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Barracuda

Conocí a Roberto Ruiz incluso antes que tuviera su primer restaurante. Trabajaba en la casa de un gran mecenas y empresario y allí deleitaba a todos los que eran admitidos en tan refinado ambiente. Después, para ampliar horizontes, creó el que fue el mejor restaurante mexicano fuera de Mexico y único de Europa con una estrella Michelin, el archifamoso Punto Mx. Finiquitado hace muy poco ese proyecto, abre ahora junto al Retiro y a un paso del Museo Del Prado, Barracuda, otro mexicano refinado, de bonita decoración y muy buen servicio, muy basado en la cocina del Pacífico. El resultado de la primera visita, estupendo. A algunos asustará porque estamos acostumbrados a mexicanos baratos y este no lo es nada, pero la calidad de los productos, el cuidado de su tratamiento y el mimo de cada detalle (vajillas aparentemente populares, grandes servilletas y bonitos manteles, etc) justifican los precios.

Hay varios tipos de guacamole porque además del clásico ofrecen otros dos, uno con langostinos enchipotlados y otro de chicharrón con salsa costeña. Este es el que hemos tomado y más que con chicharrones, tiene la gracia de mezclarlo con torreznos españoles que le sirven de base todavía mejor que los totopos porque, aun encantándome el maíz, siempre será mejor un buen torrezno. Por cierto, los chicharrones mexicanos son casi lo mismo pero estos son más a nuestro estilo. La mezcla es deliciosa y más aún por el picante que sorprende por lo audaz, ya que en España casi nadie se arriesga con este.

El aguachile vuelve a la vida es aún mejor que el nombre y no me digan que no les gusta esa denominación que parece sacada de un libro de Isabel Allende. El aguachile es una suerte de ceviche que se aliña con lima, cilantro y chile, en este caso el llamado chiltepín. Maceran otros ingredientes deliciosos como son langostinos, vieiras y pulpo. Lleva también trocitos de aguacate y cebolla y se acompaña de unas crujientes tostadas impregnadas en chile cascabel sobre el que coloca semillas mexicanas o sea, pipas de calabaza, amaranto y ajonjolí. El devolver a la vida se debe referir a sus muchos ácidos y a su alegre y deshinibido picante. Está delicioso.

Las tostadas de pata se llaman aquí tostadas de manitas y es precisamente porque nadie entendía lo de la pata. Como lo de las manitas está claro, me evito más explicaciones. Por la naturaleza del producto son melosas y gelatinosas, no demasiado porque esa naturaleza se disimula con la lechuga, la cebolla morada y los jalapeños. Además, una estupenda y picosa (así lo dicen ellos) salsa de rancho. Por cierto, me encantan los tacos pero casi prefiero las crujientes y rígidas tostadas, que parecen cristal, a las blandas tortillas. Y eso que estas me encantan.

Nos han recomendado mucho los tacos al pastor negros. Salvo por la piña y la lechuga se parecen poco al original porque aquí son de cerdo ibérico tatemado (por eso el nombre de negros) y llevan también crema de aguacate y chicharrón crujiente. Están buenísimos pero, al contrario de todo lo anterior, me han parecido algo sosos y carentes de la gracia del picante.

Quizá el plato estrella de Roberto en este nuevo restaurante es el resultado de una mezcla tan arriesgada como deliciosa y solo por ella vale la pena venir: tuétano a la brasa con tostadas de atún rojo toreado. Por un lado un enorme y delicioso tuétano a la brasa. Por otro, un tartar de atún excelente y esas tostadas cubiertas de crema de chiles quemados, gajo de aguacate, cebollas confitadas y un aro de chile jalapeño . El atún se pone sobre ellas y el tuétano es una suerte de salsa grasa que le da un toque de carne esplendido, muy en línea con una actual moda que lo pone también en platos de verdura. El resultado es muy envolvente y mezcla de muchos sabores que el atún, con su gran potencia aguanta perfectamente. Un plato memorable.

Para acabar el volcán de cajeta. Creo que a los mexicanos, como a los chinos y japoneses, Dios no los ha llamado por el camino de los postres, a pesar de tener todos algunas de las mejores cocinas del mundo. Aún así, no estaba mal esta craeacion nada típica. Se tara de un buen coulant relleno de dulce de leche aunque aún me han gustado más los acompañamientos, un estupendo helado de vainilla, muy suave, y una estupenda crema de leche de cabra y frutos rojos. Realmente delicioso.

En una onda mucho más sencilla e informal que el último Punto Mx, Barracuda es mucho más que una taquería o un mexicano al uso. Práctica alta cocina mexicana con las innovaciones y los muchos saberes de Roberto Ruiz, dándole además un toque marino (de la costa oeste además) poco conocido en España. Por todo eso, creo que gustará mucho a los fans de esta cocina pero también, por su originalidad y altura, a los que no lo son tanto.

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Foodcraft

Esto es el paraíso de los millenials… Y no solo. Ya el nombre en inglés, Foodcraft, parece una declaración de intenciones. Una especie de tex mex con algún guiño a otras comidas millenials, como lo oriental, pero sin más concesiones. Ni tan siquiera una sopita o alguna ensalada. Bueno, sí, una ensalada Cesar bien llena de salsa… Alimentación rica e hipercalórica y sin ningún complejo. Por eso la mayoría de sus adeptos están aún en esa eterna adolescencia que al parecer llega ahora a los cuarenta o así. Pero, ojo, todo es bueno.

La comida llega muy bien empaquetada en raciones abundantes y manteniendo el calor, por lo que apenas hubo que calentarla. Empezamos con los tequeños ese aperitivo venezolano. Confieso que prefiero un buen hojaldre relleno de Camembert, pero estos estaban mejores de lo normal, por su masa más leve y crujiente y sobre todo, por las salsas: rosa de kinchy y la de miel y mostaza. La primera levemente picante y con ese sabor ácido tan característic de la col fermentada. La segunda con la alegría de la mostaza endulzada por la miel.

Muy ricas también las gyozas, levemente tostadas y con salsa de curry y mango casera (con un buen toque de coco) y juliana de albahaca. Muy destacable la salsa de curry, porque es en estos detalles en los que se ve que estamos ante un cocinero con escuela que puede hacer cocina fácil pero sin olvidarse de un cierto refinamiento.

Nos han encantado los tacos de cochinita pibil con tortillas de trigo. Estas son muy agradables, así tan pequeñas, pero apenas dan para cerrarlas en un taco. La carne de cerdo tiene un guisado espectacular, lleno de especias, hierbas y aromas que denotan el paso por Mexico del chef Juan Beltrán. Se acompaña de lima, cebolla roja y pico de gallo; esto imagino que para hacerla más comercial aún, porque no es acompañamiento ortodoxo de la cochinita. Mejor no se lo pongan.

La tiernísima costilla a baja temperatura con densa, dulce y brillante salsa barbacoa está simplemente espectacular. La carne es muy buena y queda tierna y golosa y la mazorca de maíz sabe a mantequilla. La carne se desprende con el tenedor apenas se toca.

Y de postres, brownie con Oreos. Como no es bastante con el clásico, en cuestión dulce e intenso, le cambia las nueces (sanas) por galletas Oreo (…). Está para mi gusto algo flojo de chocolate pero el conjunto es cremoso y adictivo.

La tarta de frutos rojos es muy buena, porque contrasta crujiente de galleta desmigada y blandura y dulzor de crema, con el toque salado de las galletas y el intenso ácido de un coulis de frutos rojos impresionante. Un perfecto colofón, casi casi lo mejor.

Me ha gustado por su calidad y refinamiento la comida a domicilio de Foodcraft, una propuesta muy inspirada en los tex mex de calidad y en la que se nota el paso del chef por Coque, el Basque Culinary Center y otros. Los aliños y las salsas tienen un toque inconfundible de alta cocina y todo es de buena calidad. Así que se lo recomiendo.

Gracias Juan Beltrán por el generoso envío y por descubrírmelo.

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Casa Jondal Estimar

Debo haber sido el último en conocer Casa Jondal porque ha sido la sensación del verano en Ibiza. Y sigue siéndolo, ya que en este último jueves de septiembre sigue lleno y doblando mesas. La calidad de la comida, el ambiente cool y cosmopolita y la belleza del lugar lo hacen absolutamente comprensible. Está en una de las más hermosas calas de esta isla de grandiosos rincones de mar. Casi no está anunciado, pero aún así lo encuentra todo el mundo, guiados por el deseo de no perdérselo. Materiales naturales en tonos tierra, madera y arpillera por todas partes y un perfecto mimetismo con la arbolada playa.

La mayoría de los clientes españoles sabe que no arriesga nada, porque este es el tercer restaurante -abierto en plena pandemia- del gran Rafa Zafra, ex Bulli y rey del pescado y el marisco en España, porque nadie lo conoce y trata como él. Después de muchos años aprendiendo con los grandes ha “olvidado” casi todo para despojarse de lo superfluo. Eso es lo que decía Miro de conseguir pintar como un niño. Sus platos respetan al máximo el producto porque casi no les añade nada, pero basta un pequeño toque -y el saber cual es la mejor técnica para cada pieza- para hacerlo distinto a todos, porque su cocina es única, fruto de la modestia -el protagonista es el pescado, no él- y la sabiduría.

No es que sea mejor que Estimar de Madrid o Barcelona, pero es que este entorno lo cambia y lo mejora todo. Comer sobre una fina arena de playa, contemplar el mar, complacerse con los pocos rayos de sol que se escapan por entre las velas y las ramas de los árboles… Y si de tanta belleza nos distraen brillantes y sabrosos mejillones en escabeche, un jamón suculento perfectamente cortado, un gran matrimonio de anchoas -de preparado más rústico de lo habitual- y los mejores boquerones en aceite y vinagre que he tomado, o una tierna hogaza de pan impregnada de mantequilla y mojada en recio alioli. pues casi ni importa el resto, porque hay muchos tipos de belleza. Y… tiempo para todo…

En ese opulento aperitivo, hay dos bocados que merecen mención aparte, el delicado pan brioche (que rezuma mantequilla) con caviar y un clásico de la gran cocina mundial creado por el inolvidable Adriá: el tartar de cigala de El Bulli que acentúa el dulzor de la cigala con un poco de aceite y un toque de puré de cebolla confitada. Es un salado marino que parece un dulce. La otra mitad es creación de Rafa y es lo mismo, pero mucho más salino y punzante: con buen caviar. Imposible decidirse por uno y es innecesario, porque la mezcla es perfecta.

Todo eso era ya muy lujoso e impresionante pero nada podía presagiar la mariscada que llega a continuación: ostras Amelie con caviar y con gazpacho. Es sabido que no me gustan las ostras desnudas pero basta que me las vistan un poco. Y estas lo estaban y vaya cómo. La idea del gazpacho es excelente. Me gustan mucho más que con ceviche porque, además, el gazpacho no carece de sus tropezones. Seguimos con almejas a la brasa y chalotas encurtidas. El sabor amaderado de la brasa queda perfecto y las chalotas aún mejor. También hay navajas en vinagreta de chile chipotle y mejillones, también a la brasa y en vinagreta, y sobre todo, unas enormes cabezas de gamba roja con caviar. Si solo la cabeza es un bocado magnífico, imaginen con caviar. Y dejo para el final el famoso tartar de gambas de este cocinero, muy aromático, muy natural y muy bien ligado con apenas un poco de Arbequina. Y un poquito de caviar tampoco le va mal. Colosal.

Yo iba pidiendo caprichos y otros nos los iba sacando. Lo digo porque solo así entenderán este almuerzo pantagruélico. Y entre los caprichos, me gustan mucho las cosas humildes de Zafra como esos maravillosos mejillones a la marinera que se sumergen en una deliciosa y levemente picante salsa, perfecta para mojar. Lo mismo qua la mayonesa de limón con la que se sirven los dorados, crujientes y mejores boquerones fritos que he tomado hasta la fecha.

Una de las novedades de este restaurante frente a los demás del grupo, es que tienen una de las cosas más deliciosas que conozco, el cangrejo real. Me gusta simplemente cocido o a la brasa y, como mucho, con alguna salsa aparte. Nunca, como se hace por ahí, con estas por encima que además gratínan. Este tiene un punto de brasa leve y se ennoblece con una estupenda y suave holandesa muy aireada, casi una espuma.

Ya era bastante, pero no se puede venir aquí sin probar uno de sus grandes pescados y hemos optado por el más local, la rotja, que se hace (cada producto sea pescado, marisco o carne se ofrece en dos posibles elaboraciones) frita o asada a la bilbaína de ajo asado. Sin duda, frita porque la bilbaína ya la conocemos y porque aquella, además de la perfecta fritura, que permite comerse todo, se acompaña de tortillas de maíz, cilantro y salsa tártara lo que permite prepararse unos tacos de quitar el sentido. Y así ha sido. Sin sentido me he quedado.

Aunque me he tenido que responder rápido para probar el arroz, empeño mío, porque solo lo hace aquí. Casi muero en el intento, pero ha valido la pena porque esta versión del senyoret es tan buena y lujosa que debería llamarse del principet. Arroz jugoso e intenso, perfecto de punto, maravillosas gambas rojas y patas de calamar (lleva más mezcladas con el arroz) fritas, además de buen pescado.

Los postres no se descuidan. Para empezar, unos estupendos cormetitos de limón y albahaca perfectos para limpiar el paladar. La tarta cremosa de queso al horno es muy exitosa pero no es lo que más me gusta, porque yo soy muy quesero y las necesito menos dulces y con quesos más fuertes. Acertadamente pone la mermelada aparte. El flan es tan untuoso que lo llama cremoso de huevo y chantilly (este es el perfecto acompañamiento).

La tarta de chocolate es de las mejores que he probado. Apenas tiene nada más que cacao y es también muy cremosa mezclando dulce, amargo de chocolate muy negro y salado de la base de galletas. Un contraste impresionante.

Estoy muy impresionado. Pocos productos excelsos, cada uno en dos sencillas (aparentemente) presentaciones, sabores puros e intensos, cada cosa hecha suavemente, con puntos perfectos y como parece pedir, servicio desenfadado, pero muy profesional, y un entorno inigualable y perfecto para esta cocina al alcance de todos los gustos. Rafa Zafra se ha superado

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Don Lay

Tenía ganas de conocer Don Lay porque me encanta la cocina china y en Madrid no es fácil encontrar locales con comida de calidad y ambiente agradable. Por eso, lo primero que me ha encantado de este nuevo restaurante ha sido la preciosa, alegre y elegante decoración. Sitiado en los bajos de un moderno edificio, una de sus paredes es una enorme cristalera que se abre a una calle amplia y despejada, por lo que la luz entra a raudales en el comedor. Para no exagerar pero tampoco comérsela -la luz- , los colores son verdes y azules, lisos ambos, sobre una cálida moqueta de grandes cuadros en tonos verdes. Nada más, salvo un gran juego de globos luminosos envueltos en una red, algún levísimo toque chinesco y un enorme arce rojo -que ya habíamos visto en 57 Ronin– dentro de la barra del bello bar. Porque, unida a la sala, hay una parte más informal donde “tapear” (en plan chino) y tomarse un cóctel. Los buenos manteles blancos son sobrios y sosegantes, al igual que el amable y profesional servicio.

Por tanto, pasan con sobresaliente la primera impresión. Veamos la comida, que procede de una enorme carta, aunque no tan exagerada como es habitual en los chinos más populares.

Don Lay es famoso por los dim sum; por eso, y porque me encantan, había que empezar por ahí. Por el hakao dim sum (de pasta transparente): primero los de boletus con carne de cerdo, cilantro y castañas de agua. La masa es muy leve y trasluce un interior que es suculento y muy sabroso. Felizmente el cilantro no mata los sabores y el boletus resalta convenientemente (aunque no creo que los haya en China…)

Menos me han gustado los de bogavante completo (así se llaman), no por la calidad o sabor del crustáceo sino por culpa de una masa rosada mucho más gruesa que la anterior y algo pegajosa al paladar.

También era bastante conocido este restaurante -en su emplazamiento anterior- por el pato laqueado. También me encanta, aunque menos la forma en que lo aprovechan aquí. Ya saben que lo exquisito verdaderamente es comer tan solo la piel, envuelta en finas crepes con salsa hoisin y tiritas de pepino y cebolleta. El resto no importa porque la carne -como el marisco en el arroz a banda– es elemento secundario y queda algo correosa y muy seca, como pasa en este. Algunos, Tse Yang en Madrid, por ejemplo, la guisan después con verduras y tallarines. Otros la desprecian. Aquí se trocea para incluirla en las crepes. Craso error. Aunque siempre se puede no hacerle caso y dejarla en la bandeja. Por lo que respecta a lo que interesa, la piel está perfecta y algo peor las obleas que se parecen más a las tortillas de trigo mexicanas que a las más delicadas y ligeras crepes chinas. Aun así están sabrosas y acompañan razonablemente. Lo que me ha gustado es la presentación en dos servicios porque la carcasa se aprovecha para hacer un buen que se sirve al final de la comida. Que maravilla si se llevaran la carne y fueran tres los platos resultantes.

Antes del consomé, nos esperaba el pollo de corral al wok con picante “kung pao”, la versión china del Kentucky Fried Chicken, igualmente muy crujiente y muy sabroso, en este caso por efecto de una buena cantidad de chiles rojos y verdes. Entre los pedazos de pollo, muy bien fritos, otros de pepino suavemente escaldado que lo refrescan y aportan además otro tipo de crocante.

Y para acabar lo más fuerte un arroz cantonés con char sui, o sea con panceta de cerdo y jarabe de soja. No es una cumbre de esta cocina pero el toque ahumado de la carne le da su gracia y el almibarado de la soja alegra un arroz simplemente hervido al que se añade el cerdo.

Y casi de postre, cosas chinas, el consomé del pato que resulta muy delicado por su sabor a hierbas y sus frágiles y transparentes fideítos de arroz que apenas lo refuerzan.

Para desengrasar y sabiendo que esta cocina de postres no anda muy allá, un correcto helado de mango aunque ofrecen también un sugerente y misterioso cisne de hojaldre con yemas y crema pastelera, que no suena muy chino pero sí muy prometedor. Quedará para la próxima vez.

Porque habrá próximas veces. Me encanta esta cocina que hasta ahora solo tomaba en el mencionado Tse Yang, ya saben el chino del Villamagna. Pero este se está durmiendo en los laureles y está bastante visto, mientras que Don Lay es mucho más bonito y nuevo. Además, como la carta es tan grande, falta mucho por probar aunque, a falta de hacerlo, me atrevo a pronosticar que les gustará, por lo que se lo recomiendo, a pesar de sus corregibles y no tan grandes fallos.

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Puntarena

Estando en Puntarena, un nuevo y buen mexicano en Madrid, me acordé de aquel famoso grupo ochentero Everything but the girl, pero al revés. Resulta que había una tienda en Londres con un cartel que decía que allí se podía comprar «todo menos las chicas». Pues aquí se me ocurrió que no me gustaba nada salvo la excelente comida incluyendo la presentación de los platos. Bueno, también un poco el atento y amable servicio, lo cual no es mal balance.

Pero es que esperaba, en la suntuosidad de la Casa de México, una muestra de luz y color del país más luminoso y colorido del mundo junto con la India. Sin embargo todo es tristón y algo lúgubre, más bien triste. En la puerta de al lado -comparte edificio con la Casa de Mexico si bien cuenta con puerta independiente- una exuberante exposición de la bella y rica artesanía mexicana de la que aquí no hay ni rastro. El maitre bromeó con que la decoración era suya y no me extrañaría porque parace obra de aficionados. Ni las vajillas ni los manteles ni las cuberterías, que en aquel país son de una gran belleza, ayudan lo más mínimo Se lo advierto para que se pidan pronto una animadora Margarita y vayan prevenidos.

Tiene gracia el aperitivo de la casa porque es muy hispano-mexicano: tostada de boquerón en vinagre con cebolla confitada, una idea graciosa y sencilla que une elementos populares y famosos de ambas cocinas, con lo punzante del boquerón animando la tostada.

El pozole de camarón es una intensa y muy sabrosa sopa, en la que resalta un buen caldo de camarón con maíz y chile guajillo, y que se toma con unas gotas de limón. Los camarones están algo recios pero el sabor es excelente y un atrevido (aquí nadie haría eso) picadillo de lechuga refresca todo.

Desde su propio nombre, lejano a esas descripciones de recetas que se usan ahora para bautizar un plato, ya me había encantado este y es que se llama nada más y nada menos que.pulpo enamorado. Es además una deliciosa mezcla de pulpo crujiente, zanahoria y rábano encurtidos con crema de aguacate, chiles laminados y, por encima del molusco, salsa de chile de árbol. Un montón de sabores que se van mezclando a voluntad y que discurren de lo ácido al dulce pasando por lo picante.

El huarache simula la forma de las sandalias de los indígenas y se hace con maíz, en este caso hinchado y coronado de puré frijoles, presa ibérica, encurtidos y crema de queso. Es uno de las más famosas recetas de la cocina callejera mexicana y está lleno de sabor, en gran parte gracias a una chispeante salsa rosario que se prepara con el suave chile de árbol.

Nunca había comido, que yo recuerde, arroces mexicanos, por lo que no me he resistido al arroz costeño que se prepara con langostinos, epazote (que es una hierba mexicana) y una mezcla de varios chiles. El resultado es de un sabor muy fuerte y marino que recuerda a muchos arroces costeros españoles y más particularmente el de caldero. Jugoso, intenso, aromático y suculento.

La costilla braseada en machete se sirve con tortillas para hacer tacos y con un arroz cocido y luego pasado por la plancha para tostarlo y hacerlo crujiente. Es curioso, pero lo realmente bueno es una carne que parece glaseada y se parte simplemente con el tenedor. Está realmente sabrosa y posee un buen toque dulzón de salsa barbacoa mexicana.

Los postres no son el gran fuerte de la cocina mexicana pero está muy bien el pastel de elote con tres leches (condensada, normal y evaporada) o sea, un agradable y esponjoso bizcocho de maíz sobre un caldo azucarado y goloso hecho con esas tres leches en las que se empapa.

El pastel de chocolate picante es puro sabor a cacao, denso y frío, amargo y dulce, cremoso y especiado pero sobre todo con un maravilloso toque picante.

Puntarena no es un mexicano al uso. No se basa en lo lo que entendemos por cocina mexicana sino un fiel exponente de las muchas y ricas cocinas mexinanas: indígena, criolla, de la costa, del interior, de carne y hasta de muchos pescados, lo que es más infrecuente fuera de los estados costeros. No llega a las alturas de Punto Mx pero no le desmerece sino que lo complementa espléndidamente. Si les gusta la comida mexicana no se lo pierda. Y si no, tampoco. A pesar del ambiente…

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Los bares no son para mí 

Este sitio no es para mi, seguramente por mi culpa, porque es para tomar una tapita en soledad o como mucho, en pareja mientras que nosotros fuimos a comer y además cuatro, así que parecíamos Gulliver en Lilliput. Hablo del Mezcal Lab, el hermano pequeño del muy grande Punto MX. Situado en su planta alta, imagino que fue concebido tan solo como bar de tan excelente restaurante y que el éxito de este les animó a poner una muy buena carta, con bastantes platos que también se sirven en el restaurante. El problema es que lo que resulta muy bueno para un bar no lo es tanto para un restaurante. 

¿Y qué es eso tan malo? Pues diminutas mesas redondas donde a duras penas caben un par de bebidas, silloncitos bajos y mullidos no muy apropiados para comer y servilletas de papel diminutas que están bien para un bareto pero no para un lugar donde con facilidad se llega a los 60€ por persona. 

También hay mesas altas con taburetes, pero esas parecen más el palo de un gallinero o si lo prefieren, la columna de Simeón el Estilita. Y hasta ahí las críticas porque el sitio es bonito y luminoso, la decoración agradable y colorida y la comida, qué decir de la comida, tan buena como todo lo que pasa por las sabias manos de Roberto Ruiz. Hay además buenos cócteles, entre los que destaca una potente Margarita, y una buena carta de mezcales y tequilas.

El guacamole es como el del restaurante, aunque aquí no se prepara a la vista del cliente. Está untuoso, equilibrado y levemente picante; se decora con unas pepitas de granada que no solo le dan más color sino que también contrastan perfectamente con el aguacate. Totopos doraditos y crujientes rematan la faena.

El aguachile es un plato costeño que mezcla pescado, aunque no siempre, con una deliciosa salsa de chile y lima, entre otros ingredientes. Este, muy fresco y con semillas de ajonjolí, se hace con vieiras y tiene un color tan potente como su sabor, picoso y fresco a la vez.

Las quesadillas no necesitan mucha descripción. Son como las pizzas o la tortilla de patatas de los mexicanos, plato, aperitivo, tentempié, todo, y tan sabrosas e internacionales como aquellas, Estas están bien tostadas, algo crujientes y muy bien acompañadas: pico de gallo, puré de aguacate y crema agria.

Los panuchos son especialidad yucateca, tortillas rellenas de frijoles y coronadas por carne guisada de pavo o pollo. Los de Punto MX son de cochinita pibil, receta mucho más sabrosa y plato estrella del Yucatán. Para que nada falte la cebolla morada redondea un plato exquisito.

Los tacos al pastor estaban deliciosos con sus tortillas grises, hechas a base de maíz negro, sabrosas y mucho menos frecuentes que esas tan doraditas y suculentas a las que estamos acostumbrados en España. La excelente carne, secreto ibérico, se marina y se asa en un trompo que es igual al del döner kebab turco. Ahí se cocina también la piña con la que se sirve, aunque también se le pone cilantro y cebolla, que para eso los mexicanos son barrocos y nunca se quedan cortos en nada

Acabamos con el tuétano que es una gran manera de comer grasa. Ya conté que solo así me gusta, porque la ensalada, la salsa y la tortilla con las que se prepara el taco de tuétano restan mucha grasa a este, con lo que se convierte en un bocado mucho más delicado que cuando se toma a palo seco. En La Tasquita de Enfrente lo ponen con trufa pero aún así, resulta muy grasiento para los no muy aficionados. Pruébenlo con una tortilla que tanto absorbe y verán.

Aún nos animamos con los tacos de costilla que estaban tan exquisitos como todos los anteriores y ello gracias a un picadillo sabroso y especiado. 

Y con esto habíamos probado casi toda la carta, así que no tomamos postre, por eso y porque cuatro platos ya no cabían en la mesa -menos mal que todo esto se come con la mano y no hay cubiertos-, por eso y porque los postres mexicanos no son lo mejor de esta cocina excelsa. ¿Deben ir pues a Mezcal Lab? Por supuesto que sí pero quizá como si fueran de tapas, poca gente y no mucha hambre, quizá antes de ir a otro sitio o para una comida ligera. Así evitarán los problemas, no tendrán que esperar meses para conseguir mesa –como en el restaurante- y podrán disfrutar a carta cabal del mejor mexicano de Europa. Y no solo…

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Quintonil, ¿el mejor restaurante de México?

Ya les había hablado de Quintonil, de Jorge Vallejo, y lo hice con mucho entusiasmo. En La mano verde de Quintonil ya le auguraba grandes éxitos y me alegro de que así haya sido. Este año se ha clasificado como el sexto mejor restaurante de Iberoamérica en la lista de los 50 Best a solo un lugar del hasta hoy mejor restaurante de México, el Pujol de su maestro Enrique Olvera, el gran renovador de la cocina mexicana. Sin embargo, en la lista de los 50 Best del mundo le supera con mucho al ser considerado el 12° de todo el planeta, mientras a Pujol le otorgan el número 25°… ¡Cosas de las listas!

No he estado recientemente en Pujol pero después de la última visita a Quintonil, me parece que le gana en frescura, delicadeza y modernidad, aunque puede que le falte un punto de refinamiento en las instalaciones y el servicio, si bien es cierto que estas son carenccias muy comunes en los establecimientos mexicanos, en los que sobra la calidad pero también familiaridad. 

En esta ocasión no hubo menú sino que pedimos a la carta. Gran bendición esta de no depender siempre de la rigidez del menú degustación. Mientras se espera, llegan a la mesa dos cuencos, uno de frijoles refritos (lo que para nosotros sería un espeso puré de alubias rojascon hoja santa y otro con una deliciosa y levemente picante salsa tatemada. Los acompañan unas buenas tortillas para con todo prepararse unos buenos y sencillos tacos

Como aperitivo, un refrescante y asombroso ceviche de mango con salicornia que se realiza a base de polvo helado nitrogenado.  La textura es perfecta y los fuertes sabores del cilantro y la lima sobresalientes. 

He repetido los huazontles, una deliciosa hierba mexicana que se presenta en varias texturas. El plato es el mismo que ya había comido y se adereza con queso curado de Chiapas, quinua y sofrito de jitomate (nuestro tomate). El acierto es que el huazontle se toma generalmente capeado (rebozado) lo que le hace bastante grasiento, así que en esta preparación se priman las partes de crema y rallado y el rebozo es más bien un adorno aunque si hubiera aún menos, tampoco pasaría nada…

Con la tostada de salpicón de cangrejo moro volvemos al frescor. La tostada es el otro gran bocado mexicano junto al taco. Aquí, como su nombre indica, la tortilla esta crujiente. La nuestra, que está recubierta de rábano, cebolla, polvo de cebolla y mayonesa de chile habanero, esconde un delicioso picadillo de cangrejo bañado en jugo de lima. Mezclado sobre esa tostada, levemente picante por causa de la mayonesa, resulta un plato de marisco excitante, lleno de sabores picantes y cítricos. 

Había visto una foto de las flores de camarón de Campeche con vegetales de las chinampas y chile de agua y me pareció una composición tan bella que se la describí al camarero para asegurarme. La belleza está en la foto, pero la delicia gustativa la tengo que describir yo. La delicadeza de las flores de calabacín ocultan el marisco y para comerlas se untan en esos puntitos de colores que no son otras cosas que deliciosas salsas: mayonesa de camarón, puré de chile de agua y coliflor rostizada.

Nos regalan después, para aumentar en sabor a mar un vasito de chilpachole, un caldo de camarón espesado con maíz, típico de Veracruz que podía ser uno de esos delicioso caldos de pescado del Maditerráneo, llenos de sabor y fuerte aroma. Habitualmente se hace con jaibas pero Vallejo lo enriquece con camarones

Los platos fuertes de la cocina mexicana son fundamentalmente de carne. Hay algunos de pescado pero esta culinaria -salvo en Veracruz- es básicamente carnófila. El diezmillo de waygu es tierno y jugoso y la salsa prodigiosa, a base de pulque de maíz y reducción de chiles secos. Se acompaña a la perfección de un sedoso puré de maíz y huitlacoche que completa alguno de los ingredientes de la salsa. 

El guajolote (pavo) es uno de los ingredientes favoritos de la cocina mexicana. No en vano se hace con él el que yo considero gran plato nacional y uno de los grandes del mundo, el mole. Este de Quintonil se cocina con otra densa y parecida salsa, el recado negro perfumado en cascarilla de cacao. Los vegetales fermentados y las cebollas confitadas son un festival verde compuesto de zanahorias, cebolla, claro, salsifí a la mantequilla puré colinabo.

Los postres en la cocina mexicana no me parecen gran cosa pero Vallejo, con su formación cosmopolita, tiene buenas recetas como el flan de queso bola de Ocosingo, nieve de apionabo, nips de cacao garrapiñados y tejas de almendra tostadas. Lo mejor, la cremosodad de ese buen flan de queso en contraste con la costra acaramelada que lo recubre. La audacia elegante, el helado de apionabo

Las manzanas caramelizadas con regaliz, el otro postre que probé, no es una maravilla pero resulta agradable, especialmente por el polvo de dulce de leche y un helado de mazapán que combina muy bien con el resto de los sabores. Quizá le falta fuerza pero, también quizá, no todo en la cocina de Vallejo puede ser tan intenso. 

Sería muy arriesgado decir que, siendo tan joven, Quintonil es ya el mejor restaurante de México pero no lo es afirmar que, al menos, es el segundo mejor y uno de los más deslumbrantes de Latinoamérica. Creatividad, color, novedad, sabores apasionantes y una enorme fuerza, así lo atestiguan. Si están en la capital azteca o pasan por ella, ¡no se lo pierdan!

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Larrumba, Vips 3.0

  

No me va a ser fácil escribir este post porque soy gran admirador del espíritu empresarial y además, no tengo nada en contra de que la gente gane dinero. No debo ser un buen español, porque incluso me alegro por ello. El problema es que detesto las fórmulas fáciles de «dar a la gente lo que quiere» -con todo lo difícil que es esto-, porque esa frase siempre presupone que el público se conforma indefectiblemente con lo más fácil y carente de calidad.  

Yo prefiero una obra literaria –James Salter, Jorge Luis Borges, Hollingshurt – que un producto editorial -todos los presentadores de Tele 5 que, como renacentistas que son, además escriben novelas-, la tienda pequeña y cuidada que Carrefour, un músico que un Dj o un cocinero que un director de alimentos y bebidas. No me molestan las cafeterías pero prefiero los restaurantes. Cuando en los 70, VIPS abrió su impresionante local de Ortega y Gasset cambió ese mundo de la cafetería. Con su aspecto de nave espacial, todo acero reluciente y grandes paredes rojas y negras, a los niños nos deslumbraba por su modernidad. También por su cosmopolitismo, porque sus dueños mexicanos introdujeron platos infrecuentes entre nosotros.  

 

Ha habido que esperar casi cincuenta años para que se renovara el mundo del fast food de cafetería. Cinco decenios y varios dígitos de aumento en el PIB, porque la neocafetería es un lugar hermoso y lleno de lujo, pensado para gente adinerada a la que le gusta verse entre sí y picar cualquier cosa. El grupo Larrumba así lo ha hecho. Ya sé que son más que una cafetería corriente, puesto que no dan cafés prioritariamente, pero coincide con ellas en las servilletas y manteles de papel y en una carta llena de pastas, hamburguesas, pizzas, aperitivos y platos rápidos fáciles de comer. También en un servicio impotente ante la multitud y entrenado para la rapidez de doblar mesas, así como en el bullicio y en las dimensiones.  

 

También sé que prometí no ir más a reinos del papel (servilletas, manteles y hasta la base de algunos platos) y de la moda , pero no podía seguir ajeno -por ustedes- al éxito inexplicable -para mí- del grupo Larrumba, una empresa genial de unos cuantos jóvenes cosmopolitas, sin experiencia alguna en este mundo y que ha dado con la tecla del éxito, por lo que no paran de abrir ¿restaurantes? Nunca fui -ni iré- a los anteriores, pero todos están abarrotados dia y noche. Por eso, reservar en el último, Perrachica, es como hacerlo en uno de los tres estrellas más codiciados. ¡Y no exagero!  El local es gigantesco, luminoso y elegante. Uno de los restaurantes más bonitos de Madrid. No olvidemos que se aplica la fórmula Zara, basada en la cantidad y los bajos costes, lo que implica bellas tiendas, facilidad y renovación constante.  

 

Podría parecer la cantina de una universidad pero un inteligente juego de espacios y alturas hace que perdamos la sensación de vastedad. Y eso que tiene capacidad para 400 comensales. Como doblan mesas pueden dar más de 800 comidas. Recuerdo que la media de un gran restaurante son 40 cubiertos por servicio, o sea veinte veces menos. Se trata pues de un gran fenómeno empresarial ligado a la sociedad de masas, pero bastante ajeno a la gastronomía. 

El ambiente un domingo a medio día es de It Girls acompañadas de sus madres y abuelas, modernos de provincias ávidos de capital, fieles devotos de lo último, lectores de revistas de banalidades que dedican pequeños comentarios a lo más In y gentes pertenecientes a un mismo tiempo a uno, a varios o a todos esos grupos: It ávido de novedad lector de banalidades y turista en Madrid. Nada especial, pero pensar que día y noche va a estar poblado de mujeres como las de Sex in the City u hombres como los de la película Wall Street sería pedir un imposible. No hay tantos y menos en Madrid.  

 

De la comida poco que decir, que nada más sentarnos nos reciben -como en Nueva York– con agua del grifo y aceitunas -esto no es como allí, es más de aquí- 

 

que mezclan la sequedad de las berenjenas rebozadas con la aridez del humus, aunque este está bueno. 

 

También que las gyoshas están tostaditas y son agradables o que 

 

los dados de entrecotte con guacamole y pico de gallo se sirven con o sin tortillas. Yo los pedí así y los trajeron en forma de tacos. Están correctos especialmente si se  ama el picante porque la cantidad de chile es más apta para paladares mexicanos inmunes a los picantes. Yo lo apruebo. El español corriente me temo que no tanto.  

 

Él kebab de cordero tiene un lecho de papel y se sirve con patatas fritas con su cáscara.  

 

Llegados a este punto ya me había llamado la atención el toque VIPS (muchos de los empleados proceden del grupo), las influencias norteamericanas y la concepción infantil de los platos, pero esta llega a límites estratosferiscos en postres que mezclan tarta de galleta con Lakasitos (¿hago algún comentario…?), tarta de queso con galletas Oreo y todo con enormes cantidades de azúcar. Solo adecuados para californianos con obesidad mórbida.  

  

 

Este almuerzo, para dos personas, con un vino de poco más de 20€ cuesta 90€ aproximadamente, así que los precios sí que no son de cafetería. La preciosa decoración tampoco. Seguramente el público nocturno y semanero, será también otro pero lo que permanecerá será el concepto y la comida. Pero vayan, sabiendo dónde van. Hay lugares mucho peores. Y además… feos. 

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La belleza es lo esencial

La belleza es el mensaje. En la sociedad de la opulencia ya no basta con alimentarse o que los platos sepan bien. En un mundo feliz del que, sin embargo, no han desaparecido las peores lacras de la vida cotidiana, una gran parte de la humanidad vive la mejor etapa de la historia -por ahora- en democracias estables con enormes grados de libertad, comunicaciones instantáneas, servicios públicos gratuitos, transportes eficientes, gran oferta cultural y un sinnúmero de objetos y alimentos de todas clases con los que deleitarnos. En ese mundo, la estética se ha hecho esencial.

Así que este post hablará de belleza, pero no la de los restaurantes de tres estrellas, los de altos vuelos o incluso, los modernidad rampante y vacía, sino de uno que podríamos llamar de cocina étnica y popular, lo que demuestra que, con talento y creatividad, hasta el plato más tradicional puede ser bello. En este caso, además, todo procede del país de los colores imposibles, de las mezclas desafiantes y de las incongruencias estéticas, todas esos demonios que en México se transforman en auténtica belleza y puro vitalismo, los mismos que remedados son mero sinsentido.

 El autor de esta renovación estética, tan sencilla como eficaz, es Roberto Ruiz, uno de los mejores cocineros mexicanos y creador del ya mítico Punto Mx de Madrid, único restaurante mexicano de Europa con una estrella Michelin. Sin embargo, la Cantina y Punto no está en Madrid, sino en Bogotá, agazapada entre grandes y elegantes edificios de nombres tan exóticos como Oropéndolo y escondida en un callejón de mala muerte que no se encuentra así como así. La ventaja es que ocupa una bella casona antigua de una planta con mucha vegetación y patios interiores salpicados de luz.

 Imperan los fuertes colores del México más polícromo pero sin abusar de ellos y matizándolos con sobrias paredes de ladrillo y madera y altos techos de recias vigas.

 El guacamole es servido en un molcajete áspero, pétreo (lava volcánica pura) y muy pesado. No lo preparan a la vista del comensal, como en Madrid, pero está igualmente sabroso, lo mismo que los totopos -jamás diga nachos por favor, o se verá muy guiri y poco viajado- multicolores que lo acompañan.

 Hay muchas botanas (aperitivos), ceviches y aguachiles, tacos de carne y pescado, mole, cochinita pibil, chicharrón de atún y todas las delicias mexicanas que se puedan imaginar. Quizá solo falta la barbacoa pero, ya se sabe, nada es perfecto. El aguachile oaxaqueño de vieiras, salsa de tomatillo verde y aguacate es uno de esos platos bellos, sencillos y vistosos a los que me refería. Es también de un picoso subido pero lo compensan los sabores marinos y frutales que componen este típico plato de la costa del Pacífico.

 La cazuelita de rajas de chile poblano, queso fundido, xnipec de cebolla morada y salsa de chile habanero no debe asustar -a pesar de contener este último tipo de chile famoso por su fiereza-, especialmente cuando se viene del plato anterior. Estas cazuelitas mezclan el queso fundido con muchas cosas y, aunque siempre resultan bastante grasas, la absorbente tortilla de maíz que acompaña a estos platos puede con todo.

 Ya adelanté que hay múltiples variedades de taco. Los aconsejo, para los no muy expertos enrollando tortillas, porque ya vienen preparados como en la foto y tan solo hay que comerlos. Sin mayores complicaciones. Me gustan especialmente el de cochinita pibil, xnipec y cebollas moradas encurtidas y el de chilorio, frijol refrito y cebolla bruja. El primero porque la cochinita pibil es un delicioso plato del Yucatán a base de cerdo guisado y adobado en una deliciosa especia llamada achiote y el de chilorio, típico de Sinaloa, porque junta magistralmente esta carne desmenuzada con con chile pasilla, ajo, comino y orégano. Ambos están deliciosos.


 Todo eso es ya bastante para probar la grandeza de la cocina mexicana pero en ella nada hay como el mole, una salsa de origen incierto y miríadas de ingredientes que es una de las grandes creaciones de la cocina mundial. Se dice que, anunciada de improviso la visita del obispo de Oaxaca, hombre de gran refinamiento y príncipe de esa diócesis, próspera donde las haya, las sumisas monjas descubrieron que tan solo  disponían para almorzar de un insípido guajolote (pavo) y que la hermana cocinera, famosa por sus inventivas delicias, lo aderezó con cuanto tenía en la cocina, chocolate incluido, creando una pócima negruzca por la que, todas se maliciaron, sería seguramente excomulgada. Gran error, porque el obispo, como yo, la declaró reina de las salsas mexicanas. Aquí la sirven aparte. Puesta sobre una tortilla bañando un simple pato uno se siente como debió sentirse él añoso obispo, en la misma gloria.

 Siempre digo que la repostería no es lo mejor de la cocina mexicana pero también que tiene algunos deliciosos postres como este enorme pastel de tres leches que a pesar de su aspecto aterrador (por su tamaño) resulta suave y fresco por estar embebido en esas tres leches (condensada, evaporada y crema) y erigido -mejoras del chef- sobre un perfecto pedestal de frutos rojos.

 La tarta de elote (maíz) también tiene sus mejoras: un crocante de caramelo que la enriquece y salsa y helado de maracuyá que le aportan frescor y ligereza.

 No les voy a decir que por belleza y calidad vale la pena el viaje a Bogotá, para probar Cantina y Punto, pero sí que:

1. Si vive en Colombia no se lo puede perder.

2. Si pasa por allí, tampoco

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Breve manual de cocina mexicana

Que la cocina mexicana es una de las grandes del mundo es una afirmación innecesaria. Que México es uno de los países más exuberantes por sus paisajes, sus culturas, su variedad, su música, su cocina y hasta su historia, también. Por eso, era tan raro que no abundaran los restaurantes mexicanos de calidad fuera de aquel país. Quizá será porque las versiones corrientes y baratas de su cocina –como las de la italiana o la china- son fáciles y tentadoras.

Esto ocurría en Madrid, aún más que en otros lugares, lo que era realmente chocante teniendo en cuenta nuestras grandes olas de amor mutuo, a veces de odio también, pero eso es normal en pasiones de tan radicales amantes y si no, recuerden los dichos de la más mexicana de las mexicanas, Paquita la del Barrio.

 Hace muchos años hubo un intento de cocina mexicana mínimamente refinada emprendido por Entre Suspiro y Suspiro, pero la verdad es que nunca pasó de eso, un intento, y por ello hasta la llegada del magnífico Punto Mx, hubimos de seguir padeciendo la comida de las cadenas tex mex o ciertos remedos de algunas cafeterías y hamburgueserías.

Quizá el efecto Punto Mx haya animado otras aperturas que, inteligentemente, no pretenden alcanzar tan inasequibles alturas, sino llenar esa enorme franja que se abre entre el restaurante de alta cocina y todas las otras opciones low cost basadas en el descuido y la poca calidad (Sí Señor) o de descuido y apreciable calidad (Taquería Mi Ciudad o Taquería del Alamillo). Así que al intento reciente de la cadena La Lupita, bastante aceptable, se une ahora, Tepic.

Se trata de locales sencillos pero de decoración cuidada -y no tan mexicana que los asemeje a una película de María Félix- en los que se sirven platos bien elaborados, a veces hasta de cierta ambición y muy pensados para españoles, este pueblo que parece una damisela melindrosa cuando se trata de enfrentarse al picante.

 Tepìc se halla en lo más dorado de la milla de oro y sin embargo sus precios son muy asequibles, mucho, tanto que el menú degustación que ahora les describiré, cuesta tan solo 25€ siendo variado y abundante. Renunciando a él se puede comer por mucho menos. La decoración es acertada y acogedora y con detalles de lujo (mesas amplias y muy separadas e iluminación suave) junto a otros no tanto (servilletas de papel).

 El menú comienza con unas botanas que es como cualquier mexicano llama a los aperitivos, ahora tapas… Entre ellas, hay una buena tostada (tortillas crujientes) de guacamole y otra excelente de tinga (carne deshebrada) de ternera, sabrosísima en su salsa roja y su acompañamiento de lechuga y crema agria. La flauta de chicharrón relleno de jamón y piña -que nosotros sustituimos por la de huitlacoche-, es un rollo de queso tostado, demasiado tostado para mi gusto, que contiene chicharrón, fiambre que en México es igual que en España. La que no me gustó nada fue la tostada de pulpo, una simple ensaladilla preparada con este molusco y una enorme cantidad de mayonesa, lo que da un resultado sumamente empalagoso y poco mexicano.

 Tampoco me parecieron muy mexicanos los tacos de chipirones, pero los encontré tan deliciosos que fueron el punto más alto de la comida. Se acompañan de una salsa de chile chipotle deliciosa, si bien en mi opinión poco adecuada al suave sabor del chipirón. Por lo demás, se trata de colocar sobre una tortilla de maíz (eso es el taco, una tortilla con algo encima) unos deliciosos chipironcitos encebollados tal y cual se hacen aquí.

 Lo que no hacemos es usar el trompo para nada, mientras que los mexicanos veneran un plato hecho con él, los tacos al pastor. Primero adoban excelentemente la carne –que puede ser ternera y cerdo o solo cerdo- con achiote, especias y chiles rojos para después cocinarla en ese gran espeto en que los turcos elaboran el doner kebab. Se sirve en pequeños pedazos que se colocan sobre la tortilla y se coronan con piña, cebolla, cilantro y salsa roja (elaborada con tomate y varios tipos de chile de árbol). Después se cierra y ¡ya está! Muy buenos y no tan frecuentes porque en España hasta hace poco, casi nadie tenía trompo.

      

 El guacamole del principio estaba muy bueno, así que fuera del menú (debo aclarar que los tacos son a escoger al igual que los postres, pero como íbamos más de uno, probamos todo) pedimos otro. Tiene la gracia de que además de servirlos con totopos (nachos para las víctimas del tex mex), los acompañan de cortezas de cerdo, chicharrones en México (no confundir con los de la flauta), lo que les da un toque fuerte y denso (no soporto las cortezas tal cual, con toda su grasa) que alegra el frescor vegetal de un guacamole no memorable pero sí correcto.

 Los postres no son una maravilla pero se pueden comer. La comida mexicana nunca ha sido llamada por estos lares de la repostería. Todos recordamos platos mexicanos universales pero temo que ningún postre. Los buñuelos son tortas fritas de harina y huevo acompañadas de helado. No se parecen en nada a nuestros buñuelos pero son idénticos a las hojuelas. Están buenos y la presentación es tan sencilla como excelente.

 Todo lo contrario que las crepes de chocolate oaxaqueño, de buen sabor, poca mexicanidad (¿influencia del pobre Maximiliano y su corte imperial?) y un aspecto muy feo que encantará a los niños, esos grandes devoradores de toda clase de crepes, porque aún están privados de buen gusto.

 ¿Estará Tepic entre los mejores del año? Seguro que no, pero sí entre los más recomendables para una almuerzo mexicano sabroso y sencillo, para hacer más llevadera las cuestas de enero, febrero, etc, o para comer con amigos en cierta informalidad y para además, poder gastar lo que aquí ahorremos en saldos y caprichitos.

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