Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Los laureles de Paco Roncero

Ya sé que estarán pensando que voy a hablar de Paco Roncero como cocinero laureado cuando no es así, porque en mi opinión, a la vista del menú veraniego de su Terraza del Casino, ha pasado de la corona de laurel a dormirse en los laureles. Lo achaco a su condición de estrella con programas de TV en España y Colombia, restaurantes en varios países, bares de tapas, catering, asesorías diversas y hasta numerosas campañas publicitarias. Y sé que grandes expertos como Rafael Ansón, recuerdan que genios como Robuchon jamás están en sus restaurantes y en todos se come bien, que Jeff Koons tampoco moldea sus esculturas, pero no todo está al alcance de cualquiera. Quizá sea un prejuicio -servidumbres de la fama- pero a mí el menú de Paco me ha parecido una faenita de aliño, corriente corriente, llena de destellos de genio, eso sí, como su manejo de las texturas y las temperaturas -en el que sigue siendo único-, pero nada enamora, ni casi nada persistirá en el recuerdo, como pasa siempre con la belleza -y el placer, añado yo-, al menos según el sublime Whitman. Si siguen leyendo sabrán por qué.

Al principio, todo es esperanzador, las más bellas vistas de Madrid, lo tibio de la noche estival, las cúpulas y los torreones encendidos por el sol poniente, la suave música, el servicio amable, profesional y perfecto… Hasta el cóctel de bienvenida, una agradable mezcla de cava y flor de saúco. Tampoco está mal el aceite del olivo milenario que cautiva por su presentación, fuertes sabores (arbequina, cornicabra, hojiblanca y picual) y variadas técnicas que van desde el bombón líquido a la eterna esferificación de aceituna de Adriá, mil veces remedada. También Roncero se copia a sí mismo porque todo esto lo conocíamos ya.

Lo mismo ocurre con su agradable pizza carbonara que ya ha servido en muchos menús con pequeñas variaciones. Es fácil, crujiente y a cualquiera le gusta con sus sabores a trufa y queso.

Los buns de chilicrab están deliciosos. La masa bastante conseguida (ya saben que opino que pocos cocineros españoles le dan el punto a los bollitos orientales), el cangrejo me encanta y la salsa picante resulta untuosa y envolvente. Lo que no sé es si este es un plato para un dos estrellas o para un chino algo refinado.

Llega después, un pequeño platillo con algo reluciente y una tetera suspendida que parece de Alicia en el País de las Maravillas. El plato, uno de los hitos de la noche, contiene la técnica de moda, una bella multiesferificación de ensalada César sabiamente ejecutada y llena de brillo y sabor.

Bajo la tetera, un cornete de pato lacado bastante sabroso y un rollito de aguacate que envuelve un bocado de una buena cochinita pibil. Después lo que llaman té moruno de hibiscus y que es la clásica agua de Jamaica de los mexicanos levemente especiada.

El ajoblanco con melón y yuzu es también un clásico del cocinero, sea con cigala o de este modo. También lo ha trabajado en forma de vichysoise y gazpacho. Es una agradable helado de ajoblanco, esta vez con melón y algunas almendras tiernas, también con un ligero toque de yuzu. Me encanta pero ya no sorprende.

El tomate mozzarella devueleve a los mejores platos de Roncero gracias al hábil juego de texturas y temperaturas con un polvo helado del queso que resulta delicioso y combina sorprendentemente bien con las quisquillas.

Es el momento en que llega el pan, momento mesón, porque este se presenta en pequeñas rebanadas embutidas en un cuenco plateado que se dejan en la mesa. No se ven los panes, no se ofrece elección al comensal y ¡así se ponen en un dos estrellas que yo dije que debería tener tres!

Más densa resulta la kokotxa al pilpil de curry que se suaviza con algo de puré de espinacas. es una receta interesante y creativa pero que me pareció algo grasa, cosa nada rara porque siempre me lo parecen hasta las clasiquísimas kokotxas al pilpil.

El bogavante con panceta glaseada en salsa thai es una preparación que respeta el sabor del crustáceo, sabe a Tailandia y tiene sabroso toques de sésamo y setas. Es muestra de la cocina viajera del chef que ya nos ha llevado por este país y por China, México, España claro, Italia, etc

Muy correcto y nada excitante es el lenguado a la mantequilla negra. Es aparentemente clásico aunque no tanto y se anima con notas cítricas y poco más.

Roncero domina las carnes y la caza. Aún recuerdo su perfecta royal de gallo y este civet de conejo, foie y cacao, estaba a gran altura por su salsa densa y llena de matices y por el excelente punto de la carne. En todo lo que hace se nota la manos de un buen cocinero, así que no quiero que se me malinterprete. Estamos ante un grande, eso sí, con crisis de ideas, pereza o falta de tiempo. Y aún no hemos acabado.

El final no hace más que empeorar las cosas. El postre Asia dulce tiene especias tailandesas, fruta de la pasión, mango, algo de coco y hasta mangostán. Es refrescante y agradable pero muy banal.

Sin embargo, lo que más me decepcionó fueron las fresas con nata, un postre muy interesante pero que a fuerza de repetirlo resulta muy cansino y prueba evidente de este menú del pasado que solo se salvaría llamándolo de clásicos porque es repetición tras repetición. El mismo Paco lleva haciendo estas fresas años -miren mis posts del pasado, por ejemplo Top Chef– y sus imitadores el mismo tiempo.

Ahora bien, lo que me remató fueron las mignardises, si antes servidas en uno de los carros más suntuosos que he visto, ahora lo son en una toldilla de plástico que parece la que los Clicks de Famobil se llevan a Benidorm. Entiendo los cambios para mejorar, pero para lo contrario son un disparate. No exagero, miren las fotos…

Antes

Después… Toldilla de los clicks

Sigo admirando a Roncero, pienso que es uno de los grandes y si no he salido contento de esta experiencia es porque lo comparo consigo mismo y con los de su nivel. Si fuera más generalista, les diría que la cena es buena y que vale la pena, especialmente si no conocen o han probado poco su cocina. El lugar sigue siendo maravilloso, el servicio perfecto y la experiencia recomendable. A no ser que se acuerden de cómo es Paco cuando está en vena.

 

 

 

 

 

 

 

 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

47 Ronin y los haters de Floren «el Pendenciero»

Debo este post a la cortesía de Floren Domezain. O quizá debiera decir a la descortesía. Resulta que animado por la insistencia de algunos amigos me decidí a realizar una visita tranquila a este restaurante, famoso por sus lechugas. El concepto, bullicioso, clasicorro y abarrotado no me interesaba mucho, pero allí me planté un dorado domingo de Julio a las 13.55 de la tarde o sea, a horas muy tempranas dados nuestros estándares horarios.

Aunque solo conocía los comedores de fuera, pronto comprobé que son muchos y, aunque el restaurante estaba aún vacío, nos condujeron al último, un espacio que si no fuera por el éxito del local dedicarían a otros menesteres y que no olía muy bien. Nada más ver nuestra mesa essquinada al lado de la puerta, pedí un cambio que la esquiva hostess no me concedió. Como tenía día de tragaderas anchas, me callé y lo intenté con altura de miras, pero cuando me vi junto al codo de mi vecino y con el pico de la mesa en el estómago, volví a internarlo, después de abandonar en la horripilante mesa un inquietante paño de nylon rojo que me habían entregado. No sé si para ponérmelo al cuello pero sí sé que por ser San Fermin. Volví a intentarlo en vano. Todos los otros comedores estaban vacíos aún, pero insistieron que todas las mesas estaban reservadas -como la mía, claro- por lo que la única explicación es que o los clientes habituales reservan una concreta porque ya saben del comedor mazmorra o porque solo dan este a los nuevos.

El caso es que di las gracias, nos fuimos y gracias a eso disfrutamos de una estupenda y tranquila comida en 47 Ronin, que casi se me atraganta, porque cuando conté en Instagram lo referido hasta ahora, el Sr. Domezain en persona me mencionó en un comentario en su perfil personal poniéndome de hoja de perejil. Hasta ahí más o menos normal, aunque no sé si un profesional que se debe al público, como yo también, puede ser tan emotivo, activo y primario. Sin embargo, lo más sorprendente es que sus muchos fans se transmutaron automáticamente de respetables seguidores en verdaderos haters dispuestos a despedazarme. De golfo -una estrella del telecotilleo dixit- a ignorante hubo de todo. Ni siquiera microinfluencer que es lo que soy. Cosas mucho más fuertes como respuesta a la respuesta, porque pocos leyeron siquiera mi comentario, lo que significa que todos llevamos un troll en nuestras profundidades. En fin, que me parece que no verán por aquí a Floren el Batallador. O quizá si, pero antes, si tan medieval es, habrá de hacer su camino de Canosa

Aún así valió la pena la visita a 47 Ronin, un lugar del que ya debería haber hablado antes, pero el haber ido siempre con amigos de la casa me lo había impedido. Quizá todo era efecto de esa causa, aunque no me parecía. Y así no era porque en esta ocasión nadie nos conocía ya que ni por tener ni siquiera teníamos reserva (cortesía -descortesía- de D. Floren el Bravo). A pesar de su opulenta y bella decoración y de su buena y original cocina de raíz japonesa no está teniendo el éxito que debía. Dice el maestro Ansón que por causa de unos precios que al principio eran más que prohibitivos. Ahora no ocurre así y se puede comer muy bien por unos 50€. Ronin ocupa un enorme y luminosísimo local que antes era propiedad de Gallery, la tienda multimarca más lujosa de Madrid -con permiso de Just One-  y que es todo cristal, techos altos y espacios abiertos. En la planta baja, un enorme y otoñal árbol de hojas ocre hace de techo boscoso.

No pedimos el menú degustación e hicimos una comida sencilla que empezó con unos excelentes canutillos de setas shitake sabrosos, cremosos y fragantes.

Las tostas de atún rojo tienen un grosor perfecto para que su toque crujiente sea a la vez frágil y contundente. Ahora todas me suelen parecer demasiado finas y quebradizas. La calidad del atún toro es excelente y muy refrescante el toque de polvo de tomate nitrogenado, es decir helado y etéreo. Un poco de coco y otro de chutney de mango hacen el resto.

El hamachi (pez limón japonés) tiene un toque de grasa que me encanta. En la boca resulta carnoso y suculento. Este se envuelve en un suave marinado de siete especias japonesas y se acompaña con unos refrescantes berros en vinagreta. Ni más ni menos para hacer un buen plato, aunque por decir algo quizá cortaría el pescado algo más fino.

Otro pescado que me encanta -otrora bastante despreciado- y no solo por su sabor sino también por su bello escamado tornasol es el jurel. En Ronin, sus filetes, perfectamente desespinados, se ahúman en roble y se sirven bajo una campana de cristal que cuando se abre deja escapar los últimos vahos del ahumado. El pescado esta excelente, cierto, pero lo que me pareció colosal fue un delicioso falso risotto de trigo  con algas y emulsión de alga nori. El sabor es magnífico pero el aspecto de los brillantes verdes mezclados con el rosa violáceo de la flor de ajo sobre un fondo de cerámica negra semibrillanfe, me encantaron.

Y para acabar, una buena carne: costillar de cerdo glaseado cuyos dulzores se matizan con su envoltorio de pak choi y se combinan con los de la calabaza. Para animar, algo de curry y un alegre golpe de cítricos, en especial kumquat.

El primer postre es también una sinfonía pero del no color, una elegante variedad de blancos para juntar coco, yuzu y un mochi crujiente que es justo lo que me llamó la atención. Mochi crujiente parece un oximorón y lo es porque el bollito en vez de hervido está horneado.

Y que mejor  colofón que chocolate: una buena combinación de varias texturas, -entre las que resalta una gran crema- y sabores, básicamente los del chocolate negro y el té matcha. Y aunque no soy muy partidario de mezclar chocolate he de reconocer que su fuerte sabor aguantaba muy bien el añadido de un buen helado de frambuesa. 

Aún quedaban unas estupendas mignardises y un tranpantojo cortesía de la casa, la cereza que es un buenísimo bombón con yuzu y espuma de champán. 

Después de varias visitas y en especial de esta última, les recomiendo sinceramente este restuarante que siempre deberá agradecer este post a Floren el guerrero!

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Casa de chá da Boa Nova

La Casa de Chá da Boa Nova, en Leça de Palmeira, junto a la colorida y acuática cuidad de Oporto, es trabajo primerizo de Siza Vieira y una de las obras arquitectónicas más bellas y discretas que conozco. Encabalgada sobre un abrupto roquedal, que la protege de las furias del Atlántico, es una elegante construcción que se integra admirablemente en la naturaleza del lugar. 

Escondida entre las rocas y abrazada por el rompeolas, es una delicada oda al océano forjada a base de cálida madera, áspero hormigón y brillantes cristales que se tragan el mar, más marcos de una marina en movimiento que simples ojos de luz. La elegancia de los materiales, el equilibrio de las proporciones y la belleza de las vistas consiguen una armonía difícilmente descriptible y pocas veces alcanzada en cualquier obra de arte. Llegar cuando cae el día y deleitarse con atardeceres púrpura que tiñen lentamente las aguas del mar, es un placer al que ningún viajero debería renunciar. 

Siempre la he visitado como el que peregrina al recoleto santuario de la doble belleza, la de la naturaleza y la de la inteligencia genial, pero solo comí bien aquí desde que Rui Paula se hizo cargo de los fogones. Ya vaticiné en ¿Ha nacido una estrella? grandes éxitos a esta cocina moderadamente moderna, bella, colorista y sabrosa. Por eso me complace tanto que ya tenga su primera estrella. 

Con una estrella, Sara Sampaio, estuve allí la última vez y ni siquiera su deslumbrante belleza opacaba las del lugar, sino que más bien las complementaba, especialmente porque ella, un ángel cosmopolita, nació a no tantos metros del lugar. 

Los aperitivos de este almuerzo comenzaron con una divertida sopa de peixe (o de pescado) que es un crujiente panecillo relleno de intensa crema de pescado realzada con las huevas de salmón que decoran y aportan fuerza. 

El cucurucho de caballa y yogur es refrescante y sabe a Mediterráneo y la hamburguesa de atún es una graciosa miniatura, si bien ganaría mucho si en vez de pan la hiciera -a la manera de Javier Aranda– con merengue de tomate, pongo por caso. Así pasaría de la obviedad al trampantojo. 

Remata un buen macarrón de sardina en el que destaca el intenso sabor de una excelente sardina ahumada. 

La entrada es un plato de remolacha en diversas texturas con toques herbáceos y crujientes varios. No hay riesgo alguno, pero todo está bien resuelto y los sabores son tan adecuados como bella la presentación. 

La anguila, ya saben ese pescado que combina bien con todo, sea manzana y foie, Berasategui style, o cualquier carne. Aquí se acompaña de ternera, una delicada croqueta de apio y algo de rábano

Más original es el lenguado porque se viste de curry y coco lo cual parecería una redundacia porque las salsas hechas con curry ya suelen llevar coco, pero no lo es, porque aquí se independiza y se añade generosamente. Además el clásico arroz se sustituye por unos tallarines cabello de ángel absolutamente deliciosos. 

Menos acertada me pareció la carne. Promete costilla de Waygu con setas silvestres y coliflor. La costilla está crujiente y sabrosa pero mezclarla con un frío tartar no parece la mejor de las ideas. La crema de coliflor acompaña bien pero el encurtido resulta demasiado fuerte por culpa de grandes dosis de vinagre. Menos mal que las migas que forran el plato tamizan su fuerte sabor. 

Los dos postres están excelentes, lo mismo el refrescante y frutal helado cítrico que añade toques ásperos de queso de cabra y crujientes de almendra, que la bella corona que remata el menú. Es esta una maravilla clásica de variadas texturas y sabores en la que el pomelo rosa quita empalago a la miel y esta endulza el amargor de aquella fruta a la que las almendras aportan notas crujientes. 

Faltan mignardises y más vistas de mar y nubes, pero ya está todo sentenciado: una buena comida que está muy por detrás de las bellezas arquitectóniconaturales pero, puestos así, solo en El Bulli la genialidad de Adriá y la belleza del mar se daban la mano. Aquí no importa quién gane porque el verdadero vencedor es el cliente que, además de comer muy bien, entrará en un museo del buen gusto, inundará sus ojos de mar y alimentará, a base de placer, el resto de los sentidos. Háganme caso, es una visita gastronómico cultural absolutamente imprescindible y qué bien vale un viaje por sí sola. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Sudestada 

Ya habrán visto que últimamente estoy revisitando muchos sitios que ya habían aparecido en este blog. La razón es doble: porque soy muy fiel a los lugares que me gustan, pero también porque los restaurantes, como entes vivos que son, pueden cambiar radicalmente -para bien o para mal- casi de un día para otro. 

Ya ni sé cuánto hace que les hablé de Sudestada. Entonces apenas tenía seguidores (aquí está el post) y esto estaba empezando. Así que para los que no me frecuentaban entonces les diré que Sudestada fue, desde su apertura en otro lugar, el favorito de Madrid para todos los aficionados a la cocina asiática, que venía ya rodado de Buenos Aires y de su barrio más cool, Palermo Hollywood y que sus creadores manejaban con maestría muchas de las cocinas del sudeste asiático y, desde muy pronto, las españolas, por lo que sus platos son el colmo de la originalidad -y la suculencia- hispanoriental

Como de todo sitio famoso se hacen muchos comentarios y alguno de los últimos no son muy positivos. Quizá no yerran los que le achacan un servicio algo más lento, pero sí todos los que no alaban su exquisita, original y variadísima comida, aunque quizá también debería decir bebida, porque su carta de cócteles es espléndida, la de cervezas muy variada y la de vinos y destilados sumamente original.

Como hacía algún tiempo que no iba, optamos por el excelente y abundante menú degustación. El aperitivo de la casa consiste en una buena sopa misu con mejillón gallego, un reconstituyente caldo plagado de hierbas y con un único y sabroso mejillón

Todo empieza con una original ensalada: yum neua con nam prick pao una mezcla de crujientes, pepitas, hojas, hierbas y polvo, a base de calabaza, cebolla crujiente, pepino, hinojo, zanahoria y un delicioso polvo de arroz negro. Un plato lleno de colores y suaves sabores. 

El shuiyiao de cerdo son unos buenísimos dumplings de trigo -creo que los mejores de Madrid– rellenos de cerdo y langostinos y acompañados de un poco de mostaza verde y otro poco de soja. Ahora se colocan sobre una fina lámina de tocino que remata la faena llenándolos de sabor. Todo es sabroso y bien armonizado. 

Los nem de crujiente y quebradizo papel de arroz se rellenan de ibérico, setas y butifarra y se aligeran de tanta contundencia con el frescor de muchas hojas, hierbebuena, lechuga, albahaca, perejil, etc. Para hacerlos aún más herbáceos, ensalada de col y zanahoria. El contraste entre lo frito y lo verde hace disfrutar del buen uso en todos los platos de las hierbas y las verduras. 

La sopa ácida tiene tiernas pochas, aterciopelados berberechos y okra frita. El caldo es de cangrejos y se anima con gotas de limequat y chile. La versión lujosa y opulenta del caldo que probamos al principio. 

Ha habido que esperar demasiado el siguiente plato, en un restaurante, eso sí, lleno a rebosar. Valía la pena, porque sigue el banquete con las samosas de trigo con relleno de garbanzo y curry y para acabar un fresco y agridulce final, un vasito de refrescante kefir de menta con unos granitos de pimienta

Uno de los platos del día era tan atractivo, tonkatsu de presa de Carrasco con mayonesa nató, que hemos pedido un cambio (normalmente sirven un gran thit noung a la brasa, o sea una buena preparación de cerdo a la brasa con mojo de cangrejo). Nuestro tonkatsu bien podría ser una receta española con su rebozado crujiente y su sabrosa mayonesa, solo que en este caso la salsa tiene una envolvente consistencia, como de queso derrretido. La carne es sobresaliente y los pequeños tomates siempre quedan bien. 

Para acabar la parte salada, un clásico imprescindible de la casa y, para mí que soy tan aficionando a ellos, uno de los mejores currys que he probado, el rojo de carrillera, una preparación densa, untuosa brillante y deliciosamente picante, abrasadora para muchos, fascinante para la mayoría. 

Los postres no desmerecen del resto y, sabiamente, son más europeos que orientales. La mandarina se acompaña de un gran bizcocho de almendras muy español, pero aquí orientalizado por el té negro y el almíbar de limequat. Para refrescar y endulzar los cítricos un helado de leche espectacular. 

El chocolate es aparentemente simple: mousse de cacao cocido, ganache de chocolate, ambos adecuadamente negros, y helado de pasas. Todo por separado arrebatador, junto sumamente excitante. 

Así que ya ven. Sudestada mantiene un envidiable estado de forma después de doce años de estar de moda, lo que parece un prodigio en una ciudad de afectos culinarios tan volátiles como Madrid, pero en realidad no lo es porque su calidad, su originalidad, sus precios razonables y su bella y sobria decoración de roble oscuro, cuero claro y brillantes espejos, lo justifican plenamente. Así que larga vida a Sudestada

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Hoteles, Lifestyle, Restaurantes

Freixa en Bogotá 

Ya saben, -porque yo se lo he contado- que siempre es otoño en Bogotá, o sea, mañanas frescas, mediodías templados, noches frías, bastante lluvia y poco sol. Sin embargo esto a nadie parece importarle. Lo que sí molesta, y mucho, a los bogotanos es la otra gran característica de la ciudad, los trancones, que es la denominación local del atasco. Así que si el clima invita al recogimiento y el trancón a no moverse mucho, qué mejor cosa que refugiarse en la comida. 

La ventaja de que la colombiana sea muy inferior en calidad a su música y a su literatura, hace que no exageren el nacionalismo culinario y se puedan encontrar cocinas de todo el mundo. Ahora también cocineros, porque los empresarios colombianos gustan de los nombres reputados y las apuestas ganadoras. Así, además del Versión Original de Paco Roncero y Cantina y Punto de Roberto Ruiz, de los que ya les hablé, se une ahora From de Ramón Freixa. 

Está situado en un bonito hotel llamado BOG. Bonito, que yo les pueda contar, en sus zonas comunes, porque viendo el poco interés que ponen en captar clientes -claro, está de moda, por ahora…- opté por otro más convencional y de gente amable. El restaurante es elegante, moderno y luminoso.

Grandes ventanales, cocina a la vista, plantas colgantes y mesas grandes y muy cómodas. Un espacio en el que abundan los dorados y los materiales opulentos, perfecto para gente cool y poblado por clientes guapos y bien vestidos. La enorme barra también invita a tomar una copa, mirando y dejándose ver. 


 
La carta es larga y pensada para un público de todos los gustos, tan variada que aquí se puede venir casi cada día: muchos aperitivos y platos para compartir, tartares, carpaccio, tiradito, pastas y pizzas, dos arroces y, naturalmente, una buena oferta de carnes y pescados, pero todo, hasta lo más simple, con ese toque de gran técnica, modernidad y altísima cocina que impregna hasta la obra más popular de Ramón Freixa. Y es que quien puede lo más también puede lo menos y él es especialista en este tipo de ofertas. En Madrid arrasan por ejemplo, las de Arriba y Ático. Empezamos con el pan al vapor relleno de pork belly, hoisin de fresa y encurtidos un bocadillo oriental sumamente original en el que el bollo tiene una masa demasiado gruesa mientras que el relleno es sumamente sabroso y chispeante. 

Las excelentes albóndigas de pato y lemon grass, curry rojo y papa criolla a la vainilla son otro gran plato que vale tanto como entrada como principal. Las albóndigas son frescas y jugosas, mejores por ser de pato, y las patatas perfumadas a la vainilla deliciosas. 

La pesca del día con carimañola de langostinos, vegetales eco y curry es otra buena opción. En este caso el pescado era mero. No es como el del mismo nombre que comemos por estos lares pero tiene calidad y delicadeza. Las verduras son de gran calidad y la carinañola un acompañamiento estupendo y muy colombiano porque este pastel de yuca relleno generalmente de carne y en este caso de langostinos, es plato nacional. 

Lamentablemente la calidad de la carne no era la más adecuada para el jarrete a las mil horas, ketchup casero de tomate de árbol, papas fritas como las de Dori (mi madre) porque esta preparación debe huir de las demasiado fibrosas y duras como era esta. Todo lo demás estaba correcto y las patatas deliciosas. Además la denominación del plato consagra a Ramón Freixa como uno de los campeones mundiales de los nombres interminables y algo absurdos. 

Los postres son casi todos apetitosos. La piña asada al carbón flambeada con ron añejo y helado de coco vale además como coartada a los que cuidamos la línea porque qué cosa más dietética que la piña asada. Gracias a eso, comerse el tropical e irresistible helado de coco parecerá tan solo pecado venial. 


El buñuelo (son varios) de café con copa (es una cacerolita) de chocolate al whisky es un postre sobresaliente. Los buñuelos son generalmente muy grasosos aunque no estos y el contraste del suave relleno de café combina a la perfección con un maravilloso, amargo y denso chocolate que me acabé a cucharadas. Recuerden, tenía la coartada de la piña

No vengan esperando lo mejor de Freixa porque esta es su línea pret a porter pero vengan a comer bien porque un gran costurero también puede hacer bellos vestidos para todos, del mismo modo que una gran cocinero sacarse de la manga el bistró del siglo XXI. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

El hechizo de las sirenas

 Hay que reconocerle a Sergi Arola innumerables méritos. Fue un gran cocinero y desde su originario La Broche, el artífice de la gran modernización de la cocina madrileña, contribuyendo grandemente a la de la española en general. Como niño prodigio, su restaurante fue el primero en conseguir dos estrellas desde la modernidad. Como catalán nos aportó cosmopolitismo y fusión y además, fue también el primero en convertirse en cocinero estrella y administrador de listas de espera. La llamada de la fama, el veneno del éxito  y los cantos de la adulación se lo llevaron por delante. Como Ulises, debería haberse atado al mástil de su cocina para no sucumbir a las maléficas sirenas.

Hizo numerosos experimentos, emprendió muchos negocios y pasaba más tiempo en la televisión (reality incluido) que en las cocinas. Muchos años han pasado de eso, pero gran parte de su público nunca se lo ha perdonado. Sin embargo, ha mantenido un alto nivel de excelencia e incluso siguió con las dos estrellas cuando estrenó su Arola Gastro, lugar al que he vuelto tras varios años, para comprobar si Sergi era aún el que fue.

 Reconozco que nunca me gustó el personaje, ni el televisivo ni el niño mimado y arrogante que paseaba por La Broche, pero igualmente admito que pocos le han admirado tanto y que en cuanto probaba el primero de sus bocados, me deslumbraba la brillantez de sus recetas y me embriagaban sus irrepetibles interpretaciones de la cocina popular, ese modo sabio de convertir recetas vulgares en alta cocina moderna.

Arola Gastro ha cambiado varias veces de decoración pero sigue imperando una austera elegancia y la imponente presencia de varias obras, no de las mejores, del gran Xavier Mascaró. 

 Todo empieza en el menú descubrimiento con un delicioso guiño al aperitivo de toda la vida: vermut en espuma con perlas de aceituna y caviar de naranja para acompañar tapas que eran tradicionales hasta que Arola las recreó. El candy de anchoas y mousse de aceitunas es intenso de sabor y etéreo de textura, cruje y acaricia el paladar y el pincho de tortilla de patatas separa los ingredientes para conseguir una reunión perfecta.

  
La misma línea es seguida por los snacks clásicos de la casa y que son grandes reinterpretaciones de los aperitivos más famosos y consumidos de España:  empanadilla de marmitako, bocata de calamares, tortita de camarones, bomba de la Barceloneta y patatas bravas.  Todo un homenaje a unos sabores clásicos que mantiene intactos pero aportando nuevas texturas, refinando gustos y evitando grasas. Un gran paseo por la cocina de los bares, perfeccionada durante siglos y un juego del que también fue precursor.

 Las falsas zamburiñas al ajillo son unos también falsos gnochis de delicioso sabor a molusco y con una aliño también sumamente clásico como es el ajillo. Intensas, picantes y algo pasadas de vinagre pero realmente buenas.

 Como en todo gran restaurante hay un cuidado extremo con los panes y sus acompañamientos. Son orgánicos y de espelta, de tomate y orégano y de malta y cereales. También hay unos crujientes colines, sal de especias, sal con hierbas provenzales, emulsión de aceite -que en nada mejora a su ingrediente principal por ser más espesa y grasa- y una muy buena mantequilla de Soria. Gran acierto ahora que nos pirramos por la de Isigny, otras francesas y muchas irlandesas cuando tenemos estas, sobresalientes, casi al lado de casa.

 Los macarrones salteados con parmesano y trompetas de los muertos es un clásico de la cocina catalana totalmente renovado. Llega sin terminar -muchos de los platos se acaban en la mesa lo que da mayor lucimiento al excelente personal de sala- y le añaden un cremoso y semifrio helado de queso de cabra, verdaderamente excelente. Contrasta espléndidamente con el salteado de parmesano, la intensidad de las setas y el perfecto punto de la pasta. Y por si eso fuera poco, la salsa de foie aporta aromas intensos.

 El besugo «Pinta Voraz» guisado con mejillones y Chablis es una gran plato de pescado. A la excepcional calidad de este, se añade la original salsa de mantequilla de vino y mejillones que lo acompañan sin anularlo. Afortunadamente la fortaleza del besugo pide salsas sabrosas que otros no toleran salvo muerte de su sabor. El acompañamiento de las migas de patata morada y ortiguillas a la andaluza le da una enorme gracia y el alga es un toque chispeante de mar y manzanilla.

  El secreto de cerdo ibérico marinado en curry «Vindaloo» con boletus, naranja y romero es un estupendo plato de verduras y carne, una mezcla de fuerzas que se contraponen en sabio equilibrio, aunque nada comparable a lo que nos reserva el final y es que…

  el parfait de fresas con nata y champagne es un prodigio de estética, trampantojos y sabores  añejos.  Nos devuelve a la banalidad de aquel postre de cuando éramos pobres, las fresas con nata, pero lo hace convirtiéndolo en modernidad y alta cocina. El crujiente caramelo de flores es tan bello como sabroso y el corazón de mermelada de la falsa fresa aporta una sorpresa final solo igualada por el elegante helado de champagne. 

 A pesar de llegar tras tan redondo postre, los bocaditos dulces no desmerecen. El macarron de fresa está perfecto, el crumble de manzana esconde a la fruta heladael tiramisú también está helado, el cucurucho de nata con almendras garrapiñadas es un gran juego de texturas y la piña colada refresca y culmina el menú con deliciosos y helados toques frutales.

  
Ha vuelto a ocurrir. La calidad del la cocina de Arola me ha hecho olvidar todos mis prejuicios, lo que me reafirma en la idea de que los autores deberían exponer solo su obra y no sus vidas, aunque dudo que eso sea posible en la sociedad del espectáculo. También me ha demostrado el merecimiento de las estrellas y sobre todo, me ha llevado a pensar que la maestría del cocinero le permite asumir lo que ya es su propio clasicismo y permanecer ajeno a estas cansinas modas orientalistas que influyen demasiado en todos los demás. Un excelente restaurante que aúna clasicismo y modernidad hispanoeuropea sin necesidad de japonizarlo/orientalizarlo todo.

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Elogio de la creatividad

Estanis Carenzo y Pablo Giudice, creadores del que ya casi podemos llamar imperio Sudestada, son antes que nada dos mentes emprendedoras y creativas, unos empresarios natos que podrían haber inventado conceptos en cualquier área. Siendo esto ya muy beneficioso para toda sociedad, en su caso los réditos son aún mayores porque su creatividad y arrojo nos provocan placer. Por cierto, son argentinos y su argentinidad elegante contribuye además a enriquecer una sociedad que no siempre es tan abierta, demostrando que en el mestizaje está la esencia del progreso y de la modernidad.

Empezaron con un pequeño local que ahora es Chifa y ya poseen cuatro restaurantes (Sudestada, Chifa, Picsa, un córner en el Corte Inglés de Preciados), una cerveza artesanal (La Virgen) y pronto conquistarán Barcelona

Lo singular de su ingenio es que, alcanzado el éxito, inventan cada vez un nuevo negocio en lugar de, como es habitual, repetir siempre la fórmula exitosa. Ya hemos hablado de todos ellos, así que en esta ocasión evitaré más comentarios sobre la cocina oriental que se practica en el sur de la Argentina o sobre las peculiaridades de esos restaurantes. Me dedicaré por tanto, y bien lo merece, al nuevo menú de Sudestada, porque igual que no repiten cartas tampoco se duermen en los laureles de sus recetas más exitosas.

Los dos menús de degustación anteriores han sido sustituidos por uno que llaman Set menú de ocho pasos y que empieza, a modo de aperitivo, con una sopa fría de pepino realmente deliciosa y ya tradicional en esta casa. El verdadero ágape comienza con un delicioso y muy bonito pato con nabo, puré de guisantes y vinagreta de apio. Es un buen plato, aunque el nabo le aporta poca cosa más que su deliciosa textura y un elegante contraste de color, pero es que es tan triste un nabo que la sabiduría popular no se equivoca esta vez: cara de nabo, es un nabo, parece un nabo… 

 
El Nem número 5 se llama así, como los mambos de Pérez Prado, porque no lo pueden quitar de la carta o los clientes nos rebelaríamos, así que lo van transformando y lo numeran en sus diferentes preparaciones. Envuelto en papel vietnamita contiene, en esta versión, carne de ibérico, seta oreja de madera y bogavante. Extremadamente crujiente, perfecto de temperatura y con un relleno asombroso que se acompaña de multitud de hojas para envolverlo y suavizarlo: lechuga, albahaca, albahaca thai, cilantro, rúcula y rawraw.  

   El Shuiyiao de cerdo y manitas es una variación también de los tradicionales y deliciosos dumplings de esta casa, acompañado de edamame (bayas de soja), verdolaga y vinagre de ajo negro. Excelentes y muy animados por ese ajo tan español que siempre, de una manera u otra, está presente en esta preparación. 

 
La sopa ácida de cangrejos con almejas, pochas y setas de temporada tiene un fuerte y delicioso sabor al crustáceo y contiene numerosas hierbas y hojas porque, ya se ha visto, Estanis no es el argentino del tópico y es un maestro en en mundo verde. 

   Otro clásico son las samosas, ahora bautizadas como mollejas de lechal con chutney rojo. También perfectas de textura, sabrosamente fuertes y muy bien escoltadas por la bella y fresca hoja de la acedera. 

 
La codorniz tandoori con arroz japonés se engalana con blanco de yogur y escarlata de granada y se acompaña de pepinos encurtidos y un arroz de chicharro ahumado tremendamente meloso gracias a un huevo cocido a baja temperatura que se mezcla en el momento. 

   Y por fin… el maravilloso, único y extremadamente picante curry de Sudestada, una mezcla perfecta de carne o pescado (lo tienen de corbina o vaca gallega) y que en nuestro caso, el de la carne, se elabora con leche de coco, cebolletas asadas y dulces y algo de plátano maduro, toda una sonfonía de sabores dulces y picantes. 

 
Los postres son a elección del comensal entre los tres que ahora mismo figuran en la carta. Como soy muy chocolatero no pude resistir al excelente pastel de chocolate sin harina con ganache de chocolate y helado de ciruelas, tan equilibrado en dulces y amargos que contenta a los muy dulceros y a los no tanto.  

 También es delicioso y refrescante el plátano caramelizado con granizado de melocotón blanco, galleta especiada y helado de té matcha. Además es muy bonito! 

 
Sudestada es el favorito de muchos grandes de la cocina como Diego Guerrero o David Muñoz y cuenta con una legión de seguidores que lo han hecho un restaurante de culto hasta el punto que las reservas no son fáciles, aunque ya no sean tan complicadas como, cuando al poco de su apertura, había que esperar semanas para conseguir una mesa. La carta y el entorno lo merecen porque desde un saber discreto y un amplio conocimiento, se ha creado una cocina rabiosamente personal, sin duda, la mejor fusión oriental de Madrid. 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Lifestyle, Restaurantes

Más es menos

El problema de las consignas modernas es que son de una simpleza aterradora, tanta que, como dijo Umberto Eco, puestas del revés conducen al absurdo: el «no al hambre» (o a la guerra) es una aseveración tan obvia que no resiste la afirmación contraria o es que ¿alguien se atrevería a decir, «sí al hambre»?

Todo lo contrario acontece con algunas grandes frases de la historia que son -o al menos lo parecen- perfectamente reversibles. Quizá de ese modo, el «menos es más» de Mies Van der Rohe, eslogan y primer mandamiento de todo minimalismo, podría formularse también como «más es menos». 

Esa nueva formulación es la que se me vino a la cabeza con varios de los platos de un notable restaurante que reluce en la sencillez y naufraga en la mezcla excesiva. La Candela Restó es una dirección casi secreta en Madrid, pero un lugar bien conocido por los aficionados y que se ha hecho un hueco entre los más audaces y modernos, quizá como posible relevo de la anterior generación, algo así como La Cabra pero en estado más larvario.  

 Situado en una recoleta y sombreada calle de las traseras del Teatro Real de Madrid cuenta con una original, moderna y atractiva decoración que le confiere un aire de luminoso bistró del siglo XXI. La carta cambia constantemente y ofrece tres menús de seis, nueve y once platos. Como ya he dicho tantas veces, a la manera apolínea (de Delfos), que la virtud está en el medio, opté por el de nueve pasos (precio: 67€).  

 Los aperitivos son, como todo el resto, vistosos, coloridos y bellos. El pan de gambas, con o sin tinta de calamar, no sobrepasa la corrección, pero el de patatas bravas y el de ajo y perejil son tan chispeantes como originales y sabrosos. Un hallazgo sumamente sencillo.  

 Sigue un tronquito con frutos que no son frutas: un frito de manitas de cerdo algo burdo, un excelente cucurucho de steak tartare y, en auténtico crescendo, una espectacular esferificacion de gazpacho de cerezas absolutamente cautivadora.  

 El usuzukuri con ensalada de pamplinas, flores y salsa ponzu es sencillo, fresco y muy bien ejecutado. Pocos ingredientes y bien avenidos. 

 Por eso, es difícil de entender por qué a continuación el cocinero coloca en un huevo de ganso tantos y tan disímiles elementos como atún, burrata, tomate concassé y… crema de sopa de ajo. No es que esté malo, ni mucho menos, es más bien que no tiene sentido y por eso, no se entiende. Da la sensación, como en Master Chef, que había que utilizar todo lo que se tenía a mano sin poder prescindir de nada… 

 La gyosa de cordero con tzatziky (un crujiente) y curry amarillo, se presenta por separado, por lo que se deben comer crujiente y empanadilla mientras se bebe la salsa. Divertido y diferente, aunque demasiado tímido el curry.  

 
El buns relleno de chipirones con puntos de salsa (cabrales, vizcaína, pimientos, zanahoria y guisantes) me ganó desde el principio, pero más por lo visual que por lo gustativo, ya que la masa del pastelillo resulta demasiado basta y ganaría notablemente si adoptara la naturaleza de mochi. Los puntos de salsa, sin embargo, no solo confieren gran belleza al plato sino que le prestan muy diversos sabores. Un buen hallazgo

 
que prepara para el más redondo de los platos fuertes, un delicioso pulpo a la brasa con caldo de carne que acompaña sus muy intensos y deliciosos sabores con las refrescantes y verdes notas del tabulé de salpicón con guacamole servidos sobre una rodaja de lima.  

     Para rematarlo, la sorpresa de un cóctel servido en el soporte de lo anterior, un Noé Sour. Al final el plato también es complejo, pero no por una mezcla sin sentido sino por una superposición de sabores inteligentemente organizada.  

 
Por eso cuesta seguir, volviendo a los excesos, con un plato que prefiero no describir para no cansar, ya que mezcla anticucho, corzo, dim sun, chucrut, mojo miso, apio, nabo, piedras volcánicas, hoja de plátano y veinte mil cosas, todas buenas, casi todas superfluas, porque llevan al agotamiento, tanto gustativo como mental.  

      Los postres son buenos pero, como todos los de la cocina de vanguardia, no aptos para dulceros y, como ya se sabe, mucho menos para chocolateros. Algún día alguien explicará el por qué de esta fobia al rey de la repostería. ¿Demasiado banal para ellos? Las variaciones en torno a la cerveza son originales y estimulantes pero nuevamente recargadas (avellanas, helado de levadura, remolacha, trigo, quinua y algarrobo) y el acompañamiento de un vasito de cerveza, siendo una apuesta por la originalidad, resulta totalmente prescindible.  

 El tomate, tomillo parmesano y helado de albahaca es de una singular belleza y cuenta con un helado extraordinario. La gracia del plato quizá sea también su reversibilidad ya que valdría perfectamente como ensalada postmoderna.  

 Se acaba con otro increíble trampantojo de huevo frito y que resulta ser otro pisco sour con un bizcocho de té matcha. Bueno y bonito.  

 Estamos ante un importante cocinero sumido en un gran dilema: optar por la sencillez del que conociendo todos los adornos elige la esencia y la simplicidad o por el contrario opta por la sobreabunadancia del que no sabe prescindir de nada o eliminar lo sobrante, y lo mismo vale para una novela, una película, un poema o una receta. La gran cocina siempre extrae el alma del plato y eso hace a algunos inmortales, sea un arroz a banda (en el que tanto pescado y marisco se gasta para hacer del grano esencia de mar), un gazpacho (que transforma lo más sólido en liquida ligereza) o una esferificación que concentra en un suspiro la esencia -el alma- de una simple aceituna.  

De la elección entre esas opciones contrapuestas dependerá que este ya excelente Candela Restó se alce al Olimpo de la cocina o descienda al infierno de la insensatez. 

 Petits Fours

La Candela Restó                   Amnistía, 10                                 Madrid                                               Tfno. +34 91 173 98 88

 

Estándar
Buenvivir, Cocina, Diseño, Food, Gastronomía, Restaurantes

Trufas, quesos y horror vacui

No sé si será porque me gusta llevar la contraria o por qué, pero el caso es que no entiendo muchas opiniones de la encantadora sociedad madrileña, la misma que llena día tras día lugares tan infaustos como El Paraguas o Ten con Ten. Recién abierto Caray, el restaurante del que hoy hablaré, menudean las críticas. Eso mismo ha ocurrido muchas veces. Me malicio que criticar lo último les parece a algunos independencia de criterio, pero esa opinión cambia en cuanto la mayoría acepta el lugar.

IMG_0856.JPG

Caray no es un gran restaurante, pero es mejor que la mayoría de los que están de moda como los ya citados Otto o Ana la Santa y, frente a estos, cuenta con un servicio de local de lujo, en especial por lo que se refiere al jefe de sala y al sumiller. También está lleno de detalles opulentos, como la oferta de trufa blanca o la existencia de un modesto, pero excelente, carro de quesos. La decoración es suntuosa, pero no diré más porque conozco a su artífice, Lorenzo Castillo, y no querría enojarle. Baste añadir que padece horror vacui, que tiene propensión al dorado y que mejor venir con una Biodramina tomada.

IMG_0855.JPG

La carta no apasiona, pero es clásica y pensada para un enorme grupo de gente. No olvidemos que estamos en un restaurante de hotel, de hotel cinco estrellas, el Gran Meliá Fénix. La carta mezcla foie con jamón, gambas gabardina con alguna pasta y pescados frescos con carnes sencillas, sin olvidar algún plato de caza. Los postres también son los consagrados por la costumbre, pero todo está razonablemente escogido y pensado. Fácil pero no banal.

IMG_3501.JPG

Empieza el servicio con una ensaladilla rusa que es más bien un puré de patatas con aliño de ensaladilla rusa. Reconocible pero incomprensible. La cecina de ciervo tiene un sabor excelente pero está bastante seca, a pesar de una colorida y fresca salsa de tomate al pesto que la acompaña.

IMG_0859.JPG

Las sardinas marinadas son suculentas y excelentes. Tienen un potente aliño (quizá demasiado vinagre) y el relleno de queso de Cantagrulla (la combinación más arriesgada de la carta) y picadillo de aceitunas resulta original y atractivo.

IMG_0860.JPG

Para servir la trufa emplean una gran ceremonia de pesado, rallado y expurgado. No me parece mal. El ritual, muy perdido en la cocina de vanguardia, es esencial en la gran cocina y el precio de ese tesoro gastronómico que son las trufas bien merece un ceremonial elaborado. La ofrecen con el inevitable hueco poché, presente ahora en todos los platos de setas, alcachofas y verduras de Madrid, pero afortunadamente dan opción al cambio. La he tomado con un rissotto correcto que realzaba su sabor sin anegarla en yemas y claras.

IMG_0861.JPG

IMG_0862.JPG

La perdiz con curry es un plato muy original. Nunca la había probado y es raro que no se practique más porque esa salsa, mezcla de multitud de otras especias, acompaña muy bien a la suave carne del ave que mantiene su sabor y tersura. Lástima que la presentación del plato sea descuidada y tosca, sobre todo porque la estética se cuida relativamente en la mayoría de ellos.

IMG_0863.JPG

La modestia de la tabla de quesos consiste en que sólo se ofrecen cinco, pero no hace falta más porque, es cierto que en España, por falta de tradición, no es posible mantener una gran variedad. Solo lo puede hacer la maravillosa, opulenta, variada y pantagruélica mesa de Santceloni, una de las mejores del mundo. Pero si lo puede hacer Caray y los más modestos, a Arzábal y LaKasa ¿por qué no el lujoso e imprescindible Zalacaín? Aquí y ahora, porque variarán regularmente, se sirven un excelente Reblochon suizo, un potente Stilton y tres buenos españoles muy bien escogidos: un cremoso de Miraflores, un intenso Bertizarana de de Navarra y el excelente Majorero con costra de pimentón.

IMG_0864.JPG

Para acabar, un misterio digno de Cuarto Milenio porque el postre llamado «galletas de canela caramelizadas con tiramisú» es un plato desconcertante. El tiramisú es enorme y corriente pero las galletas, son una, diminuta y sobre todo, huérfana de cualquier caramelo. Seguramente el plato es así y lo que no debería ser así es el nombre.

IMG_0865.JPG

Caray no es un banal restaurante de hotel, tampoco un local de moda. Tiene buenas maneras, alguna ambición y está bastante por encima de la media de este espléndido barrio donde sólo parecen existir los tascuchos del pasado, los mesones de la España cañí o algunos comedores hiperelegantes. Caray no es ninguna de esas cosas pero sí un bistró vistoso, correcto y, aunque no barato, sí de precios normales para su estilo.

IMG_0866.JPG

Estándar
Buenvivir, Diseño, Gastronomía, Restaurantes

El fulgor de los astros

IMG_0731.JPG

Diego Guerrero, creador del Club Allard, en el que consiguió dos estrellas, era un artista sin mecenas. Peleado con estos, ellos siguieron como si tal cosa. Es como si la baronesa Von Meck, patrona de Tchaikovsky, o Ludovico Sforza, de Leonardo, hubieran pensado que el aprendiz podía ser como el maestro y hubieran continuando sin ellos. Y… copiando sus obras.

Además de censurar ese error, cabe preguntarse a quién pertenece el plato, porque los dueños de los restaurantes acostumbran a quedarse con las creaciones cuando el cocinero se va -o es ido-, situación que sería escandalosa en cualquier ámbito artístico. La obra es del creador o del patrocinador? Sea como fuere, lo importante es que el intérprete sólo copia y el creador inventa cosas nuevas.

IMG_0735.JPG

Quizá no hay mal que por bien no venga y esa crisis haya servido para que Guerrero pudiera prescindir de socios/jefes capitalistas y abrir su propio negocio, DSTAgE, un lugar imprescindible en el que se transita por los nuevos rumbos de la alta cocina: la participación del comensal, la interacción con los cocineros, el servicio respetuoso pero distendido y el espacio elegantemente informal.

Este parece un almacén a medio derruir, una hermosa nave de paredes desnudas y patio interior que es huerta y jardín. Un lugar neoyorquino y despretencioso realmente diferente, en el que la cocina está dentro del restaurante y en la que Diego y su equipo se afanan en un trabajo intenso y milímetrico.

IMG_0737.JPG

No hay carta. Sólo dos menús a 88 y 110€, precios ciertamente altos, pero que no me atreveria a calificar de caros, si tenemos en cuenta que para menos de 40 comensales trabajan casi 20 personas y que los platos son tan abundantes como singulares y costosos.

En todos revela una fuerte imaginación, excelente técnica y sobre todo, un enorme conocimiento de otras cocinas. En el menú actual, las influencias de México y Japón son enormes. Es estimulante ver a lo lejos la pasión y la minuciosidad con la que Guerrero, al frente de su gran y eficiente equipo, prepara cada plato. Dirigiendo e inspirando, pero trabajando como el que más.

La comida comienza en un bar de aire industrial y estudiadamente destartalado con un excelente y crujiente bocabit de ternera con salsa de cajún y anchoa

IMG_0727.JPG

Y con unas fresquísimas zamburiñas bloody de gran sabor y casi inexistente aliño porque no lo necesitan. Como ya hacia en el Club Allard las sirve en una caja de mariscos repleta de nitrógeno líquido que es como esa espesa niebla de los teatros, lo que allí llaman hielo seco. No creo que sea necesario, pero aporta gracia y espectáculo. La bastedad de la caja que desentonaba tanto en el ambiente burgués del Club, aquí resulta perfecta en tan desnudo decorado.

IMG_0728.JPG

IMG_0729.JPG

En la barra que separa la cocina del comedor y que permite disfrutar del espectáculo de unos artífices que parecen músicos, llega el sandwich de sandía helada, relleno de un guacamole levemente picante, sencillo, delicioso y sumamente inventivo, pura sandia previamente helada para endurecer la fruta que hace de pan. Se acompaña de un cóctel mexicanísimo a base de cerveza.

IMG_0730.JPG

La parte que se consume en la mesa comienza con unos bellos corazones de foie que mezclan dulce y salado a la manera de los Ferrero de foie de Freixa.

IMG_0732.JPG

El mochi de huitlacoche está perfectamente resuelto y la mezcla es deliciosa, aunque la masa es menos esponjosa de lo que debería o quizá es porque después de probar el de pato especiado de David Muñoz (ver Gran CIrco DiverXo), ya ninguno puede saber igual…

IMG_0733.JPG

La belleza de la ensalada de encurtidos con morrillo de salmón es lo primero que sorprende del plato. Hasta ese momento todo era correctamente estético, pero nada impresionante. Sin embargo, esta ensalada, fresca, sabrosa, llena de sabores y texturas que no se tapan, es una composición colorista y alegre, realmente pictórica.

IMG_0734.JPG

La torrija de pan tumaca con sardina ahumada es intensa y un descanso sencillo que nos prepara para una de las grandes especialidades de este chef, el trampantojo

IMG_0736.JPG

o sea, algo que parece lo que no es. Los raviolis de alubias de Tolosa son exactamente lo que su nombre indica, una preparación de ligera pasta rosada. En la realidad, es un plato de alubias porque, introducidos en la boca allí está todo, las alubias, los embutidos y hasta la col. Excelente y brillante.

IMG_0738.JPG

La kokotxa de bacalao al pil pil es correcta y perfectamente ejecutada porque el pil pil es una gran salsa de alta cocina, pero salida de los fogones del pueblo más sensible.

IMG_0739.JPG

El chicharro de aleta amarilla en escabeche de kombu es una manera distinta y cosmopolita de preparar un escabeche, mediante el inteligente uso del alga asiática.

IMG_0740.JPG

Lo mismo cabe decir de una castañuela envuelta en hoja de higuera y braseada con curry de coco, una salsa repleta de hojas de curry cultivadas en el patio hortícola del restaurante.

IMG_0741.JPG

IMG_0742.JPG

IMG_0743.JPG

Cuando tras tanta intensidad, todo puede parecer acabado, aún quedan dos sorpresas, los salmonetes en salmuera con escamas crujientes, un delicioso pescado alegrado con toques crujientes y

IMG_0744.JPG

la sorprendente tira de asado con tatemado, una carne macerada en la cámara durante treinta días y cocinada amorosamente a fuego lento, durante muchas horas. Tanto celo le da una delicadeza sin igual y una infiltración de grasa absolutamente perfecta. Se sirve con unas patatas machacadas en la misma mesa y emulsionadas con la intensa salsa de la carne, todo con ese delicioso toque quemado del que toma el nombre.

IMG_0745.JPG

IMG_0746.JPG

IMG_0747.JPG

Los postres nos llegan con las defensas ya muy bajas. Aún así, no están a la altura del resto. El bosque, a pesar de su belleza y de ese delicioso caracol que nos observa amistoso, es escasamente dulce y abusa del merengue

IMG_0748.JPG

y las palomitas de maíz con tocino de cielo y fresas parecen casi una vuelta a los aperitivos cuando lo que se necesita es dulzor y frescor y, para quién se atreve, la intensidad de los chocolates o los sabores fuertes del café o la vainilla.

IMG_0749.JPG

Esos deseos no se sacian con el ajo morado, pero si los de perfección y sorpresa porque, con él, Guerero vuelve a las más altas cotas sirviendo una «auténtica» cabeza de ajos morados confeccionada a base de ajos negros, esos dientes que se dejan a su albur, hasta que ennegrecen y saben más a regaliz que a ajo. El juego es fascinante y el sabor sorprendente.

IMG_0750.JPG

Un excelente final para una comida llena de inventiva, originalidad y pericia técnica. La creatividad de Diego Guerrero, esta más viva que nunca después de tanto tiempo sin mostrarla en un restaurante. Lo demuestra que, acabado de abrir, ya merece los más grandes elogios. Esperemos que ya haya arribado a puerto y en él pueda demostrar que, como decía Victor Hugo, «la belleza vale tanto como lo útil, a veces más».

Estándar