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Solla en Madrid

Donde antes se encontraba una de las cafeterías más clásicas y anticuadas de Madrid, en la elegante calle de Velazquez esquina a la de Goya, se alza ahora un precioso e informal restaurante llamado Atlántico, casa de petiscos. Nunca pensé que aquella polvorienta cafetería fuera tan grande, porque Atlántico dispone de una buena barra con mesas altas, una zona de mesas para dos pegadas a la pared -que hay que evitar como la peste por su proximidad al ruidoso bar-, una preciosa sala con un lucernario que la colma de luz natural y hasta un coqueto comedor privado, separado del resto -o unido, según se vea- por una pared de sogas. 

El ambiente es pretendidamente  tabernario y bohemio chic (bohochic para cursis y estilistas, lo que viene a ser lo mismo), una elegancia muy del barrio de Salamanca, obtenida a base de ríos de luz, leves detalles marineros, desnudas paredes de ladrillo, enormes lámparas entre portuarias e industriales y espigadas vigas, ora falsamente oxidadas ora de viejas maderas. El toque más gallego está en el precioso azulejo del pulpo y en una composición de platos blanquiazules como los de Sargadelos

No sé si habría acudido a Atlántico tan ilusionado como lo he hecho si no fuera por el nombre de su impulsor, Pepe Solla, uno de los grandes cocineros gallegos. Después de probar su excelente cocina tengo la sensación que esta es su segunda marca como Arriba para Freixa, StreetXo para Muñoz o Estado Puro para Roncero. Estupendas segundas, desde luego, y es que todos los grandes pintores también hacen buenos grabados o los modistos pret a porter. 

Las mesas están desnudas, como es ahora norma general, pero tienen buenas servilletas y un pequeño y gracioso azulejo portacubiertos, pero no se alarmen, no es como en los chinos, se cambian con cada plato. 

Empezar por un gazpacho es lo menos gallego que se presta, pero lo bueno es bueno en todas partes y un gran cocinero se puede atrever con todo. Este era excelente y el picadillo de jamón frito acompaña muy bien. 

Seguir por unas sardinas ahumadas con  queso y helado de tomate es una opción muy veraniega. Estas son suculentas, con el punto justo de ahumado y los delicados toques de brotes, queso y sorbete de tomate la compañía perfecta. 

La centolla desmigada con mayonesa de wasabi me asustó al principio por si la salsa embadurnaba el marisco y más aún cuando vi el tostado de la superficie, porque esta opción de tostados y gratinados engrasa la mayonesa hasta hacerla exageradamente empalagosa. Pues bien, ni una cosa ni otra. La mayonesa es más bien una suave espuma nada grasa y el toque de wasabi realza el sabor de la centolla cómo podría hacerlo el de un buen Jerez y el plato resulta delicioso aunque más bien feúcho. 

La sorpresa llegó con el pulpo. Visto pasar una y mil veces, lo añadimos sobre la marcha. En mala hora. No es tan infrecuente, pero siempre me sorprende quien triunfa en lo complejo y fracasa en lo fácil. No es que fuera tan malo pero aprovechan hasta el extremo de la pata y el punto es algo rígido y chicloso. Para colmo, 24€, casi lo más caro de la carta. Para que se hagan idea comparativa la merluza de Celeiro cuesta 19€ y el desmigado de centolla 12€. 

La caldeirada de pescado del día pronto me hizo olvidar la mediocridad del pulpo. Era de una corbina extraordinaria, su punto era perfecto y el toque picante aún más. Se bañaba en un riquísimo caldo de pescado y verduras y reposaba en un etéreo puré de patatas además de sobre grelos y tiras de calabacín. Deliciosa. 

También muy bueno el entrecotte de vaca gallega aunque poner el pedazo tan cerrado no es muy atractivo. En la foto se lo he abierto para, gratuitamente, darles ideas. Una gran carne, un punto correcto y algún exceso de sal. Con lo fácil que es poner un potecito o un salero para que los más salados maten el sabor de la carne a golpe de sal… 

No he entendido muy bien por qué todos los postres se sirven como potitos Bledine. Uno pase, ¡pero todos! Da igual que sean de chocolate, tarta de limón, o frutas tropicales

Esa torpe presentación me ha quitado un poco las ganas, por lo que nos hemos conformado con una muy buena tarta de manzana con almendras y canela que mezclaba en el potito un sorbete, crema, pedacitos de manzana y otros hojaldrados. La mezcla de todo muy buena. 

Atlántico me ha gustado en conjunto, algunos platos mucho y el lugar -a pesar del ruido- aún más. Sin embargo, sepan que estamos ante una casa de comidas ilustrada que apenas empieza y con un deficiente aunque voluntarioso servicio, pero en la que el buen producto, las delicias de la cocina gallega y el talento de Pepe Solla aparecen por doquier. No es poco. 

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Akrame

 Había comido en Alain Ducasse y cené en Akrame. Era como elegir entre la razón y la pasión, entre la clásica perfección y la innovación atrevida. Cierto que me encanta ver a la Paulina Bonaparte de Canova, la perfección, pero prefiero ese mundo de Anselm Kiefer –que también contemplé en el Pompidou– que empezó siendo de guerra y muerte para acabar lleno de luz y flores de colores.

Cierto que comparar a Akrame Benallal con Kiefer es aún muy prematuro pero ambos comparten, frente a la fría perfección del maestro Ducasse, una pasión desbordante, enormes ansias investigadoras y una indudable voluntad por conmover al espectador; comensal en este caso y por lo tanto, actor más que espectador, por mucho que sea cierto que solo la mirada de este culmina la obra artística.

 Como si solo ella importara, el local de Akrame es de una austeridad sorprendente. Quizá ánimo eremita, quizá falta de presupuesto, quizá ambos. El local es pequeño y en él caben poco más de 20 comensales. Moverse en la cocina es una heroicidad y seguramente por eso está abierta a la sala, para que llegue el aire a los ocho cocineros. Como todo ornamento, fotografías de bellas tatuadas, muy tatuadas en verdad.

   No hay manteles y el cuchillo no se cambia en ninguno de los dos menús degustación de 110 y 130€. Para la primera vez les recomiendo el más largo, el que esta noche comenzaba con una ostra que yo no comí.

 En su lugar, me ofrecieron un falso risotto de quinua y parmesano verdaderamente crujiente y lleno de sabores vegetales y texturas cremosas y crepitantes.

 Antes habíamos disfrutado de aperitivos arriesgados, uno llamado Oreo y que es un excelente bocadito de parmesano envuelto en galleta de sardinas de intenso sabor a ambas cosas,

  una deliciosa patata negra coronada con un pedacito de carne ahumada,

 y unas banales pero sabrosas tartaletas de aguacate y lima.

 La empanadilla de setas y trufa es todo sabor a bosque y tiene el alma partida entre una gyosha y una quesadilla. Se sumerge en un intenso caldo de setas con trufa rallada, absolutamente redondo.

 Las vieiras con espuma de avellana esconden bajo un bello aspecto la sorpresa de un toque de plátano, o bien macho o bien deshidratado, así que no arruguen la nariz porque no estaba tan dulce y le va perfectamente.

 Todos nos recordaban orgullosos la visita de Dabiz Muñoz y quizá en homenaje a él pensaron esta langosta intensa, frita y con aromas a carne, que recuerda mucho algunas de las preparaciones del mejor DiverXo.

 El lenguado Stendhal es un excelente logro de sabor y un delicioso guiño a la gran obra del escritor, Rojo y Negro. Los colores los ponen la remolacha y la tinta del calamar que, además de servir para teñir el lenguado complementan perfectamente su sabor.

 Entre las opciones de carne escogí -muy acertadamente- las mollejas de ternera y acerté porque es un plato asombroso. Primero llega una esfera de tupinambo con sombrero o sea, un quebradizo crujiente que se deshace en la boca. Después colocan la tiernísima carne de la molleja. El tupinambo le da un el contrapunto vegetal y delicioso de este tubérculo que hasta no hace tanto solo alimentaba a las ovejas. Aunque con consistencia de patata sabe mucho a alcachofa, el intenso sabor de este me lleva a pensar en una cocción o marinado en caldo de alcachofa. Delicioso.

   Antes del postre el sorbete de Aperol/Spritz, es un refrescante golpe de sabor basado en el gran aperitivo veneciano a base de agua de seltz, vino y Aperol.

 El paladar queda fresco para el queso Abbaye de Citeaux que se carameliza con soplete y se acompaña con toques de pera y comino. 

 Otro delicioso sorbete de whisky y fruta de la pasión que nos ponen en la mano precede al primer postre.

 Este es aún más original hasta en el nombre: Polo negro de hielo. Junta sabiamente un negro y denso caramelo en la base con eneldo, crema y hoja de mostaza, cremosos, crujientes, helados y crocantes.

 El segundo es un pequeño y osado festival de sabores porque mezcla trufa y carbón comestible de bambú en la primera preparación y flor de azahar y algo de pimiento en la segunda.

  Aún quedan dos bocados deliciosos para acompañar el café, las galletas de chocolate y los discos de regaliz. Ocultan unas pequeñas tabletas de chocolate que nos animan a llevarnos, cosa que por supuesto hago. Y agradezco.

 Es fácil deducir que la cocina de Akrame denota pasión y fuerza y que, buscando la originalidad, pelea por la renovación y estas cosas, que se dan por supuestas en la cocina española, en la gala son hoy una rareza porque la mayoría de los cocineros franceses, embriagados por su pasado y narcotizados por su gran historia, se han dormido en los laureles, de la perfección sí, pero de una letal y difunta perfección.

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