Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Menú del día en Gaytán 

No hay que dejar de comer bien por falta de tiempo, dicen los cocineros. Tampoco por falta de mucho dinero, digo yo. Y la solución son los menús ejecutivos, afirmamos ambos. Son los famosos menus déjeuner franceses de los que tanto les he hablado. Dada la menor afluencia a mediodía, se ofrecen estos almuerzos más rápidos y baratos. El restaurante mantiene la frecuencia y el cliente se beneficia de precios más asequibles. Me han gustado varios en este tiempo. Fuera de España, ninguno como el del gran Pierre Gagnaire del que ya les he hablado. En Madrid, me encantan los de Ramón Freixa y La Terraza del Casino aunque ahora añado el de Gaytán de Javier Aranda

Muy admirado por mí desde los tiempos de La Cabra -que sigue en plena forma y entre mis bistrós preferidos-, cuando era un veinteañero, ahora triunfa con este nuevo proyecto que ganó una estrella Michelin en apenas tres meses. Les conté todo ello en La familia y uno más y ahora vuelvo sobre él a propósito de este menú que les permitirá comer extraordinariamente, por 50€, seis aperitivos, tres platos y un postre, además de agua y café. 

Lo impresionante es que la calidad y la compleja creatividad de Gaytán no bajan un ápice y que en estos pocos meses, la propuesta ha madurado y mejorado muy rápidamente. 

Empieza con un aperitivo que no puede quitar ya de la carta, la delicada hamburguesa «a mi manera», un gran tartar de buena carne envuelta en merengue de tomate a modo de pan. Un trampantojo que cruje en la boca como todo buen merengue

La empanadilla de cangrejo real y rábano negro no puede ser más simple pero en su sencillez resalta su frescura y delicioso aliño.

El maíz-homenaje a México es una deliciosa y crujiente tortilla con cuitlacoche, curry rojo y mezcal guayaba. Es muy colorido y las varias texturas del maíz contrastan bien con el cuitlacoche, sobre todo el polvo de maíz tostado. Sin embargo, su dulzor esconde un tímido curry y falta el toque picante que asociamos a México y que es tan fácil de conseguir. Basta poner alguno de los muchos y deliciosos chiles mexicanos, ingrediente estrella de esta cocina. 

El musgo de invierno es un bizcocho pasado por el sifón antes de ser horneado, otro de los grandes inventos de Adriá. Este se recubre de pequeñas perlas blancas de mantequilla Echiré y, brillantes como de vidrio anaranjado, de huevas de salmón

El mango, vieira y anís es otro agradable aperitivo que mezcla colores y variados sabores. La fruta, en esferificación curada, contrasta bien con el sabor del molusco favorito de los cocineros modernos. 

Antes de pasar a los platos principales, el hidromiel nos transporta a las novelas de caballerías porque esta bebida más bien parece un bebedizo poético de Tirant, Amadís o la princesa Carmesina -aquella de cuello tan blanco que transparentaba el vino cuando a sus entrañas descendía- que algo del mundo real, pero así es y Javier lo trae desde la fantasía para que podamos gozar con su delicado sabor. 

Nuestro primer plato es una composición en intensos verdes y delicados rosas: quisquilla, aguachile y ortiguillas. Esconde además, aunque no tanto, sésamo blanco, alforfón crujiente y fideua negra. El resultado, es chispeante con grandes contrastes entre la cremosidad de unas ortiguillas menos intensas que a palo seco, el crujir de las cabezas y la leve consistencia de los cuerpos. Muchos sabores y texturas que nos preparan para el auténtico festín gustativa y visual que son el

salmonete, navajas y cristales. Aranda como los grandes toreros con el capote, se gusta en esta faena del show cooking y se adorna luciendo técnicas y saberes. El salmonete se envuelve, flambea, asa y muchas otras cosas hasta quedar sellado y sumamente jugoso. Añade muchos acompañamientos que respetan el pescado y técnicas múltiples que no contaré porque vale la pena escuchar la clase magistral del cocinero.

El despiece de cordero es uno de los mejores platos de cordero que he comido. A un perfecto lechal asado, deshuesado y levemente glaseado porque nada más necesita, se añaden, en platos aparte, un bellísimo y perfecto de punto bao de lengua que se podría comer solo -y varios- y una sutil brocheta de carrillera que completa una receta aparentemente sencilla y absolutamente redonda. 

Aunque me gusta el chocolate y los postres contundentes, poner después de tanta intensidad, mandarina y té verde (y más cosas, como ácida lima negra y agriamargo kalamansi) es un total acierto. También porque Aranda, enriqueciendo una tradición manchega que poco gusta de estos postres, domina las recetas con frutas y muy especialmente los cítricos

Al fin y al cabo también puede lucir otros conocimientos en esos pequeños postres que son las mignardises, entre las que sobresalen sus gominolas de frutas exóticas, pero sobre todo el contundente lingote de choco caramelo y un frágil y espectacular cucurucho confeccionado con sésamo blanco y negro y wasabi y relleno de una espumosa crema de naranja. 

La verdad es que no sé si el almuerzo fue tan rápido como espera un ejecutivo, porque en los grandes goces no se mira el reloj. Tampoco cuantas cosas se me escaparon. Lo que sí afirmo es que el precio fue el marcado y que Javier Aranda en este nuevo escenario de Gaytán y con treinta años recién cumplidos, se afianza como el mejor cocinero de su generación, consolidándose como un chef elegante, creativo, fiel a sus raíces y que avanza en su grandeza, tan rápida como silenciosamente. ¡Corran a Gaytán!

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

El refugio de los ninis 

No sé si lo que hace años añoraba Arias Cañete, en unas muy criticadas declaraciones, (¡qué no criticaremos en España!) eran las chaquetillas blancas de los camareros o el buen servicio de antaño. Si era esto, estoy completamente de acuerdo, porque ni vestimenta decorosa pido ya. Alguien dijo también que la raya del servicio estaba en los 80€, al menos en las grandes capitales. También con eso estoy de acuerdo, aunque no entiendo el por qué, ya que la profesionalidad y el buen servicio no siempre estuvieron relacionados con el dinero. Será que hoy los camareros de vocación se preparan y esfuerzan -por eso sus sueldos son altos- y el resto acaba sirviendo mesas a regañadientes, porque en realidad quieren ser modelos, cantantes, tatuadores, estilistas, etc. Y es que todo nini (ni estudia ni trabaja) piensa que cualquiera puede ser camarero. Craso error, aunque el problema es que algunos empresarios también parecen pensarlo. 

Debe ser el caso de Jaime Renedo, excelente, creativo y original cocinero que también es pésimo gestor. En mi última visita a su Pink Monkey -temo que última para siempre- llegué a presenciar una monumental bronca entre camareros y cocineros que traspasó a la sala hasta el punto de paralizar el servicio. Cocina de calidad y trato de burger… Las cosas no han mejorado mucho en su reciente Sasha Boom, un restaurante que sería altamente recomendable si no fuera por el desapego de los que atienden. Reino de las camisetas y los tatuajes, olvídense de cualquier deferencia, incluidas las referidas a intolerancias. Uno de nosotros no puede tomar calamares y similares por lo que solicitamos cambiar el bao de chipirón por el de cerdo (mismo precio y opción ofrecida en la carta). No solo se negaron sino que el encargado -con el restaurante vacío- estaba tan ocupado que hubo de ser llamado dos veces para escuchar la petición. En vano. Negativa total y absoluta. Así que, a tragar…

El resto fue igual o peor, por lo que prefiero contar la comida del excelente menú de 37€ que incluye agua y dos copas de vino. Comienza con unos mejillones nam jim frescos, sabrosos y un punto picantes, muy buenos. 

La thai beef salad (si me leyeron en el chef políglota sabrán que el esnobismo de Renedo detesta el español y adora el inglés) es otro estallido de color que mezcla vaca, papaya, chile y lima. Una combinación refrescante, ligera y muy cítrica. 

El globe trotter ceviche dice tener corvina, langostinos y pulpo pero yo solo he encontrado corvina y unas patitas de calamar fritas. No importa porque me ha gustado mucho y los chiles variados y el lulo lo redondeaban espléndidamente. 

El satay de pollo con coco, lima y chile se sirve sumergido en un vasito repleto de una salsa abundante en coco. La carne está muy tierna y bien macerada. 

El bao de la discordia junta un chipirón de anzuelo frito con una salsa nam jim verde de excelente sabor. El pan al vapor es suave, tierno y jugoso. Una delicia. 

El momo de cerdo ibérico se aliña con ají panca y pico de gallo. Es una especie de dumpling que se esconde en el fondo del plato y del que destaca la frágil pasta de la empanadilla. 

El curry es verde, tailandés y de carrillera. Es muy parecido -no mejor- al de Sudestada. Tiene un picante moderado apto para los tímidos gustos españoles y la carne es tierna y se parte con el tenedor. Hay que mezclarlo bien con el arroz blanco y apreciar sus muchos aromas. 

Hasta aquí todo ha sido colorido y exotismo orientales y un buen festival de sabores. Por eso no se entiende la aterradora banalidad del postre: dos sorbetes, uno de frambuesa y otro de naranja sanguina. Parecen indicar que a Renedo, al llegar a este punto, se le han acabado las ideas. 

El local es el que antes acogía a LaKasa y está bastante mejorado. Es amplio, luminoso y cuenta con una agradable terraza con vistas al mausoleo pétreo del Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula, nombre muy políticamente incorrecto por lo que es más conocido como Hospital de Maudes. Los precios son moderados y la comida ya se la he contado. ¿Se lo recomiendo? Pues La verdad es que sí, pero siempre y cuando vayan armados de paciencia. ¡Están advertidos!

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

La familia y uno más 

La omnipresente moda de los emprendedores llega hasta aquí. Quizá la moda sea solo por el nombre porque un emprendedor no es más que un empresario, alguien que emprende, arriesga e innova. Quizá por la desconfianza latina en estos pioneros hayamos tenido que cambiarles el nombre. O quizá sea por esta manía reciente de la neolengua de Orwell, o sea de no llamar a nada por su nombre: desprivatizar por expropiar, ciudadanía en lugar de ciudadanos, esférico en vez de pelota o balón, etc

El mundo de la cocina está lleno de emprendedores, probablemente más, porque ya no hay ningún cocinero que no sepa de las dificultades e incomprensiones de contar con un socio capitalista con mando en plaza. Por eso, los Roca esperaron a ahorrar unos millones antes de reformar completamente su restaurante o David Muñoz (entonces aún no se llamaba Dabiz Muñoz) se instaló en un primer local indescriptible empeñándose hasta las cejas.

Javier Aranda ya tenía La Cabraun gran y bonito local lleno de espacios diferentes y en el que servía su cocina más compleja y creativa junto a otra más informal. A esta parte, demasiado humildemente, la llaman tapería a pesar de no servir tapas y ser de un refinamiento y calidad muy superiores a la media. A la media de los buenos, claro está. Con estos mimbres se construyó una buena reputación que le valió conseguir una estrella Michelin bastante antes de los treinta. Pero como al emprendedor solo le basta emprender, se ha embarcado en un nuevo y aún más ambicioso proyecto, Gaytán. Eso sí, manteniendo el anterior. 

La propuesta es novedosa en Madrid al tratarse de un espacio diáfano -decorado tan solo por enormes columnas escultóricas y una festiva y colorida instalación de verduras multicolores- presidido en el centro por una gran y brillante cocina. Parece un altar alrededor del cual colocar a unos fieles que se distribuyen en mesas de sólida madera con forma de riñón y situadas alrededor de esa cocina escenario. Solución divertida pero arriesgada, porque obliga a olvidar almuerzos de negocios o cenas románticas. Claro que la gastronomía espectáculo aguanta eso y mucho más. 

La cocina que se ve no es la única, por supuesto, pero es en ella en la  que se elaboran algunos platos y se rematan otros, permitiendo que observemos la maestría de Javier y la pericia de sus ayudantes, sea con un wok que parece la espada flamígera de un arcángel o con un pequeño sifón transformado en varita mágica. Para el resto ha sido lampedusiano por lo que lo ha cambiado todo (el menú y la decoración) para que todo siga igual (la calidad, la creatividad y el servicio). 

Lo primero que llega a la mesa es una delicada miniatura: hamburguesa de ternera, un buen bocado que sabe a tradición renovada porque el pan es merengue de tomate, crujiente y sabroso, el filete está crudo y los aliños son más aromáticos. 

El taco de caballa a la llama y jalapeño mezcla los crujires de un taco, que los mexicanos llamarían tostada, con un pescado maravillosamente temperado y con las alegrías de un suave picante que se completa con pequeños trozos de aceituna gordal y un buen caldo de lo mismo. 

Sin embargo, la mayor audacia llega con el plátano y chorizo de montaña que agrega a esta de por sí arriesgada mezcla los toques cítricos del yuzu. Y además, queda muy bien. Un bocado delicioso y nada convencional. 

El buñuelo de panceta juega con los recuerdos de un buñuelo de chocolate aunque no lo es. El panecillo de trigo al vapor se rellena de panceta y se rocía, y este el culmen del plato, con una salsa densa y golosa con algo de dulce. Como se come con la mano, pedí una cucharilla, porque tanto sabor era de aprovechar. 

Lástima que el arrojo naufragara en pasión y bacon, un bocado demasiado graso y empalagoso, porque el sabor del bombón de fruta se baña en una espesísima reducción de bacon solo apta para los muy amantes de las grasas duras. 

Tampoco la ensalada de quisquillas y berberechos está entre las grandes recetas de Aranda. Conceptualmente nada que objetar, además el plato es vistoso y la espuma de limón lo remata bien, pero los sabores carecen de equilibrio y la textura de la pasta no es la más agradable. 

Y hasta aquí las objeciones porque las tripas de bacalao es un plato sobresaliente y por eso hasta les hice un vídeo gastronómicomusical. Se trata de una especie de pilpil revisitado al que se añade un golpe de aceite para que tome un cierto aire de fritura. La gelatinosidad de las tripas se mezcla con sopa y crujiente de tripas, cebolla holandesa crepitante y unos filamentos de ito togarashi. ¿Como se quedan?. Todo el plato es una explosión de sabores excitantes e intensos. ​​​


Del risotto de celeri también me gustó todo. Escondido bajo una piel de leche es en realidad un falso risotto de colinabo sumamente suave y además muy aromático gracias a las deliciosas trufas de verano. 

El salmonete y azafrán es un gran plato de pescado, sobre todo  por el punto del salmonete que se hace al wok, pero no a la oriental, sin que las llamas toquen el pescado, sino a la peruana, exponiéndolo a las llamas, lo que permite un sellado perfecto que mantiene un interior jugoso y poco hecho. Es un acierto combinarlo con leves toques de aire de naranja, crema de azafrán y colinabo porque no le restan un ápice de sabor sino que lo realzan. 

También goza de un punto certero el ciervo y remolacha. La carne está jugosa y sobre todo tierna, cosa que no siempre sucede con estas piezas de caza. Se acompaña además de con la remolacha de un chispeante tomate de árbol, de cacao y ruibarbo

Para hacer un buen menú degustación, no sólo vale trufarlo de buenos platos. El equilibrio entre ellos y un cierto sentido de conjunto es fundamental. Por eso, optar por el frescor después de este festival de sabores intensos es un acierto. La piña, anís y melocotón es una composición fresquísima y llena de frutas sabrosas, que se enriquece con apio y algo de chile,  en un juego de texturas y contrastes sumamente logrado. 

El gazpacho de fresa y frutos rojos cumple la misma función pero esta vez con los más intensos sabores de los frutos rojos mezclados con granizado de malvas y aire de pimiento rosa que además, nos devuelven al bosque, a la caza y al plato del ciervo


Javier Aranda ha vuelto a arriesgar porque junto a este Gaytán mantiene La Cabra intacta y con sus dos propuestas, pero de seguir así habrá ganado. Además, tras una efímera pero poderosa fascinación por Oriente, ha recuperado sus más intensos sabores, perfeccionando su gran cocina manchega pasada por la vanguardia y trufada con técnicas y sabores de todo el mundo. Así que vengan a Gaytán -donde este menú cuesta 70€- y no pierdan de vista a Javier Aranda que, a fuerza de tesón, humildad y creatividad está lleno de futuro. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Menú del día en Ambrosía

Conocí Santiago de Chile en los noventa. Era entonces, como ahora, una gran ciudad asentada en un apacible valle rodeado de enormes cordilleras, casi siempre nevadas. Esas inmensas paredes escondían una urbe parada en el tiempo, o eso me pareció. Algo así como una elegante y vetusta capital de provincia de los años cincuenta con sus plazas abarrotadas de niños con globos, la banda tocando pasacalles a la salida de misa de doce, tranquilos paseantes contemplando la vida y un gran conjunto de edificios oficiales de estilo racionalista, decó o sencillamente afrancesado. Todo discurría en torno a las plazas donde se hallaban, y se hallan, el gran Palacio de la Moneda o la impasible catedral. Calles comerciales, sucursales bancarias, restaurantes y el mítico y muy elegante hotel Carrera, convertido hoy en Ministerio de Relaciones Exteriores

Tras la aparente inmovilidad, un pequeño germen empezaba a corroer aquel ajado cuerpo y la ciudad se estaba ya esfumando, desplazándose hacia zonas de grandes avenidas y enormes edificios de acero y cristal, nimbados de ventanales y con vestíbulos aptos para titanes. Durante los años siguientes, esa neociudad creció desmesuradamente y ya nunca tuve que volver al centro, porque casi nada ocurría en él. Sin embargo, he vuelto estos días para comprobar que todo sigue igual. Si acaso está aún más marchito, sus edificios colosales más grises y sus árboles algo más polvorientos. Convive pacífico con esa gran ciudad, reciente y reluciente, de largas avenidas ajardinadas y enormes torres cubiertas de espejos y rematadas con afilados cuchillos que apuntan al cielo. No obstante, ambos mundos se ignoran y parecería como si nada hubiera pasado entre los cincuenta, cuando el viejo Santiago empezó a languidecer, y los albores del siglo XXI hogar de toda la novedad. Hasta los pobladores de una y otra ciudad parecen distintos, decididos, modernos y ricos unos, lentos, abatidos y menos prósperos los otros. 

Es a ese otro Santiago al que pertenecen los nuevos buenos restaurantes que aparecen en las revistas y hasta en los 50 Best, si bien lo que le da encanto a Ambrosia es que parece reunir ambos mundos, porque se encuentra en un pequeño chalé del barrio de Vitacura donde los rascacielos dejan paso a construcciones más pequeñas. La casita está en una escondida calle llamada Pamplona y rodeada por un bello jardín en el que menudean las flores y las plantas acuáticas, los recoletos rincones y unos árboles ahora dorados por el otoño. 

Aunque acudía atraído por su fama, no pude experimentar con libertad la cocina de Carolina Bazán, su cocinera, porque la carta solo está disponible de noche. A horas de almuerzo solo hay un menú que cambia todos los días. Hay varios platos de cada grupo para elegir y cuesta poco más que una sola de las entradas de la carta nocturna: 17.000 o 19.000 (22/25€) pesos dependiendo que incluya o no copa de vino. 

 

Para salirme algo de la norma empecé con un excelente Pisco Sour. Como entre tanta austeridad no hay aperitivo, me lo tomé con un esponjoso y dorado bollito (nunca mejor dicho) de pan acompañado de mantequilla con merquén (ají ahumado) y seta de limón. Una curiosa y sabrosa mezcla de sabores cítricos y levemente picantes superponiéndose a la mantequilla. 

Podía haber tomado entre otras cosas sopa de habas y menta, ensalada de cítricos o ceviche pero me aconsejaron la mozarella con agua de tomates y creo que acerté porque es una sencilla manera de reinterpretar un clásico con esas dulces aguas de tomate y un leve aliño. Todo es suavidad y sensibilidad con un resultado tan fresco como colorista. Casi sin hacer nada. 

Menos suerte tuve con la pesca del día (robalo austral) cuscús, puré de zapallo (una calabaza sudamericana) butternut y verduritas. No es que fuera una mala receta y de hecho los nuevamente leves y herbáceos acompañamientos eran deliciosos, pero el pescado carecía de gracia y estaba muy muy hecho. Habrá que decir en descargo de Carolina que, fuera de los países herederos de la tan denostada entonces nouvelle cuisine, carnes y pescados, por no hablar de verduras, se cocinan hasta la extenuación. 

Todo iba bastante bien hasta el postre que tardó una media hora en un restaurante que estaba semivacío. Quizá fuera casualidad, pero ni quiero pensar en el ritmo con la casa llena… Los postres revelaban una cierta propensión a la repostería clásica (mousse de chocolate belga, tarte citron, ganache de chocolate blanco) así que me dejé llevar y opté por un clásico entre los clásicos, la Pavlova y hay que reconocer que tras el traspié del pescado y la espera, el resultado fue excelente: un merengue crujiente y esponjoso por dentro acompañado de unas frutas rojas deliciosas perfectamente maceradas. 

Con las limitaciones dichas, no puedo juzgar con justicia a la chef pero sí decir que en todo se atisba delicadeza, buen gusto, una clásica formación y una renovación tranquila y sin excesos que hace muy interesante al restaurante, al que espero volver para probar sus mayores complejidades y saber también si los dos Santiagos siguen divorciados. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

El chef políglota 

 

 Dice uno de mis lectores más atentos y avisados que se nota mucho la emoción que me produce un restaurante, la comida o su entorno por el diferente grado de inspiración que me provoca. Tiene toda la razón y de ahí que algunos posts resulten más “literarios” que otros. Así que ya les anticipo que este estará entre los que tienen más de prosa que de verso. No es que Pink Monkey me haya disgustado, todo lo contrario, pero su vocación canalla -lo dicen ellos- y su ambiente informal no despiertan a las musas. Aunque está situado en la calle Monte Esquinza, una de las más elegantes de Madrid, residencialmente hablando, se trata de un restaurante informal con toques de cierta elegancia y que, al menos, tiene servilletas de tela, algo cada vez más infrecuente y que debería permanecer como vestigio antropológico, una vez desterrado ¿definitivamente? el mantel. El lugar es muy bonito pero se parece demasiado a todos los demás. No sé si es que los encargadores quieren copiar o es que los decoradores los hacen en serie y mirándose siempre unos a otros.

    La cocina de Jaime Renedo, el afamado y algo sobreestimado chef de Asiana y Asiana Next Door, es lo que verdaderamente tiene un interés mayor porque se compone de excelentes platos del sudeste asiático, pasados por tamices peruano mexicanos que la mejoran aún más. Es como un hermano pequeño de Sudestada pero igualmente atractivo. Los ajíes, los chiles de diferente picosidad y el pico de gallo se mezclan con jengibre, wasabi o sofrito chino en deliciosas combinaciones.


 Los nemtom vietnamitas de cerdo y cangrejo se sirven, como mandan los cánones, entre lechuga y diversas hierbas, como la menta y la albahaca. Se acompañan de una buena salsa agridulce que los remata.

  
También es excelente el kebab indonesio que se esconde en una tortilla crujiente y se adereza con nata. Tiene mucho de taco mexicano y la carne de cordero es tierna y sabrosamente especiada. La salsa de chile dulce, casi una mermelada, es suculenta.

  
 Menos conseguidos están los dumpling de gambas –hoy no tenían los de carabinero que eran los que yo quería- porque la masa es demasiado gruesa y basta. Relleno conseguido, arriesgada combinación de trozos de tuétano con sofrito chino y un resultado mejorable, especialmente si se refina la pasta.

 La presa laqueada es uno de los pocos platos no picantes de los que llaman hits asiáticos reinventados –los que lo son, tampoco lo son tanto- y resulta agradable por sus toques de jengibre y lemon grass. Por cierto, mejor saber inglés porque la carta tiene más de este idioma que del nuestro. Cosas del muy cosmopolita y al parecer políglota cocinero…

 Si bien sólo probé la presa, a mi me tocaron los noodles con ternera (chili garlic beef noodles), una buena receta pero que está embebida en un exceso de salsa. Los sabores dulcepicantes, las verduras y la excelente carne permitirán conseguir un excelente plato cuando se reduzcan las partes líquidas.

 Así como las entradas son más escasas, los segundos son muy abundantes, mucho, por lo que la prudencia aconsejaba compartir postre y así fue: pannacota de chocolate con chile. Ya he dicho que poco me gusta la cocida consistencia de la pannacota pero en esta ocasión la intervención del chocolate le aporta consistencia y el chile dulce toques crocantes y exóticos. Un sencillo, bien pensado y muy buen postre.

  El servicio es amable -aunque faltaban platos y vinos-, el ambiente, compuesto por una clientela sofisticada y joven, es elegante y sumamente cool y la comida diferente, sabrosa y perfecta para todos los que quieren salir de los restaurantes de moda de cada día.

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Del más es menos al menos es más…

Me quejaba hace apenas cinco meses de que La Candela Restó naufragaba en la complicación. También decía que era un restaurante más que notable que si corregía errores, podía ser uno de los que protagonizara el relevo de la anterior generación de Freixas y Ronceros. Sin embargo adolecía de gran confusión intelectual y hasta de esa clase de exhibicionismo culinario que obliga a mostrar todas las técnicas y el conjunto de los conocimientos. 

Para mi sorpresa, cuando publiqué el artículo Más es menos y sus correspondientes tuits, el cocinero, lejos de enojarse, en cierto modo me dio la razón. Aunque solo fuera por eso, le debía una visita, pero mucho más porque el lugar me gustó y merecía una revisión. Afortunadamente no he dejado pasar más tiempo porque me habría perdido grandes cosas y es que en tan breve lapso los nuevos platos han suavizado los excesos, simplificado las mezclas y aclarado los conceptos. Por si esto fuera poco, la técnica está presente en todo, pero sin alardes presuntuosos. 

Como ya les hablé de los detalles decorativos, les hice un prólogo que sigue vigente y además pueden ver aquel artículo  tan solo pinchando sobre el título que está más arriba, me dejo de pormenores y voy al grano del menú degustado, el más corto esta vez, el de seis deliciosos platos y 53€, precio excelente y que espero que mantengan, porque cada vez que se ensalza este esfuerzo los cocineros parecen sentirse minusvalorados y lo suben, a veces hasta un 50% de un día para otro, como ya hizo La Cabra. Craso error, porque la relación precio calidad continúa siendo esencial y los altas cuentas privan de esta experiencia a muchos verdaderos aficionados. 

Los crujientes (a la manera del pan de gambas chino) de alioli, bravas, arroz y camarón, continúan siendo tan sencillos como brillantes y las mezclas con tinta o ajo, chispeantes, si bien el más sobresaliente es la finísima y crujiente lámina con sabor a pimentón picante y patatas bravas, todo un plato lleno de sabores que aquí se concentra en un suspiro gustativo.  

 A pesar de haberlo visto ya, sigue sorprendiendo el tronco de árbol sobre el que se encabalgan los aperitivos más vistosos, ahora renovados. Permanece el perfecto cucurucho de steak tartar pero el bombón, ahora de lengua de ternera, es mucho más fino que cuando era de manitas y la esferificación de leche de tigre, no sólo es bella sino que parece el alma de un ceviche perfecto.  

 El ususzukuri de corvina no ha cambiado en absoluto y es justo que así sea porque es un plato redondo. Cierto que el corte del pescado (algo grueso) lo acerca más al del sashimi, pero la ensalada de flores y verdolaga y la salsa ponzu le dan un toque único y refrescante que une la sencillez de los ingredientes a lo complejo y arriesgado de la idea, justo lo que esta cocina necesitaba.  

   Lo mismo sucede con la gyosha que ahora se prepara con un gran caldo dulcepicante de intenso sabor a carne y rematado -toque brillante- con una esferificación de yogur que lo aligera y refresca al instante.  

 Sarda, codium y foie es un pedazo de un tipo de túnido, levemente hecho y muy jugoso, que se mezcla primero con polvo de aceituna y después con la crema de la potente alga (codium) que, para mí, ganaría mezclada con tirabeques o guisantes a la manera de Ramón Freixa. Contrasta la suave carne con el crujido de la alfalfa frita y se remata el plato con una bolita de foie sobre una hoja de begonia que, a pesar de no tener mucho que ver con el resto, resulta un contraste agradable e ingenioso.  

 Guiso y sashimi de paloma es excelente. Las lonchas levemente ahumadas en brasa de pino, a pesar de poco hechas a la manera actual, no tienen ese sabor a crudo del que pecan estas aves las más de las veces. Se mantiene su pureza pero enriquecida. Los rollitos de berenjena rellenos de su carne son simplemente extraordinarios y llenos de sabor a caza y huerta; por eso recuerdan a otros maravillosos de perdiz que Arzak le dio a probar, en otros tiempos lejanos, a la Reina de Inglaterrra en el Palacio de la Moncloa.  

   Versión cárnica de la anguila es otro hallazgo casi sublime. A pesar de no entender por qué no antecede a la paloma dada su condición más suave, no hay nada que se le pueda criticar, ni el intenso caldo cárnico, ni la crema de coliflor, ni el crujiente de piel de pollo que la anima. Un plato sorprendente y delicioso que viene con sorpresa final: 

 Ginebra eléctrica, un caramelo líquido -acompañado de una flor de hinojo de intenso sabor a anís- que llena la boca de frescor helado durante varios minutos, exactamente igual que cuando uno toma de esos fuertes caramelos de eucalipto o menta que entran por la boca y salen por la nariz.  

 El tomate de tomillo, parmesano y albahaca está más dulce que en su versión anterior por lo que es un postre a gusto tanto de dulceros como de los no tanto. Las texturas denotan gran maestría y la belleza es cautivadora.  

 Los petit fours son bocados excelentes, como el ortodoxo pastel de limón, o muy sorprendentes porque otros llevan azafrán, wasabi o chile, tal y como hacen los mexicanos para alegrar (¿?) los dulces infantiles. 

  Ahí se acababa el menú pero vi en otra mesa un plato irresistible y como dice la palabra… no me pude resistir al bun de Masala y choconaranja, un excelente panecillo chino con el que esté chef siempre se luce, relleno de intenso chocolate y acompañado de toques de naranja y de la crujiente alegría de unas almendras garrapiñadas.  

   No se deberían perder esta dirección cada vez menos secreta, porque está muy en alza y hasta quizá algún día -cuando los de Michelin sean menos rácanos- le den una estrella. Aun con los pacatos criterios que usa con España la merece sin duda porque, si le aplicara la liberalidad con las que las reparte en Francia o Japón, quizá le darían dos!

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Restaurantes

Estrella de México

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0881.jpg

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0875.jpg

Que la cocina mexicana es una de las más ricas y variadas del mundo es algo más que sabido. La eclosión en el país de una excelente cocina burguesa, que tomó de lo español y de lo indígena aprovechando una enorme variedad de productos, permitió la creación de una gastronomía totalmente original y única. Alguien dijo que sólo en aquellos países en los que una fuerte burguesía se dedicó a cocinar, se consiguió crear una comida propia de verdadera altura, porque las clases altas estaban demasiado seducidas por la cocina francesa y las bajas, bastante tenían con sobrevivir y conseguir el alimento de cada día.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0871.jpg

Por esta excelencia, porque en Madrid nunca ha habido un gran restaurante mexicano – a pesar de los esfuerzos de Entre Suspiro y Suspiro– y por la moderación de los precios (esto ya es cosa del pasado), el éxito de PuntoMx fue inmediato. Ese fervor del público, que continúa, se ha visto respaldado con una estrella Michelin muy merecida, otorgada en el último reparto.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0872.jpg

Procedente de los fogones de una gran casa particular, el chef Roberto Ruiz, ha enriquecido su cocina con quesos y carnes españolas, pero sin dejar de ser absolutamente mexicano. El local es sencillo y sobrio, con apenas unos toques de barroquismo mexicano que sirven para contextualizar su cocina, pero que no la ahogan con colores chillones y estridencias innecesarias. La sopa de tortilla es excelente y con un leve punto picante que a nadie debe inquietar.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0878.jpg

El guacamole es un imprescindible de esta casa y se prepara ante el cliente, que puede solicitar más de sus acompañamientos y condimentos (cilantro, chile, cebolla, sal y limón), por lo que es imposible que no esté a su gusto. Por eso, y por la bondad de todos sus componentes. El punto de picante en que lo sirven es suave y moderado.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0874.jpg

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0873.jpg

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0877.jpg

Todo lo contrario que las enchiladas de carnitas de pato con salsa de pipián verde, un hermoso plato de color brillante, al que el sabor del pipián da un toque potente que combina perfectamente con la rotundidad del pato. Los sensibles al picante deberían abstenerse.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0876.jpg

Los tacos de chorizo verde, queso San Simón y salsa molcajeteada (hecha en molcajete, el mortero de piedra volcánica que usan los mexicanos para machacar) de chiles toreados, tienen un delicioso sabor a chorizo convencional pero, en este caso, a uno desconocido para nosotros porque es verde, gracias al uso en su condimentación de diferentes chiles. El acompañamiento del excelente queso gallego elegido es todo un acierto y es tan delicioso como la salsa del molcajete.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0882.jpg

Lo mismo sucede con los tacos de buey gallego con salsa norteña. Aquí predomina el sabor de una carne sobresaliente, madurada durante noventa días y cuya intensidad aguanta perfectamente la salsa que los enriquece.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0884.jpg

No es fácil encontrar, ni siquiera en México, el tuétano asado, al menos uno tan excelente como este. También se come en España, pero aquí le faltan las tortillas o algún aditamento que le reste grasa -ya lo comentamos al hablar de La Tasquita de Enfrente– por lo que resulta demasiado empalagoso. Por eso aquí, la mezcla con la tortilla y la ensalada de hierbas lo aligera y mejora notablemente, convirtiéndolo en un plato sobresaliente.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0883.jpg

Para acabar hay algunos postres, pocos, pero es que ese es el punto más flaco de esta cocina llena de sabores y matices, pero de pocos dulces notables. La cajeta (dulce de leche) en tres texturas es agradable, pero sólo apta para los muy golosos porque es tremendamente empalagosa y ello a pesar de estar suavizada por polvo de pistacho, obleas crujientes y una crepe.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0880.jpg

Así acaba una excelente cena en un lugar imprescindible, el único mexicano con estrella de Europa, un maravilloso embajador de su cocina, con servicio abundante y profesional y multitud de detalles que justifican un elevadísimo precio.

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/835/64359798/files/2014/12/img_0879.jpg

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Restaurantes

BORAGó y las trampas del nacionalismo

El luteranismo, que empezó como reacción a los excesos del catolicismo, siempre fue una regla estricta frente al tierno folclorismo del cristianismo del sur. Aunque haya evolucionado hacia una admirable tolerancia en todos los aspectos, ha dejado en las sociedades nórdicas, tan liberales en tantas cosas, una enorme afición al dogma. No por casualidad, así se llamó el movimiento cinematográfico (Dogma 95) que, en pleno auge de la modernidad tecnológica, abogaba por el sonido directo, la cámara al hombro, los escenarios reales y toda una serie de anticuadas limitaciones que recordaban a los obreros ingleses destruyendo las primeras máquinas porque, pensaban, acabarían con toda clase de empleo. El movimiento, también llamado Voto de Castidad, ha impregnando otras formas de creación como la cocina, llenándola de absurdas limitaciones conceptuales. Claro ejemplo es el restaurante danés Noma cuya influencia ha cruzado océanos.

Por eso, lo primero que llama la atención del chileno BORAGó (quinto mejor restaurante de Iberoamérica según la lista 50 Best) es su apabullante desnudez, apenas disimulada por una gran cristalera cuajada de plantas. Su estilo se podría definir como rústico/industrial, algo a caballo entre un rancho y un destartalado galpón de un puerto cualquiera. Mesas de tosca madera sin mantel «adornadas» con una piedra volcánica y apenas un vaso, reciben a la concurrencia.

IMG_5916.JPG

Mesas auxiliares cubiertas con piel de oveja aportan el toque agropecuario. Sin embargo, el local no está lleno de ganaderos sino de una pintoresca mezcla de…

IMG_5911-0.JPG

extranjeros confundidos y autóctonos informales, un reino de descamisados con gafas de sol en la cabeza, algo que pensábamos que ya solo se veía en Benidorm. Algunos despistados, los más elegantes, aparecen con chaqueta desestructurada y pantalones color vainilla. Ellas con lingerie y vaqueros, pero lo que predomina es el estilo Tony Manero en día de diario, no en sábado noche cuando se enfundaba en su inolvidable traje blanco.

Todos vigilan y son vigilados desde una cocina abierta, no muy bonita y atestada de cocineros. O ellos son demasiados o la cocina es tan pequeña que casi tropiezan los unos con los otros en un ballet confuso y algo torpe que provoca, en el comensal, una cierta sensación de angustia.

IMG_5914.JPG

La cocina endémica que practican refleja los peligros del nacionalismo. Usar -y reivindicar- los productos de la tierra es loable pero, llevado al exceso, como aquí ocurre, limita enormemente las posibilidades del cocinero y obliga a renunciar a grandes productos accesibles en todas partes del mundo. Si las trufas de Alba son excelsas o los quesos franceses eximios, ¿por qué renunciar a ellos?, ¿por qué no mezclarlos con lo mejor de lo chileno para que todo brille y se exalte mutuamente? Por suerte, la cocina de BORAGó es buena y original y ello le salva, pero mucho ganaría con el mestizaje y la fusión.

Solo dan cenas y se sirven dos menús: corto de seis platos (unos 88€) y largo de 10 (116€). Ambos se pueden combinar -jamás diré maridar- con vinos o jugos e infusiones.

Empecé con un pisco sour de maqui, una baya típica que le da un bello color rojo y un potente aroma. Con él llega un pan blanco corriente envuelto en una bolsa y un cuenco de pebre (ají, pimentón, tomate) de tinta de calamar muy bueno, que ha de untarse en el pan. Versión chilenopopular de la mantequilla de Soria.

IMG_5919.JPG

Un chardonnay patagónico -de carácter milagroso, porque solo huele pero no sabe a esta uva- es servido con el crudo de ciervo con torta de patata chiloé, hojas de cenizo y polvo de maqui, un plato que parece un elegante jardín oriental en el que el ciervo resulta bueno y sabroso.

IMG_5921.JPG

Con el anterior acaban los platos de estética aceptable porque, digámoslo ya, el chef Rodolfo Guzmán no ha sido llamado por el camino de la estética. No es que todos los platos sean horrorosos, pero digamos que oscilan entre lo agradable y lo intolerablemente feo. El chupe de hongos silvestres y hoja de rábano deshidratada en vinagre de manzana, pertenece al primer grupo y mezcla hábilmente texturas cremosas, crujientes y blandas. Lo acompañan de un Syrah de clima cálido. Suave, más espeso.

IMG_5924-0.JPG

La crema de salicornia y navajuelas, oxadys carnosa y galleta de tinta, tampoco es fea, rebosa intensidad y está algo salada, pero los sabores marinos de la salicornia, hierba marítima que no marina (porque es de playa) le confieren un gusto diferente y delicioso. La combinación vinícola, es más sensata que las anteriores (blanco con ciervo, tinto con hongos suaves): un Sauvignon Blanc con Muscat -aunque no lo diga- del sur de Chile que peca de ácido. Se podrá decir cualquier cosa del sumiller, pero no que es convencional y conservador.

IMG_5927-0.JPG

El congrio frito con puré de porotos (alubias grandes) pallares y caldo de cochayuyo (alga), no solo es un plato repulsivamente feo, es que además resulta imposible comerlo con naturalidad, porque el puré cubre una gran piedra de verdad y para desnudarla solo nos permiten una cuchara (también de piedra) y un cuchillo. El vino, adecuado. De las zonas centrales del país, es un Pinot Noir con 12 meses en barrica.

IMG_5930.JPG

IMG_5933.JPG

Acaba la primera parte con una tierna y sabrosa carne (morcillo) de Parral con galletas de leche de la misma vaca y rama de espino. La rama es rama, como la piedra era piedra, un palo que se cuela en el plato como la piedra en el anterior. Un excelente Cabernet de Santa Rita 2010 hace olvidar ambas extravagancias, totalmente carentes de sentido. Pero aún quedan otras…

IMG_5934.JPG

Porque ¿qué es si no llenar un plato, de atroz fealdad, con helado de hongos de pino y elementos de dulces típicos chilenos deconstruidos, «adornándolo» con una serie de ramas de pino que lo ocultan todo? Ponerlo con un Malbec es un disparate total por muy pocas botellas que se hagan de este vino. Lo antiestético de la foto muestra como la presentación rivaliza con la de la piedra.

IMG_5940.JPG

Para hacernos olvidar con la embriaguez, llega después un maravilloso moscatel de 5 uvas que combina con nalca (tallo comestible) rellena de cremoso de leche y helado de nalca, con más nalca con limón, Terrible y claramente demostrativo de que en este restaurante no les gusta el dulce.

IMG_5944.JPG

El final es una galleta medicinal de macarrón de menta con nitrógeno líquido que escapa por la nariz. Lo mejor del plato, el polvo de cacao que lo adorna. Seguramente porque nuestro paladar necesita algo dulce.

A pesar de todo, la experiencia vale la pena. Ignoro si el cocinero es muy joven. Espero que sí, porque tiene ideas y madera y, siendo joven, con la madurez podrá dejar el radicalismo de la cocina comprometida y de dogma (la literatura dejó de serlo en los 70 y el cine hace diez años al menos) y podrá cultivar el buen gusto y el mestizaje. Mientras tanto, habrá que alabar su labor de investigación, su originalidad, su osadía y el amor por su tierra. Lo cual… no es poco.

Estándar