Casa Jondal es pura exaltación del verano, una fiesta de los sentidos que podría estar en los Hamptons o en Portofino, en Cap Ferrat o en Capri, pero que, naturalmente está en en la dulce Ibiza.
Hay tanta gente guapa con aspecto de acabar de bajarse del (su) barco o de ir a coger su avión, tantas mesas grandes en las que todos ríen, beben y disfrutan que parecería que allí nada puede ir mal.
Como lo demás es mar de imposible turquesa, arena blanca que alfombra el pinar de la terraza y mariscos y pescados que son los mejores del mundo, el lugar parece una burbuja de felicidad que nos protege de la crueldad del mundo. Muchos lo saben y nunca he ido sin encontrar a amigos de todas partes.

Los productos son lujo a voces, pero la cocina es lujo callado, porque nada se enmascara y todo tiene su aquel, un pequeño toque sabio e ingenioso de Rafa Zafra (y su mano derecha Ricardo Acquista) que lo cambia todo, desde poner mantequilla en el pan antes del último horneado hasta las salsas de la fuente de moluscos (que son de encurtidos, con hinojo, jengibre, picante jalapeño y muchas cosas más, para la ostra y fresca agua de tomate con una vinagreta de piparra y moscatel para la almeja, ambas de excepcional calidad).

Y con ellas la gran sorpresa de una vieira que es un suntuoso salpicón de gamba, cigala, ostra, caviar y, por supuesto, vieira. Se puede pedir sola y no se la deberían perder. Todo el mar en un maremoto -bien llamado el plato- en el paladar.

Las anchoas son excelentes y el finísimo pan con tomate que las acompaña, parece de cristal. No solo por el nombre, tan usado ahora.

Rafa ha democratizado el caviar y felizmente lo pone en muchas cosas (para horror de envidiosos): desde un esponjoso brioche a una loncha de gran buey gallego o una fina lámina de ventresca de atún.

La pata de cangrejo real es tan suculenta como enorme. Parece de algún marisco prehistórico. Un buen asado al Josper le da toques de madera y brasa. Además una delicada espuma de holandesa de kimchi que es una delicia de alta cocina disfrazada de sencillez.


Las gambas rojas de Rosas a la plancha son exquisitas y evocan tanto playa, verano y mar que nada más necesitan.

La pasta con caviar, cremosa y llena de sabor, es el sueño de todo aspirante a rico. Em el fondo no es tan sorprendente. El caviar se mezcla con creme fraiche en los blinis y aquí con una buena salsa de nata con un sirve toques de queso. Está realmente buena.

Hay que acabar con alguno de los grandes pescados. A mi me encanta como Rafa fríe las grandes piezas. Hoy era un sutil San Pedro, vestido de crujientes aros de cebolla y con una punzante salsa tártara. Está crujiente y muy muy jugoso.

Sorprenden entre tanta “sencillez” postres como la manzana Wellington, rellena de caramelo y con un hojaldre dorado, tierno, crujiente y perfecto. Pero no está sola, sino que la escolta un estupendo helado de vainilla de fuerte a sabor. A vainilla pura, no a sabirizanye.


No solo es ese. Todos los helados están muy ricos y los hacen en la casa. Normalmente son en como de barquillo, pero hoy eran en terrina. Tampoco le he hecho ascos, porque me apasiona ese de buen chocolate negro, más amargo que dulzón.
Y es que a Rafa se le nota en todo la escuela. Era el maestro pescadero de Ferran Adrià y opta por lo “fácil”, no como la mayoría, que no sabe hacer otra cosa, sino por aquello de que “la cultura es lo que queda cuando uno ha olvidado todo lo aprendido” (Herriiot)
Aunque estemos en la playa y seamos tantos, el servicio es bueno y puede con todo.
También vale la pena detenerse y gozar de la los grandes vinos, porque si esto es territorio de “rich and famous” la carta ha de estar a la altura. Quizá hasta los supera…













































































































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