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Can Simoneta

Me ha encantado la alta cocina mexicana, mexiterránea, de Can Simoneta. Ya la echaba de menos desde Roberto Ruiz cerró Punto Mx y todos los mexicanos se dieron a lo más comercial. Lo gracioso es que solo he probado dos de sus platos más elaborados, cuando creía estar comiendo todo de su restaurante gastronómico, ya cerrado desde hace unas semanas. Y eso porque me ha preparado un menú que es de alta cocina, pero la tiene aún más elevada. Así que deseando que reabra en primavera. Lo de ahora ha sido elegante, colorista, creativo y lleno de ese sabor inigualable de una cocina sabiamente llamada mexiterránea, o sea, lo mejor de los dos mundos. 

La ostra vuelve a la vida es pequeña y delicada y equilibra su sabor a mar salvaje con un cóctel de tomate, lima y chile. Además un poco de sabor cítrico de un borde de chile tajin para dar el toque picante. 

El maíz -que ellos cultivan- y el aguacate están en cuatro grandes y bellos aperitivos: una bonita rueda de crujiente maíz con puntos de aguacate, gel de cebolla y limón tatemado, nachos con queso y cebolla morada, y sobre el mapa de México, un esférico de chilaquiles en una crocante tartaleta y una panacota de maíz. 

Dan tanta importancia al pan y la mantequilla que los ponen como un plato, no para acompañar, aunque luego se puedan quedar en la mesa. Y un gran pan rústico se acompaña del estupendo aceite Aubocassa (que es de los mejores y SÍ sabe a Arbequina) y grandes y originales mantequillas: mediterránea de aceitunas, picosa y deliciosa chile chipotle y semi dulce de mole, la cumbre de las salsas mexicanas. 

Preciosa y llena de sabor la tostada de atún Balfego, aún mejor por estar marinado en una salsa cantonesa con chipotle y acompañarse de crema de aguacate y nata agria en perfecta armonía. 

El aguachile es un intervalo de frescor. Es de lubina curada y se baña en la tradicional marinada a la que añaden esferificaciones de hierbas dulces y gelatina de cebolla sobre la tradicional salsa de jalapeño verde

La tostada es una tortilla crujiente y el taco esta misma pero más jugosa y blanda. Ambas formas me encantan y esta más, porque el taco es de cerdo negro mallorquín y se refresca con brotes de su huerto. Además cebolla rellena de cerdo (gran cosa), una profunda y sabrosa demi glas de verduras y el toque mágico y rústico de unas tiras de oreja de cerdo frita. Un plato sencillo en apariencia, pero lleno de sabor e ideas admirables. 

El lenguado glaseado con tamarindo y cacahuete, que además parece una costilla gracias a las espinas, tiene una aromática salsa de lima y guindilla y un rico estofado de esquites (maíz). Todo junto, es una explosión de aromas y sabores que no anulan el delicado sabor del pescado

La cochinita pibil es sencillamente la mejor que he probado. Respetando las formas tradicionales, David remata la riqueza de este guiso con una fresca ensalada de zanahorias y rabanitos con vinagreta fruta de la pasión y panela. Guacamole y tortillas de maíz nixtamalizado, completan unos tacos memorables. 

El mango Margarita es un rico postre homenaje a esa gran bebida a base de mango, lima y chile ahumado. En un plato crema fría de mango, mango fresco y delicioso helado de tequila. En un vaso calavera, el cóctel hecho con espuma de lima, tajin (salsa picante así llamada), mango y tequila. 

Está magnífico pero casi lo mejora un preciosa piñata llena de petit fours elegantes y delicados. 

Hay un enorme cuidado en las elaboraciones, en la presentación, el equilibrio de sabores y en la renovación de todo sin dejar de ser fieles a la tradición. Además, está en un bellísimo hotel que es todo mar y el servicio está a la par de tantas cosas espléndidas. Todo un hallazgo y, por fin, de nuevo, alta cocina mexicana. 

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Blossom

Todo parece milagroso en Blossom: que pueda pervivir con apenas dieciséis comensales, que lo haga en una antigua cafetería donde hay más mesas altas que bajas, que haya conseguido una estrella en semejante lugar y que deslumbre con una cocina sutil y refinada de altos vuelos estéticos, entre los ruidosos bares de una calle más que bulliciosa, tomada por el actual turismo de Málaga, una mezcla de despedidas de soltero y amantes del botellón, cruceristas low cost y jubilados sin ahorros que se arreglan con la pensión máxima. 

En mitad de ese pandemonio, todo es bello y delicado en este restaurante, ya desde los frágiles aperitivos: tartar de ciervo, cebollino y puerro; tartaleta de colinabo encurtido, zanahoria y cacahuete y crujiente de atún marinado con limón fermentado y kimchi. Todo eso dicen, pero no a todo eso sabe y es que, aunque todo está realmente bueno, el chef apuesta por tal sutileza en los sabores los sabores, que los más fuertes no se detectan en absoluto.

Pasa también en el delicioso ceviche de pargo malagueño, aguacate, tierno boniato, cebolla roja y cilantro, con una estupenda salsa de ají amarillo demasiado floja. Se acompaña de un precioso encaje de harina garbanzo y cayena.

El tartar de gamba con guancialle, wasabi y mango parece un precioso florero y en él impera es salino sabor de un caviar oscietra de doce años. Da pena hincarle el diente, por mucho que apetezca.

La vieira asada con emulsión de mantequilla tostada, vainilla y vinagre, se refresca con un delicioso hinojo encurtidohoja de sisho y puré de boniato. También lleva foie soasado, pero no lo he notado. 

La estupenda lubina casa muy bien con una suave crema de mejillones y huevas y puré de apinabo con elegante pimpinela, anís y aceite de perejil. Maestro de sabores suaves, le encantan las hierbas de aromas sutiles. Al lado una con concha de apionabo que da pena comerse. 

El alfajor se hace salado en crujiente de patata y trufa y se rellena de una crocante molleja, embutida y a la plancha. Chalota encurtida y cebolla caramelizada aportan ácidos y dulces al plato.

Un tierno magret de pato, muy en su punto, se endulza con salsa de maíz y praline de ajo y almendra, además de una aterciopelada patata confitada.

Se acaba con una bella pera conferencia caramelizada con crema inglesa y tofe, ganache de chocolate, pistacho, cardamomo y haba tonka, que parece una vidriera. 

No le vendría mal un camarero más ni un pequeño chute de sabor, pero ya digo que todo está como al borde del precipicio. Lo bueno es que no se despeñan y, al contrario, levantan mucho el vuelo. Todo resulta armónico, amable, bello, delicado y donde no llega una cosa, la educada simpatía de todos, lo compensa con creces. 

Y además, Blossom sorprende hasta el final y, quizá después, como me pasó a mí, se descubre que también nos regalan un bello verso de la infortunada e inolvidable Alfonsina Stornin. Gastronomía y belleza, ¿qué más se puede pedir?

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Sa Pedrera des Pujol

El mejor restaurante de Menorca, y admito opiniones en contrario, es Sa Pedrera des Pujol, abarrotado de libros y muy buenos vinos y con su cocina clásica y sabrosa; puramente menorquina, pero inoculada de universalidad. Por supuesto, un servicio esmerado en el que profesionalidad y simpatía se dan la mano. Fouché y Talleyrand, según Chateaubriand, pero a la inversa.

Y además, por 50€, porque en invierno hay menú obligatorio (4 entradas, 4 principales y 4 postres a elegir) por tan estupendo precio. Así que, como decía mi abuela, “miel sobre hojuelas”.

El chef nos ha sacado -yo creo que esto era solo para nosotros-, después de sus clásicos aperitivos, un delicado tartar de gambas con punzante ajoverde de piparras y una gustosa pannacotta de anchoas con olivada y migas, tres cosas que casan muy bien pero con texturas inesperadas. 

La crema de champiñón con huevo poché y trufa es un plato de sienpre, que nunca pasa, porque es perfecto. Resulta cremoso y suave y mezcla sabores de bosque y granja.

De la carta, suculentos canelones (punto impecable) de bacalao y setas, con aterciopelada bechamel y la gracia del jugo de pimientos asados que le daban gran sabor. 

Me he equivocado con los rollitos de perdiz con col y hoisin de ciruelas porque pensé que la col era a lo que el chef llamaba rollito, vamos que era un rollo de col, pero no. Todo, relleno y salsa, estaba buenísimo pero con pasta wanton para el rollito me ha gustado menos. Cosas mías. 

Tienen también la inteligencia de hacer arroces para uno y el de alcachofas y pulpo es impresionante. Por el punto del arroz, lo tierno del pulpo y unas alcachofas deliciosas. Todo junto y bien aderezado en un arroz espléndido. 

Muy rico el enorme confit de pato a las cuatro especias, con su piel dorada y crujiente y una estupenda compota de membrillo. Me gusta más que los clásicos frutos rojos y está menos vista. 

En un país de postres mediocres, es una maravilla encontrase con el biscuit glace con toffee salado y garrapiñados. Junta muy bien dulce y salado, blandos y crujientes, helado y salsa de caramelo. Mucho y todo bueno. 

Aunque nada como el hojaldre caramelizado y sublime de una pantxineta rellena de crema de café al Kahlua y chocolate caliente. Ya no podía y me he dejado alguna cosa, pero del hojaldre… ni una miguita. 

Les resumo: no se lo pierdan. Me lo agradecerán y además verán en el camino, el bello y civilizado campo menorquín.

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Chispa Bistró

Lo mejor de ir a un buen restaurante cuando ya está consolidado, es que no hay sorpresas. Lo malo es que poco les puedo descubrir que no se haya dicho. Menos mal que yo siempre hablo de mi experiencia personal y en ese momento y ello, es absolutamente personal e intransferible. 

Por diversos avatares, he tardado en ir a Chispa Bistró y eso me la pasado. Ningún riesgo en un restaurante en el que reina la armonía y la calidad: entre la sala y la cocina, entre los vinos y la decoración y entre los buenos productos y las excelentes técnicas (curados, fermentados, encurtidos, ahumados…), todas presididas por la brasa, aunque de modo radicalmente diferente. Es  el leve espíritu que sobrevuela, así que olviden cosas simplemente la parrilla. 

Aunque hay un buen menú, hemos preferido la carta y de ella cinco platos para dos (tal y como recomiendan). Así, se comienza con sabrosa agua de tomate a la brasa con aceite de chimichurri, un consomé frío y lleno de sabor gracias al braseado del tomate

Después una royal de pollo a la brasa con un rico toque picante, pero cuya textura no me ha gustado nada porque parecía cortada. Ni cuajada, ni flan, ni chawamusi

Me había preocupado un poco, pero a partir de ahí -auto spoiler-, todo fue subiendo. Y eso porque gustándome los exquisitos guisantes con liebre y cangrejo no he acabado de ver la necesidad de este. No es lo mejor para la liebre. Los lomos con royal de cangrejo estaban demasiado contrastados pero la pasta fresca casera, rellena del resto, con una enjundiosa salsa de cangrejo (aquí es más suave) me ha encantado. 

Las pequeñas alcachofas a la brasa de sarmiento con un simple -pero extraordinario- berberecho son impresionantes, pero aún lo es más una soberbia y elegante emulsión de vino blanco y caldo de berberechos. Y como las alcachofas son reto de grandes sumilleres, Ismael Álvarez, que lo es y mucho, las sirve con Contubernio, un excelente medium sanluqueño con el dulzor justo. 

El mero tiene una piel tan crujiente como nunca (la llaman torrezno marino)  y se debe a una técnica de desescamado llamada sukibiki.  La carne, madurada una semana, está muy jugosa y se moja en una salsa espumosa del pescado con almendras ahumadas. Súper receta. 

Cuando veo fabes no resisto y estas, de Luarca, con jabalí son mantecosas y llenas del sabor de un potente ragú de caza con trompetas de la muerte. Mucha profundidad en la salsa y gran ternura en la carrillera del jabalí a la brasa. Un plato muy redondo.

Casi tanto como las crujientes mollejas a la brasa con una estupenda beurre blanc. Como salazón, un pedacito de anchoa que a mí me ha resultado muy fuerte frente a la delicadeza de la carne. 

Y el final había de ser sorprendente y lo han conseguido con un postre de setas en forma de pannacotta y helado combinados con mousse de chocolate al aceite de oliva con un toque de aceituna y crujiente de frambuesa. 

Ya les advertía que nada podía añadir a lo que todo el mundo sabe, que estamos ante un gran restaurante con una cocina deliciosa muy bien elaborada que no se parece a otras y que va de lo internacional a lo local (o ¿será al revés?) con toda naturalidad y soltura.

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La Bien Aparecida

Escondido en uno de nuestros restaurantes, más de batalla, se encuentra uno de los cocineros más interesantes y refinados que se pueden encontrar en Madrid. La Bien Aparecida es un sitio con vocación de facturar lo más posible -ambición muy loable- y con una carta al gusto de todo el mundo. 

Por eso, me gusta dejar José Manuel de Dios me dé lo que él quiera. Hacer eso o pedir el menú degustación, son las mejores opciones para disfrutar de esta exquisita cocina vasconavarra, con toques franceses, que practica el chef. 

Por si eso fuera poco, tiene un gusto excelente para las miniaturas y la decoración. Eso se ve en su máximo esplendor, en los postres y los aperitivos. La gilda es un bombón, crujiente por fuera y líquido por dentro, que, como los antiguos de licor, estalla en la boca, inundando el paladar de todos los sabores de este aperitivo entre ácido y picante. Hay otro bombón, pero este tierno y sedoso, de mejillones en escabeche, puro sabor. La anguila ahumada es el relleno de un barquillo que matiza su fuerte sabor. Para acabar, un ajoblanco excelente, coronado por un canapé de salmón ahumado, que contrasta perfectamente. 

En esta cocina, que tiene mucha enjundia, los guisantes estofados con meloso de merluza, se mezclan con unos buenas cocochas de merluza y a todo, se le pone el elegante toque de una espuma de champagne. 

También borda la porrusalda, pero la mejora con una cremosa brandada de bacalao

Invierno puro son las setas con trufa negra y salteadas en mantequilla ahumada que, mezclada con la yema de un huevo, forman una gran salsa. 

Me encanta que todo tenga verduras y el rodaballo meuniere, de salsa perfecta, se beneficia de la acidez y el frescor de las acederas

Siempre antes del postre, una gran originalidad, el bombón de laurel que, siendo de chocolate blanco, tiene un profundo sabor a tan popular hoja. 

No había probado el postre de membrillo, que además es precioso y sabroso, gracias a una buena crema cítrica, a la compota de manzana y al siempre seguro chocolate

No les puedo hablar de la parte más sencilla de la carta, porque siempre pido así, pero en esta versión es uno de mis clásicos favoritos de Madrid. Además, muy buenos vinos y excelente servicio

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Clos Madrid

Siempre me ha gustado Clos por su clasicismo adobado con toques de modernidad, su elegancia tranquila y su lujo discreto (que no silencioso, de la misma manera que no puede haber sabiduría silenciosa). Sin embargo, hacía varios años que no lo visitaba. Tampoco lo veía mucho en los medios y por tanto, todos somos algo culpables del silencio (lo que no quiere decir que no esté lleno), porque cada vez está mejor. 

Salvo una carta de vinos con los precios más disparatados que he visto en España, todo está engrasado y equilibrado con buen gusto y serenidad. 

Se pueden tomar dos menús degustación o comer a la carta a precio fijo (89€) y eso hemos hecho. Las tres opciones siguen empezando con el delicioso consomé que parece un capuccino, ahora de verduras de temporada y algo de soja.  

A continuación, todos los aperitivos sorprenden, desde un fresco salmón marinado en cardamomo y lima, con huevas de pez volador y polvo de cebolla morada, hasta una estupenda versión de la tortilla española a base de tartaleta y espuma de patata con un huevo de codorniz escalfado, pasando por la cremosa croqueta con anchoa y trufa o el sabroso bocado de queso manchego con membrillo y un toque de jamón. Cuando sabor, originalidad y distinción se juntan. 

He escogido de primero la endivia salteada en mantequilla con calabaza (al horno, frita y en puré), crema de castañas, gelatina de tomillo y naranja y una envolvente espuma con aceto balsámico de Módena. Corriente la endivia (así son ellas) y opulento todo lo demás. 

Cortesía del chef, nos ha llegado un espléndido arroz de pichón de Bresse que está entre los grandes de los últimos tiempos.  El punto del ave, hecha muy lentamente durante 16 horas, es perfecto, al igual que su paté, que se mezcla con un tierno arroz cocinado en el jugo del pichón. Excelentísimo.  

Y como principal, más caza: un ciervo muy tierno con una sinfonía de pimientos (emulsión de pimiento amarillo, otra de verde y delicados rojos asados) y espuma de jengibre, sabores punzantes y perfectos para contrastar con la demiglas de ciervo. También un crujiente y potente bocadillo con la carne deshilachada. 

Todo luce a gran altura y los postres no bajan el nivel, cosa rara. Mi chocolate al 70% de Venezuela, cremoso y crujiente, con gel amargo de almendra y helado de lo mismo, bombón de especias y oro, es uno de los mejores que se pueden tomar en Madrid y además, una pieza de orfebrería en miniatura. 

Lo demás luce a gran altura y la belleza del local se complementa con un servicio meticuloso y amable. Un elegante con rostro muy humano.

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Louis XV (Alain Ducasse)

Solo recuerdo haber cancelado una mesa por culpa de la noche anterior, después de la cena de gala de la Fórmula E en el casino de Montecarlo. Y la cancelación fue en el mítico Louis XV de Alain Ducasse ji en en el bello y evocador Hotel de París, una obra suntuosa y refinada de lo mejor de la repostería arquitectónica del XIX, cuando andaban por Mónaco jugadores arrumados e inalcanzables aventureras (las famosas demi mondaines), aristócratas emplumados y artistas bohemios, carruajes dorados, miriñaques imposibles y la sempiterna sombra del imperio napoleónico. 

Salvo todo eso nada parece haber cambiado en un bellísimo escenario Belle Epoque, sobrecargado de coloridos frescos, cornisas doradas y pilastras inacabables en una sala digna del más grande de los míticos chefs franceses aún vivos, Alain Ducasse

A la carta (mi elección) o con menú, todo brilla en este Louis XV, bajo la experta mano del joven Enmanuel Pilón y, seguramente, con el mejor servicio que he visto, un ballet armonioso y sinuoso que aparece y desaparece con carros, cúpulas, calentadores, prensas, trincheros y todo lo que el lujo francés puede exhibir. 

Tras unos frágiles aperitivos con sabores a jengibre, atún o pulpo, una suculenta y realzada ostra al champagne con granada y un gran pez espada en carpaccio con mayonesa de kiwi

Y para empezar una alcachofa, crujiente por fuera y blanda por dentro, coronada con caviar y una deliciosa salsa de algas con algo de burrata

De plato fuerte, un recio pichón suavizado por un velo de cebollas rosas de Mentón y ciruelas, sobre otra salsa memorable a partir de sus jugos y un gran toque picante. Al lado, e imitando el muslo, una salchicha de los interiores que es lo mejor del plato. 

Los postres suben aún más con el famoso chocolate del chef en espuma fría y acompañado de granizado de alforfón  y pepitas de cacao. Antes una pera al vino aciruelada y después un festival de mignardises y la delicia de un bizcocho glaseado con chantilly de vainilla de los que no se olvidan. 

Son 48 personas para unos 30 comensales y una belleza y calidad extraordinarias. Además, menos caro que muchos españoles de su clase y hasta que alguno de dos estrellas (menú 420€)

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Pabú

Es impresionante como en apenas un año, Pabú, de Coco Montes, se ha convertido en uno de los mejores restaurantes de Madrid. También de los más originales, porque lo que Coco hace es único en España. Y ello arriesgando mucho porque, partiendo de las verduras del día, elabora los platos que mejor las realzan, cambiando constantemente la carta. 

Y he querido volver pocos días antes de que le concedan la primera estrella Michelin, para así poder decir que yo lo predije y tampoco es difícil porque la cocina sofisticada, ilustrada, culta, elegante, sana y deliciosa de Coco es puro Michelin

Hemos comenzado con un esplendido foie sobre un “hojaldre deshojado”, crujiente y caramelizado, con confitura de membrillo, praliné de avellana y mermelada de pimiento verde.

El tomatito raf, delicioso pero ya en las últimas, se viste con manzana y apio, y se envuelve en una gran salsa con toques de vainilla. Para jugar aún más con los dulces, pan de naranja.

El brécol con kiwi parecería supremamente soso, pero cuenta con un esplendoroso pesto de pistachos y unos suculentos daditos de panceta, con lo cual es verdura y fruta, pero con mucha carne.

Al contrario que el tomate, los boletus están en su mejor momento y con berenjena ahumada y una salsa de ellos mismos con parmesano, sumamente intensa, están mejor que buenos.

Las espinacas tienen un punto perfecto y se sirven con crema de calabaza azul y berros rojos. Además, un toque crunchy de acelgas deshidratadas.

La pintada de Bresse es un manjar supremo, así que solo le añade un punto maestro, su propio jugo y unas castañas. Una delicia.

Como no hacen más que mejorar, han incluido una espléndida tabla de quesos, afinados por el famoso Anthony, a quien descubrí en Lakasa hace muchos años.

Coco tiene una gran formación, especialmente en cocina francesa y eso se nota en los postres, empezando por unas peras al vino que yo no habría pedido jamás, porque me parece un postre bastante absurdo. Pero hechas lentamente con palo cortado, fino Tres Palmas, cabernet y otros muchos vinos, se vuelven sobresalientes. Mucho más si se acompañan con este maravilloso sorbete de naranja amarga, un fondo de batata y avellanas al natural. 

El final glorioso lo pone un suflé a la vainilla bourbon de Madagascar que, baste decir, que es el mejor de Madrid y uno de los más buenos que he probado.

Ahora ya solo falta esperar a ver si tengo razón en lo de la estrella pero, se la den o no, seguirá siendo uno de los mejores restaurantes de la ciudad y… mejorando.

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Desde 1911

Cada vez escucho más que Desde 1911 es el mejor restaurante de Madrid. Quizá solo pase en mi círculo de amigos, pero ocurre mucho. Y, aunque no lo comparto tan radicalmente, tampoco me extraña, porque han evolucionado y revolucionado el modelo español de marisquería. Primero fue Rafa Zafra y ahora ellos, refinando al máximo el concepto y haciendo lujo y alta cocina con lo que antes eran solo tabernas o restaurantes sencillos. En España, no conozco nada igual. Fuera, quizá Le Bernardin en Nueva York pero en un estadio bastante inferior a este. 

Y es que el servicio comandado por Abel Valverde (procedente del refinamiento más tradicional de Santceloni) es perfecto y está entre los mejores, el sumiller, con una carta de vinos magnifica, es sabio y discreto y los productos, los mejores de los mejores. Los mejores son los de Pescaderías Coruñesas, empresa propietaria del sitio, y de esos eligen los más excelsos de cada día. 

Además, no se conforman, como pasa en la mayoría, con un toque de plancha, un asado o un hervido. Aquí hay cocina, pero en segundo plano, para que nada ofusque a los tesoros que cambian cada día y se cocinan según piden. Siempre hay aperitivos, pescado salvaje del día y quesos y postres, pudiéndose optar por tres entradas, cuatro o cinco. 

El aperitivo de hoy era un tierno y delicado brioche relleno de waygu y quisquillas de Motril en equilibrio perfecto porque la carne apenas era un toque de tierra. Antes siempre hay un plato del salmón de casa, el mejor que he probado nunca, cortado en finísimas láminas. El salmón, como el jamón, cambia completamente de sabor por causa del grosor. 

Empezamos lo opcional por una divertida vuelta al pasado en forma de cóctel de mariscos, aquí de bogavante gallego. La lechuga es de esta mañana, el bogavante estaba vivo hace poco y la terrible salsa rosa de antaño es aquí de los corales del crustáceo. Por supuesto, un toque de piña y otro de aguacate. Se prepara espectacularmente ante el comensal y se acompaña de un cóctel muy tropical. Como siempre, pero en bueno. 

La duología de chipirón de anzuelo consiste en uno simplemente a la brasa, lo que que es una delicia conocida. Pero el otro es un ramen iberico con el calamar hecho tiritas a modo de noodles regado con el mítico consomé de Lhardy, aún más concentrado y bastante espeso. Ya había tomado algunas versiones del plato, como la del Corral de la Morería, pero esta es espléndida.

El carabinero de Huelva a la brasa me permite menos lirismos , pero es casi imposible que esté mejor que así, en especial porque es de una calidad apabullante. 

Los judiones, tiernos y muy mantecosos, se juntan con escupiñas en salsa verde. Lo mejor es esta, de un verde intenso y un sabor que aún lo es más, porque ese molusco me resulta algo basto. Prefiero con mucho las almejas o los berberechos, si bien es verdad que tiene algo de ambos. 

Desde el primer momento han experimentado con unos excelentes arroces a la piedra y cada vez están mejor. Una capa finisima y llena de sabor de un arroz suelto que es casi todo socarrat. El salmonete asturiano y los erizos están muy ricos, pero cuando un arroz es tan bueno, todo lo demás (casi) sobra. 

A pesar de la abundancia del menú (verán lo que falta) nos regalan con un magnífico plato en pruebas: un sutil Wellington de bogavante, con un hojaldre suave y delgado (para no tapar sabores) y una duxelle de setas muy jugosa. La salsa Perigord también es más suave y el resultado, magnífico. Cuando lo pongan en la carta será un éxito. 

El secreto del lujo está en pequeños detalles. Por ejemplo, tener para nosotros un rodaballo enorme porque la última vez tomamos lubina, el mismo pescado que hoy tenían para el resto. No tengo palabras, porque el pescado era magnífico, pero la salsa (hecha con la prensa) de espinas y colágeno, vino blanco y vinagre de sidra, es magnífica.

Los quesos del lugar son ya míticos y no he visto despliegue igual en ninguna parte del mundo,. Basta ver las imágenes. Tenían una mesa enorme, después dos y ya son tres, con tantos que podemos asegurar que aquí están los mejores del mundo, conocidos y casi secretos. Es tan difícil guiarse que lo mejor es hacer caso a Abel, que los escoge cuidadosamente y se los sabe todos. 

Hoy casi no hemos llegado al postre y lo que sigue son probaditas de pura gula. No hay que perderse el babá al ron en plato de oro (de la vajilla histórica de Lhardy) porque la masa es muy esponjosa y rezuma mantequilla. Está bien empapado en ron y la nata no es demasiado dulce. Equilibrio puro.  

Quieren ser buenos en todo y por eso incluyen cada vez más frutas y verduras. Si hasta se han comprado una finca para producirlas. Y si no, de la excelente Huerta de Carabaña. Gracias a tanto cuidado, esas fresitas eran una joya. De las que ya casi no había. 

El suflé era perfecto de ejecución, pero me ha gustado menos por ser de pistacho, ya que este es demasiado sabroso y graso. El resultado final es más denso. Por eso, casi siempre se hacen de frutas frescas, vainilla o chocolate. 

También hay mesa de chocolates y un bello patio ajardinado para copa y puro. Ya les digo, la perfección. 

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Canchanchan

Ya pensaba que Canchanchan era el mejor restaurante mexicano de Madrid. Ahora, estoy convencido de que es el más divertido también. Yo iba tan solo por los chiles en nogada (plato que en México dura tan poco, que nunca llego), pero me he encontrado con un súper ambiente y una estupenda cantante, así que “miel sobre hojuelas”. 

Esa ha sido la sorpresa, no la espléndida cocina de Roberto Ruiz, quien fue mucho tiempo el único cocinero con una estrella Michelin fuera de México. Esa excelencia culinaria estaba garantizada. Repito muchos sus platos especialmente la crujiente tostada de (carpaccio) de carabineros -que esconde una espléndida salsa de su coral y chile costeño– y los tacos de chopitos fritos, casi una declaración de intenciones de lo que es esta cocina: lo esp/mex, lo mejor de las cocinas española y mexicana fundido en platos únicos y originales. 

Aunque si algo la representa a la perfección es un estupendo guacamole de lo más ortodoxo, al que se añaden gambas de cristal y se acompaña con pedazos de tortillitas de camarón en lugar de con totopos. Es verdad que estos están buenísimos, pero no hay color.

De su mítico  Punto Mx, el de la estrella, se ha traído los sabrosísimos tacos de chorizo verde ibérico con queso ahumado San Simón en los que la tortilla se empapa de la grasa del chorizo, mejorando cualquier salsa. 

Y después, la opulencia de los chiles en nogada, que no solo son -con el mole– el plato más barroco de México, sino también uno de los más contundentes. Como se hacen por los días de la independencia, época de buenas granadas, estas lo recubren, junto con la salsa blanca de nueces. El verde que completa la bandera mexicana , está en el chile, relleno de carne picada (aquí presa ibérica), durazno (melocotón) y muchas hierbas y especias, que cambian casi con cada cocinero. Se elabora durante días, cuatro en este caso, lo que hace comprensible que se encuentren tan poco. Aquí solo un día. 

Los postres son igualmente buenos, sobre todo el helado de leche de oveja con palomitas y frutos secos, dulce y saldado a la vez y ese espléndido chocolate negro con guayaba y mango, que acompañan muy bien pero que no hacen falta, de tan bueno que es el chocolate.

Son muy amables y cuentan también con muchos cócteles y un impresionante surtido de tequilas y mezcales. La música cambia también con mucha frecuencia, así que solo tienen que elegir el día que les guste más, pero, eso sí, no perdérselo.

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