pero, uniéndolos todos -rutilante decoración, exquisito servicio, estupendo ambiente, carta de vinos inmejorable y una cocina que mantiene un sabio equilibrio entre la tradición y la modernidad-, no tiene parangón.

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StreetXO

Nadie posee el secreto del éxito y ni siquiera los tocados por su gracia son capaces de explicarlo. En el caso de Dabiz Muñoz creo que se debe, como siempre, a una mezcla de talento y constancia. Pero como él también levanta pasiones, eso tiene más que ver con que no se parece a nadie mientras todos se quieren parecer a él y su cocina es tan personal, transgresora, mestiza y divertida que a los seguidores se les nota mucho porque, o se le copia al pie de la letra (y no sé) o no funciona.

Va tan a contra corriente que practica el barroquismo (período rococo) más multicultural cuando ahora lo que se lleva es el llamado ingrediente único, la vuelta al pueblo y demás autocensuras.

Su discurso es único pero sus restaurantes también y no hay nada que se pueda comparar a su línea “pret a porter”, llamada StreetXO, con la que instauró una taberna de Extremo Oriente, en versión manga, pero enriquecida con panamericanismo (y madrileñismo) cañí. El nuevo emplazamiento es enorme y suntuoso y gracias a un enorme bar, las esperas (no hay reservas y sí grandes colas) se hacen mucho más llevaderas. También la facilitan un personal tan amable y apasionado que contagia el entusiasmo con el que parecen honrar a su jefe. Aquí todo el mundo se divierte y la experiencia es es única e imprescindible.

Para empezar, porque los cócteles son tan buenos como originales (vean la ostra esfericada que corona esa sopa tai en cóctel con ostra, lemongrass y coco ) y la oferta de platos enorme. Por eso hemos tomado un menú festival que no es apto para casi nadie, como podrán ver en lo que sigue. Empieza con un esponjoso pan chino, frito y al vapor, con polvo de mantequilla que precede al chispeante sashimi de pez limón, ácido, dulce y picante, a base de yuzu, leche de tigre de maracuyá, aceite de pimentón y sichimi. Entre otras cosas…. además unas patatas fritas con balsámico extrafinas.

El sándwich club es un perfecto bao (nadie los hace como él, que los hizo antes que nadie) con cerdo, verduras, huevo frito de codorniz con puntillas y mayonesa de sichimi e ito togarashi.

Por lo visto, la croqueta “la Pedroche” es lo más pedido. También es lo más fácil en su perfección de leche de oveja, kimchi y una tapa de atún que se quema con una ardiente piedra de la robata. ¿Por qué hacerlo igual, cuando se puede hacer mejor?

El nem es de pato y sashimi tibio de gambas y se moja en sus salsas magistrales de sweet chile de hierbas y un alioli que es también mayonesa de chile.

Comer aquí es tirarse por un precipicio una y otra vez y como si al final de la caída, nos acunara un colchón de nubes, pero sabiéndolo de antemano. Aquí nada es lo que parece y el saam es de panceta, setas ahumadas con mejillones escabechados con hierbas y especias y la salsa, picante y alegre siracha y aterciopelada tártara.

Impresionante este wonton vasco a base de chistorra, cebollino chino, crema freca, sweet chilly, txacoli, torreznos de maíz y piparras pero mucho más si cabe, el chipirón al wok con la tinta al lemongrass, crujientes de arroz de sushi frito y un caldillo de perro con kalamansi que nos hace soñar con un plato de muchas partes de España teñidas de Oriente. Solo el caldillo vale la visita.

Y de caldo en caldo, porque la sopa laksa es perfecta, tanto que casi ni hace falta un espléndido carabinero a la robata con vermicelli de arroz y tortilla de camarones.

El taco de pulpo le gusta tanto que aquí no hay mestizaje que valga. Mexico puro y esplendoroso: tortilla de maíz azul con pulpo a la brasa, mole amarillo de chile morita y mantequilla, emulsión de tomatillo de árbol, zanahorias encurtidas y pipas de calabaza con un sorprendente bienmesabe encurtido.

Pero como esto parece ese aleph (vid Borges) donde se contiene en mundo, faltaba la India y llega en forma de pichón tandoori con puré de colinabo, Garam Masala con jugo de pichón, pequeños y delicados papadums y tamarindo. Punto perfecto, distintas cocciones y patas con especias y romero.

Todo es tan sabroso y diferente que es difícil quedarse con algo pero, como me gusta poco el ramen, me he quedado boquiabierto con esta versión XO con alitas a la barbacoa, trompetas de la muerte, trufa negra rallada y un sublime caldo de jamón con foie que vuelve a justificarse por si solo y a hacerle rey de los fondos, la base de todo, sea tradición o sea vanguardia.

Ya desde el pichón estábamos al borde del colapso por lo que solo la gula ha hecho que viendo el ya mítico chili bogavante no saliéramos corriendo a pedir ayuda. Es un monumental chili crab a su manera con una apoteósica salsa con tomates picantes, oloroso y chipotle que parece tener todos los matices. Para mojar unos delicados y más que originales churros con polvo de tomate.

En fin, casi me da vergüenza confesar que hemos tomado postre: ese pecaminoso, y tierno, y jugoso, brioche de mantequilla y leche de la Pedroche con crema imglesa de ras al hanout y vainilla y un poco de fresca ensalada de mango (para disimular).

Pero también el envolvente maíz dulce que lleva aún más cosas (espuma de maíz y leche, helado de caramelo salado, agridulce de mandarinas y chile, chocolate cremoso y Cookie Dough de cacahuete) en un gran juego de texturas y temperaturas.

Ya poco se puede decir. Este es su mundo más desenfadado y es también el mundo. Mágico y arrollador. Un genio.

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Oba

Cuando la vanguardia se siente agotada, el artista mira al pasado, a lo natural, cuando no hay nada más antinatural que el arte. La cocina no es arte pero tiene en común con este la naturaleza recreada, la alimentación hecha gastronomía y por eso, también los cocineros están encontrando el futuro mirando al pasado, a los ancestros, a lo más arcaico y hasta a pamplinas inexistentes como el km 0 o el ingrediente único. Es época de parrillas, de elaboraciones sencillas, de vuelta al terruño, de hortalizas y productos de proximidad y de un sinfín de limitaciones, que los grandes resuelven brillantemente y los demás, siguen porque no saben hacer otra cosa.

A mi me encanta lo artificial y lo complicado y siempre miraré más a Proust y a Wagner que a juglares y trovadores. Pero aún así, soy capaz de ver el genio y eso he visto en la radical propuesta de Juan Sahuquillo y Javier Sanz en Oba, un concepto total que abarca hasta decoración, vajilla y cubertería y se halla escondido en un bello rincón de la ignota Albacete. Y así queda mejor. En una ciudad sería una incongruencia.

Pero lo simple no renuncia al arte y en vez de menú, nos entregan un librito muy bien escrito (y muy mal puntuado) en el que los platos se explican con microrrelatos que a veces parecen pequeños poemas. Una delicia.

Empieza el juego con una sutil agua de guisantes con cítricos y un ramillete de brotes y hierbas (angula monte, flores, col, capuchina, espárragos y lechuga) que se moja en una crema que es garum de hongos con yema embrionaria, tan fuerte que es felizmente matizado por las verduras. Hay un “maridaje” con bebidas naturales que me han encantado en general, pero no me han gustado mezcladas con la comida. Llevamos milenios honrando y perfeccionado el vino y nada lo supera con una buena comida. Esto se tomaba con fermentando de saúco, una especie de vermú que no estaba mal.

La crema de juncia real que sigue se trabaja como un queso sin leche y es suave y aromática, frente al más sabroso milhojas de cardo encurtido con puré de raíz perifollo y a la bella y deliciosa flor de remolacha con caviar, el bocado que cautivó a todo el mundo en los Best Chef Awards. Se sirve con hidromiel (de miel y agua de heno), la mítica y acervezada bebida milenaria.

El gran lucio del Júcar llega en forma de huevas en salazón. Son muy muy fuertes pero esconden una delicada mantequilla de miso de espárrago blanco que lo cambian todo aportando suavidad y delicadeza. Se agradece una copa de cariñena blanca de Penedes (Satelit).

Excelente la potente y deliciosa mortadela de pato azulón servida con refrescantes encurtidos: acelga silvestre, apinabo… y además un denso pesto de pistachos y su delicada mostaza casera. Se bebe ruitonic, su gin tonic sin enebro ni quinina y con infusión de ruibarbo.

Me ha encantado el escabeche de gallo, con una cremosa royal, la pechuga en láminas y verduras encurtidas. Aparte, un paté de los interiores, mucho más elegante que los tradicionales caseros de áspero sabor. De bebida jun kombucha.

Pasamos a la cocina para verlos en acción (a la llegada, todos los cocineros en formación, esperan en el comedor la llegada de cada comensal para darle la bienvenida) y allí nos preparan un taco de patata con una excepcional trucha del Pirineo -que están ayudando a recuperar frente a la omnipresente Arco Iris– con diferentes hojas y crema de espirulina. Aquí un vino (gracias Dios mío). a base Jaén blanca de Rioja.

Lo que parece una tarta de cebolla glaseada es nabo y lo cocinan en jugo verduras y acompañan de crema masa de pan torrefacto, una delicadeza dulce que precede a una crema de koji cultivado en trigo, con caramelo y café de koji en el centro, una mezcla sorprendente que parece un postre también y más con la bebida de amasake de té de koji.

Un kefir (desarrollado en agua y azúcar y no en lácteo) de granada y roibos se junta con una estupenda anguila: la piel en pil pil cubierta de su espuma y espolvoreada de polvo de cenizas, una especie de sorprendente mousse. Además una suculenta brocheta del lomo y un delicioso consomé de anguila con un poco del llamado wasabi manchego en el borde. Excelente y lleno de sabor.

Con un vino de macabeo negro de la zona, el degustamos el cabrito celtíberico en cecina, con los tendones suflados, algo de pasta de los interiores y un delicioso consomé de sus huesos, más suave que el muy fuerte sabor de la carne. Para aligerar una ensalada de brotes que esconde paté de sardina salada y granizado acelga y lechuga, una mezcla sorprendente, con variadas texturas y muy fresca. De bebida, licuado de la ribera (manzanas verdes y hierbas licuadas) hecho por goteo, lo que arroja 4 litros por cada 20.

Casi mi plato favorito ha sido la suculenta aleta de esturión, marinada y perfectamente frita, con una crema para mojar que es viili (hongo para fermentar la leche) de leche de oveja con siracha de pimientos verdes, una salsa extraordinaria que cumple (mucho mejor) la función de una mayonesa. La bebida, sin embargo, no me ha ayudado porque eran ésteres oxidados con manzana golden.

El aprovechamiento de liebre consiste en una morcilla que es royal de carne y huesos con una densa y muy sabrosa crema de alubia Pinesa, ajo atao y corazón de liebre. Cocina clásica renovada que me ha encantado, por lo que me he rebelado y pedido un tinto, perfecto compañero de tanto poderío.

Después de un elegante cambio de servilleta (rústicos pero refinados), una kombucha de pino para acompañar un helado (hecho en heladera antigua) de tupinambo, vino de jerez, brandy y mantequilla tostada. Se mejora con piñones y minipiñas cocinadas en almíbar, vinagre y azúcar. Muy bueno y goloso y lo justo de dulce. Acompañando un gran PX de más de 70 años en barricas de Montilla Moriles. Qué diferencia.

Los lácteos de oveja llevan calostro en helado (por oxidación de la leche), merengue seco y pan de abeja. Es como un delicado helado de leche de condensada muy espectacular. Por eso, mezclarlo con sour beer aromatizado con setas y las bayas del escaramujo no es una gran idea.

Se acaba con “secos al sol”: hongo con mousse de nuez garrapiñada y mermelada de higo, calabaza congelada y secada con escaboche de rosas y pieles de melocotón secas con lácteo. Acabar así es una gran idea, porque son maestros en todos los lácteos, impresionantes.

No es fácil, no es para todo el mundo, incurre en alguno excesos y está en formación, pero resulta fascinante, e imprescindible por su originalidad, pureza, alta cocina, amor por los detalles y gran perfección en un equipo sobresaliente.

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Cañitas Maite

Salir de las grandes ciudades y corroborar la gran cultura gastronómica y el amor a la cocina que hay en este país. Porque pensarlo en Madrid, Barcelona o San Sebastián, es tan fácil como aventurado. Permítanme el arrebato nacionalista, pero no hay grandes chefs sin clientes sensibles y, si no, díganme cómo se puede triunfar en un pueblo de tres mil habitantes perdido en los fieros llanos de Albacete, si no es de ese modo.

Pues gracias a su talento y a gente del mismo pueblo y a mucha otra que viajar lo qua haya que viajar por comer, es por lo que ha triunfado esa asombrosa pareja que son Javier Sanz y Juan Sahuquillo, jóvenes de buen gusto, sabios, técnicos, originales y tesoneros. Y así abrieron un “bar”, Cañitas Maite, en el que hacen la cocina de siempre, hasta intensificando sus fuertes sabores, pero vistiéndola de adornos elegantes y cosmopolitas (rabo de toro en un donut, matanza en una galleta en forma de cerdito, anchoas sobre french toast, etc) y apuntalando los guisos con técnicas innovadoras. Todo lo cambian para que todo siga (más o menos), igual pero mejor. En plan Lampedusa

La torta de maíz frita rellena con un parfait especiado de ajo mataero y piñones es un bonito cochinillo de poderoso sabor, mientras que la pizzeta Choux es una suave mezcla de stracciatella aliñada, tomate seco, albahaca fresca y emulsion de pesto. Mucho mejor que una pizza.

Me gusta después, el frescor del cogollo César aliñado con vinagreta de pollo y anchoa y con láminas de pechuga de gallo semiescabechado, queso viejo de oveja y ralladura de lima fresca. Mucho mejor pero (casi) igual que el original.

Sorprendente el ninoyaki de queso y trufa que es una esfera líquida de queso de cabra y trufa negra con polvo de pistacho y crema de membrillo, por su excitante mezcla de sabores y texturas.

Y sigue otra sorprendente vuelta de tuerca a lo igual diferente con la súper croqueta de mantequilla y leche fresca de oveja, dados de jamón de bellota, lámina de coppa y airbags de su tocinillo, una suerte de estupendas palomitas hechas con cortezas, perfectas para “mojar” y realzar la espléndida croqueta.

El mollete al vapor (y frito) de hongos y pato está relleno de portobellos asados y de un espléndido guiso meloso de pato. Si se cierran los ojos, no hay innovación porque los sabores son tradición pura pero la recreación es aún mejor.

También muy suculento, me ha encantado el brioche al vapor y planchado relleno de laminas de chicharrón con crema de queso payoyo y mahonesa de limón quemado. El lujo está en los detalles.

Buenísimo y sorpréndete en falso niguiri de socarrat de carabinero que es un merengue relleno de crema de socarrat. El carabinero se cura en agua marina y la cabeza se hace a la brasa. El marisco al natural y el conjunto, mucho mejor que sin añadidos.

Y eso se ve aún más en el bocata de calamares a su manera que es un delicado croissant de mantequilla y tinta, relleno de un perfecto guiso de chipirones en su tinta com emulsión de ajos asados. Llega junto al bikini trufado en pan hojaldrado y con pastrami ahumado, cheddar viejo fundido, pesto de trufa y mostaza de cerveza. Para comer michos y a cualquier hora.

No soy fan de estas cosas, pero cómo está esa oreja de cochinillo confitada en grasa de pato y frita en aceite sobre una rica salsa de lima ligeramente picante. Impresionante.

Súper suculento el donut de rabo de toro que es una rosquilla frita rellena de otro gran y enjundioso guiso (maestros guisanderos) de rabo de toro, glaseado con crema de queso de oveja y ketchup de verduras ácidas. Otra vez la tradición revisitada y mejorada.

La anchoa de Santoña que ya traía el abuelo se soba en casa y se encabalga en un sublime y jugoso brioche con mantequilla de oveja. En la costa las habrá iguales. Dudo que mejores.

La alcachofa mini de Lodosa se envuelve un ligera emulsión de sus tallos y se anima con yema y papada, consiguiendo un plato más que completo.

Las suculentas setas se saltean con caseína de ajo y engalanan con aterciopelada parmentier de patata ahumada, tocineta ibérica y jugo de pollo asado, toque cárnico y poderoso que hacen de estas setas algo aún más único.

El mero fresquísimo con espinacas a la crema es delicioso, pero nada como ese opulento arroz de carabinero, chipirones y alcachofas cuyo secreto está en el extraordinario caldo. Punto perfecto, puro sabor.

Los postres están a la altura porque son divertidos y se se comen muy bien: se empieza con “tu primer beso” (vainilla y pimienta rosa con un baño de chicle de fresa) y cañickers que es una pastilla helada de tres chocolates, caramelo salado y kikos, una mezcla estupenda de dulces y salados, blandos y crujientes.

El gran flan de nata fresca de oveja cuenta con un delicioso sabor y tiene una textura insólita porque al partirlo es quasi líquido y sumamente cremoso. Pero es que además le ponen una crema chantilly ácida de yogur de oveja que es original y deliciosa. Los pequeños grandes toques hasta el fin.

Con todo, nada me ha gustado tanto por presencia y sabor como el cinnamon brioche con helado de pan bendito que es pura delicia y maestría. Y le helado, un homenaje sabroso a la tradición y a La Mancha en uno de sus dulces más tradicionales.

Ya lo han visto, este es un “bar” de altos vuelos y todos lo queríamos tener cerca, porque (ademas) es barato, bien servido (maestros ya en la formación de equipos) y muy refinado. Tan insólito que gustará a los más modernos y a los más tradicionales. Y, con bellos alrededores del Júcar, bien vale la pena el viaje.

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Arros QD (Quique Dacosta)

Tiene delito tener que venir hasta Londres para tomar un buen arroz, pero tampoco debería extrañarnos cuando en Madrid y tantos otros sitios, es más fácil encontrar (buenos) japoneses, asiáticos, cárnicos, hamburgueseros o cualquier otra cocina que esté de moda, que una buena paella o hasta una sopa de cebolla. Cosas de las modas y de la estupidez de gente que no quiere arriesgar y solo copia lo qua ya tiene éxito.

Menos mal que siempre nos quedarán maestros como Quique Dacosta que, sea en la vanguardia absoluta, sea en las fórmulas populares, siempre será fiel a la tradición y a la tierra. Porque ya se sabe que no hay vanguardia sin tradición.

En su Arros de Londres, -ojalá estuviera en Madrid-, deleita a los ingleses, que lo llenan, de sabor mediterráneo y color español. Las piedras de queso (un crujiente bombón de crema de queso) siguen tan sorprendentes como hace años, igual que esa tortilla de patata que es un envoltillo de patata frita con interior cremoso. Dos clásicos de la casa.

Antes del arroz, ensalada mediterránea. Fresca y original porque es de kale, frutos secos y cítricos variados. También unas estupendas alcachofas, abiertas como flores, con vinagreta de puerro a la brasa.

Los mariscos llegan con calamares y gambas a la brasa. Ambos excelentes, pero aún mejores las salsas. Una de mojo rojo y otra, con las gambas, brava, a cual más sabrosa, punzante y levemente picante.

Los arroces, de lo clásico a lo más creativo, se cocinan lentamente en grandes serpentinas a la vista de los clientes, en este estupendo, espacioso, luminoso y feamente decorado local, en el populoso barrio de Fitzrovia (que no lo había dicho aún). Los hay de muchos tipos y hemos probado sólo dos, que tampoco éramos tantos comensales: el nuevo y muy original de anguila y pato (sazonado en la mesa con ralladura de naranja) y el potente y muy sabroso de matanza con sobrasada.

A mi, la verdad, no me importa mucho qué lleven. Y cuanto menos mejor, porque lo que interesa es que los ingredientes dejen cuerpo y alma en el caldo y por tanto, en el sabor del arroz. Y que este esté suelto, entero y luminoso. Que cada grano arroje chispas que paladear. Y eso es lo que les pasa a estos. Desde el primero al último que se convierte en crujiente socarrat.

Si además nos dan una espléndida naranja con dulce sorbete y frescas esferas de sanguina y una galleta que es fina oblea que esconde chocolate, aromas, cremas y crujientes, pues no se puede pedir más. Bueno, sí, que el servicio (o la cocina, no sé quién es el culpable) no sea tan megalento. Menos mal que lo compensan con amabilidad y mucha profesionalidad.

Un sitio estupendo. Lástima no vivir aquí…

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