Daniel es uno de los más famosos restaurantes de Nueva York y su chef, Daniel Boloud, toda una institución gastronómica en Estados Unidos. Tiene dos estrellas Michelin, pero quizá debería tener una tercera, al menos si se utilizan los mismos baremos que en Francia, ya que es un restaurante tremendamente elegante y refinado (cambian las obras de arte cada seis meses y siempre cuentan con grandes nombres del arte contemporáneo), con un servicio exquisito y una cocina mediterránea de marcada tradición francesa.

El gran espacio se aloja en una de esas grandes casas del Upper East Side, en las que los gastos de comunidad de un año cuestan lo que un piso arregladito en la mayoría de las ciudades del mundo. Vale la pena empezar tomando un cóctel en el bar y después deslumbrarse con la gran sala circular, que es capaz de dar de comer a mucha gente, nada que ver con los 20 o 30 comensales de los restaurantes de este estilo en España.

Me gusta su fórmula mixta entre carta y menú degustación, porque lo que tienen son dos opciones de cinco platos que se eligen de una carta más amplia o que son fijos en el de nueve. Después de unos ricos y coloridos aperitivos (caracol rebozado con alioli, milhojas de apio con wasabi, mousse de calabaza y café con jamón y tartar de vaca),

hemos escogido una clásica ballotine de pato que mezcla sabiamente foie con dulzor de higos y crujientes de nueces.

La ensalada de cangrejo no es solo deliciosa, es que además, parece un campo florecido en primavera. Flores de pimientos morrones y palmitos esconden al crustáceo que se baña en una gran salsa agridulce.

La cigala es crujiente gracias a esa delicada cobertura que es la pasta kataifi, algo así como un cabello de ángel crocante. Junto a ella brassica rapa con jengibre y una estupenda y aterciopelada salsa muselina.

El fricasé de mariscos es un ravioli abierto en el que destaca el erizo, un excesivo perfume de hinojo y algas y otra gran y apropiada salsa marinera con toques frescos de yuzu.

Impresionante, clásico y elegante el mero relleno de carabineros envuelto en chorizo y sobre un base de lentejas caviar, repollo “enmantequillado” y salsa Mallorca.

El bacalao negro salvaje, blando y con poca consistencia, como siempre es este pescado, mejora mucho co su opulenta salsa de champán, espinacas baby y un sabroso caldo corto.

Las carnes mantienen el altísimo nivel con un solomillo al carbón de calidad y punto espectaculares, con setas Matautake y una salsa Confiere, que no conocía pero que es de carne y acompaña a la perfección.

Como me encantan las aves, he puesto una en mi cena, la estupenda codorniz glaseada con uvas moscatel y un falso risotto de cebada con coliflor y una estupenda salsa que mezcla la acidez del agraz con esa mezcla de especias que es el Vadouvan. Daniel, archimaestro salsero.

Como no podía ser menos con tanto francesismo, sigue por los caminos más ortodoxos con las ciruelas con islas flotantes de vainilla y una teja de caramelo, y de verdad, que es un postre diferente y delicioso.


Pero nada como el chocolate. Al menos, para mi. Y la Gianduja con mousse de nueces, brownie de chocolate negro y una corona de nata montada, es un postre de diez, digno colofón de esta gran cena.
A Daniel va el todo Nuva York, así que uno puede salir a horas casi españolas y encontrase una gran fiesta en el bar. Y es porque aquí, se viene a celebrar la comida, el gran servicio de antes y, por supuesto, la vida.
















































































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