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Hakkasan Londres y el champagne brunch

Los dos Hakkasan de Londres, son justamente famosos. Cuentan con una decoración espectacular y discotequera, una carta excelente y tienen un ambiente de lo más cool, y eso en una ciudad que ya lo es de por sí. Pero es que además, ambos tienen una estrella Michelin.

Es una buena idea ir cualquier noche porque, en plan vampírico y crápula, es cuando mejor están. Sin embargo, hay una estupenda excepción y es el brunch del fin de semana, champagne brunch para ser más exactos. En él se goza de todo lo dicho y además regado por un estupendo Moet Chandon Vintage 2015 y todo lo que verán ahora al increíble precio de 80£, sorprendente en cualquier capital europea o americana, pero aún más en la antaño carísima Londres (que hoy ya no me lo parece tanto en lo que a comida se refiere).

Incluye también un cóctel y muchos bocados deliciosos, empezando por una estupenda ensalada crujiente de pato refrescada con naranja y siguiendo por un surtido de maravillosos dim sum: shui mai de vieira, cangrejo real y gambas con salsa XO, dumplings de lubina y otro de langosta, hojaldre (de hilo de seda) de venado a la pimienta negra y un crujiente rollito primavera de colmenillas y vegetales.

Hay tres platos a elegir y los hemos probado todos: un aromático y crujiente salteado de Rib Eye con salsa de Merlot y cebollitas, deliciosas gambas picantes y un fantástico cerdo agridulce. Para acompañar un rico arroz con huevo frito y cebollitas y espárragos salteados.

Para que nada falle, un postre nada oriental: la bomba de chocolate Jivara rellena de praline de avellana y cubierta de arroz crujiente, un combinado que llena el paladar y se apodera del cerebro. Muy rico.

Yo creo que no hay más que añadir, así que solo recordar que con en Vintage 2015 de Moet, cualquier cosa resalta y lo más humilde resplandece.

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Top 10 de mis mejores restaurantes de 2023

Un año más la lista de los placeres y otra vez, con ciertas dificultades de reducir a diez tantos restaurantes como me han gustado, pero es la obligación autoimpuesta. Por eso, o por aparecer el año anterior o por priorizar a los que nunca han salido, no han podido estar Saddle, Desde 1911, Coque y Ramón Freixa y es una pena porque son más que magníficos y en ellos, he tenido algunas de las mejores comidas de este año y de muchos años. Pero, cosas que pasan. A continuación, los que sí están. Y ya saben, basta presionar sobre el nombre para ir al artículo completo.

Amar Barcelona

La versión más elegante y sofisticada de Rafa Zafra. Él que es un estupendo cocinero y conocedor de grandes mesas, da a sus locales un aire informal, pero el suntuoso marco del hotel Palace de Barcelona le ha hecho dar rienda suelta a su lado clásico y ultra sofisticado en un resturante elegante, con servicio impecable, platos acabados en la sala, como antaño, y grandes platos del recetario clásico, además de sus creaciones icónicas.

El Cenador de Amos

Tener casi más estrellas y reconocimientos que habitantes el pueblo donde se ubica, es toda una proeza y eso es lo que ha conseguido Jesús Sánchez en su maravillosa casona cántabra de Amos. Platos plenos de sabor e inspirados en los verdes prados santanderinos y en el agreste mar Cantábrico, un servicio perfecto y todos los detalles de la elegancia discreta, hacen del lugar una joya entre bucólicos valles.

Deesa

Quique Dacosta es uno de esos cocineros que todo lo que toca lo convierte en oro, sea lo más popular o la creatividad más innovadora. Siendo así, su bellísimo resturante (ya con dos estrellas y en ascenso) del maravilloso hotel Ritz de Madrid solo podía ser una cumbre del buen gusto, de su gran cocina y de su exacerbado y culto sentido estético.

Disfrutar

Fui antes de que le dieran la tercera estrella Michelin y casi me pareció que merecería cuatro. Ahora, al menos, ya las tiene todas como modo de premiar un talento creativo que empezó con la brillante labor de sus tres chefs en El Bulli y ahora sigue por ese mismo camino, creando platos únicos, descubriendo nuevas técnicas y logrando deslumbrantes composiciones. Sin duda, una vez más, mi mejor comida del año.

Encanto

Nunca pensé que un vegetariano pudiera estar en esta lista, porque a mi me gusta todo y me parece absurdo renunciar a nada. Sin embargo, el desbordante ingenio de José Avillez, cuyos restaurantes se cuentan por éxitos apabullantes, ha conseguido que nada se eche de menos, gracias a sabores contundentes y presentaciones que evocan carnes y pescados. Una opción imprescindible para disfrutar y adivinar un cierto futuro.

Lecture room and Library

Uno de los mejores tres estrellas Michelin de Londres y sin duda el más suntuoso y opulento. Toda una sinfonía de colores y estética anglo india llena de toques kitsch. Comandado por el infalible Pierre Gagnaire, uno de mis cocineros más amados, es un cúmulo de elegancia, sabor, clasicismo renovado y maestría absoluta. Uno de eso lugares en los que uno pasa a una cierta ensoñsadora irrealidad.

Oba

No me suelen apasionar los restaurantes demasiado apegados a lo local o llenos de autolimitaciones, pero lo que en una cuidad sería un disparate, en este pequeño pueblo, tiene tanto sentido y encanto que apasiona; también por contagio de unos chefs jóvenes, amantes del terruño y que, con gran conocimiento y pasión, reinterpretan recetas antiguas y rescatan productos y sabores olvidados.

RavioXo

Parecería que Dabiz Muñoz está tocado por la gracia gastronómica y que se atreve con todo, porque poner un restaurante con bastantes lujos en unos grandes almacenes es cuando menos osado. Con las pastas del mundo como leit motiv, elabora una cocina barroca, siempre al límite de lo imposible y llena de sabores que sorprenden y embelesan. Como siempre, el triunfo de la imaginación, la técnica y la sabiduría.

Ricard Camarena

Una cocina esencial y basada en el sabor y la fuerza, sin concesiones (por ejemplo, al esteticismo o a la moda) y rabiosamente personal. Ricard es de los que marcha en vanguardia abriendo nuevos caminos y dejando fascinado al comensal de principio a fin.

Ugo Chan

En un tiempo récord, ha cosechado galardones y el apoyo de un público que adora a Hugo Muñoz, y es que ha puesto su restaurante después de muchos años de aprendizaje y con las ideas muy claras. Por eso, es seguramente el mejor japonés (mestizo) de Madrid y está plagado de platos originales y deliciosos, elaborados con los mejores productos e ideas brillantes y a veces, rompedoras.

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Gordon Ramsay

Todo en Gordon Ramsay me emociona porque fue allí donde pagué mi primera gran cena en el extranjero, con el dinero de mis primeros sueldos. Pero no fue a Gordon sino a La Tante Claire, el mítico restaurante de Royal Hospital Road que después ocupó él, cuando abrió su primer local, con el que en tres años consiguió las tres estrellas con las que sigue. Por tanto, a ambos nos debe llevar a bellos tiempos pasados en los que él ha parecido quedarse, porque su cocina es más de los noventa que de ahora. Yo, espero haber evolucionado más…

En esa línea empieza con aperitivos tales como un rico paté al Oporto, una chispeante croqueta de chorizo (qué tendrán estos ingleses con el spanish chorizo) y una reconfortante crema de lentejas verdes con capuchino de trufa.

Y se empieza en grande con un colosal pan, que es pura esponjosidad, y ensalada otoñal, una fresca composición de verdes con moras, ramolacha, frutos secos y el rico añadido de pato ahumado. Tan sabrosa como corriente.

Menos mal que el ravioli del 98 (los inicios) sube el nivel con su clásico y elegante relleno de langosta, cigala y salmón con toques de limón y una clásica y excelente salsa americana donde se nota su sólida formación francesa con, entre otros, Guy Savoy y Robuchon.

El rodaballo de Cornualles tiene un muy buen punto, en esta línea de mayores cocciones que usan los ingleses, e incluye todos los aromas de la clementina en la salsa y en el acompañamiento, con excelentes y frescos resultados. Además, un toque de sisho y otro de calabaza.

Las carnes me han parecido lo mejor: el pichón asado, de punto y ternura perfectos, se envuelve en una salsa profunda que se refresca con apio y endulza con ciruelas pasas.

El solomillo de Blue Grey (una raza autóctona) de cien días de Cumbria es excepcional, una carne joven, tierna y llena de sabor que mejora con una salsa de tuetano excelente y la guarnición de alcachofas de Jerusalén y un punto de crema de ajo negro.

Me han encantado los quesos ingleses que ofrecen. No tienen una gran mesa, pero es bastante para tener variadas procedencias y algunos del país realmente ricos y diferentes.

El sorbete (que también lleva crema y espuma) se esconde en un encaje de miel sumamente bonito y combina el membrillo con el masala chai, esa deliciosa bebida india de leche con té negro y especias.

Es un gran y vistoso postre pero aún es mejor -cómo mejora el menú desde las carnes- el praliné de pecan que llena la boca con su cremosidad y está lleno de sabor a pasas y a PX, una combinación perfecta con un gran helado escondido, de semillas de cacao. Dulces, afrutados, levemente amargos de nueces y cacao, golosos alcohólicos de vino dulce… una delicia que es el mejor plato del almuerzo. Y ¿quien decía aquello de que el postre arruina o salva una comida? Pues eso.

Y dos notas para acabar: me ha recordado mucho lo que hacían Arzak y compañia hace varios decenios, lo que no quiere decir que no me haya gustado mucho. y sorprendido, porque este menú (210£) es más barato que el de cualquier tres estrellas español e incluso, que el de muchos dos estrellas. A lo mejor, es que en España nos estamos pasando con los precios

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Lecture room and Library Sketch

No es frecuente que un tres estrellas Michelin y además comandado por Pierre Gaganaire, se aloje en un elegante club (no privado) siempre de moda de Londres y que, además, es el favorito de los instagramers. Tanto que cuando les dije a mis amigos ingleses que allí quería ir, casi se desmayan, pero es que sabían del famoso Sketch (un palacete del XVIII, exmorada de un famoso arquitecto), el sitio fashion por excelencia desde hace años y hogar de varios bares, disco bares y una famosa brasserie, pero no de este pequeño secreto.

Por eso, para que no se confunda nadie, el acceso al estrellado Lecture Room and Library se separa del resto por una cadena y el lugar se refugia en el piano nobile. Allí todo es paz y refinamiento, incluida una decoración desmadrada y absolutamente kistch -de una opulencia irónica-, que muchos no entenderán, pero nadie olvidará.

El servicio es exquisito y elegante, el ambiente de lo más refinado y cosmopolita y los precios… sorprendentes, porque a mediodía hay un menú -que les contaré- a 140£ (vino incluido) y carta a precio fijo por 210£.

Los aperitivos típicamente Gagnaire se despliegan por la mesa en un festival que va desde un joyero de crujientes bolitas de queso, hasta unos deliciosos mejillones en salsa de mostaza, pasando por la fuerza de las diminutas gambas grises de potente sabor o una colección de micro petit choux a cual mejor.

El primer plato es común y no pasa nada porque es un espléndido foie a la sartén cubierto de apio nabo y con espárragos y delicada crema de trufa negra. Como es seña de la casa, admirablemente seguida aquí por Ramón Freixa, dividir cada creación en variados platillos, que a veces parecen disímiles pero siempre se juntan admirablemente, hay dos cosas más: una deliciosa trucha a la plancha escondida entre acelgas con crumble de avena y limón y bañada en bisque de langosta y un delicioso y “sencillo” ragu de alcachofas de Jerusalén con helado de mostaza en grano. Suavidad y mucho sabor combinados.

Como pescado, se luce con un gran rodaballo de Cornwall delicadamente glaseado en champán y con una suave salsa de caviar. En la periferia, una sabrosa terrina de pato ahumado con puntarella (una especia de achicoria), patata y ajo salvaje. Y en un platito, por aquello del crunchy, avellanas garrapiñadas. Un pescado mega elegante.

Pero tampoco andaba a la zaga un suculento costillar de cerdo marinado en cominos y salvia, asado entero y después fileteado. Lo acompañan de una rica polenta de trigo sarraceno al vino tinto y ruibarbo de Yorkshire. De guarnición perfecta, calabaza glaseada con naranja a la Bigarade, la estupenda salsa francesa.

Todo está más que bueno pero el babá al ron es verdaderamente extraordinario. Salvo algo de almíbar y frutas muy picadas, no tiene nada diferente pero da igual porque cuando algo es perfecto, no importa cuántas veces lo hayamos comido, porque la escasa perfección siempre sabe diferente.

Los vinos son estupendos -y hasta hay una pequeña y variada carta para los incluidos en el menú-, los precios hasta baratos para la locura londinense y todo lo demás, sobresaliente. Nada más digo.

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Arros QD (Quique Dacosta)

Tiene delito tener que venir hasta Londres para tomar un buen arroz, pero tampoco debería extrañarnos cuando en Madrid y tantos otros sitios, es más fácil encontrar (buenos) japoneses, asiáticos, cárnicos, hamburgueseros o cualquier otra cocina que esté de moda, que una buena paella o hasta una sopa de cebolla. Cosas de las modas y de la estupidez de gente que no quiere arriesgar y solo copia lo qua ya tiene éxito.

Menos mal que siempre nos quedarán maestros como Quique Dacosta que, sea en la vanguardia absoluta, sea en las fórmulas populares, siempre será fiel a la tradición y a la tierra. Porque ya se sabe que no hay vanguardia sin tradición.

En su Arros de Londres, -ojalá estuviera en Madrid-, deleita a los ingleses, que lo llenan, de sabor mediterráneo y color español. Las piedras de queso (un crujiente bombón de crema de queso) siguen tan sorprendentes como hace años, igual que esa tortilla de patata que es un envoltillo de patata frita con interior cremoso. Dos clásicos de la casa.

Antes del arroz, ensalada mediterránea. Fresca y original porque es de kale, frutos secos y cítricos variados. También unas estupendas alcachofas, abiertas como flores, con vinagreta de puerro a la brasa.

Los mariscos llegan con calamares y gambas a la brasa. Ambos excelentes, pero aún mejores las salsas. Una de mojo rojo y otra, con las gambas, brava, a cual más sabrosa, punzante y levemente picante.

Los arroces, de lo clásico a lo más creativo, se cocinan lentamente en grandes serpentinas a la vista de los clientes, en este estupendo, espacioso, luminoso y feamente decorado local, en el populoso barrio de Fitzrovia (que no lo había dicho aún). Los hay de muchos tipos y hemos probado sólo dos, que tampoco éramos tantos comensales: el nuevo y muy original de anguila y pato (sazonado en la mesa con ralladura de naranja) y el potente y muy sabroso de matanza con sobrasada.

A mi, la verdad, no me importa mucho qué lleven. Y cuanto menos mejor, porque lo que interesa es que los ingredientes dejen cuerpo y alma en el caldo y por tanto, en el sabor del arroz. Y que este esté suelto, entero y luminoso. Que cada grano arroje chispas que paladear. Y eso es lo que les pasa a estos. Desde el primero al último que se convierte en crujiente socarrat.

Si además nos dan una espléndida naranja con dulce sorbete y frescas esferas de sanguina y una galleta que es fina oblea que esconde chocolate, aromas, cremas y crujientes, pues no se puede pedir más. Bueno, sí, que el servicio (o la cocina, no sé quién es el culpable) no sea tan megalento. Menos mal que lo compensan con amabilidad y mucha profesionalidad.

Un sitio estupendo. Lástima no vivir aquí…

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Royal China Club

Dicen los entendidos -y también los críticos- que el Royal China Club es la joya de la corona del grupo del que forma parte. También Michelin, que le ha dado una estrella, y no digamos ya nuestros anfitriones, que lo consideran el mejor de Londres, lo cual es mucho decir en una ciudad llena de estupendos chinos.

No es de los más elegantes y lujosos pero tiene un encanto enorme, porque recuerda a los chinos burgueses y de cierto postín de los noventa. La comida además, como dicen todos los citados, es excelente y ya saben cuanto me gusta esta cocina elegante y barroca, ahora injustamente preterida por la simplicidad japonesa.

Hemos empezado, como debe ser, por una buena selección de dim sum o sea “pequeño bocado que te toca el corazón”. Para quien no lo sepa, es dim sum todo bocadito que se puede comer de una sola vez y, a partir de ahí, se llaman de muy diversas formas. Los nuestros eran dumplings que son toda masa rellena que se come de un bocado. Y otra vez, más denominaciones, dependientes de la composición de la masa y de la forma. De estos hemos tenido unos cuantos: xiao long bao (con caldo dentro), hakao de masa transparente, wanton que se hierven en alguna salsa (o se fríen) y no sé si hasta alguno más. Los de harina de arroz (que tienen un toque muy glutinoso) destacan por su delicado envoltorio y por un exquisito relleno de gambas. Hervidos en su salsa, son espectaculares de sabor y presencia los de cerdo y marisco.

Los de vieiras tienen un bonito color amarillo y dejan ver el relleno por la abertura superior, mientras que los de langosta dejan que la finísima y anaranjada masa muestre el suculento crustáceo.

Con todo, mi favorito es el Shangai, con el que siempre me abraso porque está relleno de puro y aromático caldo. Me empeño en comerlo de un bocado, cuando lo suyo es ponerlo en la cuchara y pincharlo con el palillo. Para conseguir un relleno líquido, el caldo se introduce solidificado en la masa y el calor lo derrite. Me lo ha contado María Li Bao, que es súper experta y propietaria del estupendo China Crown.

Y como entradas también, dos tipos de bao muy diferentes, uno relleno de guiso de setas y algo horneado y dorado y otro de belly pork, que jamás había visto porque parece un merengue seco y es pura esponjosidad y blancura. Más que bao, algodón de azúcar en la apariencia, y gran potencia del relleno de cerdo.

Muy impresionante, aunque tampoco le queda a la zaga un excelente lenguado en salsa picante, no demasiado, más bien lo justo.

Y por si todo esto fuera poco, uno de los mejores patos pequineses que he comido y que está servido como dios manda, (no como se lleva ahora en Madrid): la piel crujiente con la cebolleta, el pepino y la salsa Hoisin, para rellenar las obleas, en un primer servicio, y la carne enriqueciendo unos tallarines simplemente colosales.

Buen ambiente y bastante chino (buena señal), poco turista y un servicio eficaz y rápido, típicamente de allí. Teniendo en cuenta que en Londres no recomiendo tanto la cocina local, lo chino es una opción estupenda y, entre ellos, este es imprescindible.

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Puntarena

Estando en Puntarena, un nuevo y buen mexicano en Madrid, me acordé de aquel famoso grupo ochentero Everything but the girl, pero al revés. Resulta que había una tienda en Londres con un cartel que decía que allí se podía comprar «todo menos las chicas». Pues aquí se me ocurrió que no me gustaba nada salvo la excelente comida incluyendo la presentación de los platos. Bueno, también un poco el atento y amable servicio, lo cual no es mal balance.

Pero es que esperaba, en la suntuosidad de la Casa de México, una muestra de luz y color del país más luminoso y colorido del mundo junto con la India. Sin embargo todo es tristón y algo lúgubre, más bien triste. En la puerta de al lado -comparte edificio con la Casa de Mexico si bien cuenta con puerta independiente- una exuberante exposición de la bella y rica artesanía mexicana de la que aquí no hay ni rastro. El maitre bromeó con que la decoración era suya y no me extrañaría porque parace obra de aficionados. Ni las vajillas ni los manteles ni las cuberterías, que en aquel país son de una gran belleza, ayudan lo más mínimo Se lo advierto para que se pidan pronto una animadora Margarita y vayan prevenidos.

Tiene gracia el aperitivo de la casa porque es muy hispano-mexicano: tostada de boquerón en vinagre con cebolla confitada, una idea graciosa y sencilla que une elementos populares y famosos de ambas cocinas, con lo punzante del boquerón animando la tostada.

El pozole de camarón es una intensa y muy sabrosa sopa, en la que resalta un buen caldo de camarón con maíz y chile guajillo, y que se toma con unas gotas de limón. Los camarones están algo recios pero el sabor es excelente y un atrevido (aquí nadie haría eso) picadillo de lechuga refresca todo.

Desde su propio nombre, lejano a esas descripciones de recetas que se usan ahora para bautizar un plato, ya me había encantado este y es que se llama nada más y nada menos que.pulpo enamorado. Es además una deliciosa mezcla de pulpo crujiente, zanahoria y rábano encurtidos con crema de aguacate, chiles laminados y, por encima del molusco, salsa de chile de árbol. Un montón de sabores que se van mezclando a voluntad y que discurren de lo ácido al dulce pasando por lo picante.

El huarache simula la forma de las sandalias de los indígenas y se hace con maíz, en este caso hinchado y coronado de puré frijoles, presa ibérica, encurtidos y crema de queso. Es uno de las más famosas recetas de la cocina callejera mexicana y está lleno de sabor, en gran parte gracias a una chispeante salsa rosario que se prepara con el suave chile de árbol.

Nunca había comido, que yo recuerde, arroces mexicanos, por lo que no me he resistido al arroz costeño que se prepara con langostinos, epazote (que es una hierba mexicana) y una mezcla de varios chiles. El resultado es de un sabor muy fuerte y marino que recuerda a muchos arroces costeros españoles y más particularmente el de caldero. Jugoso, intenso, aromático y suculento.

La costilla braseada en machete se sirve con tortillas para hacer tacos y con un arroz cocido y luego pasado por la plancha para tostarlo y hacerlo crujiente. Es curioso, pero lo realmente bueno es una carne que parece glaseada y se parte simplemente con el tenedor. Está realmente sabrosa y posee un buen toque dulzón de salsa barbacoa mexicana.

Los postres no son el gran fuerte de la cocina mexicana pero está muy bien el pastel de elote con tres leches (condensada, normal y evaporada) o sea, un agradable y esponjoso bizcocho de maíz sobre un caldo azucarado y goloso hecho con esas tres leches en las que se empapa.

El pastel de chocolate picante es puro sabor a cacao, denso y frío, amargo y dulce, cremoso y especiado pero sobre todo con un maravilloso toque picante.

Puntarena no es un mexicano al uso. No se basa en lo lo que entendemos por cocina mexicana sino un fiel exponente de las muchas y ricas cocinas mexinanas: indígena, criolla, de la costa, del interior, de carne y hasta de muchos pescados, lo que es más infrecuente fuera de los estados costeros. No llega a las alturas de Punto Mx pero no le desmerece sino que lo complementa espléndidamente. Si les gusta la comida mexicana no se lo pierda. Y si no, tampoco. A pesar del ambiente…

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Celeste

El elegante y decimonónico Londres de Knightsbridge, un elegante edificio de finales del mil setecientos varías veces reconstruido en estilo griego y, desde los noventa, un refinado hotel, primorosamente restaurado en estilo Regencia. Y allí, el restaurante de una estrella Michelin, Celeste, nunca mejor llamado, porque ese es su delicioso y extravagante color dominante. Todo azul celeste, salvo algo de amarillo y el blanco de las molduras, los camafeos y algunas pequeñas esculturas, todo muy sofisticado y greek style. Un lugar perfecto para soñar y refugio incomparable para la elegancia de antaño.

También algo de antaño es la comida, de un estilo deliciosamente clásico y que recuerda más a Bocusse que a Robuchon, lo que no es nada malo. Ambos fueron grandes genios.

El aperitivo de la casa es una rica alcachofa dentro de un pequeño pudding con bastante densidad, como también el huevo orgánico escocés con mayonesa de trufa, una especie de gran croqueta de patata y jamón rellena de un huevo escalfado y sobre virutas de huevo cocido y mayonesa. Original y lleno de recuerdos a clásicos huevos rellenos. Solo que al revés.

Los caracoles salteados están muy bien resueltos para que no asusten a los más medrosos, ya que apenas resaltan entre un picadillo con varias texturas de coliflor (puré de coliflor al carbón y cus cus de coliflor) y mayonesa de ajo. El resultado es muy agradable y básicamente vegetal.

La lubina asada con puré de setas, setas King Oyster escabechadas y jugo de pollo al limón es un buen plato. El pescado se respeta con un leve asado y apenas salsa; y el acompañamiento de las setas es suave y excelente.

Aún más tradicional y menos arriesgado es el confit de pato con puré de batata y acelgas al carbón, una preparación tradicional a la que se añaden almendras picadas y una correcta salsa de toques frutales que resalta aún más el dulzor de la batata.

Los postres son de la buena escuela clásica francesa: pera salteada con helado de miel y crumble de speculoos (galleta belga de Navidad). Varias texturas de pera entre las que resalta la glaseada, un crujiente y elegante marco de galleta y un delicioso helado que complementa a la perfección.

Y qué más clásico, elegante y delicioso que el chocolate parfait que esconde una soberbia mousse helada de chocolate negro, una buena base de galletas de chocolate, algunas avellanas caramelizadas y una cobertura crujiente y poderosa.

La bola de mignardises participa de la misma idea y bajo la delgada y frágil semiesfera de chocolate negro esconde los petis, como gustan llamarlos los cocineros más millenials.

Celeste, como muchos otros, desmiente esa fama de mala comida de Londres. No es un prodigio de nada pero está muy bien en todo, salvo los tics del lujo malentendido, como ese sumiller insolente que atiende solo a las mesas que quiere (imagino que en función del precio del vino). Pero el marco vale la pena y el conjunto es realmente agradable.

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Simpson’s

Hacía más de viente años que no comía en Simpson’s in the Strand, uno de los más clásicos de Londres desde 1828. Advierto a los malvados que no soy tan mayor, porque la última visita data de mi época postestudiantil. Aún así debo admitir que todo ha cambiado, en especial el mundo, aunque no así Simpson’s, un delicioso restaurante anclado en el tiempo.

La sala sigue estando empanelada de roble y los sillones alternan cuero verde y granate. También continúa el bello friso vegetal que la circunda y el ormamentado techo que la cubre, así como los imponentes carros de plata en los que se esconden suculentas carnes; quizá cambia que hay más mujeres atendiendo y que ya no hay camareros de frac. Eso es peor, lo del frac digo, pero una estupenda cantante y un piano de cola, que no recordaba, son muchísimo mejor.

El resto permanece deliciosamente igual o sea, clásico y elegante, como lo es el estupendo Dry Martini que siguen preparando ceremoniosamente y sobre el que preguntan si se quiere mezclado o agitado. Y ya saben, como lo tomamos James Bond and me.

Hemos empezado con un delicioso cangrejo de Dover que se sirve desmenuzado y con pepino encurtido, puntos de mayonesa, crema de aguacate y una punzante salsa de marisco -intuyo que de cangrejo– picante.

La ensalada Waldorf es un clásico que no falla. Las nueces dan el toque crujiente, la manzana y las uvas el dulce y el apio y un poco de hinojo, frescura y aromas.

Hay bastantes pescados, pero creo que la justa fama de la casa se halla en las carnes, especialmente las asadas, que son las que se sirven en esos carros que parecen tronos. Y de las carnes inglesas, ninguna como el roast beef. Este es de costilla de vaca escocesa con treinta días de maduración y está tierno y muy suave. La carne se mantiene rosada y muy jugosa, en un punto perfecto. Se acompaña de una buena salsa de rábano picante, tan intensa que si se abusa de ella inunda hasta la nariz, y un esponjoso pudding de Yorkshire para embadurnarlo con la salsa; algo de col cocida salteada en mantequilla -rarezas inglesas- y unas espléndidas patatas como aquí se hacen, primero cocidas y después acabadas al horno con mantequilla. Resultado: interior blando y harinoso y exterior dorado y crujiente. Espléndidas. Y más con la salsa de la carne, de una untuosidad y profundidad enormes.

Y otro clásico de las carnes decimonónicas, el solomillo Wellington (de vaca madurada de Aberdeen), también con un sorprendente punto por cada una de sus partes: el exterior bien tostado se va haciendo más crudo hasta un centro rosado pero cocinado. Es la parte más importante de esta receta junto con la calidad del hojaldre que la envuelve. Me importan los champiñones, el foie y todo lo demás, pero si fallan el punto del solomillo o el hojaldre, nada que hacer. Este estaba dorado, crujiente y delicado. Perfecto. Se podía comer todo sin salsa de pimienta, pero también esta era excelente.

Era difícil seguir porque en este país las raciones siguen siendo a la antigua usanza, pero había que hacerlo por ustedes, así que opté por el pastel de chocolate con helado de frambuesa. Este no me importaba nada -aunque era bueno- porque el chocolate me gusta solo. Estaba bien desde un punto de vista tradicional. Una especie de brazo de gitano con buena crema y esponjoso bizcocho, todo de chocolate negro, cosa que hemos de agradecer a la modernidad, porque seguro que antes era con leche. También tenía algunas rocas de chocolate que contrastaban bien con la blandura del resto.

Así que muy bien Simpson’s después de casi un siglo. Aunque solo fuera porque los nombres de los platos, son normales, a la antigua, no esas absurdas descripciones de recetas y listas de ingredientes que se lleva ahora y jamás entenderé. Además está la elegancia, la sabia ejecución de grandes preparaciones de siempre y el más puro sabor aristocrático inglés. Hay que recuperarlo.

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Top de los 10 mejores 2017

Los mejores del año de Anatomía del gusto son más pródigos que los Nobel, porque se pueden obtener más de una vez, pero menos que los Grammy porque intento no repetir galardonados. Además, han de ser restaurantes de los que haya escrito en el año anterior, que hayan experimentado algún gran cambio -como emplazamiento, decoración, cocinero, etc-, o que su evolución haya sido asombrosa. Por eso este año no están, pudiendo, el asombroso DiverXo (estuvo el 2014 y el 2015), el gran DSTAgE(2014), los inigualables Azurmendi y Disfrutar(2015)ni tampoco A Barra (2016), uno de los cinco mejores de Madrid, de los que más frecuento y que cada día está mejor (pronto les contaré por qué). Así que haciendo esas aclaraciones y recordando las inolvidables comidas que durante el 2017 hice en todos los anteriores, estos son los mejores de 2017 ordenados por orden de aparición en el blog:

Pierre Gaignare: el gran maestro de la gastronomía francesa sigue practicando una cocina opulenta y muy original. Muchos son sus seguidores pero solo él la sigue manteniendo y renovando. Francesa en estado puro, pero cosmopolita y excitante. Un festín a la francesa.

Loco: más que cultivar la dulzura portuguesa, se embreña por los riscos y acantilados de su país creando un estilo tremendamente agreste y sin concesiones esteticistas o de otro tipo, pero de sabores sublimes, técnicas excelentes y preparaciones provocadoras. El más moderno y exigente de la nueva ola portuguesa.

Dinner by Heston Blumenthalen uno de los hoteles más bellos y míticos de Londres el otrora Hyde Park y ahora Mandarin, Blumenthal, el mítico chef inglés, ofrece una carta llena de originalidad y encanto, porque redescubre recetas centenarias de la gastronomía inglesa, adaptándolas a los paladares de hoy. Y todo, con las bucólicas y bellas vistas de Hyde Park.

Dani Garcia; el maestro malagueño, desde los tiempos de Tragabuches, ha hecho grandísimos y bellos platos junto a otros de menor calidad. Sin embargo, ahora ha encontrado en su tercer emplazamiento, el camino de la excelencia y la belleza total. Una carta exuberante y llena de sorpresas fuertemente influida por sus raíces malagueñas.

Coque: Mario Sandoval era como una perla en un gallinero, mientras que ahora cuenta con el más espectacular de los restaurantes estrellados de Europa. En él, su cocina de fuertes sabores, arriesgadas mezclas y una modernidad de raíces populares y madrileñas, luce más que nunca rumbo a las tres estrellas.

Belcanto: a pesar de tener un pequeño imperio gastronómico, Jose Avillez ha tenido tiempo para depurar su cocina. Luciendo la impecable técnica aprendida con el maestro de maestros, Ferrán Adrià, ha encontrado por fin un estilo personal, elegante y muy refinado que renueva la anquilosada cocina portuguesa. Platos bellos y llenos de sabor que se llenan de la delicada luz de Lisboa.

ABaCtenía dos estrellas a principios de año -y cuando yo fui- y acaba con tres. Lo mismo que ocurrió al año anterior con Lasarte. Y en ambos casos lo predije. Jordi Cruz las merece porque ha conseguido levantar un proyecto en el que todo es excelente y sobre todo, una cocina personal, diferente, llena de sabor y color y que mezcla con maestría la tradición con una vanguardia tranquila.

Nerua: la simplicidad más barroca de nuestros fogones. Aparentemente muy pocos ingredientes en cada receta pero multitud de preparaciones, texturas y temperaturas en cada plato. Respetuoso con la delicadeza de verduras y pescados, realza con esmero sus sabores más escondidos. Josean Alija ha pasado de niño prodigio a una madurez que busca lo esencial.

Ramón Freixa: ha cambiado la decoración y también su estilo. A los tristones y elegantes grises de las paredes contrapone una cocina colorista que es una de las más bellas que se realizan en España. Abandonados los muchos platillos – al estilo Gagnaire- para componer una receta, sus platos siguen siendo complejos pero ganan en sencillez y regalan sabores intensos y muy mediterráneos.

El Cielo Miami: Juan Manuel Barrientos es el mejor chef de Colombia y ahora pretende demostrarlo en Estados Unidos; además, en una ciudad famosa por su superficialidad, también gastronómica. Partiendo de la tradición más paisa (de Medellín, su tierra natal), elabora una cocina cosmopolita e imaginativa que además es la única verdaderamente moderna que se hace en Colombia.

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