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Medea

A veces me pregunto si la gente, antes de bautizar a sus hijos o a sus negocios, se preocupa por ver lo que evocan sus nombres. Medea es eufónico, lo acepto, pero nada hay más siniestro que lo que recuerda, eso suponiendo que la mitología le recuerde algo a alguien, porque la hechicera Medea es probablemente el ser más depravado de nuestro imaginario. Enferma de celos -ya una depravación en sí- hizo llamas a la amada de su ex (y de rebote, al padre de esta) y, lo que es peor, asesinó a sus hijos para mortificar y castigar a su otrora marido. En fin, que nunca le pondría este nombre a nada salvo, quizás, a una prisión para parricidas.

Así que olvidemos el nombre -o pidamos que lo cambien- porque les hablaré de un gran sitio, restaurante revelación para muchos. Se trata de una sencilla tasquita, un lugar que no tiene medios y que me ha recordado al primer DiverXo. Solo en las instalaciones y la ambición, por supuesto, porque la creatividad y el genio de Dabiz Muñoz eclosiona una vez por generación. Hasta se halla cerca del antiguo local de aquel aunque, quizá, este es aún peor: tiene tv y frigorífico en el salón.

A partir de ahí, todo está bien: un único y amable camarero, un menú degustación por 50€, unos nombres de los platos muy creativos -nada de descripciones absurdas- y una excelente cocina hispano oriental.

Tres aperitivos: el taco coreano con aliño mexicano que es un saam deliciosamente picante compuesto por alitas de pollo, kimchi, guacamole y miel. El ají peruano en formato mediterráneo es lo segundo por ser una croqueta bien frita y muy crujiente, rellena de un buen y cremoso ají de pollo, el gran guiso peruano. El tercero y último es es chicken pakora ramen. Me gustó menos porque esa fritura india que es la pakora da al pollo un excesivo amargor, al menos en esta versión y lo digo porque no tenia ni idea de que era la pakora. Sin embargo me encantó el ramen fermentado en shiso y sobre todo el perfecto, aromático e intenso caldo de pichón que lo envolvía todo. Muy buen comienzo

que sigue con la primera entrada, la ruta de las especias a lomos de una sardina. La explicación es que una notable sardina ahumada se coloca sobre lechuga de mar (que poco me gustan las algas) y se corona con cuatro salsas: tzatziky y romescu, –que se diluyen en el fuerte sabor de la plateada y bella sardina- y hoisin y curry que le quedan perfectamente. Sencillo, sabroso y original.

El cardo holandés VS el chipirón coreano es otra gran idea: un simple y delicioso chipirón, con un punto perfecto, cocinado en una barbacoa japonesa, acompañado de un humilde cardo envuelto en una estupenda salsa holandesa hecha con su tinta.

El guiso coreano español (¿por qué no hispano coreano que suena mejor?) me asustó bastante al anunciar oreja de cerdo y es que se ha puesto de moda. Como el pichón. No paro de comerla y en su cartilaginosidad me disgusta bastante pero hete aquí que estaba disimulada dentro de un jugoso bao y guisada en un picante y excelente fermentado de chile rojo, así que ni se ve la oreja ni se padece demasiado.

También me encantó el lenguado de vacaciones en Canarias, El pescado cubierto de salsa de sésamo y la buenísima guarnición semicanaria compuesta por una papa bañada en mojo rojo y sobre una chispeante causa limeña, ya saben el gran aperitivo peruano a base de puré de patatas al que se añade de todo.

Tom kha ghay de liebre no sabrán lo que es. Pues yo tampoco. Pues es simple. Es un impresionante ravioli de alubias de Tolosa y liebre cubierto de lemongras y tom kha ghai una salsa tailandesa que lo convierte en esa especie de opulenta lasaña oriental. Además unas setas portobello para rematar.

Siguen las pegajosas tripas del cerdo del mar (vol. II), un nombre, este sí, como para echar a correr. Sin embargo no está nada mal este guiso de tripas de bacalao con trompetas de la muerte, el crujir insípido del papel de arroz y una buena salsa de curry rojo con un buen toque de coco. Al fin y al cabo tampoco hay que comerse todas las tripas. Basta con todo lo demás.

El psychocandy es, ya sabía yo, un pichón de punto perfecto, tanto por lo tierno, como por lo jugoso, como por la adecuada cocción, guisado en un buenísimo mole amarillo y con guarnición de hinojo (sensacional), mantequilla y remolacha ácida. Por cierto, ¿han reparado en los ingredientes hasta aquí? ¿Qué era de la cocina española antes de que los cocineros viajaran a Oriente y a América, especialmente a México y Perú?

Solo un postre. Quizá lo menos elaborado -ya saben las fallas de los chefs españoles- aunque bueno: flotando sobre loscos. Algunos trozos de sobao con chocolate blanco y café navegan en una deliciosa sopa fría de fresas y encallan en unos irresistibles tropezones de fresas ácidas estofadas.

Escribo en un avión. No sé nada del cocinero pero lo veo muy -felizmente- influido por el gran Dabiz Muñoz. Ya lo he dicho. Y salido del avión y ayudado por Google les confirmo que trabajaron juntos. También pasó por A Poniente y Zalacaín pero para mi que le influyeron menos. Sea como fuere, la cocina de Medea está muy por encima de la sencillez de su puesta en escena, mantiene un perfecto equilibrio entre lo español y el mundo y siempre resulta creativa, sabrosa, estimulante y sumamente atractiva. Si Luis Ángel Pérez continúa así dará mucho que hablar; por tanto, vayan a conocerlo pronto.

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El alma de Dstage

No hace muchos meses que estuve en Dstage, como saben unos de mis favoritos y la mayor sorpresa madrileña de los últimos años. Vuelvo ahora sobre él para animarles a que vayan o a que vuelvan porque, para los primeros, el lugar es un imprescindible y para los segundos, porque su constante evolución le hace parecer siempre nuevo. 

Sigue su delicioso y nada convencional -con esta cocina y estos precios- aspecto postindustrial, la profesionalidad de todos los que allí trabajan, el ojo siempre atento de Diego Guerrero -por eso ha impulsado la semana gastronómica de cinco días, como de funcionario- y el ambiente cool. Solo ha cambiado para mejor la carta de vinos que ahora permite una mayor selección. 

Se empieza en los gastados y mullidos sillones de cuero del bar: los boquerones presumidos son una gran broma que nos lleva al pasado de Guerrero, cuando era el rey del trampantojo. No es que no lo sea ya sino que lo practica menos. El fuerte sabor a boquerón se complementa con un original relleno, perlas de tapioca, que parecen huevas de pescado y sin embargo le dan un ligero sabor vegetal. 

Después nos conducen al fondo del local, a la barra de la pequeña y atestada cocina en la que los dunedeciloos destagers corretean y brincan, esquivándose los unos a los otros para que todo esté listo. Ahi, sobre un bello bloque de sal rosa, se elaboran a nuestra vista unos excelentes camarones al momento en roca de sal a los que se añaden numerosas salsas suavemente picantes y unas bolitas de finger lime recién extraídas. 

Llegamos después a una desnuda y sobria mesa de madera sin mantel y a ella llega la secuencia del pandan de la que ya les había hablado y que fue fruto de un viaje del chef por Extremo Oriente que le influyó enormentene. Una infusión de pandan acompaña a los dos bocados, el pandan radish como chispeante polvo de helado de pandan y rábano, y al llamado Tailandia en un bocado que no es otra cosa que un excelente y glutinoso mochi tan bien condimentado que parece llevar todas las especias y hierbas más comunes de la cocina tai. 

El huevo trufado es sencillamente impresionante. Descansa en un lecho de musgo y es un perfecto huevo frito con trufas solo que el crujiente que lo envuelve es la puntilla del huevo mezclada con plancton. El sabor es excelente y la composición más impactante que bella. 

La vaca vieja se sirve deshidratada y ligeramente ahumada con sus lascas formando un bocadillo que contiene el erizo. La mezcla de sabores y de texturas, crujiente la carne, cremoso el erizo, es verdaderamente notable. Además se sirve con una inhabitual cerveza, tal como es el zumo de la cebada antes de ser mezclado con el lúpulo. Por eso se llama la cebada que quiere ser cerveza.

Si sorprendente era todo lo anterior, el chawanmusi de pulpo y coral de carabinero es absolutamente novedoso y sobre todo lleno de sabor. La textura es la de una cuajada que parece haberles robado todos los sabores a multitud de pulpos y carabineros. El cuajo se hace además con la proteína de la cocción del pulpo. Es puro mar con un delicioso toque picante y el añadido para marisqueros de la cabeza del maravilloso carabinero. No solo un alarde técnico e investigador, sino sobre todo un plato redondo por sabor, color y textura. 

El ají-kubak de pichón es gracias al ají como un homenaje a Perú porque con ese maravilloso pimiento y los huesos del ave se prepara una contundente salsa que está para chuparse los dedos. Tiene además el toque crujente del arroz suflado y deliciosos aromas a cilantro y finger lime. Estaba tan emocionado que no hay foto. Sorry. 

Casi tampoco tengo del crispy pork bun, de no ser por el enternecedor recipiente que es un cerdito, al parecer llamado Pepe. El problema es que cuando vi el bun (relleno de manitas) ya perdí el oremus (y la foto) porque nadie los hace (y los bao, y los mochi…) como Diego. Salvo mi admirado Dabiz Muñoz, claro está, el rey de toda clase de panecillos orientales, esos que ahora todos sirven y pocos saben hacer frescos y ligeros, esponjosos y tiernos, convirtiéndolos en unas masas resecas y con textura de engrudo. Se moja el bun en una espectacular salsa untuosa de huesos y chiles y, además, el perfecto bun descansa sobre cortezas de cerdo también sumamente gustosas y raciales. 

Ya en mi primera visita a Dstage me quedé extasiado con el trampantojo de las alubias rojas con morcilla que ahora se ha convertido en morcilla de Beasain, puerro joven y ceniza, un novedoso plato que a mí me ha gustado más bien poco por tratarse de una película de grasa rellena de morcilla y caldo de berza. Como experimentación es muy bueno y bastante sutil esa película de grasa que envuelve la morcilla pero, para mí, empalagoso por graso. 

Y sigue la experimentación en una suave y deliciosa merluza al natural, proteína y angula en la que una merluza braseada perfecta de punto y unas delicadas angulas se envuelven en una etérea y espumosa crema  confeccionada con la proteína de la merluza y no hará falta decir que este mundo de las proteínas está empezando a ser un gran aliado en esta cocina innovadora de raíces tan clásicas. 

También me fascinó el pichón & Sichuan waffle y basta ver el plato para saber que gusta antes de probarlos. Además hay que tener mucho coraje para que el pichón sea frito y encima mezclarlo con chile y tamarindo porque es España se practica una especie de ortodoxia del pichón, para mí incomprensible, haciéndolo siempre de modo canónico y, lo que es peor, dejándolo indefectiblemente medio crudo, cuando las aves cuanto más recias más fuego necesitan. Pues bien, el punto de este roza la perfección, con lo que no sé si es el mejor que he probado o solo el mejor en años… 

Si algo tiene, como ya hemos visto, la cocina dstager es sabor fuerte y recetas sorprendentes. Por eso, resulta un acierto empezar la parte dulce con una suave begonia helada con margarita y manzana apio que además se sirve sobre un hielo con sorpresa porque esconde en su transparente interior el anagrama del restaurante. Flores, frutas y frescor para abrir nievantenge el paladar. 

En ese momento cunde el desconcierto. A Guerrero, tan rockero, tan apaciblemente grunge, le deben haber hackaedo el hilo musical. Suena Julio Iglesias y no en sus versiones más alternativas -no olviden que ha cantado casi de todo- sino en «Soy un truhán soy un señor». Seguíamos dándole vueltas a si era lo dicho, que Diego es grupi de Julio o que habíamos bebido demasiado, cuando el corte de patata y trufa, pura trufa helada, nos sacó de nuestras cavilaciones, porque este postre es tan original y reversible -¿por qué no aperitivo o entrada?- que no deja margen más que para gozarlo. Un helado como de los años 40 (por lo del corte) pero que sabe a trufa… 

También el maíz tiene toques de feria popular y de verbena zarzuelera, pero la inclusión de una falsa mazorca de helado que se envuelve en el algodón dulce y se moja en un denso jarabe de fruta de la pasión elevan este postre, como todo lo demás, a las cimas de la alta cocina y a cumbres de gran creación. 

El ajo morado fue ayer mismo la estrella de Top Chef, elegido como una cumbre de los postres y el trampantojo. Ajo de verdad pero dulce y de postre. Un gran merengue francés, crujiente, delicado y modelado como un ajo morado verdadero, esconde una crema de ajo negro y muchas otras cosas que le aportan dulzura y restan contundencia. Una creación que no sale de la carta porque ya es una cumbre de la creatividad de Guerrero. 

Qué más puedo decir. Quizá solo que Dstage sigue siendo una sorpresa constante porque no para de innovar y de crecer, pero por encima de eso es una palpitante y bella realidad de la que Guerrero puede sentirse muy orgulloso porque ha traspasado a la cocina más creativa -tantas veces criticada por su frialdad- su propia alma y con ella la ha convertido en pasión y esperanza de futuro. 

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Al calor de la barra de A Barra

Llámenme antiguo (no podrán, soy bloguero) pero no me gustan las barras, al menos mezcladas con la alta cocina. Las de los bares son otra cosa, pero este híbrido deluxe-low cost se me hace extraño. Mientras que las de los bares facilitan el contacto y la unión con desconocidos, estas nos alejan de nuestros amigos al colocarnos en fila. Quizá son más adecuadas para parejas no muy bien avenidas, ya que se mira al frente y no la los ojos, o para solitarios que esconden su soledad en la multitud. De hecho yo solo había probado esta experiencia (no fui al Atelier Robuchon hasta que tuvo mesas y reservas) en el maravilloso Maido limeño, pero fue porque en Lima no encontré acompañante adecuado para tan sublime -y cara- experiencia. También en las barras son inevitables los olores y los calores y, como soy más de resultados que de procesos, tampoco encuentro la gracia en ver cómo me cocinan los platos.
Dicho todo esto la barra de A Barra es magnífica, aunque yo prefiera el restaurante. 

Tenía ganas de probarla pero no encontraba el momento así que lo hice gracias al  Atlético de Madrid, de verdad, tal cual. Los chicos rojiblancos estaban de celebración y llenaban toda la sala central del restaurante con su entusiasmo, muchos aplausos y gritos aún más ruidosos que los potentes motores de unos coches que parecían salidos del próximo salón del autómovil de Frankfurt. Pero, ¿qué harían ustedes en una reunión de amigos multimillonarios, tuvieran veintipocos años y empataran la noche anterior con el gran rival del mundo mundial?

Esta barra de A Barra, claro está, es tan suntuosa como el resto del restaurante, un derroche de mármol verde y maderas sobre maderas, en un alarde de palillería y luminotecnia que parece el barco de un gran maderero pasado por Dubai

Hay menú degustación obligatorio y variado  (88€) . Empieza con una explicación del chef Juan Antonio Medina, que por fin se ha liberado de las cadenas de Zalacaín y puede dar rienda suelta a su talento, y con un flan de txangurro con aromas de jerez y lágrimas de apionabo. Muy bonito, muy bueno y ya comentado en el post de mi primera visita. Denso, sabroso, bien mezclado y con buen equilibrio entre el marisco y los vegetales.

Los tacos de maíz y foie son un bocado delicioso que mezcla el crujir y el dulzor del maíz con la untuosidad de un foie helado y pulverizado al que, como todo el mundo sabe, le va muy bien cualquier toque dulzón.

El buñuelo de camarones con alioli y sal de algas es una tortilla de camarones hecha buñuelo, una delicia que mezcla perfectamente lo blando con lo crujiente y aporta sabores fuertes, tanto marinos de algas, como terrestres de ajo y aceite

La piel de ternera suflada me resultó algo áspera y seca, todo lo contrario que el magnífico guiso de rabo confitado, salsa de ostras y cilantro, un paseo entre Europa y Asia creativo, sabroso y juguetón.

El dumpling de oreja y caldo de chorizo Joselito es brutal, una inyección de sabor intenso en forma de texturas gelatinosas y aromas de pueblo, un buen y necesario homenaje al patrón de la casa, jamones Joselito. El contraste con la delicadeza de la pasta del dumpling es magnífico.

Mi gran afición a los helados salados se vio muy satisfecha en este aperitivo que se realiza con suero de queso parmesano, sardina ahumada, polvo de tomate, y albahaca. También tiene unas perlas de aceite que le dan aún más sabor. Sabe casi a completa ensalada y es tan solo un helado con tropezones.

Y hasta aquí los que podemos llamar aperitivos, para mí, con el primer postre, el punto más alto de este menú. Lo que viene ahora es muy bueno también pero no llega a los cimas de creatividad y excelencia de esta primera parte. La gamba roja a la parrilla es espectacular pero le sobra la concesión a la moda (ya no nos salvamos de las crestas de galo, de los tendones y las tripas de diversa naturaleza…) de un guiso tendones de ternera y salsa thai que oculta con su fuerza y geltinosidad el suave sabor de la gamba. Felizmente va aparte y se puede dosificar. No hay fotos porque en estos dos platos las luces se hacen como de cámara del terror y todo sale azul o rojo…

Los lomos de lenguado salvaje con ensalada marina y ajoblanco son agradables y bastante convencionales. El ajoblanco es tan bueno como el lenguado y la ensalada de algas. Gusta pero no emociona.

En lugar de carnes se opta por una originalidad, la de un ave fuerte y poco frecuentada y con ella se compone el gallo campero en cuatro pasos. Ya es sabido lo que me parece la cresta de gallo. Aquí se sirve en dos texturas y salsa picante. La crujiente mejor que la gelatinosa, la salsa muy buena y este paso, para mí, es prescindible, pero si al público le gusta, ¡imprescindible! Eso sí, el soporte vale la pena, como todos, porque el mimo del detalle está tan patente en ellos como en las presentaciones.

Los albondigones de pechuga a la cerveza con verduras son un gran guiso tradicional que se corona de maíz tostado (lo que come el gallo) y se adorna con una salsa impecable. ¡La vieja escuela del chef!

Muslo y contramuslo guisados son más de lo mismo y cumplen con nota pero sin llegar a las alturas 

de un gran (falso) merengue relleno de terrina de gallo que es en verdad una manera de envolver las entrañas del animal. Es un gran acierto esconderlas y aligerarlas en ese bello envoltorio que parece un auténtico merengue de fresa

La Maratonca es un postre sencillo y perfecto, refrescante y aterciopelado, fruto de mezclar la acidez de la fruta de la pasión con la profundidad del haba tonka. 

También me gustó la locura de chocolate, rebosante de crujientes y texturas más blandas, llena de buen chocolate negro y esponjosas cremas, tanto que me permitió volver a las cumbres de la primera parte. 

He empezado renegando de estas barras pero eso no es más que una cuestión personal, quizá a ustedes les gusten y mucho más si ofrecen el llamado show cooking. Si no es así están advertidos, pero lo que como resumen les digo es que les gusten o no les gusten, no deberían perderse esta porque comerán muy muy bien. 

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Diego Guerrero sin caireles

Diego Guerrero asombró al mundo de la gastronomía como alma mater del Club Allard. Allí, silenciosa, lenta y cautelosamente, creó una prodigiosa cocina que aunaba las delicias del sabor con unas creaciones bellas y sorprendentes. Su espíritu viajero le hizo incorporar a su recetario técnicas y sabores de Extremo Oriente, México o Perú, entre otros muchos lugares del mundo. 

Minucioso, perseverante, reflexivo y culto es todo un espectáculo verle ensimismado, como un científico o un alquimista -¿hay diferencia-, elaborando con mimo cualquiera de su creaciones, absorto, totalmente fuera del mundo y, sin embargo, sin perder detalle de cuanto acontece a su alrededor. 

Viniendo del pomposo refinamiento del Club Allard, donde era tan solo cocinero, DSTAgE había de ser todo lo contrario, porque en este espacio Guerrero se hacía empresario creando su propio negocio, un lugar imprescindible en el que se transita por los nuevos rumbos de la alta cocina: la participación del comensal, la interacción con los cocineros, el servicio respetuoso pero distendido y el espacio elegantemente informal. Ya en mi primera visita, recogida en El fulgor de los astros, me cautivó de tal modo que hasta predije su primera estrella Michelin

Se accede primero a un bar con sillones disparejos y gastados colocado en torno a mesitas bajas. Al fondo del local, una cocina desnuda y abierta. Entre medias un restaurante que parece traído de otro país, un espacio austero y sobrio que semeja un almacén a medio derruir, una hermosa nave de paredes desnudas y patio interior que es huerta y jardín. Un lugar neoyorquino y despretencioso realmente diferente, en el que la cocina está dentro del restaurante y en la que Diego y su equipo se afanan en un trabajo intenso y absorbente. 

Y ¿qué demonios quiere decir eso de DSTAgE? Pues helo aquí: Days to Smell Taste Amaze Grow & Enjoy.

​​La experiencia DsTAGE comienza en el bar mientras se toma el aperitivo. Allí llega una caja, como de lonja de puerto norteño, con el marisco del dia, esta vez unas fresquísimas navajas al natural con dashi de apio y leche almendras. Cuando se diluyen los vapores que las envuelven salen a la luz los moluscos, que realzan su sabor con todo lo antedicho y el escondido toque del néctar de café

Los mariscos son Galicia viajera pero la secuencia del pandan es puramente thai. El pandan, pandanus amaryllifolius, es una planta tropical ampliamente utilizada en la cocina del Sureste Asiático. Se da poco en la naturaleza pero se cultiva mucho. Primero llega en forma de pandan radish que es la hoja de pandan con su propia gelatina y sobre ella una heladora y deliciosa nieve de radish que no es otra cosa que rábano. Para acompañar/enriquecer, y en recipiente de plata, té de pandan, una exótica infusión de hoja de pandan. 


Sigue Tailandia en un bocado, también de pandan: un perfecto y suculento mochi con coco asado, lima citronella y pandan. Efectivamente es Tailandia en un bocado. 

Pero como Guerrero es señor de muchas cocinas, México irrumpe en el menú en forma de algo tan mexicano como el aguacate asado. Lo prepara con una sorprendente yuca fermentada y con la salsa más chispeante y picantona de la cocina mexicana, el mole, un invento de religiosas oaxaqueñas más excitante que los suspiros de monja o los bartolillos

Uno de los grandes platos de Diego es el pulpo a la llama, mexicano también donde los haya por causa de esa delicia llamada tomatillo y que envuelve el pulpo, escondido a su vez en la espuma resultante de la propia cocción. 

Después de Tailandia y México espera otro salto, esta vez a España. La morcilla de Beasain con puerro joven y ceniza parece una alubia blanca, porque Diego Guerrero es el rey del trampantojo, pero en la boca es morcilla pura. 

De Perú, otra de las grandes cocinas del mundo, llega la castañuela ibérica «encausada» (envuelta en patata) y con el inconfundible y picante toque del ají amarillo. Por si tanta opulencia no fuera bastante, el plato se remata con una crujiente y marina sal de camarones. Marinados de anticucho completan este plato complejo y delicado. 

El bacalao en salmuera con jugo ibérico de kombu llega en un recipiente nacarado que parece el interior de la concha que apoya a Afrodita en el cuadro de Boticelli. El bacalao se cocina suavemente a la brasa y la salsa de alga kombu y las perlas de sagú lo engalanan convenientemente. 

El solomillo del carnicero, también llamado solomillo del inglés, es una carne que fue despreciada durante mucho tiempo por su aspecto. Lo que hoy se consideran delicadezas, antaño parecían taras y, ante la dificultad de venderlo, era el carnicero quien disfrutaba de sus toques tiernos, de esa jugosidad que rezuma por sus poros y del delicado sabor de esta pieza. 

Diego Guerrero la rescata y se luce con ella exhibiendo muchas técnicas y toda la complejidad de su cocina en la que, tras una aparente sencillez, se esconden todos los retruécanos del barroquismo culinario. Primero presenta el plato plagado de flores y hierbas como una especie de jardín mágico del que emergiera el hechizante Puck, tal parece el escenario de El Sueño de una noche de Verano. El diminuto prado se llena de calabaza dulce, garbanzos de tamarindo, raíz de cilantro, tierra de setas y hojas de capuchina, nombres que parecen todos los de los ingredientes de la mágica poción que enloquece de amor y deseo a Titanía y Oberón. La carne se cocina -o se mima- de varias formas: primero con la lentitud del horno a baja temperatura, después a las altísimas de crepitantes brasas y, para acabar, ya en la mesa, en una caja que esconde ascuas de whisky y la llena de aromas a turba y musgo.

La begonia helada, margarita, manzana apio es el contrapunto refrescante que nos prepara para los postres. Colocada sobre un cubo de hielo bellamente rotulado con el anagrama de la casa, tiene toques frutales, florales y hasta suavemente alcohólicos porque la margarita no es la flor sino el cóctel del mismo nombre. 

La originalidad del corte de patata y trufa es patente y mucho hay que atreverse para mezclar estos ingredientes en un postre. La patata helada es un suave helado que, bajo dos barquillos crujientes, se mezcla con aromas de trufa que aquí sí que saben a postre. 

Tampoco el maíz es un postre al uso. La falsa mazorca con textura de merengue se coloca sobre un lecho de dulce infantil y de feria: algodón de azúcar. Este sirve como envoltorio para el maíz formando todo una especie de taco que también puerilmente se come con las manos. 

El albaricoque está nixtamalizado y para esta técnica de deshidratado se usa nada menos que cal viva. Relleno de suero de vaca parece un bocadito de nata pero mucho más frutal y saludable. Perfecto para el café… para cualquier cosa. 

DSTAgE acaba de cumplir dos años y en ellos se ha convertido en uno de los restaurantes más interesantes de España, porque la cocina de Guerrero se ha concentrado en lo esencial alcanzando el tuétano de su culinaria.  Los platos han pedido en belleza, pero han ganado en profundidad como si pretendiera que la estética, la forma, no nos distrajera del fondo. Yo soy devoto de ambas cosas pero ya hubo quien le quitó los caireles a la rima* y, puestos a escoger, mejor contenido que continente, especialmente si es el de ese torrente de sabores, creatividad e inteligencia que definen la cocina de Diego Guerrero. 

*Deshaced ese verso

Deshaced ese verso.                           Quitadle los caireles de la rima,                  el metro, la cadencia                                        y hasta la idea misma…

Aventad las palabras…                                     y si después queda algo todavía,                  eso será la poesía.

¿Qué importa.                                                  que la estrella esté remota                              y deshecha la rosa?…

Aún tendremos                                                   el brillo y el aroma.

León Felipe                                               (Versos y oraciones de caminante, 1920-1930)

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La belleza de lo impuro

 Una de las razones del éxito estratosférico de la cocina japonesa está en su gran versatilidad, en su enorme capacidad de adaptación a otras muchas tradiciones. Por suerte, porque a los que nos gustan los sabores fuertes e intensos, muchas veces nos cansa la sutil delicadeza de la cocina nipona, bella y pura como ninguna otra, pero tan aburrida como una belleza sin alma. La Nikkei, la cocina japoperuana, es lo japonés con rostro humano, una cocina menos pura, pero mucho más rica y creativa porque incorpora toda la chispa del Perú, frutas, verduras, especias, aliños y condimentos.

Y es que nada como el mestizaje; que hizo que el muy germano Mozart nunca fuera más rico y vital que cuando abrazó la ópera italiana, el francés Manet más brillante que cuando reinventó la pintura española y la tradición velazqueña y Nabokov -que ni siquiera hablaba el idioma al llegar a Estados Unidos-, más asombroso que al convertirse en uno de los mejores escritores de la historia en lengua inglesa.

Es por eso por lo que la pintura japonesa nunca evolucionó, lastrada por el exceso de ritualismo, el peso de las normas y una penuria temática que le hace pintar, por los siglos de los siglos y en pos de una perfección inalcanzable, los huidizos contornos del monte Fuji. Ya lo llamé una vez, aquí mismo, las trampas del nacionalismo y a lo contrario, beneficios del cosmopolitismo.

Luis Arévalo practica magistralmente este cruce de cocinas desde hace años. Empezó en la pura tradición japonesa en su Perú natal y en Madrid ha pasado por la imprescindible escuela de Kabuki, por Sushi 99 y por el excelente Nikkei 225. Ahora, por fin, afronta el gran reto de crear su propio restaurante, Kena. La gran ventaja de tan largo camino es que conoce muchas cocinas, lo que le permite ir más allá de la clásica cocina Nikkei para enriquecerla con sus propios saberes.

  El restaurante es bonito aunque sin excesos y eso que lo ha hecho un gran decorador, Ignacio García de Vinuesa. Mesas cómodas, buena iluminación

 y un desconcertante toque 2.0: pantallas de TV en las que vemos el trabajo de los cocineros.

 Un buen y demasiado dulce pisco sour acompaña muy bien a unas finas y crujientes láminas de plátano con mayonesa de rocoto y a unas tiernas y excelentes albóndigas de atún y salmón bañadas por una gran salsa de quinua y curry.


  Las gyoshas de rabo de toro son ese buen ejemplo de fusión del que hablaba. Levemente tostadas, atesoran el intenso sabor de una carne cocinada con cilantro, ají amarillo y cerveza negra y se perfuman con hierbas, aguacate y un leve toque de naranja, kumquat para ser más exactos.

 Él tiradito de atún se asienta en la excelente calidad de un pescado cortado con maestría y en una salsa levemente picante y espléndidamente aromática. Lo endulzan con crema de boniato y se refresca con wasabi, cebolleta y shiso.

 El ebi tempura roll se envuelve en lubina en lugar de alga y los toques crujientes de la tempura de langostino y la batata le añaden texturas deliciosas al arroz y al aguacate. Normalmente se sirve con salsa de ají amarillo pero en este caso nos la cambiaron por una excelente mayonesa de rocoto,

 por la simple razón de que el ceviche templado de corvina se adereza también con ese delicioso ají, condimento fundamental en Perú y en uno de los grandes platos de la cocina peruana, el ají de gallina, omnipresente, con el chupe de camarones, en el imaginario peruano y si no, que se lo digan al Vargas Llosa de Conversación en la Catedral, pongo por caso. Este ceviche además de la originalidad de la temperatura, cuenta con variadas hierbas y con mejillones y almejas junto al pescado, lo que le asemeja a una zarzuela de pescado teñida con colores nipones y aderezada con gustos peruanos. Los dos tipos de maíz y la leche de tigre redondean un excelente plato.

 La pachamanca de waygu es una deliciosa receta de carne. La pachamanca es un modo de adobar la carne y de cocinarla. Esta es tierna, sabrosa y tiene un punto perfecto. Se acompaña de dos tipos de patata, una blanda y otra crujiente, cebollas encurtidas y hierbas andinas.

 Solo hay dos postres, uno basado en la cerveza -que me pareció nada apetecible- y otro de chocolate (helado) con bizcocho tibio de té verde y un leve toque picante a base de jalea de rocoto. Nada sobresaliente la verdad, pero es sabido que los especialistas en cocina japonesa, sea pura o impura, no deben tener tiempo para los postres porque siempre son el punto flaco, flaquísimo, de todos estos restaurantes. Baste pensar que el mejor de Kabuki no se debe al talento de su cocinero sino al de Oriol Balaguer.

 Solo tengo un pero a esta gran comida y es el ritmo de la cocina. Aunque el servicio es bueno, algunas esperas entre plato y plato son excesivas y ello a pesar de los muchos cocineros que se afanan en la cocina y en la barra. Afortunadamente es algo que se puede evitar facilmente, que se debe, porque un detalle menor no puede deslucir al mejor Nikkei de Madrid y de muchos sitios más.

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Culler de Pau, de restaurante celta a pop up

 Praliné de frutos secos

Si la moda pop up había llegado a galerías, tiendas e incluso exhibiciones de arte, por qué no a los restaurantes. Un o una pop up, que no lo tengo claro, es una instalación efímera en la que se ofrece decoración, moda, arte o gastronomía. El paso de muchos restaurantes del mundo por grandes hoteles o por restaurantes de otra ciudad era un modo de pop up antes de que se llamaran así. Felipe González, gracias a la gran -y tempranamente muerta- Odette Suárez de Puga, hizo pop up del Palacio de la Moncloa y por allí pasaron, sirviendo a los jefes de Estado y gobierno e internacionalizando la gastronomía española, El Caballo Rojo, Koldo Royo, Ange García y el más memorable de todos, Arzak, que enamoró a la reina de Inglaterra con popietas de perdiz y talos de changurro. Ahora, gracias a la iniciativa de la Reina, es pop up el Palacio Real, donde ya han servido Ramón Freixa y los Roca, que se atrevieron a dar Suspiro Limeño al mismísimo presidente del Perú.

 Mucho más allá ha ido el Hotel Urso y Alejandra Ansón con The Tableby porque allí, cada pocas semanas, un restaurante extramuros de Madrid lo convierte en embajada temporal. Cambian la carta, las maneras, el acento y la decoración. A pesar de ser todos interesantes no había ido hasta que llegó el asombroso Culler de Pau, un relativamente nuevo restaurante gallego que practica la cocina de proximidad y que consiguió una estrella en bastante poco tiempo. Ya critiqué los excesos de la cocina autóctona al hablar del rey de esa exageración, Boragó y en cierto modo, al hacerlo de Central, pero lo que censuraba en aquel caso era el radicalismo, el crear tradiciones donde no las hay o utilizar unos productos y despreciar otros de un modo francamente arbitrario y radical. La cocina gallega es tan antigua y rica, su despensa tan variada y exuberante y su tradición tan ancestral que bien se puede prescindir del resto del mundo sin que haya que forzar casi nada, sin que se note.

 Unas simples aceitunas con emulsión de aceite pueden ser un comienzo intenso en su sencillez. Además, las aceitunas son gallegas, de Entrino, y el aceite gallego también, porque hasta eso producen en aquellas tierras que de tan verdes ofuscan y que son tan poéticas «como las verdes barandas» de Lorca.

  

 El pulpo arousana se cuece en seco, en su propio jugo, y con un toque de cebolla adquiere una consistencia tierna y como de carnes confitadas. Se remata con un lunar de suave salsa de pimiento y nubecillas de arroz inflado con tinta de calamar, un sencillísimo y sabroso juego de blanduras y crujires.

 El huevo con carbonara de queso San Simón y migas de pan es igualmente sencillo y delicioso por repetir esa mezcla tan atractiva, dosificar cada ingrediente en su justa medida y despojarlo de todo lo superfluo para que nada destaque y todo se note, sobre todo la oculta y deliciosa yena.

 La merluza de Culler de Pau es uno de los mejores platos que he comido con este delicioso y sutilísimo pescado que, en su frágil delicadeza, desaparece en cualquier preparación que no sea sutil y delicada. Aquí se sirve sobre un delicioso y suave consomé de champiñón y se acompaña de un leve toque de crema apio, junto a una pequeña y delicada ensalada de espinacas crudas con vinagreta de remolacha; una multitud de cosas pero todas lo suficientemente tenues para no ofender a la merluza, auténtica reina del plato.


El cerdo celta tiene un delicioso toque picante -aportado por un intenso caldo- y se aligera con pequeñas y aterciopeladas alubias de Lurenzá y brécol. Un penacho de oreja crujiente le da el toque crocante.

 La sopa de trébol, crema helada de limón y remolacha es un fresquísimo postre que utiliza acertadamente ingredientes exóticamente cércanos como el trébol. O la remolacha, ese dulce tubérculo que extrañamente asociamos más con platos salados, como la zanahoria, pero que resultan perfectos en preparaciones dulces

 De Tableby hay que decir que es una gran manera de viajar sin moverse del sitio y de soñar con las papilas abiertas y de Culler de Pau que, si como suele ocurrir, este restaurante viaja mal y es mucho mejor en el terruño, no quiero pensar cómo será en El Grove, lugar donde se asienta, porque en su sencillez, su respeto por el producto, su amor por el sabor auténtico y su sabiduría tradicional renovada por la modernidad, ofrece una cocina elegante, excitante y de refinada sencillez.

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Nomenclatura y semántica

Javier Aranda, con menos de treinta años, ya tiene una estrella Michelin y un espléndido restaurante del que ya les hablé, La Cabra. No aparece en fiestas de moda, ni en televisión y no hace de modelo para marca alguna pero es un gran cocinero. Todo lo contrario de algunos -y sobre todo de uno- que, apareciendo en todas partes, poco hacen y han hecho en materia culinaria. Su éxito se basa en la constancia, el esfuerzo, la discreción y el talento. Por tanto, se trata de una rara avis de la cocina moderna, algo así como nuestro Thomas Pynchon particular, ese gran escritor que juega al escondite y de quien nadie sabe nada, pero que es uno de los grandes narradores contemporáneos

En ese trabajo cuidadoso, se ocupa hasta de amasar su propio pan, ofrecer desayunos hasta hace poco y mantener una versión más sencilla de su cocina a la entrada de su restaurante, en la llamada de tapería, un nombre casi tan feo como La Cabra, lo que parece indicar que el chef no tiene dotes para elegir nombres, pero claro está, no se puede tener todo.

Tampoco quiero engañarles. Esto no es un bar de tapas, se trata de un bonito comedor con ventanas a la calle y grandes mesas de madera maciza con un enorme pie de acero corten. Como en el restaurante más formal -que en breve se instalará más al norte dejando todo el espacio a la Tapería, prima el cuidado de los detalles, el excelente servicio y una cocina muy elaborada de gran belleza estética. La base son los sabores fuertes de la culinaria manchega enriquecidos con ingredientes y técnicas del mundo entero.  Para demostrarlo empiezo contándoles un plato esencial, el hummus, que en este caso es de fabes lo que le confiere mayor suavidad y una originalidad notable.

 Las alcachofas con butifarra son un bocado excelente basado tan solo en una buena y sencilla mezcla y en la enorme calidad de ambos productos, sin olvidar el contraste entre el crujir de la flor y la cremosidad del embutido. 

 Mucho más arriesgadas son las navajas al pesto manchego, siendo este mucho más que la salsa italiana porque se enriquece la albahaca con menta y perejil. Sobre el molusco una especiada y deliciosa salsa de tomate seco. Una gran combinación de verdes y rojos y de marisco con verdura.

 El (nem) airbag de perdiz es una perfecta empanadilla de caza que, bajo su corteza crujiente y dorada, esconde un picadillo de perdiz de sabor tan intenso y aromático como el de las mejores recetas castellanas. La exótica cobertura aligera su potencia y le da un simpático toque oriental que completa el curry, la emulsión de albahaca thailandesa y el yuzu.

 Las cigalas flambeadas sobre crujiente de tapioca y emulsión de Comté son una gran receta porque, sin restar un ápice de sabor al opulento crustáceo, la base crepitante lo ensalza sin ninguna duda. El plato es tan pictórico que resulta tan bonito el antes como el después del papel encerado que le sirve de lienzo. Los toques levisimos de queso y tomate de árbol redondean la profusión de buenos sabores.

  
El changurro es tan intenso y marino como exige la preparación más respetuosa, pero la base de noodles lo transforma completamente e incluso lo hace más atractivo para quien encuentra esta receta demasiado intensa y especialmente en este caso porque se refuerza con reducción de cigalas y chispeantes toques picantes de salsa satay de chiles y algo de coco.

  El tarantelo de atún es un corte provienente de la parte alta del solomillo y está tan bien confitado y cocinado que se corta solo con acercar el tenedor y se disuelve en la boca entre toques dulces.

 Parecía difícil experimentar nuevas sorpresas pero la pilota de canetón es un plato asombroso y de gran fuerza que nos devuelve a la explosión de la perdiz pero pasando ahora la carne por la exuberancia de Perú. Reposa sobre una deliciosa base de quinoa roja crujiente y posee toques de manzana. La pequeña mazorca de maíz es un regalo goloso y la untuosidad de la salsa, plagada de especias y aromas, una auténtica maravilla.

 La torrija todo lo que tiene de grande lo tiene de tierna y jugosa. Se acompaña de un muy buen helado de caramelo y está entre las mejores de Madrid. 

  Para acabar, el chocolate 2.0 está perfecto y recrea una preparación algo vista de cremas, tierras, helados y esponjas, aquí animada por pequeños toques de frutas ácidas (fruta de la pasión y flor de salvia de piña).

 Recordemos: esta opulenta carta es la versión «sencilla» de la gran cocina de La Cabra. Es evidente que quien puede lo más puede lo menos, pero es admirable ver la creatividad de Javier Aranda y el enorme esfuerzo de mantener estos dos menús de tan alto nivel. Claro que él está a lo que está y el tesón, el esfuerzo y la perseverancia siempre suelen dar resultado.

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Viva la clase media 

Ya les he contado lo que dicen los peruanos: que Perú es un barrio de Miraflores, el lugar donde habita de la élite limeña. Del mismo modo, se me ocurre decir que, al menos hasta la llegada de la democracia, España era un barrio del de Salamanca. Allí, en sus calles estrechas y coquetas, atravesadas difícilmente por el sol, se concentra una enorme cantidad de empresarios, políticos, artistas y líderes de opinión, lo que ahora llamaríamos influencers… Entre sus plátanos de indias y bajo los empinados aleros que acarician las tapias del Retiro, el parque más bello de Europa,  las élites han crecido, vivido, amado, conspirado y desaparecido. Tan solo cruzando una calle, entraban en el palacete de Castellana 3, la presidencia del gobierno.

El barrio es hoy lugar de tiendas y paseos. Lo recorren morosamente sus habitantes, pero también ansiosos compradores y todo el resto del mundo, los que ávidamente quieren ver cómo vive la otra mitad. Sin embargo, nunca han estado aquí los restaurantes de lujo, Horcher, Zalacaín y antes Jockey, ni siquiera los grandes hoteles Ritz y Palace, vestigios del perdido esplendor de la belle époque. Daba la sensación que el barrio era para vivir de puertas adentro y que el exhibicionismo del lujo se ejercía extramuros.

 Por eso faltaba un lugar como Higinio’s, al principio restaurante de moda y ahora casa elegante, pero discreta. Sombreado por los jardines de la embajada de Italia, es todo ventanales y su enorme capitoné de terciopelo marrón rodea un comedor alegrado por sillas de color naranja y en el que destaca un bello suelo hidráulico que recuerda tiempos pasados.

  
Como el propio barrio, mucho menos opulento que Los Jerónimos o Chamberí, el restaurante no es tan lujoso como los mencionados pero su carta es, como en ellos, un canto a la cocina burguesa de antaño, aquella que rendía pleitesía a las perdices, el ciervo, el solomillo Wellington, los huevos en cocotte o los esponjosos y aéreos suflés. También a la plata y a los manteles de hilo como los que aquí se usan.

 De casi todo eso hay Higinio’s y también abundantes verduras entre las que destacan las habas baby -desaconsejadas esta vez por el eficiente y muy profesional servicio- y unas alcachofas a la plancha agradables, aunque a veces algo grasas.

 Los huevos con salmón ahumado es uno de los platos más populares de la carta y resultan sumamente agradables gracias a una salsa holandesa buen ejecutada.

 En general me gustan más las carnes que los pescados de este restaurante y entre ellas, repito una y otra vez una tierna perdiz con densa salsa española, tan bien tramada como suavemente achocolatada.

 El steak tartare es otra de mis opciones favoritas. No está cortado a mano pero sí se prepara de forma canónica y a la vista del cliente. Para que nadie se queje, lo acompañan de las dos guarniciones tradicionales, patatas y pan tostado.

 Todo es correcto aunque nada apasionante. Por eso, lo mejor de la carta es un excelente suflé, un postre tan maravilloso como olvidado. Este es al Grand Marnier. Llega perfecto a la mesa, dorado, esponjoso, bellísimo, y allí se rocía con el licor hecho fuego. Así se carameliza el azúcar pasando del rubio dorado al moreno brillante. Solo por él deben venir a Higinio’s.

   El resto de los postres es tradicional, ¿banal…? pero para todos los gustos y los platos más caros del menú están en torno a los 20€. La carta de vinos es variada y con excelentes precios. También tienen buena coctelería y amor por el detalle. Ya lo he dicho antes, quizá no hay nada que me apasione, pero no todo en la vida ha de ser consumirse en las llamas de la pasión. A veces, se necesita tranquilidad, dulce calma, amable sosiego y para eso… está Higinio’s.

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Ricos y famosos

Miami es un lugar en el que abundan los lugares en los que se come mal e incluso muy mal -entre los últimos destaca Cantina la 20-. Hasta ahí nada nuevo en la mayoría de las ciudades, especialmente cuando salimos de Francia, España, México, Perú o China, por poner varios casos.

Por eso, lo que más sorprende en Miami es la pugna por conseguir el local más bello y, sobre todo, espectacular. Hay propensión a los techos de ocho metros y a las vistas (Zuma, Cipriani, la mencionada Cantina), a los grandes comedores cuajados de palmeras (Azur, Coya) y siempre a la exquisita decoración y a la iluminación más tenue y teatral. También, y esto es un suplicio, a incluir DJs que inundan el ambiente de decibelios impidiendo la conversación. Claro, que el público que los puebla tampoco parece tener mucho que decir aunque sí mucho que reír y que alborotar. Dicen de Ibiza, pero esta parece al ciudad de la eterna juerga.

También me llama la atención algo que es insólito en España. La mayoría de los grandes -y más de moda- restaurantes, están en los mejores hoteles y así Epic, Viceroy, SLS o Delano acogen a la mayoría de los mencionados. Uno de estos, el Edition, se ha convertido en uno de los lugares más interesantes y cool de la ciudad. Su elegante decoración consigue algo difícil, gustar tanto a los amantes de los hoteles clásicos como a los de los más modernos y lo consigue a base de enormes espacios blancos y desnudos, moteados por detalles decó y un refinado ambiente años 40. El gran vestíbulo es además, bar y lugar de encuentro para huéspedes y vistantes

 y en él, una hábil sucesión de plantas y velas crean diversos espacios sumamente acogedores, evitando la frialdad posmoderna que suele imperar en estos lugares.

 Como no podía ser menos en lugar tan a la moda, el restaurante Matador es uno de los más It de la ciudad.

 Y por supuesto, cumple las reglas: enorme espacio, esta vez redondo como un ruedo, techos altísimos, decoración exquisita con un único detalle ornamental, una chaquetilla de torero, y una cálida y tenue iluminación, así que lo que mejoraba nuestros rostros empeoraba las fotos…

 La comida es una curiosa mezcla de mexicana, española, italiana y francesa, por lo que lo mismo se pueden tomar pimientos de Padrón y tacos que pastas o pizza. El ceviche es muy sabroso y se elabora con un pescado fresco y bien cortado; tiene un toque picante y otro crujiente que le dan fuerza y gracia.

 También crujiente y picante está el tartar de atún, una receta que ya no está ausente en casi ningún restaurante. Aquí no extraña, porque la carta es todo menos original.

Y ¿qué otra cosa está en todas las cartas actuales de los restaurantes misceláneos? No, no es la carrillera, aunque podría. Es el pulpo. El de aquí es tierno y también picantito. A mí es algo que no me importa nada, al contrario, pero habrá quien piense que quizá por eso, y no por los toros, este restaurante se llama matador.

 Y, cómo no, picantes están los tacos de chipotle o de cochinita, aunque no las numerosas ensaladas que ofrecen, otro plato inevitable en ciudad tan narcisista como esta. La de tomate y burrata es agradable aunque más que burrata es de una recia mozarella.  

 Parece este un menú algo extraño, pero el restaurante está concebido para compartir raciones y  «picar», esa costumbre ya impuesta por España y que muchos extranjeros, y yo también, detestan. Los camareros insisten en que así se haga y así lo hicimos. Hasta con los postres, entre los cuales hay, por supuesto, un coulant no del todo malo.

 El brioche que no es otra cosa que nuestra torrija, en este caso acompañada de una inapropiada y demasiado fuerte, espuma de mandarina que anula cualquier otro sabor.

 El servicio es afable aunque demasiado informal pero es que estando en Miami pedir cierta formalidad es una incongruencia. El lugar está de moda, es caro para lo que dan y la comida es bastante banal pero el entorno -decorativo y humano- permite sentirse parte de un bello paisaje o en una película bastante chic y colorida.

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Perú, colonia de Mirafores

  Hoy ya nada es igual en Perú pero todo el país parece seguir siendo una colonia del barrio limeño de Miraflores, tal es la concentración de líderes económicos, sociales o políticos que moran en estas elegantes calles bordeadas por el resto de la cuidad, pero protegidas del mundo por una altísima pared vertical que se yergue sobre el océano. Por eso, todas las casas fronteras parecen volar sobre las aguas.  

 Y en ese Miraflores se halla un bello hotel del mismo nombre perteneciente a la refinada cadena Belmond, el Belmond Miraflores Park, nombre nada original ciertamente, pero justo ahí acaba la normalidad. Todo es refinado y bello en este edificio de moderna elegancia fin de siglo (XX, claro), empezando por una discreta recepción en la que solo destacan las flores y unas bellas lámparas doradas con un toque kitsch.  

   
Los salones que la circundan más parecen la imponente biblioteca de un castillo inglés que la planta baja de un hotel. También el bar, decorado en relajantes tonos azules, es acogedor y elegante. Todas las tardes, los cócteles se acompañan de un pequeño y excelente buffet de embutidos italianos.  

    
 Las habitaciones, como corresponde a los hoteles de esta categoría (solo cuenta con 82 a pesar de sus 11 plantas), son confortables, pero sobre todo muy amplias. Hoy hemos ganado en tecnología y a veces hasta en confort, pero hemos pedido en espacio, porque la generalidad de los nuevos hoteles parecen apostar por el modelo caja de cerillas, exactamente igual que los aviones y algunos coches (algunos porque el resto parecen vehículos de guerra). Todas tienen espléndidos ventanales que ocupan una pared completa y las mejores se precipitan sobre el mar. Es abrir la puerta y sumergirse en luz radiante y azul marino.  

 
  
 A tan grandes alcobas solo podían corresponder unos enormes cuartos de baño, todo mármol y espejos, con bañera, gran ducha independiente y algunos, hasta con sauna, cosa bastante extraordinaria.  

   
La azotea de impresionantes vistas, tanto de mar como del resto del barrio, cuenta con una deliciosa piscina donde huir de los sinsabores de cualquier día así como de todos los ruidos y eso que esta zona, carente de comercio y locales de trabajo, es increíblemente apacible.  

 La comida es excelente, como casi en cualquier parte en Perú, uno de los tesoros gastronómicos del mundo y lugar en el que los grandes restaurantes están entre los mejores del planeta, pero en donde incluso los más corrientes mantienen un nivel medio asombroso. Como no podía ser menos, los desayunos son tan abundantes como coloridos y mezclan las propuestas más internacionales con otras de cocina peruana como tamales, tanto dulces como salados, salsas criollas, ajíes, etc. 

    
 No hay nada reprochable en este gran hotel que cuenta además con un excelente servicio entrenado para complacer. Si acaso el precio, pero ya sabemos que solo los más grandes palaceres son gratuitos.  

   

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